miércoles, 1 de marzo de 2017

José, Tipo del Señor (Parte II)

8.      JOSÉ EL PROSPERADO
Todo parecía indicar que José, llevado a Egipto como un mísero esclavo, era un hombre cuyo único rumbo era el descendente en la escala de los valores humanos; no fue así, pues las circunstancias más adversas se tornan favorables, cuando es la mano invisible de Dios la que está moviendo los hilos de la historia de los hombres que Él quiere usar para su gloria. En la servidumbre de la casa de Potifar “Jehová estaba con José, y fue varón próspero... todo lo que él hacía, Jehová lo hacía prosperar” (Génesis 39:2‑3). Luego, cuando injustamente fue echado en la cárcel, allí en la prisión “Jehová estaba con José, y lo que él hacía Jehová lo prospera­ba” (Génesis 39:23). La historia subsiguiente en la vida de José lleva un rumbo ascendente, hasta culminar en la cúspide de la prosperidad.
Aun en esto, José prefi­gura a Aquel a quien en su humi­llación los hombres quisieron hun­dirlo en la vileza, pero Dios le sacó a prosperidad. El Señor fue prospe­rado en su obra terrenal entre los hombres. Se cumplió en su estadía terrenal lo que el Salmo primero dijo de Él: “Todo lo que hace prosperará”. Fue prosperado en la obra de la cruz. Estaba escrito... la voluntad de Jehová será en su mano prosperada” (Isaías 53:10). Más aun, después de la victoria de la cruz, se ve en la cúspide de la prosperidad, cumpliéndose lo que está escrito: “He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto” (Isaías 52:13), y, también, “En tu gloria sé prospera­da' (Salmo 45:4).
En cuanto a noso­tros, Dios nos ha dado todos los recursos para que nuestras vidas sean prósperas en la fe. Sucede, a veces, que el afán material, el anhelo de la prosperidad econó­mica trunca la posibilidad de alcanzar la prosperidad espiritual requerida para emprender labores para Dios. Como alguien lo ha expresado, muchas veces hay tanta fe en el progreso, pero ningún progreso en la fe. Cuando el apóstol Juan escribe a Gayo, éste no tenía prosperidad material ni corporal, pero sí espiritual. Le dice: “Ama­do, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 2).

9.      JOSÉ EL TENTADO
En casa de Potifar José fue tentado a pecar con todas las circunstancias en contra de él y con todas las ventajas de parte del tentador (Génesis 39:7‑20). Sata­nás enfiló sus tres armas contra él:
El deseo de los ojos: la mujer de Potifar debió ser hermosa, tal como lo muestra la estampa de las mujeres de oficiales importan­tes de palacio que la arqueología ha mostrado.
La vanagloria de la vida: ¿Era acaso indigno de vanagloria el que una mujer impor­tante, esposa de un hombre impor­tante, cortejara a un servil esclavo extranjero? ¿No era aquello motivo de orgullo y vanagloria?
Los deseos de la carne: José era un joven en todo su vigor, más aún, se había sostenido apartado de contacto carnal, ¿no era aquella una oportunidad magnífica para despertar sus deseos carnales, sus pasiones juveniles?
¿Qué impidió la caída de José en aquella terrible celada diabólica? El temor a su Dios lo libró de la caída, él dijo a la mujer: ¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios? (Génesis 39:9).
En cuanto al Señor, y como hemos sido enseñados tantas veces, Satanás quiso vencer poniendo ante el Señor estas tres estocadas.
“Le mostró en un momento todos los reinos de la tierra”, queriendo afectar los deseos de los ojos;
“Le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo”, procuran­do generar soberbia o vanagloria;
 ...le dijo: Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”, puesto que el Señor tenía hambre, esperando con esto en­contrar algún eco carnal en el Señor.
La gran diferencia entre la figura y la realidad estriba en que José fue tentado parcialmente, pero del Señor está escrito que “fue tentado en todo”, de lo cual la misma Palabra infiere que él no es “un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilida­des”, sino que, “Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 4:15, 2:18).
Hay en esto una sencilla, pero solemne lección para nosotros: es posible llevar vidas vic­toriosas sobre la tenta­ción. En tal sentido, José nos da una prueba y el Señor se convierte en el modelo supremo. Más aun, hay algo realmente alentador: “Dios... no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará juntamente con la tenta­ción la salida, para que po­dáis soportar” o, como está escrito en el libro de Job: “No carga, pues, él al hombre más de lo justo” (1 Corintios 10:13; Job 34:23). Así, pues, los recursos del cielo nos capacitan para salir airosos ante el tentador y la tentación.

10.    JOSÉ Y SUS REVELACIONES
Las interpretaciones que José hizo de los sueños nos presentan otra de las facetas de su persona. Es decir, la capacidad de predecir eventos por cumplirse hace de José un profeta. Faraón mismo le dio un nombre acorde con su capacidad de clarividente de Dios: Zafnat‑pavea, “el que revela cosas secretas”. Con tal nombre para José, Faraón, sin saberlo, estaba apuntando a Aquel que con su aparición sobre esta tierra reveló los misterios que estaban ocultos desde la antigüedad, Él “sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Timoteo 1:10). En el plano de la revelación progresiva de Dios, el Señor se presentó como “el que revela cosas secretas” y, en el aspecto futuro y personal, en su tribunal, Él “...nos aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifes­tará las intenciones de los corazo­nes; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:5).
En lo que toca al presente, nos conviene saber que es vano tratar de esconder algo ante el Señor. En los días de su carne, el Señor, rodeado de las gentes, podía saber cuáles eran las maqui­naciones y los pensamientos de sus interlocutores. Si alguno que lea estas líneas esconde algún pecado, recuerde que puede disimular el asunto únicamente ante los hom­bres, y esto de una manera tempo­ral, pero no ante Aquel que conoce aún las intenciones del corazón. Así, tarde o temprano, lo oculto se revelará “Porque nada hay oculto, que no haya de ser mani­festado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a la luz” (Lucas 8:17).

11    JOSÉ Y SU ESPOSA
“Y le dio (Faraón) por mujer a Asenat, hija de Potifera sacerdote de On” (Génesis 41:45). El nombre Asenat significa “Perteneciente a Neit”, seguramente una deidad idolátrica egipcia. Más aun, su padre, Potifera, lleva un nombre que implica su relación con el culto solar; significa: “Aquel a quien ha regalado el sol”. Y, su oficio como sacerdote de la ciudad de On, o Heliópolis, ciudad guardiana del culto al sol, nos evidencia de nuevo que el suegro de José estaba muy lejos del Dios verdade­ro. Todo esto nos revela que los antecedentes espirituales de la espo­sa de José no eran muy buenos, ella fue sacada de la gentilidad, de la idolatría, de la ignorancia de las verdades divinas.
Tal el Señor, Él recibió una esposa, la Iglesia, sacada del Egipto espiritual de este mundo. Así escribió el apóstol Pablo a los efesios: “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel, y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12).

12.    JOSÉ Y SU EXALTACIÓN
“Lo hizo subir en su segundo carro, y pregonaron delante de él: ¡Doblad la rodilla!; y lo puso sobre toda la tierra de Egipto” (41:43). Se cumplió en José lo que el sabio dijo del “muchacho pobre y sabio”, el cual “de la cárcel salió para reinar” (Eclesiastés 4:13‑14). José vio a la nación egipcia postrarse ante él, doblar la rodilla ante su señorío. En cuanto al Señor “Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” (Filipenses 2:9‑10). José fue puesto sobre toda la tierra de Egipto, pero la autoridad del Cristo de Dios abarcará el mundo entero, como está escrito: “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite” Isaías 9:7). Mientras llega el momento en que el mundo entero haya de reconocer su Majestad, nosotros, los que conocemos la grandeza de su Nombre y de su Persona, en una vida de entrega a Él, debemos doblar la rodilla ante su señorío.

La Sana Doctrina, 1984,85

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