miércoles, 5 de agosto de 2015

Pensamiento

Antes que usted confiese sus faltas a Dios, él ya tiene conocimiento de ellas; pero el valor de la confesión consiste en que usted está de acuerdo con Dios, quien las condena. Entonces, el engaño ha desaparecido de su corazón.

El hombre de vestido teñido me llamó


El hombre de vestido teñido me llamó



El hombre de vestido teñido me llamó, 
Conocí Su voz, mi Señor crucificado;
No pude resistir cuando a sí mismo se mostró, 
Y obedecí, dejando todo a un lado.

Este mundo me expulsó una vez que hubo encontrado
Que en mi rebelde corazón estaba coronado
Aquél al que había rechazado, despreciado y asesinado, 
A quien Dios con poder maravilloso había para reinar resucitado.

Y así, mi Señor y yo estamos fuera del campamento,
Pero más dulce que cualquier lazo terrenal es su presencia.
Que una vez conté más grande que su llamamiento;
Estoy fuera para el mundo, pero de mi Señor no siento ausencia.

LO PASADO ¡AL CANASTO!

Una buena memoria es muy valiosa; revistas y libros de ayu­da personal están siempre sugiriendo métodos para mejorar nuestra memoria.
Pero ninguno ha propuesto jamás un método para aumentar el poder del olvido. Y esto sería también de mucho valor. Alguien debería llevar adelante el sistema por el cual aprendiéramos a ol­vidar cosas que debemos olvidar. Porque existen muchas cosas que debiéramos echar en el mar del olvido. Pecados pasados que fue­ron confesados y perdonados; acontecimientos del pasado que no podemos cambiar; errores pasados; daños que se nos han hecho; to­das las cosas que es necesario poner enteramente fuera de nuestros pensamientos.
A menudo oímos la frase: "Perdonaré pero no olvidaré nun­ca". Dios no perdona así; El olvida: "Yo, yo soy el que borró tus rebeliones por amor de mí; y no me acordaré de sus pecados", Is. 43:25. Muchas gentes, muchas naciones, han olvidado a Dios, pero lo único que Dios olvida para siempre es el pecado que ha si­do confesado y perdonado: "de la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros", Colosenses 3:13.
El verdadero perdón implica olvido de la injuria cualquiera que fuese. Tú nunca has sido tratado tan ruinmente como Dios lo ha sido, y a pesar de eso Él ha perdonado todos tus pecados, y nun­ca te los volverá a recordar.
¿Te resulta difícil perdonar menosprecios, insultos, errores? Sea que la gente te pida perdón o no lo haga, tú debes echar estas cosas de tu memoria, de lo contrario te carcomerán como un cáncer y te quitarán la victoria.
Los hay también aquellos que pierden la victoria por recordar los errores que ellos han cometido en perjuicio de otros. No es prudente tratar de olvidar los errores cometidos en desmedro de otros, hasta que no hayamos pedido perdón y tratado de reparar en lo po­sible el daño hecho.
Cuando Dios perdona, Él olvida, y sin embargo encontramos a veces creyentes que han desarrollado un complejo de culpabili­dad en sus mentes debido a que continúan recordando sus antiguos pecados o los de otros. Sepultan estos recuerdos y vuelven conti­nuamente al viejo sepulcro para desenterrarlos. Dios no procede así, ¿por qué tú entonces? ¿Estás honrando a Dios cuando vienes a Él repetidas veces pidiendo perdón por antiguos pecados que Él ya ha perdonado y olvidado? Es cierto que habrá siempre pesares y heridas causados por el pecado, pero cuando éste está perdonado, ponlo fuera de tu mente y sigue adelante para ser mejor en el futu­ro. Cristo le dijo a la mujer pecadora, "Vete y no peques más".
El recuerdo de errores pasados y antiguos pecados, puede impedirte la eficacia en el servicio del Maestro. El apóstol Pablo bien pudo quedar paralizado en su fructífero servicio, por la me­moria de su pasado — su ardor en perseguir a la iglesia y su inten­to de destruir la fe en el Señor Jesucristo. Pero Él dice: "Olvi­dando lo que queda atrás". Echó de sí la memoria de su errado pa­sado con el fin de "proseguir al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús" (Fil. 3:13,14).
Un gran editor dijo: "El verdadero secreto de editar es saber qué debe tirarse al canasto de papeles". Es bueno también saber qué debemos echar al canasto del olvido. Los recuerdos de peca­dos y errores pasados, de sentimientos heridos, real o imaginaria­mente, de pensamientos indignos, todo esto debe ser descartado. ¿Pero cómo puede hacerse? El verdadero olvido consiste en colo­car un pensamiento en lugar de otro. El Apóstol Pablo escribió en Filipenses 4:8: "Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, en esto pensad". Si hay cosas que deseas olvidar, pide a Dios mismo su ayuda. Llena tu mente con pensamientos acerca de Él.
Sí, la buena memoria es una posesión preciosa, pero de igual valor es la facultad de olvidar.
Copiado
Contendor por la fe, Enero-Febrero 145-146, 1975

Preparación Secreta para Servicio Público

Es muy instructivo notar la preparación en secreto, o sea el ejercicio de alma del profeta Elías antes de ser usado en servicio público para Dios Todos los siervos de Dios que han si lo usados en bendición a otros, han sido preparados y ejercitados primeramente en secreto con Dios. Los que han tenido un encuentro verdadero y un ejercicio profundo con Dios, son los que El usa más en servicio y testimonio. Por supuesto, ante todo, ha de ser un hombre que ha nacido de nuevo, un pecador regenerado.
El hombre que llega a ser un predicador sin tener una preparación de alma en proporción con el lugar que ocupa en público, sin duda fracasará tarde o temprano. Si el edificio excede a la medida del fundamento, el edificio tiene que temblar y finalmente caer.
El hermano que tiene un lugar público en el servicio de Dios, por fuerza tiene que estar mucho en comunión secreta con El. Si sus mensajes no vienen en poder a su propia alma serán meras teorías, sin vida y sin poder para los demás. Su oído tiene que estar abierto en el secreto con Dios antes de poder “hablar en sazón palabra al cansado” Is. 50:4.
El apóstol Pablo, hablando al joven Timoteo, dijo: “Ocúpate en leer... medita estas cosas; ocúpate en ellas; para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos” 1 Ti. 4.13-15. Será manifiesto a todos si te ocupas en las cosas de Dios y en meditar en su Palabra; asimismo será manifiesto si te ocupas más en las cosas del mundo.
“Bendito sea Dios... el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquiera angustia, con la consolación con que nosotros somos consolados de Dios” 2 Co. 1. 3,4. Lo mismo se puede decir de otras cosas además de la consolación; si el predicador o siervo de Dios ha sido el objeto de la disciplina de Dios y se sujeta a ella, puede después hablar con realidad y poder de la disciplina y ser usado en bendición. La disciplina de Dios puede ser enfermedad, persecución, aflicción, pobreza, etc. o alguna restricción impuesta por los ancianos. Si él es tentado pero resiste al diablo y vence la tentación, eso también le prepara para el servicio. Hay muchas otras experiencias en la vida que sirven para preparar al que esté ejercitado en ellas.
En 1 Reyes 17 leemos de la primera aparición de Elías en público, pero Santiago nos cuenta algo de su preparación y el Secreto de su éxito y poder. “Elías era hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros, y rogó con oración que no lloviese, y no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses” Stg 5.17. Así Santiago nos revela que Elías derramó su alma en oración en el retiro de las montañas de Galaad donde, sin duda, se entristeció al ver la condición lamentable del pueblo de Dios, después estaba fortificado y listo para tomar el lugar en servicio público que Dios le había preparado. Tuvo el honor de ser el instrumento en las manos de Dios para mostrar delante de una gran multitud que Baal era falso, y de manifestar el poder y la grandeza del Dios verdadero, 1 Reyes 18.
En nuestros días hay mucha esterilidad y pobreza espiritual; hay poco interés, y algunos oyentes escuchan, adormecidos, la verdad de la Palabra de Dios. Puesto que así es, ¿qué es el recurso del Siervo de Dios? ¡La oración! La oración con persistencia y ejercicio real y verdadero en la presencia de Dios es la solución para todo problema. Elías salió de la presencia de Dios bien armado de poder de lo alto para el encuentro con sus semejantes. Si tú, hermano, quieres tener poder y éxito en tu ministerio, haz como hacía Elías. “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas” Is. 40.31.
Si el Siervo de Dios se confía de sí mismo, de su habilidad, de su conocimiento, de su educación o su elocuencia, no buscará la presencia de Dios y su ayuda, fracasará. Primeramente debe darse cuenta de su propia inutilidad y necesidad, y eso le llevará a acudir presto a Dios. “No que seamos suficientes de nosotros mismos... sino que nuestra suficiencia es de Dios” 2 Co 3 5,6.
La repetición formal de unas cuantas frases no es oración. La oración es el clamor del alma que realza profundamente su inutilidad y pobreza y su dependencia de Dios. Dios usa la elocuencia, la educación, etc. cuando están sujetas y rendidas a Él, y también puede usar de igual manera a un siervo humilde y de poco conocimiento en las cosas de este mundo si él también está sumiso al Señor.
Hermano que estás puesto en el servicio para el Señor, ¿Te atreves a pararte ante una congregación, donde cada corazón tiene diferente necesidad espiritual, y está mirándote para recibir algún mensaje del Señor que consuele, corrija, o edifica según las diversas necesidades, sin haber estado tú delante del Señor para saber qué es lo que Dios tiene para aquellas almas? A la vez que es un gran privilegio servir al Señor, es también una grande responsabilidad. Ojalá que la realización de esto te fuerce a arrodillarte “para qué... seáis sinceros y sin ofensa para el día de Cristo" Fil. 1.10.
Una palabra más. El apóstol Pablo exhortó al obrero Timoteo de esta manera: “Sé ejemplo dé los fieles en PALABRA, en CONVERSACION, en CARIDAD, en ESPIRITU, en FE, en LIMPIEZA” 1 Ti. 4:12. Hermano predicador, ¿eres ejemplo a los fieles en palabra? ¿Podrían los cristianos imitar tu manera de hablar? ¿Eres ejemplo en tu conversación, o quiere decir, manera de vivir? ¿Es tu caridad tal que los demás querrán ser iguales? ¿Estás lleno del Espíritu y fervoroso en la obra del Señor de tal modo que incites a otros a serlo¿ ¿Tienes fe sin fluctuar para así poder ser ejemplo a los débiles en la fe? ¿Haces todo en limpieza y pureza de mente, palabra y hecho?
Pregúntate, estas cosas honesta y abierta-mente delante de Dios para exponer a El tu verdadero estado. “Así que, si alguno se limpiare de estas cosas, SERA VASO PARA HONRA, SANTIFICADO, Y UTIL PARA LOS USOS DEL SEÑOR, Y APAREJADO PARA TODA BUENA OBRA” 2 Ti. 2.21. La necesidad en la Iglesia de obreros y predicadores según el modelo divino es grande y profunda; tal vez Dios quiere usarte en más bendición. Deja los modelos y métodos complicados e infructuosos inventados por el hombre y busca la presencia de Dios, donde Él te puede hablar y aparejar para su servicio.
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro racional culto. Y no os conforméis a este siglo; más reformaos por la renovación de vuestro entendimiento, para que experimentéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” Ro. 12.1, 2.
 (Tr. y adaptado)
El Contendor por la Fe - Noviembre-Diciembre -1968

Cazador Y Pastor

Cuando Noé y su familia salieron del arca, a Noé le fue dada la responsabilidad de gobernar un mundo nuevo. El arco en la nube recordaba el pacto de Dios con la tierra, con “todo ser viviente... por siglos perpetuos” (Génesis 9:12), figura lejana de Aquel que había de venir, la luz del mundo, en quien sería manifestada en detalle, y mejor que los colores del arco, la infinita belleza y fidelidad de Dios.


En vez de tomar a pecho la gloria de Dios, Noé, pese a ser un hombre de fe, buscó su propia satisfacción y, entregán­dose a la corrupción, fue el motivo de la caída de su hijo menor. ¡Cuán solemne es pensar en esto! De hecho, Cam era plenamente responsable de sus actos; pero si su padre no se hubiera comportado de una manera tan lamentable, ¿hubiera caído la terrible maldición que pesa­ría sobre él y algunos de sus descendientes (Génesis 9:24-27)? ¡Cuán importante es, en la práctica, el andar de los creyentes a los ojos de la generación que le sucede!
El capítulo 10 de Génesis nos presenta a esos descen­dientes de Cam. Entre ellos se destaca Nimrod, cuyo nombre significa “rebelde”, quien fue “vigoroso cazador delante de Jehová” (v. 9).
¿Qué caracteriza a un cazador? Que busca su propia satisfacción, su propia gloria a expensas de su víctima. Precisamente lo opuesto del pastor, quien se preocupa por el bien de su rebaño. Nimrod fue poderoso y dominó. Eligió una llanura -no la montaña cerca de Dios- para levantar la gran ciudad de Babel. Con el objeto de hacerse un nombre, quiso edificar una ciudad de ladrillos y “una torre, cuya cúspide llegue al cielo”. Los ladrillos fabricados por la mano del hombre, resultado de su actividad, hacen un contraste sorprendente con las “piedras vivas” (1 Pedro 2:5) que serán edificadas sobre el único fundamento, fruto del trabajo del alma de Cristo y de su obra en la cruz.
Satisfacción personal, propia gloria, orgullo, dominio... ¿qué puede resultar de todo esto sino la confusión? (Géne­sis 11:9; Gálatas 5:15). He aquí el resultado de la actividad del cazador, rebelde a Dios, predominante sobre los hom­bres.
Sin embargo, Dios tenía otro pensamiento, otro designio; no un cazador, sino un pastor. Ya Abel, pastor de los tiem­pos antiguos, había llevado la única ofrenda que podía agradar a Dios. Y en la descendencia de Sem, ¡cuántos pastores hubo! Jacob se sacrificó por su rebaño; como responsable de las ovejas, se dedicó a ellas día y noche. Dijo a Labán: “De día me consumía el calor, y de noche la helada, y el sueño huía de mis ojos” (Génesis 31:38-40). Moisés apacentó el ganado en el desierto, y en la soledad fue formado como el hombre “manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Números 12:3), para conducir al pueblo de Dios, librarlo de la esclavitud y lle­varlo “hacia Dios”. David aprendió, con los corderos de su padre, los cuidados que éstos necesitaban; logró librarlos de la boca de las fieras (1 Samuel 17:34); y cuando llegó la hora, Dios pudo tomarlo “del redil, de detrás de las ove­jas, para que fuese príncipe” sobre su pueblo Israel (1 Cró­nicas 17:7). Después, también de la descendencia de Sem, vino Aquel que pudo decir verdaderamente: “Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor su vida da por las ove­jas...” (Juan 10:11). Un pastor reúne, protege y nutre a su rebaño (compárese con Efesios 5:29), exactamente lo contrario del cazador, quien destruye para elevarse.
¿A cuál de los dos nos parecemos? Sin duda, el cazador Nimrod carecía de fe. Él es un tipo del Anticristo quien, más tarde, se levantará contra todo lo que es divino o que es objeto de veneración. Pero, ¿con qué frecuencia, la car­ne, la vieja naturaleza puede producir sus malos efectos, incluso en los verdaderos hijos de Dios? Basta con mirar a nuestro alrededor, pero mejor en nosotros mismos, para discernir esos rasgos, más o menos marcados, del caza­dor o del pastor. El carácter se forma en la juventud; el poder del Espíritu de Dios en el creyente puede transfor­marlo completamente y hacer prácticamente un pastor de un cazador. Pero, si no velamos, el espíritu de dominación puede volver a manifestarse, a menudo a expensas de los demás. “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29, compárese Santiago 3:13).
Es comprensible que un joven creyente no sea llamado para apacentar el rebaño del Señor, así como tampoco David debía reinar sobre Israel antes de que Dios lo llama­ra. No obstante, en su juventud, sin perder nada de su energía y valentía, David aprendió en su retiro a “apacen­tar las ovejas de su padre en Belén” (1 Samuel 17:15). Fue en esos primeros años cuando su carácter se formó, para llevar a cabo la tarea que debía realizar más tarde.
En los años juveniles, cuidémonos de las tendencias que se forman y se acentúan con los años. Más tarde, si el Señor no viene antes y lo juzga bueno, podremos ser de los que buscan el bien de las almas preciadas para su corazón, que proporcionan consuelo y alimento espiritual, de los que con Él reúnen, y no de los que desparraman.

La Adopción

1) DEFINICION
El diccionario dice: adopción es recibir como hijo, con las formalidades legales, al que no lo es naturalmente. Por lo tanto se refiere a una persona ajena a la familia que se incorpora en una nueva relación, como un hijo en ella.
La adopción que enseña el Nuevo Testamen­to tiene características muy diferentes.
Expresa un acto divino mediante el cual, una persona es recibida en su posición de hijo responsable para vivir plenamente su vida espiritual.
Para ello, debió nacer de nuevo por obra del Espíritu (Jn. 3:5). Es adoptada en ese momento espiritual y aceptada por el Padre como un hijo adulto. Todos los que creen en el Señor Jesu­cristo son hechos hijos de Dios (Jn. 1:12). El ser regenerado no pasa por etapas como la niñez, o la adolescencia. Desde su nacimiento espiritual es un hijo adulto.
Desde el nuevo nacimiento el creyente hace voluntariamente lo que antes debió realizar por temor al ayo, esto es la ley (Gal 3:24,26).
La adopción es una bendición que constituye la nueva relación con y hacia Dios. En el presente se recibe la adopción de hijo y, en el futuro, esta se completará con la redención del cuerpo (Rom. 8:23).

2) LA POSICION DE HIJOS DE DIOS.
La relación que Adán tenía con Dios antes de pecar se modificó con la caída.
El pecado produjo un cambio sustancial y, en conclusión, no existe la paternidad universal de Dios y no todos los hombres son hijos de Dios.
El Señor les dijo a los judíos: "vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer" (Jn. 8:42,44). Para ser hijo de Dios es necesario ser redimido por Cristo Jesús.
La nueva posición es el resultado del cambio de naturaleza por la regeneración y el estado de paz con Dios por la justificación.
Todos los seres humanos tienen la posibili­dad de ser hijos de Dios, y El desea que todos lleguen a serlo. Pero, para que se cumpla este anhelo del Eterno, cada persona debe arre­pentirse de sus pecados y creer en el Salvador. Esto es por gracia, por medio de la fe; es don de Dios, no por obras para que nadie se gloríe (Ef. 2:8,10).
La nueva posición de hijo establece una re­lación diferente con Dios. Esto implica que los hijos poseen rasgos morales y espirituales similares a los de su Padre: "sed pues imitadores de Dios como hijos amados, y andad en amor, como también Cristo nos amó". "En otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz" (Ef. 5:1,8).
Además, la Palabra nos enseña una verdad gloriosa que ninguna persona o medio humano podría conceder. Solo la voluntad de Dios pro­duce este milagro. "Cuando vino el cumplimien­to del tiempo, Dios envió a su Hijo" "a fin de que recibiésemos la adopción de hijos, y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! (Gal. 4:4,6).
Esta es una experiencia subjetiva, personal. Este clamor significa la comprensión de la nueva posición, y la obra del Espíritu en nosotros produce un sentimiento filial genuino. Dios no es un ser distante y terrible, sino, un amoroso Padre que comprende y ayuda a sus hijos.

3) LOS PRIVILEGIOS DE LOS HIJOS DE DIOS
La Palabra nos instruye sobre los privilegios que tienen los hijos de Dios, y que detallamos:
a) ENTRADA A LA PRESENCIA DE DIOS
No se recibe el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor sino el espíritu de adopción para clamar ¡Abba, Padre!, y el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (Rom. 8:15, 16).
En Gálatas el clamor es del Espíritu y, en romanos "clamamos" nosotros. En esta unidad y clamor conjunto, el creyente revestido de la justicia del Hijo de Dios y hecho agradable al Padre por los méritos del Amado, goza de un acceso, sin tutelas, para adorar en espíritu y en verdad, recibiendo nuevas fuerzas para una filial obediencia. El Espíritu nos inspira la confianza necesaria para invocar a Dios en todas las cir­cunstancias de la vida.
El Salvador resucitado, después de comple­tar su obra, resalta la posición admirable de los hijos de Dios, cuando le dijo a María "ve a mis hermanos, y diles: subo a mi Padre y a vuestro padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Jn. 20:17).
El, "Gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos" que" se compadece de nuestras debili­dades" nos garantiza que podemos acercarnos" confiadamente al trono de la gracia, para alcan­zar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro."(Heb. 4:14,16)
b) GOZAR DEL ESPIRITU DE SU HIJO
Cuando el Señor les dijo a los suyos "voy, pues, a preparar lugar para vosotros" (Jn.14:2) también les prometió: y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre" y "estará en vosotros" (Jn. 14:16,17).
El Parakletos es uno llamado al lado de otro para ayudarlo. Consuela y fortalece, guía e ilumina a los adoptados. Les recuerda perma­nentemente la relación con el Padre, a fin de que ellos, se apropien por la fe de todas las promesas, y se afirmen en las evidencias de la adopción.
En esas maravillosas promesas les dice: "Mi­rad cual amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios" (1 Jn. 3:1).
c)  SON LLAMADOS POR CRISTO HERMANOS
Toda la metamorfosis de la adopción neo testamentaria es por medio del Señor y, la paternidad de Dios es inseparable de la fraternidad con su Hijo.
La Palabra enseña "el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarnos hermanos "anunciaré a mis hermanos tu nombre" (Heb. 2:11,13).
Otra vez señala: "por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote" (Heb. 2:17).
Es el Hijo Eterno que hecho "un poco menor que los ángeles" comparte las flaquezas de sus hermanos para quebrantar la potencia de Satanás, expiar sus pecados, siendo poderoso para so­correr a los que son tentados. (Heb.2:9, 18)
d) TIENEN LA PROTECCION DEL PADRE
El bondadoso Padre tiene todas las cosas bajo su dominio, por tanto, "sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas le ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados". (Rom.8:28)
Por lo cual, escribe el Apóstol," estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor Nuestro. (Rom. 8:37, 39)
e)  RECIBEN LA DISCIPLINA PATERNAL
El Padre hace todas las cosas bien, por esto, el castigo forma parte de la escuela divina, y disciplina a sus hijos para provecho a fin de que ellos participen en su santidad. (Heb. 12:10)
Ella tiene como objetivo un beneficio espiri­tual. No se debe olvidar la exhortación que como a hijos dirige: "hijo mío no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayéis cuando eres reprendido por El, porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo". (Heb. 12:5, 6).
f)  DECLARADOS HEREDEROS
En la Palabra de Dios leemos enfáticamente: "Y si hijos, también herederos,- herederos de Dios y coherederos con Cristo: si empero padece­mos juntamente con El, para que juntamente con El seamos glorificados" (Rom. 8:17)
Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el cual según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vo­sotros," (1Ped. 1:3,4)
¿Qué más? No alcanzará el tiempo nuestro en la tierra para apreciar todo el significado de la adopción. Se necesitará la eternidad para com­prender, comprobar y gozar de este último pri­vilegio de la adopción, mientras contemplamos las glorias del Amado hijo. A Él sea la honra y el honor por los siglos de los siglos. Amén.
Campo Misionero, diciembre 1991.

Meditación.

“Entonces Saúl le juró por Jehová, diciendo: Vive Jehová, que ningún mal te vendrá por esto” (1 Samuel 28:10).


En los primeros años de su reinado, Saúl había decretado que todos los adivinos y espiritistas debían ser cortados de la tierra. Pero más tarde las cosas fueron de mal en peor en su vida personal y pública. Después de la muerte de Samuel, los filisteos se concentraron contra el ejército de Saúl en Gilboa. Cuando ya no recibió palabra del Señor, consultó a una adivina de Endor quien le recordó con temor que él había ordenado matar a todos los adivinos de la tierra. Fue entonces que Saúl la tranquilizó diciéndole: “Vive Jehová, que ningún mal te vendrá por esto” (1 Samuel 28:10).
La lección es clara: la gente tiende a obedecer al Señor solamente cuando le conviene. Cuando ya no le viene bien siempre inventa historias para hacer lo que quiere.
¿Dije “la gente”? Quizás debí decir “nosotros”. Todos nosotros tendemos a evadir las Escrituras, torcerlas o a encontrar interpretaciones “convincentes” cuan-do no queremos obedecer.
Por ejemplo, hay algunas instrucciones evidentes tocantes al papel de la mujer en la iglesia. Pero éstas parecen entrar en conflicto con el movimiento feminista actual.
¿Y qué hacemos? Decimos que esos mandamientos estaban basados en la cultura de aquellos días y no se aplican a nosotros hoy. Naturalmente, una vez que admitimos ese principio, podemos deshacernos de casi todo el contenido de la Biblia.
Algunas veces nos encontramos con algunas declaraciones firmes del Señor Jesús respecto a los términos del discipulado. Si sentimos que demandan demasiado de nosotros, que vamos a tener que cambiar algo en nuestras vidas que nos va a costar, decimos: “Jesús no quería decir que debemos hacerlo, sino solamente que deberíamos estar dispuestos a hacerlo”. Nos engañamos pensando que estamos dispuestos, cuando no tenemos ninguna intención de hacerlo.
Podemos ser muy firmes demandando que los ofensores sean disciplinados de acuerdo a las austeras demandas de la Palabra, pero cuando el ofensor resulta ser nuestro pariente o amigo, insistimos en que las demandas se aflojen o se pasen por alto por completo.
Otra trampa en la que caemos es la de clasificar los mandamientos de la Escritura como “importantes” o “no importantes”. Aquellos en la categoría de “no importantes” pueden dejarse de lado, o al menos eso es lo que nos decimos a nosotros mismos.

Lo que realmente estamos haciendo con todos estos falsos razonamientos, es luchar con las Escrituras para nuestra propia destrucción. Dios desea que obedezcamos a Su Palabra, si nos viene bien o no. ése es el camino a la bendición.

Estudios sobre el libro del profeta MALAQUIAS (Parte II)

CAPÍTULOS 1 y 2:1-9
EL AMOR DE DIOS HACIA SU PUEBLO
«La palabra de Jehová a Israel, por medio de Malaquías» (v. 1, RVA 1989). Aunque Malaquías profetizaba en medio de los débiles restos de Judá y Benjamín, vueltos del cautiverio, abarca en su pensamiento a Israel, es decir, al conjunto del pueblo. En eso difiere de Zacarías, quien considera tan sólo a Judá y Jerusalén. El estado moral que Malaquías va a describir comprende, pues, a la nación como un todo, y el juicio que debe alcanzarla será general; de igual manera la primera venida del Mesías abarca, en su alcance, a todo el pueblo (Lucas 1:54; 2:10, 25, 32).
«Yo os he amado, dice Jehová; y dijisteis: ¿En qué nos amaste? ¿No era Esaú hermano de Jacob? dice Jehová. Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí» (v. 2). «Yo os he amado»: ¡qué frase más conmovedora! Por ella comienza Dios; ella es el origen de todas sus relaciones con los hombres, de todos sus designios para con su pueblo. Desde la eternidad, las delicias de la Sabiduría son con los hijos de los hombres (Proverbios 8:31); y, en cuanto a Israel, Dios le había probado su amor desde el principio, primeramente por su elección de gracia: «Amé a Jacob». Seguidamente Jehová había librado a Israel de Egipto, lo había tomado sobre alas de águila para traerlo a Sí; lo había conducido por medio de la nube en el desierto para introducirlo finalmente en el país de la promesa. Y cuando sus juicios, prueba de su infalible carácter de justicia y santidad, habían tenido que caer sobre este pueblo infiel, el amor de Dios ¿no había terminado por restaurarlo y hacerlo subir a su tierra? ¿Podía Israel dudar un instante de un amor que de tantas maneras se había manifestado a su favor?
Esta misma frase la pronuncia Dios aun hoy. La cristiandad, a pesar de su rápida marcha hacia la apostasía final, puede oírla diariamente: «Yo os he amado, dice Jehová». ¿La cruz de Cristo no es la prueba incontestable de este amor?

Se podría pensar, sin duda, que esta frase encontraría eco en el emocionado corazón del pueblo, conmovido por semejante gracia inmerecida... pero escuche usted lo que ese pueblo contesta: « ¿En qué nos amaste?».
¿Se puede concebir semejante endurecimiento? Ese pueblo, después de haber hecho, durante muchos años, la amarga experiencia de las consecuencias de su infidelidad, ahora, en el momento mismo en que los inmerecidos designios de gracia se reanudan a su respecto, tiene la audacia de decir: «¿En qué nos amaste?». Ellos no conocen al Dios con el que tienen relación y ni aun se conocen mejor a sí mismos. No saben que Dios no cambia nunca y que, si sus juicios son inmutables, su amor es tan inmutable como su justicia. Tal es el primer carácter de este pueblo.
¿Acaso el estado de la cristiandad difiere en algo? A veces Dios sacude al mundo por medio de terremotos e inundaciones catastróficos. Aquellos que dicen creer en Dios, en vez de arrepentirse se preguntan: ¿Dónde está su amor? Y, sin embargo, los pasados y actuales juicios de Dios, si bien prueban su horror por el mal, tienen como propósito atraer las almas hacia él y probarles que, a pesar de sus pecados, se interesa por ellas y busca su bien. Su amor hacia ellas no ha cambiado, porque sigue estando establecido una vez para siempre en la cruz de Cristo y, por sus juicios, Dios querría conmover las conciencias y dirigir los ojos, como antiguamente los de los israelitas hacia la serpiente de bronce (Números 21:8), hoy hacia el único medio de salvación. Hay, sin duda, un justo gobierno de Dios en el mundo, y hace falta que el hombre lo comprenda y lo experimente para aprender que su único recurso está en el inmutable amor de Dios.
En vez de eso, los pecadores encuentran, en estos justos juicios, una ocasión para poner en duda el carácter de Aquel que les llama. Nada conmueve al corazón del hombre; éste no considera que tan sólo merece el juicio y, en vez de recurrir a la gracia, dice como el siervo malo: «Te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste, y recoges donde no esparciste» (Mateo 25:24).

« ¿En qué nos amaste?».
Tal como en el caso de Israel, el primer rasgo de la cristiandad profesante es, pues, la indiferencia por el amor de Dios y, aún más, la ignorancia acerca del carácter de Dios y del propio carácter de ella.
A esta pregunta insolente: «¿En qué nos amaste?», Jehová contesta recordándoles sus orígenes: «¿No era Esaú hermano de Jacob? dice Jehová. Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí» (v. 2). ¿En qué, pues, se basaba la elección de Jacob? Cuando Jehová dijo: «El mayor servirá al menor» (Génesis 25:23), ¿qué es lo que determinó su elección? Ninguno de estos dos hermanos había hecho, hasta ese momento, algo bueno o malo; lo que establecía diferencia entre ellos era el determinado propósito, la libre disposición de Dios, según la elección de gracia (Romanos 9). Y ¿por qué dice ahora: «Amé a Jacob»? ¿Acaso hubo algo en la conducta de Jacob que lo hiciese amable? Por cierto que el carácter de Jacob no tiene nada de atrayente para nosotros, y cuánto menos para Dios, pues nunca hubo hombre con una fe más mezclada con engaño. ¿Acaso fueron las obras de Jacob las que, a pesar de su carácter, atrajeron el amor de Dios? En absoluto. Hay pocos patriarcas que hayan tenido una vida más pobre en buenas obras; y Malaquías va a mostrarnos lo que eran las obras de sus descendientes. ¿De dónde provenía, pues, este amor de Jehová hacia un hombre y luego por un pueblo tan miserables? Provenía de la necesidad del corazón de Dios de darse a conocer, de mostrar a los pecadores lo que él es. Israel se había aprovechado del hecho de que Dios quisiera revelarse a sí mismo es decir, su naturaleza y su corazón a unos miserables seres como nosotros. Pero Jehová añade: «Y a Esaú aborrecí». ¿Acaso había injusticia y parcialidad en Dios por haberle odiado? De ninguna manera. La libre elección del Dios soberano no es odio. En el Génesis encontramos esta elección: «El mayor servirá al menor» (Génesis 25:23), pero no vemos su odio hacia Esaú. Dios no pronuncia allí un juicio sobre éste; tenemos que llegar hasta Malaquías, el último libro profético del Antiguo Testamento, para saberlo. El odio de Dios contra Esaú no es más que el resultado de la conducta de Esaú. Jehová le había acordado, al igual que a su descendencia, unos 1.400 años para que probara por sus obras si era digno de ser amado por él; pero Edom se había mostrado en toda ocasión como el juramentado enemigo de Dios y de su pueblo, y finalmente había colmado la medida de sus iniquidades por su conducta con respecto a Jerusalén y sus hermanos en el día de la calamidad de éstos (Abdías 10-14). Por eso Dios hace de él, basándose en sus obras, ejemplo de un juicio sin misericordia; según dice Malaquías, Edom es «pueblo contra el cual Jehová está indignado para siempre» (1:3-5); y según el profeta Abdías, él «será cortado para siempre», el único pueblo del cual «ni aun resto quedará» (Abdías 10, 18). Después de haber establecido estos dos principios (por un lado su amor y su elección de gracia, y por otro su justicia y su santidad que no pueden dejar el mal sin castigo), Dios pasa a la condición actual de este pueblo al que había amado. ¿Israel había mostrado ser digno de tanto amor, o más bien había merecido caer bajo el juicio? Esto es lo que van a mostrarnos los capítulos 1:6­14 y 2:1-17.
La única diferencia a favor de Israel, comparado con Edom, es que habrá en aquel pueblo un remanente, unos salvados según la elección de gracia. Este remanente mostrará de qué manera Dios sabe conciliar su odio por el pecado y su amor por el pecador. Y, lo sabemos, la cruz de Cristo es el único lugar en el cual la justicia de Dios se manifiesta, justificando al pecador en vez de condenarle.
Volvamos ahora a la profecía y examinemos, en primer lugar, el estado moral de Israel, poseedor de tantos privilegios.

Todo este pasaje (1:6-14-2:1-9) describe la condición del sacerdocio y luego la del pueblo (2:10-17). El sacerdote era a la vez el mediador entre Dios y la nación y el representante de la nación ante Dios; pero aquí tiene más bien el carácter de aquel que rinde culto a Dios. Si el pueblo hubiese escuchado atentamente la voz de Jehová, todo él habría sido un «reino de sacerdotes y gente santa» (Éxodo 19:6). Pero, entregado a su responsabilidad al pie del Sinaí, Israel, desde su primer acto de hacer el becerro de oro— perdió todo derecho a cumplir aquella función. Dios, después de hacer largos ensayos de su paciencia hacia su pueblo, para ver si éste podía reconquistar, mediante su conducta, los privilegios que había perdido, sus-citó un nuevo sacerdocio universal al apartar a su Iglesia. Ésta ¿se ha mostrado digna del sacerdocio que le fue confiado? La historia de la cristiandad profesante responde negativamente a esta pregunta, aunque ella pretenda estar en relaciones con Dios para el culto. Tiene el nombre de «culto» en sus labios, pero ha olvidado totalmente el significado de ese servicio. Aun los creyentes que hay en medio de ella dan prueba de semejante ignorancia. Claro que todos son, de hecho, sacerdotes a los ojos de Dios, pero ya no cumplen sus funciones. Israel, pues, no es el único ejemplo de ignorancia en cuanto al homenaje que Dios tiene derecho a esperar de su pueblo.

Honor al padre y temor al señor
«El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre» (v. 6).
Aunque las relaciones de familia, de las que nos habla este pasaje, iban debilitándose entonces —como sucede hoy con los progresos de la apostasía—, todavía se admitía que el hijo debía honrar a su padre y que el servidor debía temer a su señor. Pues bien, Dios era padre y señor a la vez, y los sacer-dotes menospreciaban su nombre; pero decían: « ¿En qué hemos menospreciado tu nombre?». Dios les contesta: «En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y dijisteis: ¿En qué te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa de Jehová es despreciable» (v. 7). Su pregunta denotaba esa ignorancia de la que hemos hablado: ignorancia del carácter de Dios, de lo que le es debido y de la culpabilidad de sus propios actos.
Apliquemos estas palabras a lo que pasa en la cristiandad profesante, la que pretende rendir culto a Dios, acercarse a su Mesa, tomar parte en el memorial del sacrificio de Cristo... ¿Qué es lo que lleva allí? ¿Pureza o mancha? Los que se presentan allí ¿son santos purificados de sus iniquidades o, en cambio, seres cargados con sus pecados? Y unos dicen: ¿En qué hemos despreciado tu nombre, o te hemos profanado? ¿Hemos procedido mal en eso? ¿No hemos cumplido con toda puntualidad nuestros deberes religiosos? «En que pensáis» —responde Jehová— «que la mesa de Jehová es despreciable». Tal vez esas palabras no estén en sus labios, pero sí en sus actos, los que muestran cómo estiman a Jehová y su Mesa. «Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? dice Jehová de los ejércitos» (v. 8). ¿Qué da a Dios el hombre religioso de todos los tiempos? ¿Y qué hace por él? Cumple en público actos que le hacen honorable a los ojos de los demás hombres. El fariseísmo, sea judío o cristiano, no tiene otro móvil. Sus obras caritativas hacen hablar de él entre los hombres; pero, en lo secreto, ¿qué puede ofrecer a un Dios a quien no conoce, sino «un animal enfermo»?
¿Qué haremos, pues, para ser agradables a Dios? exclamarán esos mismos hombres. Helo aquí: «Ahora, pues, orad por el favor de Dios, para que tenga piedad de nosotros. Pero ¿cómo podéis agradarle, si hacéis estas cosas? dice Jehová de los ejércitos» (v. 9). Arrepentíos; dejad vuestros caminos; implorad a Dios; apelad a su gracia. Es éste vuestro único recurso, el único medio con que podéis contar para recibir los favores de Dios. No podéis hacer buenas obras, y vuestra conducta lo prueba; las mejores a vuestros ojos no son para Dios más que obras muertas de las que vuestra conciencia tiene que ser purificada (Hebreos 9:14).
« ¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi altar de balde? Yo no tengo complacencia en vosotros, dice Jehová de los ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda» (v. 10). Aquí encontramos otro carácter moral del sacerdocio adulterado: el interés que dirige al hombre cuando pretende servir a Dios. No puede hacer otra cosa, porque no conoce a Dios. Por eso Dios pronuncia el juicio más completo sobre esta profesión sin vida y declara que no hay ningún vínculo moral entre ella y él: «Yo no tengo complacencia en vosotros... ni de vuestra mano aceptaré ofrenda».

Dios se volverá hacia las naciones
«Porque desde donde el sol nace hasta donde se pone, es grande mi nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia, porque grande es mi nombre entre las naciones, dice Jehová de los ejércitos» (v. 11).
El profeta declara aquí que Dios se volverá hacia las naciones. Es, en efecto, lo que ocurrió. Jehová abandonó a su pueblo al juicio, y el Evangelio fue anunciado a los gentiles. Una gran multitud de ellos se convirtió para servir al Dios vivo y verdadero y puso su esperanza en Cristo. Esta palabra del profeta, pues, puede aplicarse inmediatamente a la bendición de los gentiles por la fe cristiana, pero ella va más lejos: el Espíritu lleva nuestros pensamientos hacia un tiempo todavía futuro, cuando una ofrenda pura será presentada por las naciones al Dios de Israel. Este hecho que llena la profecía del Antiguo Testamento sólo tendrá lugar después del juicio definitivo ejecutado sobre el pueblo rebelde y sus opresores. Entonces una muchedumbre innumerable de gentiles estará delante del trono en presencia del Cordero (Apocalipsis 7), y en todo lugar —no solamente en el templo de Jerusalén— se quemará incienso al gran nombre de Jehová.
«Y vosotros lo habéis profanado cuando decís: Inmunda es la mesa de Jehová, y cuando decís que su alimento es despreciable. Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto!» (v. 12, 13). Dios veía lo que había en el fondo del corazón de los sacerdotes de Israel. La cristiandad profesante ofrece el mismo espectáculo. El gozo de la presencia de Dios, la comunión con él, la apreciación del sacrificio de Cristo le son cosas desconocidas y tan sólo hacen salir de sus labios una expresión: «¡Qué fastidio es esto!». ¿Puede ella comprender la felicidad que encuentran los creyentes en la comunión con el Padre y con el Hijo? ¿Puede encontrar sus delicias en la Palabra, de la cual únicamente el Espíritu Santo da la inteligencia?
«Y me despreciáis, dice Jehová de los ejércitos». La revelación de Dios y de Cristo es para el hombre un polvo molesto al que procura quitárselo de encima; no significa nada para su corazón y su conciencia, porque no tiene corazón ni conciencia para Dios. El mundo estima que las distracciones y los placeres son preferibles al verdadero culto. ¿Puede el Señor aceptar sacrificios ofrecidos en tales condiciones? Aun en lo que se llamaba «un voto» —es decir, un servicio voluntario sacrificaban «lo dañado», la apariencia del celo les bastaba (v. 14).

Doctrina: El pecado. (Parte IX)

IX.         EL PECADO EN EL CRISTIANO (continuación)
Disciplina.
Cuando un hijo nuestro hace algo que nos ofende, lo disciplinamos, por el amor que le tenemos; y precisamente porque le amamos, la disciplina es necesaria y no debe quedar sin castigo. Si no fuera nuestro hijo, lo dejaríamos pasar, pero como es nuestro hijo, la falta debe ser corregida. A  veces, es un simple llamado de atención y en otras la disciplina es mucho más fuerte y dolorosa. Dios es soberano y nos aplica el castigo de acuerdo a lo que quiere lograr en nuestras vidas. Nada es en vano, siempre es con un fin que nos será de provecho.
Si pecamos y quedamos sin disciplina, tenemos que analizar nuestra vida de creyentes en el Señor Jesucristo, porque si nos “deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos” (Hebreos 12:8); y si estamos en esta condición, podemos arrepentirnos y convertimos al Señor Jesucristo.
Si somos disciplinados, es porque somos hijos y un padre que ama a su hijo, le disciplina (Hebreos 12:7), porque quiere enseñarle lo que es correcto.  Por tanto, toda disciplina implica enseñanza; y entendemos que algunas no nos agraden, porque implica esfuerzo y sufrimiento. Véase el caso de los deportistas, que están muchas horas bajo un constante entrenamiento; véase el caso de un concertista que pasa muchas horas practicando con el instrumento en el cual es maestro; o el escritor que pasa largas horas estudiando para entregar  un texto fidedigno. Todos estos casos y muchos hablan de disciplina.
Podemos ejemplificar la disciplina, también, de la siguiente manera.  Si un hombre padece de gota, sabe que no puede comer ciertos alimentos, en especial, las carnes rojas.  Si participamos de un rico plato que consta de un bistec grande y jugoso acompañado de otras delicias, de seguro que se nos hace agua la boca. Se comerá con agrado, sintiendo el placer en las papilas gustativas. Terminaremos agradeciendo a nuestro proveedor.  Pero en algún tiempo después, el dolor será intenso, porque el organismo acumuló gran cantidad de ácido úrico y los dolores empezaron atenazarle en forma inmediata.  Si nuestro hombre, que sabía que no debía comer carne,  no se hubiese  guiado por sus sentidos para comer algo que antes le satisfacía y le daba placer,  y que ahora le hace sufrir, ni siquiera lo hubiese probado, recriminándose por no haber seguido al pie de la letra la receta del doctor. Pero la concupiscencia, ese deseo interno, ese “viejo hombre”, la carne pecadora, lo llevó a probar una vez más aquello que le gustaba tanto.  “Un poquito no te hará mal”, le decía el “viejo hombre”.  Si  bien es cierto que se ha arrepentido de su pecado, las consecuencias siguen por un buen tiempo.  Lo que un hombre correctamente disciplinado haría sería: dar las gracias a quien amablemente le ofrece esa delicia al paladar y no lo probaría, porque sabe que le hace mal.
Del mismo modo el creyente sabe que todo pecado le hace mal y aun así voluntariamente peca.  La carne le lleva a hacer las cosas que antes le eran agradables, y el mundo le ofrece otro tanto. Usando palabras de la biblia, el viejo hombre hace desear al nuevo hombre “los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos (Números 11:5). Recordemos que el pecado está a la puerta, y sólo basta que le dejemos entrar para que anide en nosotros y nos deje sin comunión con Dios.
“Todo acto trae consecuencias” dice un aforismo. Las consecuencias de esos actos pecaminosos pueden durar toda la vida. ¡Cuántos hombres creyentes que por no controlar su lascivia, tiene que afrontar las consecuencias de enfermedades del tipo E.T.S.!
Dios odia el pecado porque atenta su Santidad, y su Justicia no queda satisfecha hasta que juzga el pecado y lo condena; y nadie, incluso su Hijo, ha quedado sin el juicio que corresponde a causa de este mal. Si somos hijos de Dios,  como ya se ha dicho, nos disciplinará. Recordemos como juzgó y disciplinó a Adán, Eva y la serpiente (Génesis 3:14-24).  Vemos el juicio a Caín después de asesinar a su hermano Abel (Génesis 4:9-16). El juicio a la humanidad pecadora en el tiempo de Noé (Génesis 6:1-7:24). El juicio a los hombres cuando construían la torre (Génesis 11:1-9).  El juicio a las pecaminosas ciudades de Sodoma y Gomorra (Génesis 19:24-25). El juicio a la nación de Israel cuando se apartaban para seguir a dioses extraños contraviniendo el primer y segundo mandamiento de la ley dada en el Sinaí (Éxodo 14:2-5). A Saúl por no haber dado cumplimiento al mandamiento expreso de raer a Amalec (1 Samuel 15:22-23).  A David por haber entrado en una relación adúltera con la mujer de uno de sus mejores soldados. Dios también ha disciplinado  fuertemente a la Iglesia. Solo debemos remontarnos a unos pocos capítulos del libro de Hechos para ver la primera disciplina aplicada por Dios en forma drástica: Ananías y Safira tuvieron que morir por causa de su pecado (Hechos 5:3). En la carta a los corintios se ve reflejado una vida cristiana liviana y  que se camina como lo se esperaba de ellos en la Iglesia, muchos enfermaron y otros murieron (1 Corintios 11:30). Y en un futuro cercano la disciplina a toda la humanidad cuando la iglesia sea arrebatada y el Señor vuelva en gloria (vea el libro de Apocalipsis).
Por lo cual, ni siquiera pensemos que podremos escapar a la disciplina de un Padre tan celoso de sus hijos, si ni siquiera aquellos que no lo eran escaparon. 
Habiendo pecado un hijo de Dios, la comunión queda interrumpida. Esa unión perfecta que debe existir entre el Padre y el hijo queda dañada y necesariamente debe ser reestablecida.
Sin embargo,  no  podemos sentirnos desalentados, ya que en el trono mismo de Dios tenemos a alguien que intercede por nosotros.

Nuestro Paracleto.

 En 1a Juan  2:1 dice: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”.  El término traducido por “abogado” en este versículo viene de la palabra griega “parakleto” y da la idea de alguien que intercede, defiende, aboga, es decir: “uno que toma la causa de otros”. Por esta razón, cuando nuestro arrepentimiento es sincero,  estamos seguros que el Señor Jesucristo aboga por nosotros ante el Padre para que nuestra comunión con el Padre vuelva a ser restablecida como si nada hubiese pasado.
(Veremos más de este tema cuando analicemos la doctrina acerca de Cristo”).

EL REINO DE MIL AÑOS (Parte III)

El Reinado.
Reino celestial y Reino terrenal
         Este tendrá durante este período, dos esferas de bendición: el Reino del Hijo del Hombre y el Reino del Padre (Mateo 13:41-43). El Reino celestial, donde se encuentra Cristo y los santos celestiales, es más particularmente en relación con el Padre; el Reino terrenal, donde los Judíos y Gentiles serán los temas del Rey, es más en relación con el Hijo del Hombre. La Iglesia será donde se asienta la administración del Reino celestial, Jerusalén el centro del gobierno del Hijo. "En aquel tiempo llamarán a Jerusalén: Trono de Jehová, y todas las naciones vendrán a ella en el nombre de Jehová en Jerusalén; ni andarán más tras la dureza de su malvado corazón" (Jeremías 3:17). Es a ella que se dirigen las palabras de Isaías: "Levante, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová a nacido sobre ti... Entonces veras, y resplandecerás; se maravillará y ensanchará tu corazón... Jehová será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria” (Isaías 60:1, 5,19 - y necesitaríamos leer todo este capítulo pues no lo podemos citar entero). Ezequiel termina su libro con estas palabras: "Y el nombre de la ciudad, desde aquel día en adelante, será Jehová Samma" (Jehová está allí) (48:35). - El templo será reedificado, según las indicaciones dadas en el capítulo 40 y siguiente de Ezequiel y "Y la gloria de Jehová" entrando en la casa será el signo de la toma de posesión de la morada por Jehová (43:4).
         La Iglesia es vista como “Santa ciudad” - los materiales que la componen son de personas, las “Piedras vivas" que, en la dispensación (Gr. Oikonomía) presente, forman la "casa espiritual" de Dios (1ª Pedro 2:4-5) - Jerusalén celestial, "la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios” (Apocalipsis 21:10). Los versos 9 al 17 de Apocalipsis 21 describen su aspecto exterior, los versos 18 al 23 muestran su naturaleza y su carácter, mientras que después del verso 24 hasta el verso 5 del capítulo 22 son puestas ante nosotros las bendiciones que serán dispensadas por medio de la Iglesia, todas a la vez "Santa ciudad" y "Esposa, mujer del Cordero”. Gozando de la relación más dulce y la más íntima con el Cordero, ella ejercerá un precioso servicio hacia el mundo y eso, de tal manera que los instrumentos, en alguna manera, desaparecerán para que toda la gloria sea dada a Cristo y solo a ÉL Ella mantendrá una santidad perfecta y será la expresión perfecta del amor (Apocalipsis 21:27; 22:2). El "Río de agua de vida" correrá en abundancia, "Saliendo del trono de Dios y del cordero"; sus aguas no podrán ser alteradas: el río es "Resplandeciente como el cristal". El árbol de la vida estará "En medio de la calle de la ciudad} y a uno y otro lado del río" con sus frutos y sus hojas (22:1-2). En el paraíso terrestre, había dos árboles: el árbol de la vida, y el árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:9). Adán comió a pesar de la advertencia que Dios le había hecho - es así que la primera creación fue "Sujetada a vanidad" (Romanos 8:20). Y han tenido que ser puestos "Fuera del jardín del edén", a fin de que con su mano no tomaran del árbol de la vida y no murieran, viviendo así para siempre (Génesis 3:6, 11, 12 y 22-24). Más en el "Paraíso de Dios" hay un solo árbol, el árbol de la vida, que "Da doce frutos, cada uno en su mes": y "Las hojas del árbol son para sanación de las naciones" (Apocalipsis 22:2). Los frutos del árbol de la vida podrán entonces ser comidos (Apocalipsis 22:2-7) ¿No será este el único alimento?
Bendiciones dadas a la tierra

Glorias de Cristo, exaltado sobre la tierra
         "He aquí que para justicia reinará un rey y príncipes presidirán en juicio. Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos de agua en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa. Este "Rey" es aquel del cual David ha anunciado su venida y el reino en sus “Ultimas palabras”: “Habrá un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios. Será como la luz de la mañana, como el resplandor del sol en una mañana sin nubes} como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra” (Isaías 32:1-2; 2ª Samuel 23:3-4).  El Salmo 72 compuesto por David - el verso 20 permite pensar - que aunque el tema es Salomón, si concierne, proféticamente a aquel, del cual Salomón no era más que un tipo, describiendo este Reino de justicia y de paz. El comienzo del Salmo destacan estos dos caracteres: Él hace mención de la justicia en cada uno de los cuatro primeros versículos, de la paz en el verso 3, de la abundancia de paz en el verso 7. El verso 8 nos da a entender la dominación del Rey de justicia y de paz: "Dominará de mar a mar, Y desde el río hasta los confines de la tierra”. Y los versos del 9 al 11 subrayan el hecho que todos se someterán a su autoridad: “Ante él se postraran los moradores del desierto, Y sus enemigos lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes, los reyes de Saba y de Seba ofrecerán dones. Todos los reyes se postraran delante de él; todas las naciones le servirán”. Mas la autoridad que él ejercerá tendrá el sello de bondad y de misericordia: "Porque él librará al menesteroso que clamare, y al afligido que no tuviere quien lo socorra. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso, y salvará la vida de los pobres. De engaño y de violencia redimirá sus almas, Y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos” (Salmo 72:12-14). Un detalle, en el verso 15, merece llamar especialmente nuestra atención: "Y se orará por él continuamente; Todo el día se le bendecirá”. Él será el objeto de las oraciones continuas, de alabanzas incesantes, de parte de un pueblo restaurado y abundantemente bueno. Los dos aspectos (v. 1,2 de una parte y 3 por otra) del salmo 134 serán entonces plenamente realizados. Por otra parte, el verso 16 del capítulo 72 nos dice la extraordinaria fertilidad de la tierra: "Será echado un puñado de grano en la tierra, en las cumbres de los montes; Su fruto hará ruido como el Líbano”. Esto que también David anuncia en el salmo 65: "Visitas la tierra, y la riegas; En gran manera la enriqueces; Con el río de Dios, lleno de aguas, preparas el grano de ellos, cuando así la dispones. Haces que se empapen sus surcos, Haces descender sus canales; la ablandas con lluvias, bendices sus renuevos. Tú coronas el año con tus bienes, y tus nubes destilan grosura. Destilan sobre los pastizales del desierto, y los collados se ciñen de alegría. Se visten de manadas los llanos, y los valles se cubren de grano; dan voces de júbilo, y aun cantan” (9-13) Todo es de Él: La palabra "Tú” se halla diez veces en estos versículos; y aun: "Tú coronas el año con tus bienes* (v. 11). Cuanta gloria para Cristo en su Reino: "Será su nombre para siempre, se perpetuará su nombre mientras dure el sol Benditas serán en él todas las naciones; Lo llamarán bienaventurado. Bendito Jehová Dios, el Dios de Israel, El único que hace maravillas. Bendito su nombre glorioso para siempre, Y toda la tierra se llena de su gloria. Amén y Amén" (Sal 72:17-19). Durante esos días felices, no habrá más guerras y "ni se adiestrarán más para la guerra* y no tendrán más ídolos (Isaías 2:4; Miqueas 4:3; Malaquías 1:11); mas podríamos citar bien otros pasajes aun, que hacen sobresalir tal o cual trato de este reino glorioso. Isaías 1:1-10, especialmente, nos da una descripción frecuentemente citada y siempre es con felicidad.
Testimonio que subsistirá del Juicio Pronunciado por Dios en el Edén

         Añadimos esto que ya ha sido mencionado por otros: En el seno de un también magnífico conjunto, un triple testimonio subsistirá del juicio pronunciado por Dios sobre el hombre, sobre la tierra y sobre la serpiente: Isaías 66:24; Ezequiel. 47:11; Isaías 65:25. Este triple testimonio hará resaltar más la riqueza de bendición que será entonces repartida por un Dios de gloria, que es también un Dios de gracia. Si, en verdad, Él "dará la gracia y la gloria" a un pueblo que al fin ha llegado a su "casa", después de haber atravesado "El valle de lágrimas" (Baca), y "Pasado ante el Dios de Sion" (Salmos 84).