domingo, 5 de julio de 2015

Doctrina: El pecado.(Parte IX)

IX.         EL PECADO EN EL CRISTIANO.
El rey sabio dijo: “¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado? (Pro 20:9). Pablo responde: “No hay justo, ni aun uno…” Tal vez  se dirá que busquemos, somos muchos, alguien debe haber que pueda decir que está libre de pecado, que no tiene pecado. Aunque rebusquemos, ¡es inútil! Somos de la opinión de Pablo. Porque aunque se encontrase un hombre con características deseadas, Dios dirá que sus obras son como “trapos de inmundicias” (cf. Isaías 64:6) y que su sacrificio no sería aceptado, porque somos pecadores y ofendemos a Dios con nuestras obras manchadas por el pecado. Por tanto, no hay nadie que pueda decir que está libre de pecado y pueda salvarnos. En cambio Dios tenía una solución para el pecado, tenía a su “cordero”, en quien se complacía de manera completa (Mateo 3:17; 17:5; Marcos 1:11; Lucas 3:22; 2 Pedro 1:17). La obra que efectúo en la cruz del calvario fue aceptada a plena satisfacción de Dios (cf. Romanos 5:1; Filipenses 2:9).
En la cruz, la obra del Padre y del Hijo, es un faro (Juan 3:14) que alumbra el camino de retorno. El Señor vino a traer luz a esta humanidad que caminaba en la oscuridad (cf. Juan 8:12; Juan 3:19). “Quien cree en él, no es condenado; más el que no cree, ha sido ya condenado; por cuanto no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios” (Juan 3:18).
         Por tanto, el origen de la nueva vida en el creyente está en la muerte y resurrección del Señor Jesucristo. No la obtuvimos como algo que mereciéramos, pues recordemos que éramos seres condenados al fuego eterno, seres que “Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite” (Isaías 1:6). No merecíamos nada, y con ser así el don de Dios (Romanos 5:15) vino a nosotros trayéndonos vida, porque  “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Efesios 2:5).
El cristiano tiene una nueva vida en Cristo (Romanos 6:4), tiene una posesión nueva, en la cual es constituido como hijo de Dios, por medio de la adopción. Al morir juntamente con Cristo (cf. Romanos 7:14), nos dio un nuevo ser (Efesios 2:15; 4:24), un nuevo hombre y el viejo hombre quedó clavado en la cruz (Romanos 6:6).
Un cristiano no practica el pecado (1 Juan 3:9; 5:18); el que vive una vida de pecado, no es Hijo de Dios (1 Juan 3:8,10). Sin embargo, el pecado en el creyente está a la puerta y nosotros, voluntaria o involuntariamente, lo dejamos entrar, y caemos en la tentación porque  “jugamos con él”. Si jugamos a tocar el pelaje del león, de seguro nos comerá la mano.
Las figuras que encontramos en la Biblia son ejemplos para el creyente a seguir y tener en cuenta. No olvidemos que la Biblia fue escrita para nuestra enseñanza (Romanos 15:4 cf. 1 Corintios 10:1-6). Allí encontramos lo necesario para que comprendamos que tal deseo que nos obsesiona es nocivo para nuestra vida y que debemos subyugarlos a la voluntad del Señor. Los tres enemigos que producen tales motivaciones actúan en formas independientes o relacionadas entre sí, pero resistiéndolos bajo el amparo del Señor, podemos vencerlos. Podemos ver que Israel vencía siempre cuando estaba completamente subyugado a Dios. Venció a Jericó y otros reyes (Josué 6:1-27; 13:21); pero cayó derrotado ante una pequeña ciudad (Josué 7:1-26). Es importante la oración de los hermanos en nuestras vidas. Pablo, siendo un gran hombre de Dios pedía que oraran por él y la extensión del evangelio (1 Tesalonicense 5:25; 2 Tesalonicense 3:1; Hebreos 13:18).  Cuando Israel peleaba con Amalec, en su primera batalla, Moisés, Aarón y Hur estaban en una actitud de oración indispensable para la victoria del pueblo de Dios (Éxodo 17:1-16).

Los enemigos.
Hay tres enemigos que nos incitan al pecado: Satanás, el mundo y la carne. Estos tres están relacionados entre sí de una manera muy fuerte.

Satanás
Satanás como enemigo de Dios ya no puede “ayudarnos” para llevarnos a la condenación, tal como lo hacía cuando no éramos hijos de Dios.  Pero si puede ponernos muchos tropiezos. En la Biblia lo muestra como “León rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8), al cual debemos resistir (Santiago 4:7).

El mundo.
Cuando se habla del mundo en las Escrituras, en la mayoría de los casos, se refiere al sistema organizado, cuyo amo es Satanás,  y su fin es  atrapar al hombre en las redes de pecado. Este mundo pone tropiezos al creyente (Mateo 18:7; cf. Apocalipsis 2:14),  lo aborrece  (Juan 15: 18), se alegra de la tristeza del creyente (Juan 16:20). Este mundo de tal modo tejido que atrapa al hombre y hace caer al creyente; pues este mundo era el que nos tenía esclavizados (Gálatas 4:3) y nosotros seguíamos esta corriente pues no había como salir. Este mundo es regido por el “príncipe de las potestades del aire” (Efesios 2:2). Sólo el Señor Jesucristo libera a este hombre con su perdón cuando se arrepiente. Recordemos que Él es la luz del mundo (Juan 3:19; 8:12).

La Carne
Cuando hablamos de carne no estamos hablando de la materia de que se compone nuestro cuerpo, sino de un sentido moral. La carne identifica a la esencia pecadora que está presente en el hombre, la que llamaremos carnalidad,  y esta se opone a Dios y excluye a Dios, porque pone su esperanza en las obras terrenas.  Por tanto, la “carne” es enemistad para con Dios (Romanos 8:7), y está en oposición al Espíritu Santo y a la dirección que quiere darnos (Gálatas 5:17,24; 4:3; Col. 2:8,20).
Las Escrituras también usan la expresión del “viejo hombre” en las Escrituras (Romanos 6:6; Efesios 4:22; Colosenses 3:9). Este es el hombre viciado con el pecado, cuyo fin es su destrucción. Procura estorbar al nuevo hombre que es según Cristo, haciéndole pecar.  Este “viejo hom-bre” es crucificado con Cristo cuando  un alma se convierte a Cristo; pero  intenta “desclavarse” y nos causa problemas si lo permitimos.
Tropiezos.
         Cuando se nos dice que el cristiano no practica el pecado (1 Juan 3:8,9), no quiere decir en absoluto que no cometa algún tipo de pecado. Quiere decir que no es habitual en él el pecado, que no es parte de su vida como algo propio y que cometa de la forma más natural. Es más, al creyente ya no le es natural cometer pecado, aunque él sea un pecador rescatado. Lo que hacía antes con agrado, ahora le provoca desagrado, y si comete algún pecado, le pesa en el corazón.
         Desgraciadamente el “hombre viejo”, la carne “incircuncisa” (cf. Col. 2:18), que se opone a todo lo que es santo y agradable a Dios,  provocará que pequemos – porque está viciado (Efesios 4:22) –, que sintamos deseos del “Egipto”.        
El mundo, con su vanagloria, intenta atraer al creyente a que sea parte de él, atrayendolo con sus bondades.  Egipto le ofrecía productos a Israel que no encontraban en el desierto y apareció la añoranza por lo que ha quedado atrás, al punto que algunos quisieron retroceder (vea Números 11:5; 14:4; 20:3-5). El mundo y la carne están íntimamente relacionados,  ya que el primero provee para los vicios del otro, y ambos están destinados a arrastrar al nuevo hombre a pecar, porque aun habitamos en cuerpo de pecado.
Satanás, como ya se ha citado, es como un “león rugiente” y procurará atrapar entre sus garrar a alguno que ande “ebrio” con lo que ofrece este mundo. El hecho que ruge es una alerta para que velemos y tengamos cuidados de evitarlo. Pedro nos dice precisamente esto, en la primera parte del versículo citado, con la expresión “Sed sobrios, y velad”. La sobriedad nos habla de la prudencia, y el “velad” la acción de estar alerta, con todos los sentidos bien calibrados.  Un hombre ebrio camina de aquí para allá sin control ni atención de los peligros que se le presentan, y en estas circunstancias el león le devora. Pablo nos entrega su visión para caminar con sobriedad por este mundo, utilizando la figura de los deportistas, ya que ellos sujetan su cuerpo a una dura disciplina: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:26-27). Muchos creyentes que eran lumbrera en el mundo, cayeron en las garras del pecado y esa luz se ha apagado. En la Biblia tenemos otros ejemplos que podemos tomar y aprender de ellos, no a seguirlos en sus malos pasos, sino a evitarlos. David es el ejemplo de un hombre que no fue prudente ni hizo caso a los consejos de sus súbditos más cercanos, estaba “ebrio” de orgullo. Encontramos que Dios prueba a los suyos pero siempre deja una salida para que el siervo pueda soportarla (1 Corintios 10:13). En 1 Crónicas 21 encontramos como Satanás incitó a David a hacer algo que era pecado, censar al Israel.  Si bien es cierto, que era una prueba de parte de Dios (2 Samuel 24:1), y que Dios mismo permitió que Satanás incitase a David, vemos que este hombre, que a pesar de tener muchos años de estar con Dios, fracasó. Tuvo la posibilidad del haber salido de esta prueba si hubiese hecho caso a sus hombres.
         Nada de lo que haga Satanás es en beneficio para Dios y los suyos.  Vemos  como este ser estorbó al Señor poniéndole tentaciones (Mateo 4:1-11), como indujo a Pedro a decir palabras de ruego e imploración que eran contra la voluntad de Dios y del Señor Jesucristo (Mateo 16:23).  O en el caso de Ananías y Safira que mintieron al Espíritu Santo (Hechos 5:3). Satanás no puede tocar a los hijos de Dios sin la autorización expresa de Dios (cf. Job 1:12; Lucas 22:31), pero si le pone estorbos que impiden el avanzar en su vida cristiana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario