IX.
EL PECADO EN EL CRISTIANO.
El rey sabio dijo: “¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi
corazón, Limpio estoy de mi pecado?” (Pro 20:9). Pablo responde: “No hay justo, ni aun uno…” Tal vez se dirá que busquemos, somos muchos, alguien
debe haber que pueda decir que está libre de pecado, que no tiene pecado. Aunque
rebusquemos, ¡es inútil! Somos de la opinión de Pablo. Porque aunque se
encontrase un hombre con características deseadas, Dios dirá que sus obras son
como “trapos de inmundicias” (cf. Isaías 64:6) y que su sacrificio no sería
aceptado, porque somos pecadores y ofendemos a Dios con nuestras obras
manchadas por el pecado. Por tanto, no hay nadie que pueda decir que está libre
de pecado y pueda salvarnos. En cambio Dios tenía una solución para el pecado,
tenía a su “cordero”, en quien se complacía de manera completa (Mateo 3:17;
17:5; Marcos 1:11; Lucas 3:22; 2 Pedro 1:17). La obra que efectúo en la cruz
del calvario fue aceptada a plena satisfacción de Dios (cf. Romanos 5:1;
Filipenses 2:9).
En la cruz, la obra del Padre y del Hijo, es un faro
(Juan 3:14) que alumbra el camino de retorno. El Señor vino a traer luz a esta
humanidad que caminaba en la oscuridad (cf. Juan 8:12; Juan 3:19). “Quien cree en él, no es condenado; más el que no cree, ha sido ya
condenado; por cuanto no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios”
(Juan 3:18).
Por tanto, el origen de la nueva vida en el
creyente está en la muerte y resurrección del Señor Jesucristo. No la obtuvimos
como algo que mereciéramos, pues recordemos que éramos seres condenados al
fuego eterno, seres que “Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay
en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni
vendadas, ni suavizadas con aceite” (Isaías 1:6). No merecíamos nada, y con ser
así el don de Dios (Romanos 5:15) vino a nosotros trayéndonos vida, porque “aun estando nosotros muertos en pecados, nos
dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Efesios 2:5).
El cristiano tiene una nueva vida en Cristo
(Romanos 6:4), tiene una posesión nueva, en la cual es constituido como hijo de
Dios, por medio de la adopción. Al morir juntamente con Cristo (cf. Romanos
7:14), nos dio un nuevo ser (Efesios 2:15; 4:24), un nuevo hombre y el viejo
hombre quedó clavado en la cruz (Romanos 6:6).
Un cristiano no practica el pecado (1 Juan 3:9; 5:18); el que vive una
vida de pecado, no es Hijo de Dios (1 Juan 3:8,10). Sin embargo, el pecado en el creyente está a la puerta y
nosotros, voluntaria o involuntariamente, lo dejamos entrar, y caemos en la
tentación porque “jugamos con él”. Si
jugamos a tocar el pelaje del león, de seguro nos comerá la mano.
Las figuras que encontramos en la Biblia son
ejemplos para el creyente a seguir y tener en cuenta. No olvidemos que la
Biblia fue escrita para nuestra enseñanza (Romanos 15:4 cf. 1 Corintios 10:1-6).
Allí encontramos lo necesario para que comprendamos que tal deseo que nos
obsesiona es nocivo para nuestra vida y que debemos subyugarlos a la voluntad
del Señor. Los tres enemigos que producen tales motivaciones actúan en formas
independientes o relacionadas entre sí, pero resistiéndolos bajo el amparo del
Señor, podemos vencerlos. Podemos ver que Israel vencía siempre cuando estaba
completamente subyugado a Dios. Venció a Jericó y otros reyes (Josué 6:1-27;
13:21); pero cayó derrotado ante una pequeña ciudad (Josué 7:1-26). Es
importante la oración de los hermanos en nuestras vidas. Pablo, siendo un gran
hombre de Dios pedía que oraran por él y la extensión del evangelio (1
Tesalonicense 5:25; 2 Tesalonicense 3:1; Hebreos 13:18). Cuando Israel peleaba con Amalec, en su
primera batalla, Moisés, Aarón y Hur estaban en una actitud de oración
indispensable para la victoria del pueblo de Dios (Éxodo 17:1-16).
Los enemigos.
Hay tres enemigos que nos incitan al pecado:
Satanás, el mundo y la carne. Estos tres están relacionados entre sí de una
manera muy fuerte.
Satanás
Satanás como enemigo de Dios ya no puede
“ayudarnos” para llevarnos a la condenación, tal como lo hacía cuando no éramos
hijos de Dios. Pero si puede ponernos
muchos tropiezos. En la Biblia lo muestra como “León rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8), al cual
debemos resistir (Santiago 4:7).
El
mundo.
Cuando se habla del mundo en las Escrituras,
en la mayoría de los casos, se refiere al sistema organizado, cuyo amo es Satanás, y su fin es
atrapar al hombre en las redes de pecado. Este mundo pone tropiezos al
creyente (Mateo 18:7; cf. Apocalipsis 2:14),
lo aborrece (Juan 15: 18), se
alegra de la tristeza del creyente (Juan 16:20). Este mundo de tal modo tejido
que atrapa al hombre y hace caer al creyente; pues este mundo era el que nos
tenía esclavizados (Gálatas 4:3) y nosotros seguíamos esta corriente pues no
había como salir. Este mundo es regido por el “príncipe de las potestades del
aire” (Efesios 2:2). Sólo el Señor Jesucristo libera a este hombre con su
perdón cuando se arrepiente. Recordemos que Él es la luz del mundo (Juan 3:19;
8:12).
La
Carne
Cuando hablamos de carne no estamos hablando
de la materia de que se compone nuestro cuerpo, sino de un sentido moral. La
carne identifica a la esencia pecadora que está presente en el hombre, la que
llamaremos carnalidad, y esta se opone a
Dios y excluye a Dios, porque pone su esperanza en las obras terrenas. Por tanto, la “carne” es enemistad para con
Dios (Romanos 8:7), y está en oposición al Espíritu Santo y a la dirección que
quiere darnos (Gálatas 5:17,24; 4:3; Col. 2:8,20).
Las Escrituras también usan
la expresión del “viejo hombre” en las Escrituras (Romanos 6:6; Efesios 4:22;
Colosenses 3:9). Este es el hombre viciado con el pecado, cuyo fin es su
destrucción. Procura estorbar al nuevo hombre que es según Cristo, haciéndole
pecar. Este “viejo hom-bre” es
crucificado con Cristo cuando un alma se
convierte a Cristo; pero intenta
“desclavarse” y nos causa problemas si lo permitimos.
Tropiezos.
Cuando se nos dice que el
cristiano no practica el pecado (1 Juan 3:8,9), no quiere decir en absoluto que
no cometa algún tipo de pecado. Quiere decir que no es habitual en él el
pecado, que no es parte de su vida como algo propio y que cometa de la forma
más natural. Es más, al creyente ya no le es natural cometer pecado, aunque él
sea un pecador rescatado. Lo que hacía antes con agrado, ahora le provoca
desagrado, y si comete algún pecado, le pesa en el corazón.
Desgraciadamente el
“hombre viejo”, la carne “incircuncisa” (cf. Col. 2:18), que se opone a todo lo
que es santo y agradable a Dios,
provocará que pequemos – porque está viciado (Efesios 4:22) –, que
sintamos deseos del “Egipto”.
El mundo, con su vanagloria, intenta atraer al creyente a que sea parte
de él, atrayendolo con sus bondades.
Egipto le ofrecía productos a Israel que no encontraban en el desierto y
apareció la añoranza por lo que ha quedado atrás, al punto que algunos
quisieron retroceder (vea Números 11:5; 14:4; 20:3-5). El mundo y la
carne están íntimamente relacionados, ya
que el primero provee para los vicios del otro, y ambos están destinados a
arrastrar al nuevo hombre a pecar, porque aun habitamos en cuerpo de pecado.
Satanás, como ya se ha citado, es como un “león rugiente” y procurará
atrapar entre sus garrar a alguno que ande “ebrio” con lo que ofrece este
mundo. El hecho que ruge es una alerta para que velemos
y tengamos cuidados de evitarlo. Pedro nos dice precisamente esto, en la
primera parte del versículo citado, con la expresión “Sed sobrios, y velad”. La
sobriedad nos habla de la prudencia, y el “velad” la acción de estar alerta,
con todos los sentidos bien calibrados.
Un hombre ebrio camina de aquí para allá sin control ni atención de los
peligros que se le presentan, y en estas circunstancias el león le devora.
Pablo nos entrega su visión para caminar con sobriedad por este mundo,
utilizando la figura de los deportistas, ya que ellos sujetan su cuerpo a una dura
disciplina: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta
manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo
pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo
venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:26-27). Muchos creyentes que eran
lumbrera en el mundo, cayeron en las garras del pecado y esa luz se ha apagado.
En la Biblia tenemos otros ejemplos que podemos tomar y aprender de ellos, no a
seguirlos en sus malos pasos, sino a evitarlos. David es el ejemplo de un
hombre que no fue prudente ni hizo caso a los consejos de sus súbditos más
cercanos, estaba “ebrio” de orgullo. Encontramos que Dios prueba a los suyos
pero siempre deja una salida para que el siervo pueda soportarla (1 Corintios
10:13). En 1 Crónicas 21 encontramos como Satanás incitó a David a hacer algo
que era pecado, censar al Israel. Si
bien es cierto, que era una prueba de parte de Dios (2 Samuel 24:1), y que Dios
mismo permitió que Satanás incitase a David, vemos que este hombre, que a pesar
de tener muchos años de estar con Dios, fracasó. Tuvo la posibilidad del haber
salido de esta prueba si hubiese hecho caso a sus hombres.
Nada de lo que haga Satanás es en
beneficio para Dios y los suyos.
Vemos como este ser estorbó al
Señor poniéndole tentaciones (Mateo 4:1-11), como indujo a Pedro a decir
palabras de ruego e imploración que eran contra la voluntad de Dios y del Señor
Jesucristo (Mateo 16:23). O en el caso
de Ananías y Safira que mintieron al Espíritu Santo (Hechos 5:3). Satanás no
puede tocar a los hijos de Dios sin la autorización expresa de Dios (cf. Job
1:12; Lucas 22:31), pero si le pone estorbos que impiden el avanzar en su vida
cristiana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario