Conclusión
Las escrituras citadas nos recuerdan que, siendo creyentes, somos
santos. Por consiguiente debemos practicar la santidad y separarnos del mundo
de los impíos.
Si se comete el error de entrar en un yugo amistoso, se puede romperlo
en un momento. Si es un yugo comercial, también hay la salida aunque haya
pérdida material. Pero si el yugo es matrimonial, no hay salida. Bajo la ley,
los israelitas podían repudiar a sus mujeres y corregir su desobediencia, como
en el caso notable de Esdras capítulo 10. Pero Jesucristo quitó este permiso de
la ley en Mateo 5.31, 32. El matrimonio no se disuelve de tal forma.
En los casos de los yugos entre los de Judá y los de Israel, parecía que
ambos eran del pueblo de Dios y hermanos según la carne. Pero Dios miraba el
corazón. Como dijo Pablo, “No todos los que descienden de Israel son
israelitas… no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino los
que son hijos según la promesa son contados como descendientes… Pues no es
judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace
exteriormente en la carne sino que es judío el que lo es en lo interior”,
Romanos 9.6 al 8, 2.28, 29.
De modo que solamente los de fe de entre Israel, los que creían de
corazón y le seguían, eran hijos de Dios. Los reyes de Judá mencionados en las
ilustraciones creían en el Señor y le servían, a pesar de muchas debilidades y
desobediencias. Al contrario los reyes de Israel (la sección del norte cuya
capital era Samaria) servían a Baal y a otros dioses falsos. Su profesión de
creer en Jehová era falsa, y Dios los trató de impíos.
Todo esto nos advierte que no debemos dejarnos engañar hoy en día por la
mera profesión de salvación. No todos los hijos de padres cristianos son hijos
de Dios. Tampoco lo son todos aquellos que dicen ser evangélicos pero andan en
la impiedad. Abundan las personas que han estado en comunión en una asamblea
neo testamentaria, pero han vuelto atrás y hoy día son como la puerca lavada
que ha vuelto a revolcarse en el cieno. Esto nos advierte que no todos los
bautizados son de hecho hijos de Dios.
Entonces, habiendo advertido de los peligros hacia nosotros de cualquier
yugo desigual, debemos confirmar la importancia del yugo igual. “Llevad mi yugo
sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi
carga”, dijo Cristo en Mateo 11.29, 30.
El novillo es inquieto cuando es indómito. Para ser útil al agricultor,
tiene que aprender a someterse al gañán. Para dominarlo y enseñarlo, el gañán
lo pone en yugo con el buey experimentado. Cuando el novato se atrasa o se
cansa, la perseverancia del otro buey lo lleva. Si se adelanta o se desvía, la
constancia del otro lo detiene.
Cristo quiere que vayamos bajo el yugo con Él,
que sirvamos en su campo que es el mundo. Tenemos mucho que aprender para no
ser indómitos. Necesitamos paciencia, mansedumbre y sumisión para ser útiles en
la labranza del Señor. No es oneroso su servicio; “mi yugo es fácil”. Al
contrario el yugo desigual es oneroso; hay felicidad segura únicamente en el
camino de la obediencia.
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