miércoles, 12 de agosto de 2020

LA LEY Y LA GRACIA (3)

 NOTAS

Dada la proliferación actual de diversos movimientos judaizantes, podemos agregar algunos puntos esenciales relacionados con este tema:

 


(1) La ley no fue dada a los gentiles, sino al pueblo de Israel. Romanos 9:4 dice: “que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas”. El apóstol Pablo dejó claro que los gentiles, en contra distinción de los judíos que estaban bajo la ley, “no tienen ley” (Romanos 2:14. Compárese Romanos 3:19 y 1.ª Corintios 9:20-21). Levítico 26:46 deja perfectamente establecido este punto: “Estos son los estatutos, ordenanzas y leyes que estableció Jehová entre sí y los hijos de Israel en el monte de Sinaí por mano de Moisés.”

 

(2) Romanos 10:4 establece que “el fin (telos) de la ley es Cristo”. Este versículo ha dado lugar a diversas opiniones. Una de ellas dice que Cristo es el cumplimiento de la ley, es decir, que Cristo vino para cumplir la ley (Mateo 5:17). Si bien es cierto que Cristo cumplió la ley, no es lo que en este contexto se dice. No hay ninguna razón válida para confundir telos (fin) con pleroma (cumplimiento). Otros toman telos con el sentido de «objeto» o «propósito». Pero el significado más simple tal como lo determina el contexto, es el de «terminación», es decir, que Cristo puso fin o terminó con la ley (véase desde 9:30, donde se contrasta la ley con la fe, la justicia de uno con la justicia de Dios). En 2.ª Corintios 3:7, se califica a los Diez Mandamientos (grabado con letras en piedras) específicamente como un “ministerio de muerte” (en el v. 6 dice que “la letra mata”), y en el v. 9 se describe como “ministerio de condenación”, en contraste con el “ministerio del Espíritu” (v. 8), el cual da vida en vez de muerte, y se describe también como “ministerio de justificación”. Los mandamientos escritos en las tablas de piedra, pues, quedaron abolidos y reemplazados por el “ministerio del Espíritu”. Gálatas 6:2 deja ver que la ley de Moisés fue reemplazada por “la ley de Cristo”: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.” Ésta es la ley para nosotros los cristianos, y no la ley de Moisés, porque, aunque esta última era la ley de Dios —y siempre habrá de ser la medida con la que Dios trata con el hombre natural— Él trata en este contexto con aquellos que viven en el Espíritu; y la ley del Sinaí nunca fue dada al hombre espiritual, sino a un pueblo en la carne, en el viejo hombre, a Israel. La ley mosaica trata con el hombre natural y, por lo tanto, con lo que es malo en él. ¿Quién puede decirle al nuevo hombre: “No matarás”, o “No hurtarás”? ¿Acaso el nuevo hombre alguna vez tiene malos deseos o comete adulterio? La mera noción lleva la marca sobre sí de que toda la teoría es falsa. La ley de los Diez Mandamientos jamás fue dirigida en absoluto al nuevo hombre. El nuevo hombre puede hacer uso de ella; pero esto es totalmente diferente de tomarla como el lenguaje que expresa su propia responsabi-lidad delante de Dios. “La ley de Cristo” no consiste en reglas legales. Ella está en contraste con la ley de Moisés, la cual trataba con el hombre en la carne, mientras que la ley de Cristo trata con el nuevo hombre, que vive en el Espíritu y que debiera andar en el Espíritu, pero que también tiene la vieja naturaleza, debiendo, pues ser fortalecido en la nueva, con los ojos “puestos en Jesús”. Cristo estuvo siempre ocupado de los demás. Tomar la ley dada en Sinaí es tener a Dios exigiendo lo que condena a un pecador. Y Dios no se manifestó en Sinaí como “Padre”. La ley de Sinaí, pues, fue dada a la nación rebelde y culpable de Israel, demandando de ella perfecta obediencia. Ahora un “nuevo pacto” ha sido introducido, lo que significa que el antiguo quedó abrogado por lo nuevo.

 

(3) La ley mosaica constituye una unidad. Los hombres se esfuerzan por dividir lo que la Escritura denomina “la ley” (con artículo definido) en varias partes o «leyes» (ceremonial, moral y judicial), pero, insistimos, aunque podamos considerar la ley teóricamente desde varios puntos de vista, toda la Biblia considera a la ley mosaica como una unidad indivisible. Si es ceremonial o moral, no tiene mayor importancia, pues nosotros, como cristianos, no estamos “bajo la ley, sino bajo la gracia”. Somos salvos por la fe de Cristo, no por las obras de la ley moral ni ceremonial. Es verdad que la ley moral debe condenar al pecador en mayor grado que la ceremonial. Para un gentil, el hecho de ser circuncidado, como en el caso de los gálatas, significa abandonar la gracia, perder a Cristo, y venir a ser deudor de cumplir toda la ley (Gálatas 5:3). Pero la Biblia insiste en el hecho de que la ley es una sola, y quebrantar cualquier parte de ella, equivale a quebrantar toda la ley. Santiago es claro en este punto: “Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley” (Santiago 2:8-11). Toda la ley debía guardarse: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordene” (Deuteronomio 4:2). Nosotros podemos hablar de «ley moral», pero la Escritura no usa ese lenguaje, sino que ésta es parte de LA ley, la cual es una sola.

 

(4) Antinomianismo. Lo que vulgarmente se conoce como «antinomianismo», es la maldad de hacer de la libertad un pretexto para la malicia (y por la Escritura sabemos que la carne es perfectamente capaz de hacerlo), es decir, es el razonamiento natural de la mente (carente de la base bíblica) que cree que si no guardáramos la ley (los diez mandamientos principalmente), entonces seríamos «antinomianos» y tendríamos «libertad» para hacer lo que agrada a la carne, y que la única forma de evitarlo es guardando la ley.

Ahora bien, este razonamiento vimos que falla al no hacer de Cristo (sino de la ley mosaica) la sustancia de la enseñanza moral y doctrinal para todo lo que necesita un cristiano, como lo revela la Escritura. Todo cristiano debe andar conforme a los preceptos del Nuevo Testamento y también extraer con discernimiento, y a la luz del Nuevo siempre, toda la luz divina para su andar en la tierra, en cualquier lugar de la Escritura.

            Romanos 6:14 —“no estáis bajo la ley”—es interpretado a veces con la idea de que, estando bajo la gracia, solamente somos liberados de las rigurosas exigencias de la ley. La gracia se convierte así en una especie de ley mitigada, que sería justamente lo que agradaría a la carne, o sea una ley que prescribe pero que no tiene poder para condenar, lo que es antinomiano en principio, ya que conduce a la relajación moral. Esto se produce por mezclar la ley y la gracia, lo que destruye el verdadero carácter y el alcance de ambas. La verdad es que Cristo redimió a los que creyeron estando bajo la ley de la maldición de ésta; pero Él jamás anuló la maldición de la ley. Nuestra bendición es por fe a fin de que pueda ser por gracia. Pero la ley, como dice la Escritura, no es de fe. Así como fuimos justificados por la fe, andemos así también por la fe, “porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia”. Aquel que se abstiene de homicidio simplemente porque la ley prohíbe el homicidio, es un hombre perverso, y no un creyente

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