lunes, 8 de agosto de 2016

PRINCIPIOS QUE PERMANECEN

La verdad de Dios no cambia jamás. El hombre puede dejar de mantenerla, pero la verdad permanece. En los días más difíciles, la fe puede obrar porque ella se apoya sobre la verdad inalterable de Dios. Todo lo que necesitamos es un ojo sencillo para glorificar a Dios, un corazón no compartido para hon­rar el nombre de Cristo, una firme dedicación a la Pala­bra de Dios y una humilde dependencia del Espíritu Santo. Que Cristo y su gloria absorban totalmente nues­tros corazones y sean el único fin de nuestras vidas.
Los hombres hablan de diferentes «iglesias», pero la Palabra de Dios habla de la Iglesia. En las iglesias de los hombres hay muchos miembros muertos. En la Igle­sia que "es su cuerpo" no hay más que miembros que tienen la vida y están unidos a Cristo, la Cabeza viviente en el cielo.
La Iglesia nació el día de Pentecostés. Los santos del Antiguo Testamento, aunque verdaderamente eran hijos de Dios, no estaban unidos a un Cristo glorificado a la diestra de Dios. Cristo, hombre en la gloria celes­tial, es la Cabeza de la Iglesia, "la cual es su cuerpo", y la Iglesia aquí en la tierra es "la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo" (Efesios 1: 19-23).
Todos los verdaderos cristianos son miembros de esta Iglesia, en la cual no hay nadie que no sea un ver­dadero cristiano. Aunque los verdaderos cristianos estén ahora divididos y dispersos en las diversas iglesias ima­ginadas por los hombres, a los ojos de Dios ellos son uno y serán manifestados en gloria como siendo uno. Ellos deberían manifestar esta unidad en la tierra, pero, en su expresión visible, la Iglesia está en ruinas.
Dios no restablece jamás lo que el hombre echa a perder, pero queda un camino para la fe en estos tiem­pos difíciles y peligrosos. Cristo prometió estar presente allí donde dos o tres estuviesen reunidos en su nombre (Mateo 18: 20). El privilegio de aquellos que se reúnen en su nombre es anunciar su muerte "hasta que él venga" (1 Corintios 11: 26). El deber de aquellos que se reúnen así es recibir en el nombre del Señor a todos los que son sanos en la fe, que caminan piadosamente y que están separados de toda asociación que no se funda­mente plenamente en la Biblia. Al reunirse en el nombre de Cristo, no tienen necesidad de un ministro o un presi­dente, porque Cristo está en medio de ellos. La adora­ción y la oración serán una realidad y la edificación ten­drá lugar en la medida en que el Espíritu Santo no sea contristado por los individuos así reunidos y tenga liber­tad para obrar.
La Sagrada Escritura no reconoce otra calidad de miembro que la de miembro del cuerpo de Cristo. Excluir a alguien que es conocido como cristiano y que está separado de lo que deshonra a Cristo, es adoptar una posición sectaria.
Todo intento de restaurar la Iglesia tal como era en Pentecostés, probaría que la conciencia permanece insensible y conduciría a la confusión y la vergüenza. El privilegio de la fe, hasta que el Señor vuelva, consiste en que, pese a la debilidad, guarde la Palabra de Cristo y no niegue su nombre (Apocalipsis 3: 8).

Cualesquiera sean las fallas de la Iglesia, ellas jamás deberían privar a los verdaderos creyentes del pri­vilegio de anunciar la muerte del Señor hasta que él vuelva, como así tampoco deberían ser motivo para rele­varles de la responsabilidad de hacerlo "en memoria de él" (1 Corintios 11: 24).                          C.L.  Creced 1990

La Enseñanza Central de Jesucristo

Lectura. Juan 15. 1-27.
Por G. E. Russell


A.   Introducción.
Cuando vivimos en comunión diaria con el Señor Jesús y en obediencia a la Palabra preciosa de Él, siempre hay fruto en nuestra vida y ésta resulta en verdadero gozo. En este capítulo seguimos escuchando la enseñanza del Señor Jesús a los suyos y encontramos después de hablar del “permanecer en El”, dice “Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”. Ver1 11. ¿Quién no tiene el deseo de llevar mucho fruto en su vida para la gloria de Dios, de llevar almas a los pies del Señor, y sobre todo crecer en la semejanza de Cristo? Todos ¿Verdad? Entonces tenemos que “permanecer en El” y esto a su vez nos da gozo y contentamiento. La dulzura de la presencia del Señor Jesús con nosotros, y la gracia y* el poder de Su Espíritu en nuestros corazones, serán manifestados por el gozo en nuestra vida cristiana. El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz. etc. Gal. 5: 22. No nos sorprende cuando el Apóstol Pablo, en escribir su carta a los hermanos de la iglesia en Tesalónica les dice que “en medio de gran tribulación, recibieron ía Palabra del Señor con gozo del Espíritu Santo” 1 Tes. 1:6. También encontramos este mismo gozo en los hermanos de las iglesias de Macedonia. A pesar de su profunda pobreza y en grande prueba de tribulación, se abundó su gozo en el Señor. ¿Cómo podían gozarse en medio de una vida de pruebas y tribulaciones? La obediencia a Cristo y a su Palabra es el secreto. Todo creyente que le ama a Él y le sigue en una vida de devoción y servicio, experimentará este gozo que es la fuerza de su vida cristiana. Neh. 8:10. Léase la epístola a los Filipenses. Es la epístola de gozo. Pablo era prisionero cuando la escribía, pero en medio de muchas aflicciones se gozó su corazón. Esto proviene del “permanecer en El” y del sujetarnos al Espíritu Santo quien mora en nuestros corazones. Esta es la vida en abundancia.
Ahora, vamos a notar tres cosas importantes en este capítulo. La primera es: Una Súplica, “permaneced en mí”. La segunda, Una Exhortación, “Que es améis unos a otros”. La tercera, Una Amonestación, “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”.
A Una Súplica. “Permaneced en mi” v.4. Sin duda, cuando el Señor Jesús hablaba de sí mismo como la “vid verdadera” que llevó fruto siempre para Dios, tenía en mente las escrituras del Antiguo Testamento que hablaban de Israel como “una vid escogida”.
Dios esperaba que Israel diese fruto en abundancia pero dio uvas silvestres. El profeta Isaías describe al Dios de Israel como “el labrador” que había trabajado en su viña con diligencia para que diese mucho fruto. Dice, “ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa suya. Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor” Is. 5:7. ¡Qué tristeza!
El Señor contemplaba a sus discípulos sentados alrededor de la mesa aquella noche y esperaba que ellos se fructificasen y llevasen mucho fruto para la gloria de Él. No habla ahora de Israel, sino de los discípulos y de nosotros como aquellos que iban a componer la iglesia, y ésta llevaría mucho fruto. Pero hay unas condiciones necesarias que el Señor exige de nosotros. Debemos permanecer en él. Sin él nada podemos hacer Aquí encontramos el secreto de la vida fructífera. “Como el pámpano no puede llevar por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mi” Juan. 15:4. ¿Qué quiere decir, “permanecer en El”? Creo que el Señor habla de la “comunión” con él en la vida diaria. Nada puede compararse con el gozo de andar diariamente en la cercana comunión con El. Esto incluye la meditación constante en Su Palabra. He probado que ésta y la sujeción a ella nos fortalecen y consecuentemente la vida nuestra lleva fruto para Dios. Hermanos vivamos cerca del Señor, aprendamos la lección del permanecer en El, y así vamos a experimentar el gran gozo de una vida muy útil y fructuosa para El ... El permanecer en El incluye el reconocimiento total del Espíritu Santo de Dios en nuestros corazones y la completa sujeción a su dirección y poder en nuestra vida. El producirá siempre Su fruto de “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, mansedumbre, y templanza” Gal. 5:22 • 23. ¿Qué podemos desear más que una vida que refleja y manifiesta la mera vida y gloria del Señor Jesús? Aquí encontramos la serenidad en lo íntimo, la sinceridad aparente, y la continencia razonable Se manifestó este fruto admirable en la vida de José. Dios testifica de la vida de él en estas palabras, “rama fructífera es José, rama fructífera junto a una fuente...” Gen. 4*3:22 Léase los capítulos 3750 de Génesis y examine cuidadosamente la vida de este hombre de Dios. Se enriquecerá el alma suya. Que sea nuestro blanco espiritual, “el permanecer en El.”
B.   Una Exhortación.
“Que os améis unos a otros” v. 17. Aquí en esta exhortación a los discípulos, el Señor dice en efecto, “que gobierne el AMOR dentro del círculo de los santos porque el odio gobierna afuera en el círculo de los hombres del mundo”.
Notemos que la palabra del Señor aquí no es una palabra liviana, si no es un MANDAMIENTO suyo que tenemos que obedecer. La Palabra de Cristo es absoluta; es final. Lo que caracteriza el discípulo verdadero del Señor es el amor para con los hermanos. El Señor Jesús dijo a los suyos en el evangelio de Juan 13:35, “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis AMOR los unos con los otros”. Este amor tiene que manifestarse entre nosotros el pueblo de Dios y especialmente en nuestra vida y testimonio en la iglesia. Solamente así llevaremos mucho fruto para la gloria de Dios. Recuerdo que durante la segunda guerra mundial, los hermanos de las asambleas de Nueva Zelandia, oyendo de la profunda pobreza y del sufrimiento de los hermanos cristianos de Alemania, pidieron permiso de parte del Gobierno para enviar paquetes de alimentos y ropa para el sostén de ellos. El gobierno se lo concedió aunque estuvimos en guerra en contra de ese país. Fue el amor de Cristo en nuestros corazones que nos conmovió a ayudar a nuestros hermanos. ¿No somos del mismo cuerpo? Sí, y el amor tiene que manifestarse prácticamente. Se mostró el amor de los santos en Filipos hacia el apóstol Pablo, cuando le mandaron una dádiva una y otra vez para sus necesidades Pablo deseaba que “el fruto abundara en la cuenta de ellos”, esto quiere decir que ellos participarán en los triunfos del evangelio. Tal amor que expresa la comunión en una manera práctica es agradable a Dios Escuchen las palabras de este devoto siervo de Dios. “Pero todo lo he recibido, v tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios”. Fil. L: 18 Que Dios nos guarde de corazones duros hacia nuestros hermanos, de lenguas que critiquen a los santos, y de labios que hablen mentiras. Tales son crueles y causan tanto dolor entre el pueblo amado de Dios. Pablo dice “si no tengo AMOR nada soy.” “El amor es sufrido, es benigno, no tiene envidia... no guarda rencor... no se goza de la injusticia... EL AMOR NUNCA DEJA DE SER” 1 Cor. 13:48. “Que os améis unos a otros”.
C.   Una amonestación.
“Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”. Las palabras del Señor Jesús nos indican la posición distinta del cristiano en este mundo, v.19... “Porque no sois del mundo... por eso el mundo os aborrece”.
Pertenecemos a otro reino, a otro mundo, a un reino espiritual, a una patria celestial. Aquí vivimos en este mundo, pero no pertenecemos al mundo. Si vivimos como aquellos que esperan a su Señor, podemos esperar que el mundo nos persiga. A veces nos desprecia, otras veces nos burla, y a veces nos persigue. Nos cuesta llevar con paciencia tal tratamiento, pero hermanos la Palabra de Dios nos anima, nos fortalece. “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” 2 Cor. 4:1718 Leemos en parte la historia de Demas en las cartas de Pablo. Era un hermano amado que trabajaba juntamente con el apóstol. Era un colaborador fino con el siervo de Dios en sus labores en el evangelio Pero se alejó del Señor, posiblemente a causa de las tribulaciones y Pablo en su última carta le menciona en la siguiente forma. “Demas me ha dejado (desamparado), amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica” 2 Tim. 4:10. ¿N* es mejor terminar la carrera bien? Principiamos bien, pero ¿qué del fin? Amados que nos guardemos de las atracciones del mundo como siervos fieles del Señor quien nos compró con su preciosa sangre. El apóstol Santiago nos amonesta con palabras fuertes. “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?” Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” Santiago 4:4. El apóstol expone la infidelidad da algunos cristianos y les acusa del adulterio espiritual, que quiere decir, la idolatría y la mundanalidad. El creyente que deja de seguir a Cristo y vuelve a buscar la satisfacción en los placeres del mundo es como una mujer infiel que deja a su esposo para buscar deleites carnales y sensuales con otros hombres. ¡Qué vergüenza y deshonra para tal persona! Mejor es seguir a Cristo aunque el camino nos conduzca por las tribulaciones. Cuando llegamos al fin del viaje, al puerto deseado, y nos encontramos con nuestro Señor y contemplamos su rostro radiante, ¿no será esto una recompensa abundante? Sí, la será hermanos.
Seamos como Caleb que cumplió su jornada siempre siguiendo a su Señor. Así, nos será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
El Contendor por la Fe - Enero-Febrero-1970

Joab: Capaz y malintencionado (Parte III)

Contra los jebuseos

    A Joab se le asignó formalmente el mando de las fuerzas de David en reconocimiento de la proeza que manifestó al subyugar a los jebuseos. Esa gente había continuado en la tierra, viviendo entre los israelitas desde que Josué había conducido al pueblo de Dios a Canaán siglos antes. Ahora estaban haciendo ver de nuevo la verdad de las palabras pronunciadas por el ángel de Jehová en Boquim: “Serán azotes para vuestros costados, y sus dioses os serán tropezadero”, Jueces 2.1 al 5.
Fue justamente en la ocasión que David había sido aceptado por fin por los ancianos de todo Israel y ungido rey en Hebrón, que estos jebuseos mostraron su desprecio y desobediencia. Al verle presentarse como cabeza de una nación reunida, le desafiaron: “Tú no entrarás acá”, 2 Samuel 5.6. Enojado ante semejante actitud, David ofrece el más alto título militar al primer oficial que encabece un ataque exitoso.
Pero Joab no se conformó con aplastar al enemigo. Leemos que, ocupado David en fortificar el cuartel Milo: “Joab reparó el resto de la ciudad”,1 Crónicas 11.7. (La llamaron la Ciudad de David, a saber, Jerusalén). Para Joab no bastaba una ruina despoblada; él consideraba que despojarla de los incircuncisos era sólo el primer paso, y el complemento de su victoria debería ser la restauración del territorio conquistado.
Los hijos de Israel se habían conformado con la presencia de los jebuseos en su territorio; habían estado allí tanto tiempo que no parecía algo anormal. Esta conformidad con los jebuseos espirituales entre nosotros es fatal. Tantas veces dejamos de protestar una doctrina sospechosa o una tradición de hombres, no queriendo correr el riesgo de agitar la superficie de las aguas. Pero Juan es firme en su mandamiento: “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido!” 2 Juan 10.
Hay muchos de los tales en nuestros tiempos y generalmente un verdadero creyente los puede identificar. ¿Pero qué de las herejías que se han hecho casi una moda en algunas partes? ¿Las toleramos porque algunos hermanos las abrazan? Lejos esté de cualquier hermano con un sincero interés en el bienestar del pueblo de Dios, sentarse tranquilamente a un lado y dejar a otros, por bien intencionados que sean, pervertir la plenitud del evangelio de la gracia. Que estas enseñanzas, y estos maestros, sean tratados con franqueza y con base en las Escrituras.

En esto Joab puede ser ejemplo. Él venció al enemigo y luego compuso el desorden que encontró. Esta capacidad es exigida al que aspira hacer la obra de anciano, llevando en mente la exhortación que Pablo da en Tito 1.9: “Es necesario que el obispo sea … retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen”.

La Epístola a los Hebreos (Parte II)

VII. CRISTO SUPERIOR EN SU MINISTERIO (Capítulos 8 a 10).
El apóstol declaró que el punto principal de su argumento es que "Tenemos tal Pontífice que se sentó a la diestra del trono... en los cielos" (8-1"). ¡Jamás había existido otro como El! Por ser superior a Aarón Cristo tenía el ministerio de un pacto mejor (7:22), y los caps. 8 a 10 comparan el antiguo pacto con el nuevo, para demostrar la superioridad de éste. El ministerio de Cristo era superior:
a)    Porque oficiaba en el cielo y no en la tierra (8:12).
b)   Porque el tabernáculo y sus sacrificios eran meras sombras de las "cosas celestiales" ministradas por Cristo en el nuevo pacto (8:3-6).
c)    Porque el primer pacto era defectuoso por cuanto los israelitas no podían cumplir sus condiciones; fue abrogado por el pacto mejor cuyos beneficios eran otorgados de pura gracia (vv. 7-13).
d)   Porque el tabernáculo y cultos del pri­mer pacto (9:1-7) eran solamente figu­ras que habían cedido lugar al sacrifi­cio perfecto ofrecido por Cristo, el que proporcionaba redención eterna, santi­ficación espiritual, y una herencia eter­na (9:8-15).
e)    Porque el primer pacto fue ratificado por la sangre de un animal, pero el segundo por la sangre del mismo Hijo de Dios, para que sus "mejores cosas" fuesen garantizadas por mejores sacrificios" (9:16-23). Se refiere para comparación, a la obra del Pontífice en el Día de Expiación (Lev. 16) que constaba de cuatro partes — expiación, entrada (en el santuario), intercesión, y salida otra vez al pueblo que lo esperaba. La superioridad del ministerio de Cristo se ve en la expiación hecha por el sacrificio de sí mismo, su entrada en el mismo cielo, su intercesión en la presencia de Dios1, su reaparición a todos los que le esperan trayendo sal­vación cabal (9:24-28).
f)     Porque lo que los sacrificios ineficaces del antiguo pacto no podían lograr (10:1-39) fue realizado cabalmente por el SACRIFICIO del Señor (w. 9-18), que abrió de una vez para siempre el camino a la presencia de Dios (vv. 19-21). Ahora el creyente tiene libertad para entrar si observa las condiciones asentadas en versículos 22-25.

Cuarto Paréntesis (10:26-39).
Amonestación contra la INSISTENCIA en seguir el pecado. Los que querían porfiar en el pecado de abandonar a Cristo eran advertidos del juicio terrible que les alcanzaría (vv. 26-31). En días pasados ellos habían sufrido con gozo por su fe, debían pues perseverar en el Señor, porque en su venida traería para ellos "grande remuneración" (vv. 32-37). En fin, deberían actuar según el gran principio bíblico: "el justo vivirá por la FE" (vv. 38-39).

VIII LA SUPERIORIDAD DE LA FE (Capítulos 11 a 13).
a) La actuación de la fe se ve en los ejemplos citados en él cap. II de santos que en su mayoría no tenían ni el templo ni sus ceremonias, y, sin embargo, agradaron a Dios por su fe en las cosas invisibles prometidas por El (w. 1-33).
b) La sumisión de la fe; la fe se somete a la voluntad de Dios para prevalecer o para padecer según su beneplácito (w. 33-38).
c) La perseverancia de la fe; si aquellos hombres y mujeres persistieron en la fe aun "sin recibir la promesa", cuánto más deberían perseverar aquellos judíos cristianos que tenían la pro­mesa segura de "alguna cosa mejor" (w. 39-40).
d) El ejercicio de la fe; la mirada de fe tenía que estar puesta sobre el Señor mismo, el que en los días de su carne no desmayó bajo las increíbles humillaciones que sufrió, al contrario, se regocijó en la voluntad de Dios y triunfó (12:1-4). La fe reconocerá que los sufrimientos están permitidos para el bien de los que por ellos están ejercitados. Entonces, no había motivo por qué flaquear y retroceder bajo las persecuciones (12:5-14).

Quinto Paréntesis (12:15-29).
Amonestación contra la INSENSI­BILIDAD a sus privilegios. Los que estaban endureciéndose:
a)    Debían recordar el triste caso de Esaú quien, "habiendo trocado sus privilegios espirituales por una mera vianda material, los perdió irrevocablemente (12:15-17).
b)   Debían tener en cuenta lo sublime de los privilegios del nuevo pacto; el anti­guo inspiraba temor, el nuevo infundía confianza (vv. 18-24). Sí los que recha­zaron la voz del que promulgó el pri­mero no escaparon del juicio, ¿cómo es­caparían los que obstinadamente des­oyeran al que hablaba las cosas mejores del segundo? (w. 19-25).
c)    Debían sa­ber que cuando viniere Cristo, sólo la palabra y el reino de Dios quedarían firmes; hara necesario pues, retener las realidades y servir a Dios (vv. 26-29),

IX. LA SUPERIORIDAD DE LA FE (Cont. 13:1-25).
La práctica de la fe es lo que el apóstol exhorta en el cap. 13; en las relaciones sociales (vv. 1-6), y en las espirituales (vv. 7-17). Ser leales a Cristo a pesar del desprecio del mundo, es el gran privilegio de los que creen que su hogar no está en el mundo, sino en el cielo (w, 9-14).
¡Muy al caso es la oración del apóstol por aquellos cristianos vacilantes! En ella se recalca la resurrección gloriosa del Señor, el cuidado de sus ovejas, y la base insuperable del pacto nuevo y eterno. Con razón, pues, debían dejar su indecisión y hacer lo que era agradable delante de Dios por Jesucristo, al cual será la gloria por los siglos de los siglos.
Sendas de Vida, 1977

ALGUNAS MUJERES DEL ANTIGUO TESTAMENTO (Parte VIII)

Jocabed, madre de líderes


Es poco lo que la Biblia narra acerca de esta mujer. La encontramos en Éxodo capítulos 2 y 6, en Números 26.59 y en Hebreos 11.23. Su singularidad está en el hecho de que cada uno de sus hijos—María, Aarón y Moisés—fue grande en lo que a Dios se refiere. Su honor es que ella levantó esa familia en medio de la gran persecución de parte de los egipcios.
Moisés nació cuando Faraón era temido por la muchedumbre de los israelitas y mandó que fuese muerto todo hijo varón que naciere a las mujeres de ellos. Pero esta madre vio que su hijo era hermoso y agradable a Dios. Jocabed le escondió por tres meses. En Éxodo 2 leemos de lo que ella hizo; en Hechos 7.20 dice que el bebé estaba “en la casa de su padre;” y, Hebreos 11 dice que la fe fue de “los padres de Moisés”. Es hermoso observar, pues, que Amram y sus señora Jocabed tenían un ejercicio mutuo en cuanto a la crianza de sus hijos.
Ella hizo luego una arquilla impermeabilizada para poder esconder su criatura en el río Nilo. María, escondida, cuidaba a su hermanito. Cuando la princesa lo vio llorando ella tuvo compasión de él y mandó a María que buscase una nodriza de las hebreas. Fue así que su madre pudo criarle para la princesa.
Jocabed y su esposo aparecen en la lista de los héroes de la fe en Hebreos porque su fe salvó a Moisés. Son la única pareja que figura en esa lista como habiendo actuado juntos en un ejercicio espiritual. Amram (“una nación exaltada”) y Jocabed (“la gloria de Dios”) vivían en el peor de los tiempos pero su fe les permitió criar a los hijos para la gloria de Dios y la exaltación de su pueblo, Números 25.9. La fe de Moisés entró en juego cuando él estaba “hecho ya grande”. Sus padres no habían temido el decreto del rey, y él no temió la ira del rey; Hebreos 11.23, 27. En esto Dios honró la fe de Amram y Jocabed.
Leemos a menudo, especialmente en 2 Reyes y 2 Crónicas, acerca de los reyes de Israel que “el nombre de su madre fue...” ¿Será para insinuar que ellas habían formado el carácter de sus respectivos hijos que “hicieron lo recto” o “no anduvieron en los caminos de Jehová?” De que la abuela y la madre de Timoteo formaron el carácter de aquél, no lo dudamos. Así Moisés, así Samuel.

UNA SOLA OFRENDA, VARIOS SACRIFICIOS (Parte VIII)

(Levítico 1 a 7)
              "A Jesucristo, y a éste crucificado" (1 Corintios 2:2).                     (Continuación)

3. LOS SACRIFICIOS POR EL PECADO Y POR LA CULPA (Levítico 4 a 6:7; 6:24 a 7:7)


Pecados específicos
Levítico 5:1 nos presenta la falta del testigo. Pode­mos callar un mal que debería ser puesto en conoci­miento de los demás. No se trata de denigrar ni de relatar las faltas de nuestros hermanos, pero hay casos particulares en los cuales, habiendo "sido llamado a testificar", hace falta hablar.
Es mucho más frecuente no dar testimonio del bien, de lo que se ha visto o se ha sabido. 1 Pedro 3:15 dice: "Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros". ¿No hemos faltado a menudo a esta voz de «llama­miento a testificar»? ¿Cuántas veces hemos tenido la oportunidad de ayudar a una persona, o la posibilidad de dar testimonio de Cristo, pero nos hemos retraído de hacerlo? Si el caso era claro y nos hemos rehusado, la palabra del Levítico se aplica también a nosotros: "él llevará su pecado".
Los versículos 2 y 3 presentan los casos de impu­reza, de falta de separación, ya sea fuera o dentro de casa. Cuántos contactos inútiles con el mundo nos con­taminan, participando de actividades en las que no tenemos nada que hacer, o permitiendo que las cosas del mundo penetren en nuestro hogar: amistades en el mundo, asociaciones con los incrédulos (2 Corintios 6:14-16); libros y revistas o imágenes impuras; especu­laciones intelectuales contrarias a la Palabra de Dios. Es la contaminación de carne y de espíritu (2 Corintios 7:1). "Si después llegare a saberlo, será culpable". Todo esto interrumpe nuestra comunión con Dios; si bien a veces nos sentimos poco inclinados a orar o no gozamos de la Palabra, ¿no son tales faltas, aunque "no lo echare de ver", las que hacen que contristemos al Espíritu Santo? El busca que tomemos conciencia, a fin de que sean juzgadas y perdonadas.
El versículo 4 condena las palabras ligeras, incon­sideradas: "jurar... hacer mal", es decir, proferir amena­zas sin que las ejecutemos. ¡Hubiese sido mejor callarse, incluso en la educación de los niños, o no prometer hacer bien y no cumplir la promesa, ya sea con niños o con hermanos! Ante todo, la falta está en la ligereza. "Todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto" (Santiago 3:2).
¿Qué hacer en semejantes ocasiones? "Cuando pecare en alguna de estas cosas, confesará aquello en que pecó" (Levítico 5:5). Tal es la enseñanza de 1 Juan 1:9: no simplemente pedir perdón al Señor de haber difamado a alguien, o de haber faltado a mi responsabi­lidad de darle testimonio, o de habernos asociados con la impureza, sino confesar ante Él lo que hemos hecho, dar cuenta de nuestra falta en su luz, ser llevados a comprender la gravedad de la situación. Pero no hay que quedarse con eso: "Y para su expiación traerá a Jehová por su pecado que cometió" (v. 6). Se trata de volver a tener conciencia del valor del sacrificio de Cristo, de su muerte en la cruz sin la cual este pecado que acabamos de confesar no podría ser perdonado.
Levítico 5:14-16 concierne a la falta en las cosas santas. No se le dio a Dios lo que le era debido, sino que uno se había apropiado de la cosas santas. Para los israelitas, se trataba particularmente de los diezmos, de la décima parte de sus cosechas, que ellos no habían llevado al santuario. En Malaquías 3:8-12, vemos cómo el pueblo robaba a Dios y cómo recaía sobre ellos su maldición; mientras que si hubiesen llevado los diezmos al santuario, habría habido alimento en su casa, y la bendición de Dios habría descansado sobre ellos. ¡Cuánto faltamos en este campo de actividad! El Señor nos da veinticuatro horas al día. Algunas de éstas son dedicadas al sueño, a la alimentación, al trabajo; pero él desea que cada día pongamos un momento aparte para estar a sus pies. ¿Acaso no le robamos a menudo en ese ámbito, empleando para nuestra distrac­ción, o incluso para trabajar más de lo necesario, el tiempo que debería ser apartado para él? ¿Y qué decir del domingo, primer día de la semana, día del Señor, en el que, particularmente, él nos invita a tomar la cena y a recordarle en su muerte y a "velar con él una hora"?
El israelita debía dar la décima parte de su renta. En el Nuevo Testamento, sin que sea cuestión de pres­cripciones legales, varias veces somos exhortados a lle­var a cabo ese "sacrificio" para hacer bien y para los siervos del Señor (Hebreos 13:15). ¿Jamás nos hemos apropiado para nosotros mismos lo que a él le corres­pondía?
Y en la esfera espiritual, ¡cuántas riquezas hemos recibido! ¿Sabemos hacer que la casa de Dios se bene­ficie de ellas? ¿Llevar a la iglesia, ya sea en alabanzas, en exhortaciones, en oraciones, el "diezmo" que sería de bendición?
¿Hay para Dios, en nuestras casas y en nuestro tra­bajo, la porción que le corresponde?
Si se interrumpe la bendición de Dios en la familia, en la iglesia, en nuestra actividad o en nuestro servicio, ¿no será porque hemos faltado en llevar "el diezmo"?
¿Qué hacer en tales casos? "Traerá por su culpa a Jehová". Tomar conciencia de nuevo del sacrificio del Señor quien se entregó por nosotros, que dio todo para rescatarnos; luego "pagará lo que hubiere defraudado de las cosas santas, y añadirá a ello la quinta parte". No sólo debemos lamentarnos de no haber sabido apartar para el Señor los momentos necesarios, sino que, a partir de entonces, ¡debemos tomar el tiempo adecuado e incluso añadir una quinta parte! Y si se ha guardado demasiado para sí de la propia renta (independiente­mente de cuál fuere la amplitud, pues el Señor apreció más las dos blancas de la viuda que lo que sobra de los ricos; Marcos 12:41-44), ¿no conviene restituirle lo principal con la quinta parte por encima?
Levítico 6:1-7, por fin, considera los daños cau­sados al prójimo, en particular las cosas robadas u obtenidas por engaño: se guarda lo que pertenece a otro, o lo que nos fue confiado por otros. En el ámbito material, se trata de objetos robados, o pedidos presta­dos y no devueltos; trabajo retribuido insuficiente­mente. En el ámbito espiritual —en el cual el Señor nos ha confiado muchas verdades de la Palabra clara­mente expuestas, ya sea para los suyos, o para la evangelización— se guarda egoístamente ese "buen depósito" (2 Timoteo 1:14), en lugar de ponerlo a disposición de aquellos a los que está destinado.
En este caso, primero era necesario devolver el objeto robado o lo que se había confiado en depósito, añadir una quinta parte por encima y, después, traer el sacrificio por la culpa. ¡Cuántas personas se han vuelto infelices por no devolver a otros lo que de ellos se habían apropiado! La confesión al Señor no es suficiente, como tampoco tener conciencia de su sacrificio; se demanda la reparación.
La restauración
"Cuando alguna persona pecare...", hemos visto en el Levítico. Casi la misma expresión se encuentra en 1 Juan 2:1-2, seguida por estas palabras: "...abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados". Así, el "sacrificio" siempre está a nuestra disposición. No se trata de probar corregirnos en primer lugar para luego venir a él, sino que hay que venir a él tal como somos, con nuestro pecado, confesarlo y de nuevo comprender que él es la propiciación por nuestros pecados.
Una vez consciente de su pecado, el israelita debía traer su ofrenda. Ese mismo hecho manifestaba a la vez su falta y su apreciación del valor del sacrificio. Alguien del pueblo se encaminaba a través del campamento hacia el tabernáculo llevando una cabra, o incluso el sacerdote ungido llevando un becerro; todos sabían que habían pecado, pero todos sabían también que ellos tenían conciencia de estar provistos de una ofrenda que cubriría la falta.
La apreciación moral de la obra de Cristo varía. Como lo hemos visto, uno llevaba una cabra, otro sólo dos aves, otro, en fin, la décima parte de un efa de flor de harina. En todos los casos, se trataba de una ofrenda perfecta, la cual habla de Cristo, quien solamente tiene valor a los ojos de Dios. El malhechor en la cruz no hubiese podido explicar lo que Jesús estaba llevando a cabo, ni el valor de su sangre. Su fe comprendía muy poco, aunque él dijera a Jesús: "Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino" (Lucas 23:42). Pero tenía conciencia de estar justamente crucificado, recibiendo el castigo de los males que había cometido; en cuanto a Cristo, declaró: "Éste ningún mal hizo" (v. 41). Tenía la certidumbre de la perfección de Aquel que sufría a su lado, perfección que ponía en evidencia "la décima parte de un efa de flor de harina". Eso fue suficiente para que el Señor le declarara: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (v. 43).
Al llegar a la entrada del tabernáculo, el culpable, como en el holocausto, debía poner su mano sobre la cabeza de la víctima. Con ese gesto, declaraba que si él, pecador, no podía ser aceptado por Dios, el sacrifi­cio lo sería en su lugar. Ponía su pecado sobre la cabeza de la ofrenda, la cual era sin defecto, a fin de que fuese expiado: "Todos nosotros nos descarriamos como ovejas... mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros" (Isaías 53:6). Poner mi mano sobre la cabeza de la víctima, es tener profunda conciencia de que mi pecado ha sido puesto sobre Cristo.
Luego, el mismo culpable degollaba al animal; no era asunto del sacerdote. Es decir: esto es lo que yo merecía; por mí él tuvo que morir: "El Hijo de Dios... me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gálatas 2:20). La sangre estaba puesta sobre los cuernos del altar de bronce (1 Juan 1:7); la grosura ardía "en olor grato": incluso en el sacrificio de Cristo por el pecado (y no sólo en el holocausto) Dios encontró su entera satisfacción. Los pecados específicos debían ser confe­sados; los perjuicios reparados. Pero después, nueve veces se declara expresamente que serán "perdonados" (4:20, 26, 31, 35; 5:10, 13, 16, 18; 6:7). "Si confe­samos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdo­nar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9). Se trata de creerlo. Una vez confesado el pecado, una vez que tenemos conciencia del precio pagado por Cristo por ese pecado, no hay que insistir más en esta falta, sino abandonarla. Llenos del amor de Cristo y de la grandeza de su sacrificio, habiendo vuelto a encontrar el gozo de nuestra salvación, pode­mos seguir el camino humildemente, sabiendo que la misma gracia que nos ha restaurado, podrá guardarnos vigilantes y fieles si permanecemos cerca de Él.
Dios declara expresamente en cuanto a sí mismo: "Nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones" (Hebreos 10:17). En cuanto a nosotros, el Salmo 103 recuerda: "Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones" (v. 12).
     Lo mismo ocurre con la Cena. Más de un joven se abstiene de participar porque está preocupado de sus faltas y de su indignidad. Sin embargo, qué representa la Cena, sino el cuerpo de Cristo dado por nuestros pecados, la sangre de Cristo que nos purifica de ellos. Comprendiendo por la fe que Dios nos ve en Cristo, que no se acuerda más de nuestros pecados, ni de nues­tras transgresiones, podemos acercarnos sin temor al memorial de la muerte del Señor, sin "conciencia de pecado" (Hebreos 10:2). No decimos esto sin reveren­cia, puesto que es primordial discernir siempre el cuerpo y la sangre del Señor. No somos dignos de estar a su Mesa, sino que él es digno de que nos acerquemos; y podemos olvidar nuestra indignidad y nuestras faltas con el sentimiento de que la gracia ha respondido ple­namente. "Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así" (1 Corintios 11:28). "Así", es decir con el sentimiento de no tener nada en uno mismo para Dios, pero sabiendo que la gracia, por la obra de Cristo, ha pro­visto para todo lo que soy así como para todo lo que no soy.

Figuras simbólicas en la Biblia (Parte VIII)

VIII - El cuerpo y su vestimenta



La cabeza es vista en las Escrituras como el asiento de la vida y autoridad. Al dar su vida, Jesús inclinó la cabeza, Juan 19.30. Herodías pidió la cabeza de Juan Bautista, Mateo 14.7. “Levantará Faraón tu cabeza... quitará Faraón tu cabeza”, Génesis 40.13, 19. Cristo es cabeza de todo hombre, 1 Corintios 11.3; de la Iglesia, Colosenses 2.19; del universo, Efesios 1.22, Colosenses 2.10.
El cabello se relaciona con la gloria o dignidad de uno y la cabeza rapada es señal de vergüenza. Para el orgulloso Absalón el cabello era símbolo de su hermosura y para Sansón, de su separación y fuerza; para la rebelde Israel en la gran tribulación, la cabeza rapada de la mujer simbolizará la nación, Isaías 3.24.
El control sobre el cabello exterioriza sumisión a una autoridad superior: El nazareo tenía que dejarlo crecer, contrario a la costumbre de sus conciudadanos; a los sacerdotes aprobados para servicio en el templo milenario les será prohibido tanto raparse como dejarse crecer el cabello por tiempo indefinido, Ezequiel 44.20; véase también Levítico 21.5. La mujer cristiana deja crecer su cabello en señal de la gloria que Cristo ha impartido a la Iglesia que es su cuerpo, pero el varón no deja crecer el suyo en señal de que hay una autoridad superior a él en la iglesia, 1 Corintios 11.
La capa y la túnica parecen encerrar la idea de una debida relación de uno ante los demás; o sea, la desnudez cubierta. Ejemplos tenemos en Adán y Eva; Booz con Rut; Jeroboam con su capa nueva, queriendo gobernar toda la nación, pero fue rota la capa, como sería la nación.
El cinto nos señala la preparación personal y la disposición de servir. Hechos 12.11. Una figura del Israel indolente fue el cinto podrido, Jeremías 13.1 al 11.
El velo o cualquier otra cubierta para la cabeza es señal de sumisión para la mujer y vergüenza para el varón; la diferencia de interpretación se debe a que ella es gloria del varón pero él es gloria de Cristo.
Este símbolo es parecido al del cabello para la dama, pero con la diferencia de que la condición del cabello es de uso constante y de un largo relativo, pero el cubrirse la cabeza es momentáneo. De allí la diferencia en 1 Corintios 11; la cubierta se refiere a la reunión en iglesia. Fue sólo al ver a su esposo que Rebeca tomó el velo, Génesis 24.65. David en su destierro cubrió la cabeza y quitó los zapatos, 2 Samuel 15.30.
         Cuando Amán supo de su derrota, cubrió la cabeza, Ester 6.18. El varón no afrenta su cabeza en la congregación por cuanto Cristo es su Cabeza. La vestidura en general revela el carácter o la condición de uno. Tan pronto que pecaron nuestros primeros padres, ellos veían la necesidad de cubrirse, Génesis 3.7. La última mención de vestiduras dice que son las acciones justas de los santos, Apocalipsis 19.8. El creyente está ordenado a vestirse en sentido figurativo: Efesios 4.24, 6.11, Colosenses 3.12, 1 Tesalonicenses 5.8.
El zapato o el calzado perece estar relacionado con la seguridad y dignidad personal. Uno se quitaba los zapatos para mostrar reverencia, Éxodo 3.5, y el calzado ajeno para mostrar repudio, Deuteronomio 25.9, Rut 4.7. Vendieron al padre por un par de zapatos, Amos 2.6. El creyente, como el hijo pródigo al regresar, se calza del evangelio, Efesios 6.15.

Doctrina: Cristología. (Parte VIII)

V. La Deidad de Cristo.


A) Introducción.


Es uno de los puntos más controvertidos de la Cristología, ya que existen dos fuerzas antagónicas entre sí que pugnan por dejar cual es la idea más firme sobre este tema. En el pasado ha habido discusiones en concilios entre los que abogan una idea y los que quieren clasificarla como herejía. Quienes eran partidario de ella se enfrentaban (“justificaban”) con la fuerza para demostrar que ellos tenían la razón. No se terminaba de clasificar como era herética una de ella cuando aparecía otra.
Es curioso que ambos grupos usaban la Biblia para exponer sus ideas, pero ni aun así se ponían de acuerdo. Usaban pasajes similares y le daban connotaciones distintas para mirar sus puntos de vista.
Al mirar retrospectivamente podemos ver que quienes defendieron la doctrina de la Deidad de Cristo hicieron un gran esfuerzo y una tenaz lucha para mantener pura esta doctrina.
Recurramos a la Escritura y veamos lo que nos dice respecto a la Deidad de Cristo. Ella es la fuente de todas nuestras doctrinas, con respecta a esta encontramos evidencia a lo largo de toda la Biblia.
B)   Evidencias
En el Antiguo testamento encontramos profecías que hablan de que el Mesías es Dios. Encontramos que:
1.    “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” (Salmo 110:1);
2.    “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Miqueas. 5:2).
3.    Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel (Isaías 7:14).
4.    He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra (Jeremías 23:5-6).
Esta breve recuento de profecías las podemos terminar con las palabras del profeta Isaías: “El Señor envió palabra a Jacob, y cayó en Israel.  (Isaías 9:8 cf. Juan 1:1).
En el nuevo testamento encontramos el cumplimiento de estas. Veamos que nos dice de ellas:
1.    El mismo Señor usa la referencia del salmo 110:1 cuando les pregunta acerca de lo que ellos pensaban del Cristo (Mateo 22:41-46) para que los fariseos entendiesen que él era el Mesías el Hijo de Dios. El autor de la Epístola a los Hebreos (1:13) expresa directamente que el Hijo de Dios es quien introdujo al “Primogénito” en el mundo.
2.    El pasaje de Miqueas. 5:2 fue reconocido por los rabinos como mesiánico y ellos mismos rápidamente se lo indicaron al rey Herodes (Mateo 2:1-6). Y en Juan 7:42 se vuelve a expresar acerca de donde nacería el Mesías.
3.    Las palabras del ángel (Mateo 1:21-23) que le declara a José en sueños, dieron cumplimiento se cumplimiento de la profecía  que Isaías (7:14) escribió como setecientos años antes que naciese JESÚS. No olvidemos que el nombre que la profecía le da al niño es “Emanuel”, que quiere decir “Dios con nosotros” (v. 23).
4.    Si bien esta es una profecía que podemos llamar escatológica, para los tiempos futuros o que en el futuro se completará, bien podemos decir que ella ya empezado a cumplirse. Podemos citar algunos pasajes.
Primero diremos que renuevo es una figura didáctica para representar a Señor Jesucristo; ya Isaías la había usado para expresarse del Siervo sufriente: “Subirá cual renuevo” (53:1), sobre todo porque este capítulo de Isaías es uno de los  más expresivos pasajes, desde el puntos vista de los observadores de Judío, de cómo tratarían al Mesías, que no pudieron reconocer, porque no iba de la forma ellos esperaban que fuera a manifestarse a Israel  (v. 2).
Veamos algunos pasajes para comprobar lo que hemos dicho, que en parte se ha comenzado a cumplirse la manifestación del Mesías ante su pueblo:
a)    Entendiendo que la expresión renuevo corresponde al Señor Jesucristo, entonces Él ya vino (Mateo 1:18-25; Lucas 2:1-7).
b)   Los Magos del Oriente sabían que este renuevo había nacido, por eso preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? (Mateo 2:2)
c)    Gabriel, el ángel enviado por Dios dio el anuncio a María y le explicó que el Hijo que nacería de ella tendrá cualidades divinas y tendría el trono de David: “Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre;…”  (Lucas 1:32); “y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:33).

El yugo desigual (Parte VIII)

Conclusión



Las escrituras citadas nos recuerdan que, siendo creyentes, somos santos. Por consiguiente debemos practicar la santidad y separarnos del mundo de los impíos.
Si se comete el error de entrar en un yugo amistoso, se puede romperlo en un momento. Si es un yugo comercial, también hay la salida aunque haya pérdida material. Pero si el yugo es matrimonial, no hay salida. Bajo la ley, los israelitas podían repudiar a sus mujeres y corregir su desobediencia, como en el caso notable de Esdras capítulo 10. Pero Jesucristo quitó este permiso de la ley en Mateo 5.31, 32. El matrimonio no se disuelve de tal forma.
En los casos de los yugos entre los de Judá y los de Israel, parecía que ambos eran del pueblo de Dios y hermanos según la carne. Pero Dios miraba el corazón. Como dijo Pablo, “No todos los que descienden de Israel son israelitas… no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino los que son hijos según la promesa son contados como descendientes… Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne sino que es judío el que lo es en lo interior”, Romanos 9.6 al 8, 2.28, 29.
De modo que solamente los de fe de entre Israel, los que creían de corazón y le seguían, eran hijos de Dios. Los reyes de Judá mencio­nados en las ilustraciones creían en el Señor y le servían, a pesar de muchas debilidades y desobediencias. Al contrario los reyes de Israel (la sección del norte cuya capital era Samaria) servían a Baal y a otros dioses falsos. Su profesión de creer en Jehová era falsa, y Dios los trató de impíos.
Todo esto nos advierte que no debemos dejarnos engañar hoy en día por la mera profesión de salvación. No todos los hijos de padres cristianos son hijos de Dios. Tampoco lo son todos aquellos que dicen ser evangélicos pero andan en la impiedad. Abundan las personas que han estado en comunión en una asamblea neo testamentaria, pero han vuelto atrás y hoy día son como la puerca lavada que ha vuelto a revolcarse en el cieno. Esto nos advierte que no todos los bautizados son de hecho hijos de Dios.
Entonces, habiendo advertido de los peligros hacia nosotros de cualquier yugo desigual, debemos confirmar la importancia del yugo igual. “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”, dijo Cristo en Mateo 11.29, 30.
El novillo es inquieto cuando es indómito. Para ser útil al agri­cultor, tiene que aprender a someterse al gañán. Para dominarlo y enseñarlo, el gañán lo pone en yugo con el buey experimentado. Cuando el novato se atrasa o se cansa, la perseverancia del otro buey lo lleva. Si se adelanta o se desvía, la constancia del otro lo detiene.
          Cristo quiere que vayamos bajo el yugo con Él, que sirvamos en su campo que es el mundo. Tenemos mucho que aprender para no ser indómitos. Necesitamos paciencia, mansedumbre y sumisión para ser útiles en la labranza del Señor. No es oneroso su servicio; “mi yugo es fácil”. Al contrario el yugo desigual es oneroso; hay felicidad segura únicamente en el camino de la obediencia.   

Meditación

“Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo” (Romanos 5:15).
En Romanos 5:12-21, Pablo contrasta las dos cabezas federales de la raza humana, Adán y Cristo. Adán fue la cabeza de la primera creación; Cristo es la cabeza de la nueva creación. La primera fue natural; la segunda es espiritual. Tres veces emplea Pablo las palabras “mucho más”, para enfatizar que las bendiciones que fluyen de la obra de Cristo, sobreabundan muy por encima de las pérdidas contraídas por el pecado de Adán. Está diciendo que “en Cristo, los hijos de Adán ostentan más bendiciones que las que su padre perdió”. Los creyentes están mejor en Cristo que lo que pudieron haber estado si Adán no hubiera caído.
Supongamos, por un momento, que Adán no hubiera pecado, que en vez de comer del fruto prohibido, él y su esposa hubieran decidido obedecer a Dios. ¿Cuál habría sido el resultado en sus vidas? Hasta donde sabemos, hubieran continuado viviendo indefinidamente en el Edén. Su recompensa habría sido una larga vida sobre la tierra. Y esto se habría cumplido ciertamente en su descendencia.
Mientras continuaran sin pecar, hubieran podido vivir indefinidamente en el Edén; no habrían muerto.
Pero en ese estado de inocencia, no tendrían expectativa de llegar alguna vez al cielo. No habría promesa de ser habitados y sellados por el Espíritu Santo. Nunca habrían llegado a ser herederos de Dios y coherederos con Jesucristo. Jamás habrían tenido la esperanza de ser conformados a la imagen del Hijo de Dios. Y siempre habrían tenido ante sí la terrible posibilidad de pecar y perder las bendiciones terrenales que disfrutaban en el Edén.
Pensemos, al contrario, en la posición infinitamente superior que Cristo ha obtenido para nosotros con Su obra expiatoria. Somos bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Somos aceptos en el Amado, completos en Cristo, redimidos, reconciliados, perdonados, justificados, santificados, glorificados y hechos miembros del cuerpo de Cristo. Somos habitados y sellados por el Espíritu que es las arras de nuestra herencia. Estamos seguros eternamente en Cristo. Somos hijos de Dios, herederos de Dios y coherederos con Cristo Jesús. Estamos tan cerca de Dios y somos tan queridos por él como lo es Su amado Hijo. Y hay mucho, mucho más. Pero esto es suficiente para mostrar que los creyentes están mejor hoy en el Señor Jesucristo que lo que pudieran haber estado en un inocente Adán.