Antes que usted confiese sus faltas a Dios,
él ya tiene conocimiento de ellas; pero el valor de la confesión consiste en
que usted está de acuerdo con Dios, quien las condena. Entonces, el engaño ha
desaparecido de su corazón.
Blog correspondiente a la publicación mensual de la revista homónima. Aquí encontrará temas de edificación cristiana y de aprendizaje personal.
miércoles, 5 de agosto de 2015
El hombre de vestido teñido me llamó
El hombre de vestido teñido me llamó
El hombre de vestido teñido me llamó,
Conocí Su voz, mi Señor crucificado;
No pude resistir cuando a sí mismo se mostró,
Y obedecí, dejando todo a un lado.
Este mundo me expulsó una vez que hubo encontrado
Que en mi rebelde corazón estaba coronado
Aquél al que había rechazado, despreciado y asesinado,
A quien Dios con poder maravilloso había para reinar resucitado.
Y así, mi Señor y yo estamos fuera del campamento,
Pero más dulce que cualquier lazo terrenal es su presencia.
Que una vez conté más grande que su llamamiento;
Estoy fuera para el mundo, pero de mi Señor no siento ausencia.
LO PASADO ¡AL CANASTO!
Una buena memoria es muy valiosa; revistas y libros de ayuda personal
están siempre sugiriendo métodos para mejorar nuestra memoria.
Pero ninguno ha propuesto jamás un método para aumentar el poder del olvido.
Y esto sería también de mucho valor. Alguien debería llevar adelante el sistema
por el cual aprendiéramos a olvidar cosas que debemos olvidar. Porque existen
muchas cosas que debiéramos echar en el mar del olvido. Pecados pasados que fueron
confesados y perdonados; acontecimientos del pasado que no podemos cambiar;
errores pasados; daños que se nos han hecho; todas las cosas que es necesario
poner enteramente fuera de nuestros pensamientos.
A menudo oímos la frase: "Perdonaré pero no olvidaré nunca".
Dios no perdona así; El olvida: "Yo, yo soy el que borró tus rebeliones
por amor de mí; y no me acordaré de sus pecados", Is. 43:25. Muchas
gentes, muchas naciones, han olvidado a Dios, pero lo único que Dios olvida
para siempre es el pecado que ha sido confesado y perdonado: "de la
manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros", Colosenses
3:13.
El verdadero perdón implica olvido de la injuria cualquiera que fuese.
Tú nunca has sido tratado tan ruinmente como Dios lo ha sido, y a pesar de eso Él
ha perdonado todos tus pecados, y nunca te los volverá a recordar.
¿Te resulta difícil perdonar menosprecios, insultos, errores? Sea que la
gente te pida perdón o no lo haga, tú debes echar estas cosas de tu memoria, de
lo contrario te carcomerán como un cáncer y te quitarán la victoria.
Los hay también aquellos que pierden la victoria por recordar los
errores que ellos han cometido en perjuicio de otros. No es prudente tratar de
olvidar los errores cometidos en desmedro de otros, hasta que no hayamos pedido
perdón y tratado de reparar en lo posible el daño hecho.
Cuando Dios perdona, Él olvida, y sin embargo encontramos a veces
creyentes que han desarrollado un complejo de culpabilidad en sus mentes
debido a que continúan recordando sus antiguos pecados o los de otros. Sepultan
estos recuerdos y vuelven continuamente al viejo sepulcro para desenterrarlos.
Dios no procede así, ¿por qué tú entonces? ¿Estás honrando a Dios cuando vienes
a Él repetidas veces pidiendo perdón por antiguos pecados que Él ya ha
perdonado y olvidado? Es cierto que habrá siempre pesares y heridas causados
por el pecado, pero cuando éste está perdonado, ponlo fuera de tu mente y sigue
adelante para ser mejor en el futuro. Cristo le dijo a la mujer pecadora,
"Vete y no peques más".
El recuerdo de errores pasados y antiguos pecados, puede impedirte la
eficacia en el servicio del Maestro. El apóstol Pablo bien pudo quedar
paralizado en su fructífero servicio, por la memoria de su pasado — su ardor
en perseguir a la iglesia y su intento de destruir la fe en el Señor
Jesucristo. Pero Él dice: "Olvidando lo que queda atrás". Echó de sí
la memoria de su errado pasado con el fin de "proseguir al blanco, al
premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús" (Fil. 3:13,14).
Un gran editor dijo: "El verdadero secreto de editar es saber qué
debe tirarse al canasto de papeles". Es bueno también saber qué debemos
echar al canasto del olvido. Los recuerdos de pecados y errores pasados, de
sentimientos heridos, real o imaginariamente, de pensamientos indignos, todo
esto debe ser descartado. ¿Pero cómo puede hacerse? El verdadero olvido
consiste en colocar un pensamiento en lugar de otro. El Apóstol Pablo escribió
en Filipenses 4:8: "Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo
lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen
nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, en esto pensad". Si hay
cosas que deseas olvidar, pide a Dios mismo su ayuda. Llena tu mente con
pensamientos acerca de Él.
Sí, la buena memoria es una posesión preciosa, pero de igual valor es la
facultad de olvidar.
Copiado
Contendor por la fe, Enero-Febrero 145-146, 1975
Preparación Secreta para Servicio Público
Es muy instructivo notar la preparación en secreto, o sea el ejercicio
de alma del profeta Elías antes de ser usado en servicio público para Dios
Todos los siervos de Dios que han si lo usados en bendición a otros, han sido
preparados y ejercitados primeramente en secreto con Dios. Los que han tenido
un encuentro verdadero y un ejercicio profundo con Dios, son los que El usa más
en servicio y testimonio. Por supuesto, ante todo, ha de ser un hombre que ha
nacido de nuevo, un pecador regenerado.
El hombre que llega a ser un predicador sin tener una preparación de
alma en proporción con el lugar que ocupa en público, sin duda fracasará tarde
o temprano. Si el edificio excede a la medida del fundamento, el edificio tiene
que temblar y finalmente caer.
El hermano que tiene un lugar público en el servicio de Dios, por fuerza
tiene que estar mucho en comunión secreta con El. Si sus mensajes no vienen en
poder a su propia alma serán meras teorías, sin vida y sin poder para los
demás. Su oído tiene que estar abierto en el secreto con Dios antes de poder
“hablar en sazón palabra al cansado” Is. 50:4.
El apóstol Pablo, hablando al joven Timoteo, dijo: “Ocúpate en leer...
medita estas cosas; ocúpate en ellas; para que tu aprovechamiento sea
manifiesto a todos” 1 Ti. 4.13-15. Será manifiesto a todos si te ocupas en las
cosas de Dios y en meditar en su Palabra; asimismo será manifiesto si te ocupas
más en las cosas del mundo.
“Bendito sea Dios... el cual nos consuela en todas nuestras
tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en
cualquiera angustia, con la consolación con que nosotros somos consolados de
Dios” 2 Co. 1. 3,4. Lo mismo se puede decir de otras cosas además de la
consolación; si el predicador o siervo de Dios ha sido el objeto de la
disciplina de Dios y se sujeta a ella, puede después hablar con realidad y
poder de la disciplina y ser usado en bendición. La disciplina de Dios puede
ser enfermedad, persecución, aflicción, pobreza, etc. o alguna restricción
impuesta por los ancianos. Si él es tentado pero resiste al diablo y vence la
tentación, eso también le prepara para el servicio. Hay muchas otras
experiencias en la vida que sirven para preparar al que esté ejercitado en
ellas.
En 1 Reyes 17 leemos de la primera aparición de Elías en público, pero
Santiago nos cuenta algo de su preparación y el Secreto de su éxito y poder.
“Elías era hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros, y rogó con oración
que no lloviese, y no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses” Stg
5.17. Así Santiago nos revela que Elías derramó su alma en oración en el retiro
de las montañas de Galaad donde, sin duda, se entristeció al ver la condición
lamentable del pueblo de Dios, después estaba fortificado y listo para tomar el
lugar en servicio público que Dios le había preparado. Tuvo el honor de ser el
instrumento en las manos de Dios para mostrar delante de una gran multitud que
Baal era falso, y de manifestar el poder y la grandeza del Dios verdadero, 1
Reyes 18.
En nuestros días hay mucha esterilidad y pobreza espiritual; hay poco
interés, y algunos oyentes escuchan, adormecidos, la verdad de la Palabra de
Dios. Puesto que así es, ¿qué es el recurso del Siervo de Dios? ¡La oración! La
oración con persistencia y ejercicio real y verdadero en la presencia de Dios
es la solución para todo problema. Elías salió de la presencia de Dios bien
armado de poder de lo alto para el encuentro con sus semejantes. Si tú,
hermano, quieres tener poder y éxito en tu ministerio, haz como hacía Elías.
“Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas” Is. 40.31.
Si el Siervo de Dios se confía de sí mismo, de su habilidad, de su
conocimiento, de su educación o su elocuencia, no buscará la presencia de Dios
y su ayuda, fracasará. Primeramente debe darse cuenta de su propia inutilidad y
necesidad, y eso le llevará a acudir presto a Dios. “No que seamos suficientes
de nosotros mismos... sino que nuestra suficiencia es de Dios” 2 Co 3 5,6.
La repetición formal de unas cuantas frases no es oración. La oración es
el clamor del alma que realza profundamente su inutilidad y pobreza y su
dependencia de Dios. Dios usa la elocuencia, la educación, etc. cuando están
sujetas y rendidas a Él, y también puede usar de igual manera a un siervo
humilde y de poco conocimiento en las cosas de este mundo si él también está
sumiso al Señor.
Hermano que estás puesto en el servicio para el Señor, ¿Te atreves a
pararte ante una congregación, donde cada corazón tiene diferente necesidad
espiritual, y está mirándote para recibir algún mensaje del Señor que consuele,
corrija, o edifica según las diversas necesidades, sin haber estado tú delante
del Señor para saber qué es lo que Dios tiene para aquellas almas? A la vez que
es un gran privilegio servir al Señor, es también una grande responsabilidad.
Ojalá que la realización de esto te fuerce a arrodillarte “para qué... seáis
sinceros y sin ofensa para el día de Cristo" Fil. 1.10.
Una palabra más. El apóstol Pablo exhortó al obrero Timoteo de esta
manera: “Sé ejemplo dé los fieles en PALABRA, en CONVERSACION, en CARIDAD, en
ESPIRITU, en FE, en LIMPIEZA” 1 Ti. 4:12. Hermano predicador, ¿eres ejemplo a
los fieles en palabra? ¿Podrían los cristianos imitar tu manera de hablar?
¿Eres ejemplo en tu conversación, o quiere decir, manera de vivir? ¿Es tu
caridad tal que los demás querrán ser iguales? ¿Estás lleno del Espíritu y
fervoroso en la obra del Señor de tal modo que incites a otros a serlo¿ ¿Tienes
fe sin fluctuar para así poder ser ejemplo a los débiles en la fe? ¿Haces todo
en limpieza y pureza de mente, palabra y hecho?
Pregúntate, estas cosas honesta y abierta-mente delante de Dios para
exponer a El tu verdadero estado. “Así que, si alguno se limpiare de estas
cosas, SERA VASO PARA HONRA, SANTIFICADO, Y UTIL PARA LOS USOS DEL SEÑOR, Y
APAREJADO PARA TODA BUENA OBRA” 2 Ti. 2.21. La necesidad en la Iglesia de
obreros y predicadores según el modelo divino es grande y profunda; tal vez
Dios quiere usarte en más bendición. Deja los modelos y métodos complicados e
infructuosos inventados por el hombre y busca la presencia de Dios, donde Él te
puede hablar y aparejar para su servicio.
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que
presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es
vuestro racional culto. Y no os conforméis a este siglo; más reformaos por la
renovación de vuestro entendimiento, para que experimentéis cuál sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta” Ro. 12.1, 2.
(Tr. y adaptado)
El Contendor por la Fe - Noviembre-Diciembre -1968
Cazador Y Pastor
Cuando Noé y su familia salieron del arca, a Noé le fue dada la
responsabilidad de gobernar un mundo nuevo. El arco en la nube recordaba el
pacto de Dios con la tierra, con “todo ser viviente... por siglos perpetuos”
(Génesis 9:12), figura lejana de Aquel que había de venir, la luz del mundo, en
quien sería manifestada en detalle, y mejor que los colores del arco, la
infinita belleza y fidelidad de Dios.
En vez de tomar a pecho la gloria de Dios, Noé, pese a ser un hombre de
fe, buscó su propia satisfacción y, entregándose a la corrupción, fue el
motivo de la caída de su hijo menor. ¡Cuán solemne es pensar en esto! De hecho,
Cam era plenamente responsable de sus actos; pero si su padre no se hubiera
comportado de una manera tan lamentable, ¿hubiera caído la terrible maldición
que pesaría sobre él y algunos de sus descendientes (Génesis 9:24-27)? ¡Cuán
importante es, en la práctica, el andar de los creyentes a los ojos de la
generación que le sucede!
El capítulo 10 de Génesis nos presenta a esos descendientes de Cam.
Entre ellos se destaca Nimrod, cuyo nombre significa “rebelde”, quien fue
“vigoroso cazador delante de Jehová” (v. 9).
¿Qué caracteriza a un cazador? Que busca su propia satisfacción, su
propia gloria a expensas de su víctima. Precisamente lo opuesto del pastor,
quien se preocupa por el bien de su rebaño. Nimrod fue poderoso y dominó.
Eligió una llanura -no la montaña cerca de Dios- para levantar la gran ciudad
de Babel. Con el objeto de hacerse un nombre, quiso edificar una ciudad de
ladrillos y “una torre, cuya cúspide llegue al cielo”. Los ladrillos fabricados
por la mano del hombre, resultado de su actividad, hacen un contraste
sorprendente con las “piedras vivas” (1 Pedro 2:5) que serán edificadas sobre
el único fundamento, fruto del trabajo del alma de Cristo y de su obra en la
cruz.
Satisfacción personal, propia gloria, orgullo, dominio... ¿qué puede
resultar de todo esto sino la confusión? (Génesis 11:9; Gálatas 5:15). He aquí
el resultado de la actividad del cazador, rebelde a Dios, predominante sobre
los hombres.
Sin embargo, Dios tenía otro pensamiento, otro designio; no un cazador,
sino un pastor. Ya Abel, pastor de los tiempos antiguos, había llevado la única
ofrenda que podía agradar a Dios. Y en la descendencia de Sem, ¡cuántos
pastores hubo! Jacob se sacrificó por su rebaño; como responsable de las
ovejas, se dedicó a ellas día y noche. Dijo a Labán: “De día me consumía el
calor, y de noche la helada, y el sueño huía de mis ojos” (Génesis 31:38-40).
Moisés apacentó el ganado en el desierto, y en la soledad fue formado como el
hombre “manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Números
12:3), para conducir al pueblo de Dios, librarlo de la esclavitud y llevarlo
“hacia Dios”. David aprendió, con los corderos de su padre, los cuidados que
éstos necesitaban; logró librarlos de la boca de las fieras (1 Samuel 17:34); y
cuando llegó la hora, Dios pudo tomarlo “del redil, de detrás de las ovejas,
para que fuese príncipe” sobre su pueblo Israel (1 Crónicas 17:7). Después,
también de la descendencia de Sem, vino Aquel que pudo decir verdaderamente:
“Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor su vida da por las ovejas...” (Juan
10:11). Un pastor reúne, protege y nutre a su rebaño (compárese con Efesios
5:29), exactamente lo contrario del cazador, quien destruye para elevarse.
¿A cuál de los dos nos parecemos? Sin duda, el cazador Nimrod carecía de
fe. Él es un tipo del Anticristo quien, más tarde, se levantará contra todo lo
que es divino o que es objeto de veneración. Pero, ¿con qué frecuencia, la carne,
la vieja naturaleza puede producir sus malos efectos, incluso en los verdaderos
hijos de Dios? Basta con mirar a nuestro alrededor, pero mejor en nosotros
mismos, para discernir esos rasgos, más o menos marcados, del cazador o del
pastor. El carácter se forma en la juventud; el poder del Espíritu de Dios en
el creyente puede transformarlo completamente y hacer prácticamente un pastor
de un cazador. Pero, si no velamos, el espíritu de dominación puede volver a
manifestarse, a menudo a expensas de los demás. “Aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón” (Mateo 11:29, compárese Santiago 3:13).
Es comprensible que un joven creyente no sea llamado para apacentar el
rebaño del Señor, así como tampoco David debía reinar sobre Israel antes de que
Dios lo llamara. No obstante, en su juventud, sin perder nada de su energía y
valentía, David aprendió en su retiro a “apacentar las ovejas de su padre en
Belén” (1 Samuel 17:15). Fue en esos primeros años cuando su carácter se formó,
para llevar a cabo la tarea que debía realizar más tarde.
En los años juveniles, cuidémonos de las tendencias que se forman y se
acentúan con los años. Más tarde, si el Señor no viene antes y lo juzga bueno,
podremos ser de los que buscan el bien de las almas preciadas para su corazón,
que proporcionan consuelo y alimento espiritual, de los que con Él reúnen, y no
de los que desparraman.
La Adopción
1) DEFINICION
El diccionario dice: adopción es recibir como hijo, con las formalidades
legales, al que no lo es naturalmente. Por lo tanto se refiere a una persona
ajena a la familia que se incorpora en una nueva relación, como un hijo en
ella.
La adopción que enseña el Nuevo Testamento tiene características muy
diferentes.
Expresa un acto divino mediante el cual, una persona es recibida en su
posición de hijo responsable para vivir plenamente su vida espiritual.
Para ello, debió nacer de nuevo por obra del Espíritu (Jn. 3:5). Es
adoptada en ese momento espiritual y aceptada por el Padre como un hijo adulto.
Todos los que creen en el Señor Jesucristo son hechos hijos de Dios (Jn.
1:12). El ser regenerado no pasa por etapas como la niñez, o la adolescencia.
Desde su nacimiento espiritual es un hijo adulto.
Desde el nuevo nacimiento el creyente hace voluntariamente lo que antes
debió realizar por temor al ayo, esto es la ley (Gal 3:24,26).
La adopción es una bendición que constituye la nueva relación con y hacia
Dios. En el presente se recibe la adopción de hijo y, en el futuro, esta se
completará con la redención del cuerpo (Rom. 8:23).
2) LA POSICION DE HIJOS DE DIOS.
La relación que Adán tenía con Dios antes de pecar se modificó con la
caída.
El pecado produjo un cambio sustancial y, en conclusión, no existe la
paternidad universal de Dios y no todos los hombres son hijos de Dios.
El Señor les dijo a los judíos: "vosotros sois de vuestro padre el
diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer" (Jn. 8:42,44). Para
ser hijo de Dios es necesario ser redimido por Cristo Jesús.
La nueva posición es el resultado del cambio de naturaleza por la
regeneración y el estado de paz con Dios por la justificación.
Todos los seres humanos tienen la posibilidad de ser hijos de Dios, y
El desea que todos lleguen a serlo. Pero, para que se cumpla este anhelo del
Eterno, cada persona debe arrepentirse de sus pecados y creer en el Salvador.
Esto es por gracia, por medio de la fe; es don de Dios, no por obras para que
nadie se gloríe (Ef. 2:8,10).
La nueva posición de hijo establece una relación diferente con Dios.
Esto implica que los hijos poseen rasgos morales y espirituales similares a los
de su Padre: "sed pues imitadores de Dios como hijos amados, y andad en
amor, como también Cristo nos amó". "En otro tiempo erais tinieblas,
mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz" (Ef. 5:1,8).
Además, la Palabra nos enseña una verdad gloriosa que ninguna persona o
medio humano podría conceder. Solo la voluntad de Dios produce este milagro. "Cuando
vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo" "a fin de que
recibiésemos la adopción de hijos, y por cuanto sois hijos, Dios envió a
vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! (Gal. 4:4,6).
Esta es una experiencia subjetiva, personal. Este clamor significa la
comprensión de la nueva posición, y la obra del Espíritu en nosotros produce un
sentimiento filial genuino. Dios no es un ser distante y terrible, sino, un
amoroso Padre que comprende y ayuda a sus hijos.
3) LOS PRIVILEGIOS DE LOS HIJOS
DE DIOS
La Palabra nos instruye sobre los privilegios que tienen los hijos de
Dios, y que detallamos:
a) ENTRADA A LA PRESENCIA DE DIOS
No se recibe el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor sino
el espíritu de adopción para clamar ¡Abba, Padre!, y el mismo Espíritu da
testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (Rom. 8:15, 16).
En Gálatas el clamor es del Espíritu y, en romanos "clamamos"
nosotros. En esta unidad y clamor conjunto, el creyente revestido de la
justicia del Hijo de Dios y hecho agradable al Padre por los méritos del Amado,
goza de un acceso, sin tutelas, para adorar en espíritu y en verdad, recibiendo
nuevas fuerzas para una filial obediencia. El Espíritu nos inspira la confianza
necesaria para invocar a Dios en todas las circunstancias de la vida.
El Salvador resucitado, después de completar su obra, resalta la
posición admirable de los hijos de Dios, cuando le dijo a María "ve a mis
hermanos, y diles: subo a mi Padre y a vuestro padre, a mi Dios y a vuestro
Dios" (Jn. 20:17).
El, "Gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos" que" se
compadece de nuestras debilidades" nos garantiza que podemos
acercarnos" confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar
misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro."(Heb. 4:14,16)
b) GOZAR DEL ESPIRITU DE SU HIJO
Cuando el Señor les dijo a los suyos "voy, pues, a preparar lugar
para vosotros" (Jn.14:2) también les prometió: y yo rogaré al Padre, y os
dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre" y
"estará en vosotros" (Jn. 14:16,17).
El Parakletos es uno llamado al lado de otro para ayudarlo. Consuela y
fortalece, guía e ilumina a los adoptados. Les recuerda permanentemente la
relación con el Padre, a fin de que ellos, se apropien por la fe de todas las
promesas, y se afirmen en las evidencias de la adopción.
En esas maravillosas promesas les dice: "Mirad cual amor nos ha
dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios" (1 Jn. 3:1).
c) SON LLAMADOS POR CRISTO HERMANOS
Toda la metamorfosis de la adopción neo testamentaria es por medio del
Señor y, la paternidad de Dios es inseparable de la fraternidad con su Hijo.
La Palabra enseña "el que santifica y los que son santificados, de
uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarnos hermanos
"anunciaré a mis hermanos tu nombre" (Heb. 2:11,13).
Otra vez señala: "por lo cual debía ser en todo semejante a sus
hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote" (Heb.
2:17).
Es el Hijo Eterno que hecho "un poco menor que los ángeles"
comparte las flaquezas de sus hermanos para quebrantar la potencia de Satanás,
expiar sus pecados, siendo poderoso para socorrer a los que son tentados. (Heb.2:9,
18)
d) TIENEN LA PROTECCION DEL PADRE
El bondadoso Padre tiene todas las cosas bajo su dominio, por tanto,
"sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas le ayudan a bien, esto
es, a los que conforme a su propósito son llamados". (Rom.8:28)
Por lo cual, escribe el Apóstol," estoy seguro de que ni la muerte,
ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo
porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá
separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor Nuestro. (Rom. 8:37, 39)
e) RECIBEN LA DISCIPLINA PATERNAL
El Padre hace todas las cosas bien, por esto, el castigo forma parte de
la escuela divina, y disciplina a sus hijos para provecho a fin de que ellos
participen en su santidad. (Heb. 12:10)
Ella tiene como objetivo un beneficio espiritual. No se debe olvidar la
exhortación que como a hijos dirige: "hijo mío no menosprecies la
disciplina del Señor, ni desmayéis cuando eres reprendido por El, porque el
Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo". (Heb.
12:5, 6).
f) DECLARADOS HEREDEROS
En la Palabra de Dios leemos enfáticamente: "Y si hijos, también
herederos,- herederos de Dios y coherederos con Cristo: si empero padecemos
juntamente con El, para que juntamente con El seamos glorificados" (Rom. 8:17)
Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el cual según
su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la
resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible,
incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros," (1Ped.
1:3,4)
¿Qué más? No alcanzará el tiempo nuestro en la tierra para apreciar todo
el significado de la adopción. Se necesitará la eternidad para comprender,
comprobar y gozar de este último privilegio de la adopción, mientras
contemplamos las glorias del Amado hijo. A Él sea la honra y el honor por los
siglos de los siglos. Amén.
Campo Misionero, diciembre 1991.
Meditación.
“Entonces Saúl le juró por Jehová, diciendo: Vive
Jehová, que ningún mal te vendrá por esto” (1 Samuel
28:10).
En los primeros años de su
reinado, Saúl había decretado que todos los adivinos y espiritistas debían ser
cortados de la tierra. Pero más tarde las cosas fueron de mal en peor en su
vida personal y pública. Después de la muerte de Samuel, los filisteos se
concentraron contra el ejército de Saúl en Gilboa. Cuando ya no recibió palabra
del Señor, consultó a una adivina de Endor quien le recordó con temor que él
había ordenado matar a todos los adivinos de la tierra. Fue entonces que Saúl
la tranquilizó diciéndole: “Vive Jehová, que ningún mal te vendrá por esto” (1 Samuel 28:10).
La lección es clara: la
gente tiende a obedecer al Señor solamente cuando le conviene. Cuando ya no le
viene bien siempre inventa historias para hacer lo que quiere.
¿Dije “la gente”? Quizás
debí decir “nosotros”. Todos nosotros tendemos a evadir las Escrituras,
torcerlas o a encontrar interpretaciones “convincentes” cuan-do no queremos
obedecer.
Por ejemplo, hay algunas
instrucciones evidentes tocantes al papel de la mujer en la iglesia. Pero éstas
parecen entrar en conflicto con el movimiento feminista actual.
¿Y qué hacemos? Decimos que
esos mandamientos estaban basados en la cultura de aquellos días y no se
aplican a nosotros hoy. Naturalmente, una vez que admitimos ese principio,
podemos deshacernos de casi todo el contenido de la Biblia.
Algunas veces nos
encontramos con algunas declaraciones firmes del Señor Jesús respecto a los
términos del discipulado. Si sentimos que demandan demasiado de nosotros, que
vamos a tener que cambiar algo en nuestras vidas que nos va a costar, decimos:
“Jesús no quería decir que debemos hacerlo, sino solamente que deberíamos estar
dispuestos a hacerlo”. Nos engañamos pensando que estamos dispuestos, cuando no
tenemos ninguna intención de hacerlo.
Podemos ser muy firmes
demandando que los ofensores sean disciplinados de acuerdo a las austeras
demandas de la Palabra, pero cuando el ofensor resulta ser nuestro pariente o
amigo, insistimos en que las demandas se aflojen o se pasen por alto por
completo.
Otra trampa en la que
caemos es la de clasificar los mandamientos de la Escritura como “importantes”
o “no importantes”. Aquellos en la categoría de “no importantes” pueden dejarse
de lado, o al menos eso es lo que nos decimos a nosotros mismos.
Lo que realmente estamos haciendo con todos estos
falsos razonamientos, es luchar con las Escrituras para nuestra propia
destrucción. Dios desea que obedezcamos a Su Palabra, si nos viene bien o no.
ése es el camino a la bendición.
Estudios sobre el libro del profeta MALAQUIAS (Parte II)
CAPÍTULOS 1 y 2:1-9
EL AMOR DE DIOS HACIA SU PUEBLO
«La palabra de Jehová a Israel, por medio de Malaquías» (v. 1, RVA
1989). Aunque Malaquías profetizaba en medio de los débiles restos de Judá y
Benjamín, vueltos del cautiverio, abarca en su pensamiento a Israel, es decir,
al conjunto del pueblo. En eso difiere de Zacarías, quien considera tan sólo a
Judá y Jerusalén. El estado moral que Malaquías va a describir comprende, pues,
a la nación como un todo, y el juicio que debe alcanzarla será general; de
igual manera la primera venida del Mesías abarca, en su alcance, a todo el
pueblo (Lucas 1:54; 2:10, 25, 32).
«Yo os he amado, dice Jehová; y dijisteis: ¿En qué nos amaste? ¿No era
Esaú hermano de Jacob? dice Jehová. Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí» (v. 2).
«Yo os he amado»: ¡qué frase más conmovedora! Por ella comienza Dios; ella es
el origen de todas sus relaciones con los hombres, de todos sus designios para
con su pueblo. Desde la eternidad, las delicias de la Sabiduría son con los
hijos de los hombres (Proverbios 8:31); y, en cuanto a Israel, Dios le había
probado su amor desde el principio, primeramente por su elección de gracia:
«Amé a Jacob». Seguidamente Jehová había librado a Israel de Egipto, lo había
tomado sobre alas de águila para traerlo a Sí; lo había conducido por medio de
la nube en el desierto para introducirlo finalmente en el país de la promesa. Y
cuando sus juicios, prueba de su infalible carácter de justicia y santidad,
habían tenido que caer sobre este pueblo infiel, el amor de Dios ¿no había
terminado por restaurarlo y hacerlo subir a su tierra? ¿Podía Israel dudar un
instante de un amor que de tantas maneras se había manifestado a su favor?
Esta misma frase la pronuncia Dios aun hoy. La cristiandad, a pesar de
su rápida marcha hacia la apostasía final, puede oírla diariamente: «Yo os he amado,
dice Jehová». ¿La cruz de Cristo no es la prueba incontestable de este amor?
Se podría pensar, sin duda, que esta frase encontraría eco en el
emocionado corazón del pueblo, conmovido por semejante gracia inmerecida...
pero escuche usted lo que ese pueblo contesta: « ¿En qué nos amaste?».
¿Se puede concebir semejante endurecimiento? Ese pueblo, después de
haber hecho, durante muchos años, la amarga experiencia de las consecuencias de
su infidelidad, ahora, en el momento mismo en que los inmerecidos designios de
gracia se reanudan a su respecto, tiene la audacia de decir: «¿En qué nos
amaste?». Ellos no conocen al Dios con el que tienen relación y ni aun se
conocen mejor a sí mismos. No saben que Dios no cambia nunca y que, si sus juicios
son inmutables, su amor es tan inmutable como su justicia. Tal es el primer
carácter de este pueblo.
¿Acaso el estado de la cristiandad difiere en algo? A veces Dios sacude
al mundo por medio de terremotos e inundaciones catastróficos. Aquellos que dicen
creer en Dios, en vez de arrepentirse se preguntan: ¿Dónde está su amor? Y, sin
embargo, los pasados y actuales juicios de Dios, si bien prueban su horror por
el mal, tienen como propósito atraer las almas hacia él y probarles que, a
pesar de sus pecados, se interesa por ellas y busca su bien. Su amor hacia
ellas no ha cambiado, porque sigue estando establecido una vez para siempre en
la cruz de Cristo y, por sus juicios, Dios querría conmover las conciencias y
dirigir los ojos, como antiguamente los de los israelitas hacia la serpiente de
bronce (Números 21:8), hoy hacia el único medio de salvación. Hay, sin duda, un
justo gobierno de Dios en el mundo, y hace falta que el hombre lo comprenda y
lo experimente para aprender que su único recurso está en el inmutable amor de
Dios.
En vez de eso, los pecadores encuentran, en estos justos juicios, una
ocasión para poner en duda el carácter de Aquel que les llama. Nada conmueve al
corazón del hombre; éste no considera que tan sólo merece el juicio y, en vez de
recurrir a la gracia, dice como el siervo malo: «Te conocía que eres hombre
duro, que siegas donde no sembraste, y recoges donde no esparciste» (Mateo
25:24).
« ¿En qué nos amaste?».
Tal como en el caso de Israel, el primer rasgo de la cristiandad profesante
es, pues, la indiferencia por el amor de Dios y, aún más, la ignorancia acerca
del carácter de Dios y del propio carácter de ella.
A esta pregunta insolente: «¿En qué nos amaste?», Jehová contesta
recordándoles sus orígenes: «¿No era Esaú hermano de Jacob? dice Jehová. Y amé
a Jacob, y a Esaú aborrecí» (v. 2). ¿En qué, pues, se basaba la elección de
Jacob? Cuando Jehová dijo: «El mayor servirá al menor» (Génesis 25:23), ¿qué es
lo que determinó su elección? Ninguno de estos dos hermanos había hecho, hasta
ese momento, algo bueno o malo; lo que establecía diferencia entre ellos era el
determinado propósito, la libre disposición de Dios, según la elección de
gracia (Romanos 9). Y ¿por qué dice ahora: «Amé a Jacob»? ¿Acaso hubo algo en
la conducta de Jacob que lo hiciese amable? Por cierto que el carácter de Jacob
no tiene nada de atrayente para nosotros, y cuánto menos para Dios, pues nunca
hubo hombre con una fe más mezclada con engaño. ¿Acaso fueron las obras de Jacob
las que, a pesar de su carácter, atrajeron el amor de Dios? En absoluto. Hay
pocos patriarcas que hayan tenido una vida más pobre en buenas obras; y
Malaquías va a mostrarnos lo que eran las obras de sus descendientes. ¿De dónde
provenía, pues, este amor de Jehová hacia un hombre y luego por un pueblo tan
miserables? Provenía de la necesidad del corazón de Dios de darse a conocer, de
mostrar a los pecadores lo que él es. Israel se había aprovechado del hecho de
que Dios quisiera revelarse a sí mismo es decir, su naturaleza y su corazón a
unos miserables seres como nosotros. Pero Jehová añade: «Y a Esaú aborrecí».
¿Acaso había injusticia y parcialidad en Dios por haberle odiado? De ninguna
manera. La libre elección del Dios soberano no es odio. En el Génesis
encontramos esta elección: «El mayor servirá al menor» (Génesis 25:23), pero no
vemos su odio hacia Esaú. Dios no pronuncia allí un juicio sobre éste; tenemos
que llegar hasta Malaquías, el último libro profético del Antiguo Testamento,
para saberlo. El odio de Dios contra Esaú no es más que el resultado de la
conducta de Esaú. Jehová le había acordado, al igual que a su descendencia,
unos 1.400 años para que probara por sus obras si era digno de ser amado por
él; pero Edom se había mostrado en toda ocasión como el juramentado enemigo de
Dios y de su pueblo, y finalmente había colmado la medida de sus iniquidades
por su conducta con respecto a Jerusalén y sus hermanos en el día de la
calamidad de éstos (Abdías 10-14). Por eso Dios hace de él, basándose en sus
obras, ejemplo de un juicio sin misericordia; según dice Malaquías, Edom es
«pueblo contra el cual Jehová está indignado para siempre» (1:3-5); y según el
profeta Abdías, él «será cortado para siempre», el único pueblo del cual «ni
aun resto quedará» (Abdías 10, 18). Después de haber establecido estos dos
principios (por un lado su amor y su elección de gracia, y por otro su justicia
y su santidad que no pueden dejar el mal sin castigo), Dios pasa a la condición
actual de este pueblo al que había amado. ¿Israel había mostrado ser digno de
tanto amor, o más bien había merecido caer bajo el juicio? Esto es lo que van a
mostrarnos los capítulos 1:614 y 2:1-17.
La única diferencia a favor de Israel, comparado con Edom, es que habrá
en aquel pueblo un remanente, unos salvados según la elección de gracia. Este
remanente mostrará de qué manera Dios sabe conciliar su odio por el pecado y su
amor por el pecador. Y, lo sabemos, la cruz de Cristo es el único lugar en el
cual la justicia de Dios se manifiesta, justificando al pecador en vez de
condenarle.
Volvamos ahora a la profecía y examinemos, en primer lugar, el estado
moral de Israel, poseedor de tantos privilegios.
Todo este pasaje (1:6-14-2:1-9) describe la condición del sacerdocio y
luego la del pueblo (2:10-17). El sacerdote era a la vez el mediador entre Dios
y la nación y el representante de la nación ante Dios; pero aquí tiene más bien
el carácter de aquel que rinde culto a Dios. Si el pueblo hubiese escuchado
atentamente la voz de Jehová, todo él habría sido un «reino de sacerdotes y
gente santa» (Éxodo 19:6). Pero, entregado a su responsabilidad al pie del
Sinaí, Israel, desde su primer acto de hacer el becerro de oro— perdió todo
derecho a cumplir aquella función. Dios, después de hacer largos ensayos de su
paciencia hacia su pueblo, para ver si éste podía reconquistar, mediante su
conducta, los privilegios que había perdido, sus-citó un nuevo sacerdocio
universal al apartar a su Iglesia. Ésta ¿se ha mostrado digna del sacerdocio
que le fue confiado? La historia de la cristiandad profesante responde
negativamente a esta pregunta, aunque ella pretenda estar en relaciones con
Dios para el culto. Tiene el nombre de «culto» en sus labios, pero ha olvidado
totalmente el significado de ese servicio. Aun los creyentes que hay en medio
de ella dan prueba de semejante ignorancia. Claro que todos son, de hecho,
sacerdotes a los ojos de Dios, pero ya no cumplen sus funciones. Israel, pues,
no es el único ejemplo de ignorancia en cuanto al homenaje que Dios tiene
derecho a esperar de su pueblo.
Honor al padre y temor al señor
«El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre,
¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los
ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre» (v. 6).
Aunque las relaciones de familia, de las que nos habla este pasaje, iban
debilitándose entonces —como sucede hoy con los progresos de la apostasía—,
todavía se admitía que el hijo debía honrar a su padre y que el servidor debía
temer a su señor. Pues bien, Dios era padre y señor a la vez, y los sacer-dotes
menospreciaban su nombre; pero decían: « ¿En qué hemos menospreciado tu
nombre?». Dios les contesta: «En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y
dijisteis: ¿En qué te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa de Jehová es
despreciable» (v. 7). Su pregunta denotaba esa ignorancia de la que hemos
hablado: ignorancia del carácter de Dios, de lo que le es debido y de la
culpabilidad de sus propios actos.
Apliquemos estas palabras a lo que pasa en la cristiandad profesante, la
que pretende rendir culto a Dios, acercarse a su Mesa, tomar parte en el
memorial del sacrificio de Cristo... ¿Qué es lo que lleva allí? ¿Pureza o
mancha? Los que se presentan allí ¿son santos purificados de sus iniquidades o,
en cambio, seres cargados con sus pecados? Y unos dicen: ¿En qué hemos
despreciado tu nombre, o te hemos profanado? ¿Hemos procedido mal en eso? ¿No
hemos cumplido con toda puntualidad nuestros deberes religiosos? «En que
pensáis» —responde Jehová— «que la mesa de Jehová es despreciable». Tal vez
esas palabras no estén en sus labios, pero sí en sus actos, los que muestran
cómo estiman a Jehová y su Mesa. «Y cuando ofrecéis el animal ciego para el
sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es
malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás
acepto? dice Jehová de los ejércitos» (v. 8). ¿Qué da a Dios el hombre
religioso de todos los tiempos? ¿Y qué hace por él? Cumple en público actos que
le hacen honorable a los ojos de los demás hombres. El fariseísmo, sea judío o
cristiano, no tiene otro móvil. Sus obras caritativas hacen hablar de él entre
los hombres; pero, en lo secreto, ¿qué puede ofrecer a un Dios a quien no
conoce, sino «un animal enfermo»?
¿Qué haremos, pues, para ser agradables a Dios? exclamarán esos mismos
hombres. Helo aquí: «Ahora, pues, orad por el favor de Dios, para que tenga
piedad de nosotros. Pero ¿cómo podéis agradarle, si hacéis estas cosas? dice
Jehová de los ejércitos» (v. 9). Arrepentíos; dejad vuestros caminos; implorad
a Dios; apelad a su gracia. Es éste vuestro único recurso, el único medio con
que podéis contar para recibir los favores de Dios. No podéis hacer buenas
obras, y vuestra conducta lo prueba; las mejores a vuestros ojos no son para
Dios más que obras muertas de las que vuestra conciencia tiene que ser
purificada (Hebreos 9:14).
« ¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi
altar de balde? Yo no tengo complacencia en vosotros, dice Jehová de los
ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda» (v. 10). Aquí encontramos otro
carácter moral del sacerdocio adulterado: el interés que dirige al hombre
cuando pretende servir a Dios. No puede hacer otra cosa, porque no conoce a
Dios. Por eso Dios pronuncia el juicio más completo sobre esta profesión sin
vida y declara que no hay ningún vínculo moral entre ella y él: «Yo no tengo
complacencia en vosotros... ni de vuestra mano aceptaré ofrenda».
Dios se volverá hacia las naciones
«Porque desde donde el sol nace hasta donde se pone, es grande mi nombre
entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda
limpia, porque grande es mi nombre entre las naciones, dice Jehová de los
ejércitos» (v. 11).
El profeta declara aquí que Dios se volverá hacia las naciones. Es, en
efecto, lo que ocurrió. Jehová abandonó a su pueblo al juicio, y el Evangelio
fue anunciado a los gentiles. Una gran multitud de ellos se convirtió para
servir al Dios vivo y verdadero y puso su esperanza en Cristo. Esta palabra del
profeta, pues, puede aplicarse inmediatamente a la bendición de los gentiles
por la fe cristiana, pero ella va más lejos: el Espíritu lleva nuestros
pensamientos hacia un tiempo todavía futuro, cuando una ofrenda pura será
presentada por las naciones al Dios de Israel. Este hecho que llena la profecía
del Antiguo Testamento sólo tendrá lugar después del juicio definitivo
ejecutado sobre el pueblo rebelde y sus opresores. Entonces una muchedumbre innumerable
de gentiles estará delante del trono en presencia del Cordero (Apocalipsis 7),
y en todo lugar —no solamente en el templo de Jerusalén— se quemará incienso al
gran nombre de Jehová.
«Y vosotros lo habéis profanado cuando decís: Inmunda es la mesa de
Jehová, y cuando decís que su alimento es despreciable. Habéis además dicho:
¡Oh, qué fastidio es esto!» (v. 12, 13). Dios veía lo que había en el fondo del
corazón de los sacerdotes de Israel. La cristiandad profesante ofrece el mismo
espectáculo. El gozo de la presencia de Dios, la comunión con él, la
apreciación del sacrificio de Cristo le son cosas desconocidas y tan sólo hacen
salir de sus labios una expresión: «¡Qué fastidio es esto!». ¿Puede ella
comprender la felicidad que encuentran los creyentes en la comunión con el
Padre y con el Hijo? ¿Puede encontrar sus delicias en la Palabra, de la cual
únicamente el Espíritu Santo da la inteligencia?
«Y me despreciáis, dice Jehová de los ejércitos». La revelación de Dios
y de Cristo es para el hombre un polvo molesto al que procura quitárselo de
encima; no significa nada para su corazón y su conciencia, porque no tiene
corazón ni conciencia para Dios. El mundo estima que las distracciones y los
placeres son preferibles al verdadero culto. ¿Puede el Señor aceptar
sacrificios ofrecidos en tales condiciones? Aun en lo que se llamaba «un voto»
—es decir, un servicio voluntario sacrificaban «lo dañado», la apariencia del
celo les bastaba (v. 14).
Doctrina: El pecado. (Parte IX)
IX.
EL PECADO EN EL CRISTIANO (continuación)
Disciplina.
Cuando un hijo nuestro hace
algo que nos ofende, lo disciplinamos, por el amor que le tenemos; y
precisamente porque le amamos, la disciplina es necesaria y no debe quedar sin
castigo. Si no fuera nuestro hijo, lo dejaríamos pasar, pero como es nuestro hijo,
la falta debe ser corregida. A veces, es
un simple llamado de atención y en otras la disciplina es mucho más fuerte y
dolorosa. Dios es soberano y nos aplica el castigo de acuerdo a lo que quiere
lograr en nuestras vidas. Nada es en vano, siempre es con un fin que nos será
de provecho.
Si pecamos y quedamos sin
disciplina, tenemos que analizar nuestra vida de creyentes en el Señor
Jesucristo, porque si nos “deja sin disciplina, de
la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos”
(Hebreos 12:8); y si estamos en esta condición, podemos arrepentirnos y
convertimos al Señor Jesucristo.
Si somos disciplinados, es porque somos hijos y
un padre que ama a su hijo, le disciplina (Hebreos 12:7), porque quiere
enseñarle lo que es correcto. Por tanto,
toda disciplina implica enseñanza; y entendemos que algunas no nos agraden,
porque implica esfuerzo y sufrimiento. Véase el caso de los deportistas, que
están muchas horas bajo un constante entrenamiento; véase el caso de un
concertista que pasa muchas horas practicando con el instrumento en el cual es
maestro; o el escritor que pasa largas horas estudiando para entregar un texto fidedigno. Todos estos casos y
muchos hablan de disciplina.
Podemos ejemplificar la disciplina, también, de
la siguiente manera. Si un hombre padece
de gota, sabe que no puede comer ciertos alimentos, en especial, las carnes
rojas. Si participamos de un rico plato
que consta de un bistec grande y jugoso acompañado de otras delicias, de seguro
que se nos hace agua la boca. Se comerá con agrado, sintiendo el placer en las
papilas gustativas. Terminaremos agradeciendo a nuestro proveedor. Pero en algún tiempo después, el dolor será
intenso, porque el organismo acumuló gran cantidad de ácido úrico y los dolores
empezaron atenazarle en forma inmediata.
Si nuestro hombre, que sabía que no debía comer carne, no se hubiese
guiado por sus sentidos para comer algo que antes le satisfacía y le
daba placer, y que ahora le hace sufrir,
ni siquiera lo hubiese probado, recriminándose por no haber seguido al pie de
la letra la receta del doctor. Pero la concupiscencia, ese deseo interno, ese
“viejo hombre”, la carne pecadora, lo llevó a probar una vez más aquello que le
gustaba tanto. “Un poquito no te hará
mal”, le decía el “viejo hombre”.
Si bien es cierto que se ha
arrepentido de su pecado, las consecuencias siguen por un buen tiempo. Lo que un hombre correctamente disciplinado
haría sería: dar las gracias a quien amablemente le ofrece esa delicia al
paladar y no lo probaría, porque sabe que le hace mal.
Del mismo modo el creyente sabe que todo pecado
le hace mal y aun así voluntariamente peca.
La carne le lleva a hacer las cosas que antes le eran agradables, y el
mundo le ofrece otro tanto. Usando palabras de la biblia, el viejo hombre hace
desear al nuevo hombre “los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y
los ajos (Números 11:5). Recordemos que el pecado está a la puerta, y sólo
basta que le dejemos entrar para que anide en nosotros y nos deje sin comunión
con Dios.
“Todo acto trae consecuencias” dice un aforismo.
Las consecuencias de esos actos pecaminosos pueden durar toda la vida. ¡Cuántos
hombres creyentes que por no controlar su lascivia, tiene que afrontar las
consecuencias de enfermedades del tipo E.T.S.!
Dios odia el pecado porque atenta su Santidad, y su Justicia no queda
satisfecha hasta que juzga el pecado y lo condena; y nadie, incluso su Hijo, ha
quedado sin el juicio que corresponde a causa de este mal. Si somos hijos de
Dios, como ya se ha dicho, nos
disciplinará. Recordemos como juzgó y disciplinó a Adán, Eva y la serpiente (Génesis
3:14-24). Vemos el juicio a Caín después
de asesinar a su hermano Abel (Génesis 4:9-16). El juicio a la humanidad
pecadora en el tiempo de Noé (Génesis 6:1-7:24). El juicio a los hombres cuando
construían la torre (Génesis 11:1-9). El
juicio a las pecaminosas ciudades de Sodoma y Gomorra (Génesis 19:24-25). El
juicio a la nación de Israel cuando se apartaban para seguir a dioses extraños
contraviniendo el primer y segundo mandamiento de la ley dada en el Sinaí (Éxodo
14:2-5). A Saúl por no haber dado cumplimiento al mandamiento expreso de raer a
Amalec (1 Samuel 15:22-23). A David por
haber entrado en una relación adúltera con la mujer de uno de sus mejores
soldados. Dios también ha disciplinado
fuertemente a la Iglesia. Solo debemos remontarnos a unos pocos
capítulos del libro de Hechos para ver la primera disciplina aplicada por Dios
en forma drástica: Ananías y Safira tuvieron que morir por causa de su pecado
(Hechos 5:3). En la carta a los corintios se ve reflejado una vida cristiana
liviana y que se camina como lo se
esperaba de ellos en la Iglesia, muchos enfermaron y otros murieron (1
Corintios 11:30). Y en un futuro cercano la disciplina a toda la humanidad cuando
la iglesia sea arrebatada y el Señor vuelva en gloria (vea el libro de
Apocalipsis).
Por lo cual, ni siquiera pensemos que podremos escapar a la disciplina
de un Padre tan celoso de sus hijos, si ni siquiera aquellos que no lo eran
escaparon.
Habiendo pecado un hijo de Dios, la comunión queda interrumpida. Esa
unión perfecta que debe existir entre el Padre y el hijo queda dañada y
necesariamente debe ser reestablecida.
Sin embargo, no podemos sentirnos desalentados, ya que en el
trono mismo de Dios tenemos a alguien que intercede por nosotros.
Nuestro Paracleto.
En 1a
Juan 2:1 dice: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno
hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. El término traducido por “abogado” en este
versículo viene de la palabra griega “parakleto” y da la idea de alguien que
intercede, defiende, aboga, es decir: “uno que toma la causa de otros”. Por
esta razón, cuando nuestro arrepentimiento es sincero, estamos seguros que el Señor Jesucristo aboga
por nosotros ante el Padre para que nuestra comunión con el Padre vuelva a ser restablecida
como si nada hubiese pasado.
(Veremos más de
este tema cuando analicemos la doctrina acerca de Cristo”).
EL REINO DE MIL AÑOS (Parte III)
El Reinado.
Reino celestial y Reino terrenal
Este
tendrá durante este período, dos esferas de bendición: el Reino del Hijo del
Hombre y el Reino del Padre (Mateo 13:41-43). El Reino celestial, donde se
encuentra Cristo y los santos celestiales, es más particularmente en relación
con el Padre; el Reino terrenal, donde los Judíos y Gentiles serán los temas
del Rey, es más en relación con el Hijo del Hombre. La Iglesia será donde se
asienta la administración del Reino celestial, Jerusalén el centro del gobierno
del Hijo. "En aquel tiempo llamarán a Jerusalén: Trono de Jehová, y todas
las naciones vendrán a ella en el nombre de Jehová en Jerusalén; ni andarán más
tras la dureza de su malvado corazón" (Jeremías 3:17). Es a ella que se
dirigen las palabras de Isaías: "Levante, resplandece; porque ha venido tu
luz, y la gloria de Jehová a nacido sobre ti... Entonces veras, y
resplandecerás; se maravillará y ensanchará tu corazón... Jehová será por luz
perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria” (Isaías 60:1, 5,19 - y necesitaríamos
leer todo este capítulo pues no lo podemos citar entero). Ezequiel termina su
libro con estas palabras: "Y el nombre de la ciudad, desde aquel día en
adelante, será Jehová Samma" (Jehová está allí) (48:35). - El templo será
reedificado, según las indicaciones dadas en el capítulo 40 y siguiente de
Ezequiel y "Y la gloria de Jehová" entrando en la casa será el signo
de la toma de posesión de la morada por Jehová (43:4).
La
Iglesia es vista como “Santa ciudad”
- los materiales que la componen son de personas, las “Piedras vivas" que, en la dispensación (Gr. Oikonomía)
presente, forman la "casa espiritual" de Dios (1ª Pedro 2:4-5) -
Jerusalén celestial, "la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del
cielo, de Dios” (Apocalipsis 21:10). Los versos 9 al 17 de Apocalipsis 21
describen su aspecto exterior, los versos 18 al 23 muestran su naturaleza y su
carácter, mientras que después del verso 24 hasta el verso 5 del capítulo 22
son puestas ante nosotros las bendiciones que serán dispensadas por medio de la
Iglesia, todas a la vez "Santa ciudad" y "Esposa, mujer del
Cordero”. Gozando de la relación más dulce y la más íntima con el Cordero, ella
ejercerá un precioso servicio hacia el mundo y eso, de tal manera que los
instrumentos, en alguna manera, desaparecerán para que toda la gloria sea dada
a Cristo y solo a ÉL Ella mantendrá una santidad perfecta y será la expresión
perfecta del amor (Apocalipsis 21:27; 22:2). El "Río de agua de vida"
correrá en abundancia, "Saliendo del trono de Dios y del cordero";
sus aguas no podrán ser alteradas: el río es "Resplandeciente como el
cristal". El árbol de la vida estará "En medio de la calle de la
ciudad} y a uno y otro lado del río" con sus frutos y sus hojas
(22:1-2). En el paraíso terrestre, había dos árboles: el árbol de la vida, y el
árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:9). Adán comió a pesar de
la advertencia que Dios le había hecho - es así que la primera creación fue
"Sujetada a vanidad" (Romanos 8:20). Y han tenido que ser puestos "Fuera
del jardín del edén", a fin de que con su mano no tomaran del árbol de la
vida y no murieran, viviendo así para siempre (Génesis 3:6, 11, 12 y 22-24). Más
en el "Paraíso de Dios" hay un solo árbol, el árbol de la vida, que
"Da doce frutos, cada uno en su mes": y "Las hojas del árbol son
para sanación de las naciones" (Apocalipsis 22:2). Los frutos del árbol de
la vida podrán entonces ser comidos (Apocalipsis 22:2-7) ¿No será este el único
alimento?
Bendiciones dadas a la tierra
Glorias de Cristo, exaltado
sobre la tierra
"He
aquí que para justicia reinará un rey y príncipes presidirán en juicio. Y será
aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el
turbión; como arroyos de agua en tierra de sequedad, como sombra de gran
peñasco en tierra calurosa. Este "Rey" es aquel del cual David ha
anunciado su venida y el reino en sus “Ultimas palabras”: “Habrá un justo que
gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios. Será como la luz
de la mañana, como el resplandor del sol en una mañana sin nubes}
como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra” (Isaías 32:1-2; 2ª
Samuel 23:3-4). El Salmo 72 compuesto
por David - el verso 20 permite pensar - que aunque el tema es Salomón, si
concierne, proféticamente a aquel, del cual Salomón no era más que un tipo,
describiendo este Reino de justicia y de paz. El comienzo del Salmo destacan
estos dos caracteres: Él hace mención de la justicia en cada uno de los cuatro
primeros versículos, de la paz en el verso 3, de la abundancia de paz en el verso
7. El verso 8 nos da a entender la dominación del Rey de justicia y de paz:
"Dominará de mar a mar, Y desde el río hasta los confines de la tierra”. Y
los versos del 9 al 11 subrayan el hecho que todos se someterán a su autoridad:
“Ante él se postraran los moradores del desierto, Y sus enemigos lamerán el
polvo. Los reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes, los reyes de Saba
y de Seba ofrecerán dones. Todos los reyes se postraran delante de él; todas
las naciones le servirán”. Mas la autoridad que él ejercerá tendrá el sello de
bondad y de misericordia: "Porque él librará al menesteroso que clamare, y
al afligido que no tuviere quien lo socorra. Tendrá misericordia del pobre y
del menesteroso, y salvará la vida de los pobres. De engaño y de violencia
redimirá sus almas, Y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos” (Salmo
72:12-14). Un detalle, en el verso 15, merece llamar especialmente nuestra
atención: "Y se orará por él continuamente; Todo el día se le bendecirá”.
Él será el objeto de las oraciones continuas, de alabanzas incesantes, de parte
de un pueblo restaurado y abundantemente bueno. Los dos aspectos (v. 1,2 de una
parte y 3 por otra) del salmo 134 serán entonces plenamente realizados. Por
otra parte, el verso 16 del capítulo 72 nos dice la extraordinaria fertilidad
de la tierra: "Será echado un puñado de grano en la tierra, en las cumbres
de los montes; Su fruto hará ruido como el Líbano”. Esto que también David
anuncia en el salmo 65: "Visitas la tierra, y la riegas; En gran manera la
enriqueces; Con el río de Dios, lleno de aguas, preparas el grano de ellos,
cuando así la dispones. Haces que se empapen sus surcos, Haces descender sus
canales; la ablandas con lluvias, bendices sus renuevos. Tú coronas el año con
tus bienes, y tus nubes destilan grosura. Destilan sobre los pastizales del
desierto, y los collados se ciñen de alegría. Se visten de manadas los llanos,
y los valles se cubren de grano; dan voces de júbilo, y aun cantan” (9-13) Todo
es de Él: La palabra "Tú” se halla diez veces en estos versículos; y aun:
"Tú coronas el año con tus bienes* (v. 11). Cuanta gloria para Cristo en
su Reino: "Será su nombre para siempre, se perpetuará su nombre mientras
dure el sol Benditas serán en él todas las naciones; Lo llamarán bienaventurado.
Bendito Jehová Dios, el Dios de Israel, El único que hace maravillas. Bendito
su nombre glorioso para siempre, Y toda la tierra se llena de su gloria. Amén y
Amén" (Sal 72:17-19). Durante esos días felices, no habrá más guerras y
"ni se adiestrarán más para la guerra* y no tendrán más ídolos (Isaías
2:4; Miqueas 4:3; Malaquías 1:11); mas podríamos citar bien otros pasajes aun,
que hacen sobresalir tal o cual trato de este reino glorioso. Isaías 1:1-10,
especialmente, nos da una descripción frecuentemente citada y siempre es con
felicidad.
Testimonio que subsistirá del
Juicio Pronunciado por Dios en el Edén
Añadimos esto que ya ha sido mencionado
por otros: En el seno de un también magnífico conjunto, un triple testimonio
subsistirá del juicio pronunciado por Dios sobre el hombre, sobre la tierra y
sobre la serpiente: Isaías 66:24; Ezequiel. 47:11; Isaías 65:25. Este triple
testimonio hará resaltar más la riqueza de bendición que será entonces
repartida por un Dios de gloria, que es también un Dios de gracia. Si, en
verdad, Él "dará la gracia y la gloria" a un pueblo que al fin ha
llegado a su "casa", después de haber atravesado "El valle de
lágrimas" (Baca), y "Pasado ante el Dios de Sion" (Salmos 84).
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