8. JOSÉ EL PROSPERADO
Todo parecía
indicar que José, llevado a Egipto como un mísero esclavo, era un hombre cuyo
único rumbo era el descendente en la escala de los valores humanos; no fue así,
pues las circunstancias más adversas se tornan favorables, cuando es la mano
invisible de Dios la que está moviendo los hilos de la historia de los hombres
que Él quiere usar para su gloria. En la servidumbre de la casa de Potifar
“Jehová estaba con José, y fue varón próspero... todo lo que él hacía, Jehová
lo hacía prosperar” (Génesis 39:2‑3). Luego, cuando injustamente fue echado en
la cárcel, allí en la prisión “Jehová estaba con José, y lo que él hacía Jehová
lo prosperaba” (Génesis 39:23). La historia subsiguiente en la vida de José
lleva un rumbo ascendente, hasta culminar en la cúspide de la prosperidad.
Aun en esto,
José prefigura a Aquel a quien en su humillación los hombres quisieron hundirlo
en la vileza, pero Dios le sacó a prosperidad. El Señor fue prosperado en su
obra terrenal entre los hombres. Se cumplió en su estadía terrenal lo que el
Salmo primero dijo de Él: “Todo lo que hace prosperará”. Fue prosperado en la
obra de la cruz. Estaba escrito... la voluntad de Jehová será en su mano
prosperada” (Isaías 53:10). Más aun, después de la victoria de la cruz, se ve
en la cúspide de la prosperidad, cumpliéndose lo que está escrito: “He aquí que
mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en
alto” (Isaías 52:13), y, también, “En tu gloria sé prosperada' (Salmo 45:4).
En cuanto a nosotros,
Dios nos ha dado todos los recursos para que nuestras vidas sean prósperas en
la fe. Sucede, a veces, que el afán material, el anhelo de la prosperidad económica
trunca la posibilidad de alcanzar la prosperidad espiritual requerida para
emprender labores para Dios. Como alguien lo ha expresado, muchas veces hay
tanta fe en el progreso, pero ningún progreso en la fe. Cuando el apóstol Juan
escribe a Gayo, éste no tenía prosperidad material ni corporal, pero sí
espiritual. Le dice: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas,
y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 2).
9. JOSÉ EL TENTADO
En casa de
Potifar José fue tentado a pecar con todas las circunstancias en contra de él y
con todas las ventajas de parte del tentador (Génesis 39:7‑20). Satanás enfiló
sus tres armas contra él:
El deseo de los ojos: la mujer de Potifar debió ser
hermosa, tal como lo muestra la estampa de las mujeres de oficiales importantes
de palacio que la arqueología ha mostrado.
La vanagloria de la vida: ¿Era acaso indigno de
vanagloria el que una mujer importante, esposa de un hombre importante,
cortejara a un servil esclavo extranjero? ¿No era aquello motivo de orgullo y
vanagloria?
Los deseos de la carne: José era un joven en todo su
vigor, más aún, se había sostenido apartado de contacto carnal, ¿no era aquella
una oportunidad magnífica para despertar sus deseos carnales, sus pasiones
juveniles?
¿Qué impidió la
caída de José en aquella terrible celada diabólica? El temor a su Dios lo libró
de la caída, él dijo a la mujer: ¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y
pecaría contra Dios? (Génesis 39:9).
En cuanto al Señor, y como hemos
sido enseñados tantas veces, Satanás quiso vencer poniendo ante el Señor estas
tres estocadas.
“Le mostró en un momento todos los reinos de la tierra”,
queriendo afectar los deseos de los ojos;
“Le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo”,
procurando generar soberbia o vanagloria;
...le dijo: Si
eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”, puesto que el
Señor tenía hambre, esperando con esto encontrar algún eco carnal en el Señor.
La gran
diferencia entre la figura y la realidad estriba en que José fue tentado
parcialmente, pero del Señor está escrito que “fue tentado en todo”, de lo cual
la misma Palabra infiere que él no es “un sumo sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras debilidades”, sino que, “Pues en cuanto él mismo
padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”
(Hebreos 4:15, 2:18).
Hay en esto una
sencilla, pero solemne lección para nosotros: es posible llevar vidas victoriosas
sobre la tentación. En tal sentido, José nos da una prueba y el Señor se
convierte en el modelo supremo. Más aun, hay algo realmente alentador: “Dios...
no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará
juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” o, como está
escrito en el libro de Job: “No carga, pues, él al hombre más de lo justo” (1
Corintios 10:13; Job 34:23). Así, pues, los recursos del cielo nos capacitan
para salir airosos ante el tentador y la tentación.
10. JOSÉ Y SUS REVELACIONES
Las
interpretaciones que José hizo de los sueños nos presentan otra de las facetas
de su persona. Es decir, la capacidad de predecir eventos por cumplirse hace de
José un profeta. Faraón mismo le dio un nombre acorde con su capacidad de
clarividente de Dios: Zafnat‑pavea, “el que revela cosas secretas”. Con tal
nombre para José, Faraón, sin saberlo, estaba apuntando a Aquel que con su
aparición sobre esta tierra reveló los misterios que estaban ocultos desde la
antigüedad, Él “sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2
Timoteo 1:10). En el plano de la revelación progresiva de Dios, el Señor se
presentó como “el que revela cosas secretas” y, en el aspecto futuro y
personal, en su tribunal, Él “...nos aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará
las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de
Dios” (1 Corintios 4:5).
En lo que toca al presente, nos conviene saber que es
vano tratar de esconder algo ante el Señor. En los días de su carne, el Señor,
rodeado de las gentes, podía saber cuáles eran las maquinaciones y los
pensamientos de sus interlocutores. Si alguno que lea estas líneas esconde
algún pecado, recuerde que puede disimular el asunto únicamente ante los hombres,
y esto de una manera temporal, pero no ante Aquel que conoce aún las
intenciones del corazón. Así, tarde o temprano, lo oculto se revelará “Porque
nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de
ser conocido, y de salir a la luz” (Lucas 8:17).
11 JOSÉ
Y SU ESPOSA
“Y le dio
(Faraón) por mujer a Asenat, hija de Potifera sacerdote de On” (Génesis 41:45).
El nombre Asenat significa “Perteneciente a Neit”, seguramente una deidad
idolátrica egipcia. Más aun, su padre, Potifera, lleva un nombre que implica su
relación con el culto solar; significa: “Aquel a quien ha regalado el sol”. Y,
su oficio como sacerdote de la ciudad de On, o Heliópolis, ciudad guardiana del
culto al sol, nos evidencia de nuevo que el suegro de José estaba muy lejos del
Dios verdadero. Todo esto nos revela que los antecedentes espirituales de la
esposa de José no eran muy buenos, ella fue sacada de la gentilidad, de la
idolatría, de la ignorancia de las verdades divinas.
Tal el Señor, Él
recibió una esposa, la Iglesia, sacada del Egipto espiritual de este mundo. Así
escribió el apóstol Pablo a los efesios: “En aquel tiempo estabais sin Cristo,
alejados de la ciudadanía de Israel, y ajenos a los pactos de la promesa, sin
esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12).
12. JOSÉ Y SU EXALTACIÓN
“Lo hizo subir en su segundo carro, y pregonaron delante
de él: ¡Doblad la rodilla!; y lo puso sobre toda la tierra de Egipto” (41:43).
Se cumplió en José lo que el sabio dijo del “muchacho pobre y sabio”, el cual
“de la cárcel salió para reinar” (Eclesiastés 4:13‑14). José vio a la nación
egipcia postrarse ante él, doblar la rodilla ante su señorío. En cuanto al
Señor “Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre
todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que
están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” (Filipenses 2:9‑10).
José fue puesto sobre toda la tierra de Egipto, pero la autoridad del Cristo de
Dios abarcará el mundo entero, como está escrito: “Lo dilatado de su imperio y
la paz no tendrán límite” Isaías 9:7). Mientras llega el momento en que el
mundo entero haya de reconocer su Majestad, nosotros, los que conocemos la
grandeza de su Nombre y de su Persona, en una vida de entrega a Él, debemos
doblar la rodilla ante su señorío.
La Sana Doctrina, 1984,85
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