“Él les dijo: Venid vosotros aparte a un lugar
desierto, y descansad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, de
manera que ni aun tenían tiempo para comer Y se fueron solos en una barca a un
lugar desierto. Pero muchos los vieron ir, y le reconocieron; y muchos fueron
allá a pie desde las ciudades, y llegaron antes que ellos, y se juntaron a
él... Jesús... tuvo compasión de ellos” (Marcos
6:31-34).
Por regla general nos
enfadamos cada vez que nos interrumpen. Me avergüenzo al recordar todas las
veces que me he impacientado con la demanda inesperada de alguien que me
impedía llevar a cabo alguna tarea en que me ocupaba. Quizás estaba
escribiendo, y las palabras fluían con facilidad. De repente sonaba el teléfono
o alguien estaba a la puerta con necesidad de consejo. Era una intrusión
inoportuna.
El Señor Jesús nunca se
disgustó por las interrupciones. Las aceptaba como parte del plan de Su Padre
para ese día. Esto daba un tremendo aplomo y serenidad a Su vida.
En realidad, la frecuencia con la que se nos interrumpe indica el grado
de nuestra utilidad. Un escritor del Digest Anglicano dijo: “Cuando te
exasperes con las interrupciones, trata de recordar que su misma frecuencia
muestra lo valioso de tu vida. Solamente a aquellos que son fuertes y pueden
ayudar se les carga con las necesidades de los demás. Las interrupciones que
nos enfadan son credenciales que manifiestan la importancia de nuestro
servicio. La condenación más grande en la que podemos incurrir, y es un peligro
contra el que debemos guardarnos, es llegar a ser demasiado independientes, tan
inútiles, que nadie jamás nos interrumpa, hasta que finalmente se nos deja solos
por completo”.
Todos nos sonreímos nerviosamente cuando leemos del
incidente ocurrido a una ocupada ama de casa. Cierto día en que su agenda se
desbordaba de actividades, vio que su esposo llegaba a casa más temprano de lo
acostumbrado. “¿Qué estás haciendo aquí?” le preguntó con enfado apenas
disimulado. “vivo aquí”, contestó el marido con una sonrisa dolida. Ella
escribió más tarde: “Desde aquel día me he sentido con la obligación de dejar a
un lado mi trabajo cada vez que mi esposo llega a casa. Le doy una amorosa
bienvenida y le hago saber que él es realmente lo más importante”.
Cada mañana debemos encomendar el día al Señor, pidiéndole que arregle
cada detalle. Si alguien nos interrumpe, es porque él ha enviado a esa persona.
Debemos averiguar cuál es la razón y ministrarla. Esa podría ser la actividad
más importante del día, aun si viene disfrazada de interrupción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario