lunes, 3 de abril de 2017

Cuán dulce el nombre de Jesús

¡Cuán dulce el nombre de Jesús
Es para el hombre fiel!
Consuelo, paz, vigor, salud
Encuentra siempre en él.

Al pecho herido fuerzas da,
Y calma al corazón;
Al alma hambrienta es cual maná
Y alivia su aflicción.

Tan dulce nombre es para mí
De dones plenitud,
Raudal que nunca exhausto vi
De gracia y de salud.

Jesús, mi amigo y mi sostén,
Mi Rey y Salvador,
Mi vida y luz, mi eterno bien,
Acepta mi loor.

Es pobre ahora mi cantar,
Más cuando en gloria esté
Y allí te pueda contemplar,
Mejor te alabaré.

En tanto dame que tu amor
Proclame sin cesar,
Y torne en gozo mi dolor

Tu nombre, al expirar.

Jesucristo es Jehová

Hay personas que intentan enseñarnos que aun cuando el Señor Jesús sea muy grande y sublime, es todavía más grande y sublime Jehová. Pero vea­mos ahora lo que dicen las Escrituras inspiradas sobre esto.
     Setecientos años antes del nacimiento de Jesús el profeta Isaías en sus es­critos refirióse a los tres oficios de Jehová, v. gr. "Jehová es nuestro Juez, Jehová es nuestro Legislador, Jehová es nuestro Rey; él nos salvará" (Isaías 33:22). El desarrollo de los oficios es como sigue:
1ro, el de Juez. En Juan 5:22,23 se entiende que Jesús es Jehová el Juez, pues él dice: "El Padre no juzga a nin­guno, mas todo el juicio lo ha encomen­dado al Hijo; para que todos honren al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió."
2do. el de Legislador. En Mateo 5:21 vemos como Jesús es Jehová el Legislador, porque dice: "Habéis oído que fue dicho a los antiguos: No ma­tarás; y aquel que matare quedará ex­puesto al juicio. Más yo os digo, que todo aquel que se aíra sin causa contra su hermano, quedará expuesto al jui­cio. "
3ro, el de Rey. En Lucas 1:31,33, nos dice que Jesús es Jehová el Rey de Israel; pues leemos: "He aquí que concebirás en tu seno, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Je­sús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de su padre David: Y reinará sobre la casa de Jacob eter­namente; y de su reino no habrá fin."
Pues bien, Jesús mismo es Jehová Dios de los Hebreos, y está cumplien­do personalmente la profecía de Isaías 32:22.
En Isaías 43:11 dice: "¡Yo, yo soy Jehová, y fuera de mí no hay Salva­dor!” En Los Hechos 4:10-12 dice: "Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vo­sotros crucificasteis, a quien Dios resucitó de entre los muertos, y por la virtud de él mismo, éste se presenta aquí delante de vosotros sano... y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos." Ya que es cierto que aparte de Jehová no hay Salvador y que en ningún otro hay salvación sino en Jesús, se da por entendido que Jesús es Jehová Dios de los Hebreos.
En Isaías 43:14 dice: "Así dice Je­hová vuestro Redentor, el Santo de Israel:" En Efesios 1:5-7 vemos que Dios nos había "predestinado, en su amor, a la adopción de hijos, por me­dio de Jesucristo... en quien tenemos redención por medio de su sangre, la remisión de nuestros pecados, según las riquezas de su gracia." I Pedro 1:18,19 concuerda diciendo: "sabiendo que fuisteis redimidos... no con cosas corruptibles... sino con preciosa san­gre, la de Cristo." De manera que Jesús, el cual vertió su sangre en la cruz para redimirnos, es Jehová Dios, Redentor igualmente de judíos y genti­les.
En Oseas 13:4 dice: "Mas yo soy Je­hová tu Dios, desde la tierra de Egip­to, y tú no conocerás a otro Dios fuera de mí; pues que no hay ningún salvador sino yo. " Este testimonio que fue dado más de siete siglos antes que naciera Jesús nos obliga a concluir que Jesús es el mismo Jehová Dios de los He­breos, y el mismo que dijo a Moisés: "Yo soy él que soy. " (La nota margi­nal reza así: Heb. Seré él que seré.) (Éxodo 3:14). De otra manera se nos prohíbe reconocerle a Jesús como Dios y Salvador.
Y si negamos que Jesús sea Jehová, se nos obliga concluir que Tomás es­tuvo equivocado al decirle a Jesús: "¡Señor mío, y Dios mío!" (Juan 20: 28). Sin embargo en el versículo 27 Jesús le había dicho: "no seas incré­dulo, sino creyente. " Luego al conde­nar la fe de Tomás, se le condena tam­bién al Señor Jesucristo, el Autor de su fe.
El salmo 149:1 reza: "¡Cantad a Je­hová con cántico nuevo!" Dice en Apocalipsis caps. 4 y 5 que Juan vio una puerta abierta en el cielo, y oyó decir: "sube acá." Entonces vio el trono de Dios y a un cordero, que pa­recía como si hubiese sido inmolado; el cual tenía siete cuernos, y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios. Y los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos cayeron so­bre sus rostros, delante del Cordero, teniendo cada cual un arpa, y tazo­nes de oro llenos de incienso, que son las oraciones de los santos. Y canta­ban un cántico nuevo, diciendo: "¡Dig­no eres tú de tomar el libro, y de abrir sus sellos; porque fuiste inmolado, y has adquirido para Dios con tu misma sangre, hombres de toda tribu, y len­gua, y pueblo, y nación; y los has he­cho para nuestro Dios reyes y sacer­dotes reinarán sobre la tierra!” La dignidad del Cordero es el tema del cántico nuevo que Juan oyó en el cielo.
A través de los tristes siglos desde Adán hasta hoy día, la raza, culpable e incrédula, ha cantado su antiguo cántico de la justificación propia, sin embargo es preciso que se lo substituya con el cántico nuevo de alabanzas a Jehová, a Jesús, el Cordero de Dios.
Lector, ¿sabe usted cantar alaban­zas al Cordero? Las cantarán allá para siempre los pecadores que han sido redimidos por su sangre preciosa.
En seguida aducimos citas corres­pondientes que comprueban aún más que Jesús de Nazaret es Jehová:
"El Primero y el Ultimo" "Así dice Jehová... Yo soy el primero y yo el Ultimo", Isaías 44:6. "Yo soy el Alfa y la Omega", Apoc, 1:8. "Y él puso su diestra sobre mí, diciendo: No temas; yo soy el Primero y el Postrero", Apoc. 1:18.
"Rey perpetuo y eterno" "Jehová es Rey perpetuo y eterno", Salmo 10:16. "Jesús... Hijo del Altísimo... reina­rá sobre la casa de Jacob eternamen­te", Lucas 1:31-33.
"La Roca" "¡Jehová es mi roca!", Salmos 18:2. "Y aquella roca era Cris­to", I Cor. 10:4.
"El Redentor" "Oh Jehová, roca mía y mi Redentor", Salmo 19:14. "Pero habiendo venido Cristo... por la vir­tud de su propia sangre, entró una vez para siempre... habiendo ya hallado eterna redención", Heb. 9:11, 12, "Conocerá toda carne, que yo, Jeho­vá, soy tu Salvador y tu Redentor, el poderoso Dios de Jacob", Isaías 49:26. "Cristo empero nos redimió dé la mal­dición de la ley", Gál. 3:13.
"Abogado" "El Redentor de ellos es fuerte, Jehová de los Ejércitos es su nombre; él defenderá eficazmente la causa de ellos", Jeremías 50:34. "Abogado tenemos para con el Padre, a saber, a Jesucristo el justo", I Juan 2:1. Siendo abogado, él defiende nues­tra causa.
"Pastor" "Jehová es mi pastor", Salmo 23:1. "Yo soy el buen pastor", Juan 10:11.
"El Fuerte, el Valiente". "¿Quién es este Rey de gloria? ¡Jehová, el fuerte, el valiente! ", Salmo 24:8. "Un caballo blanco (símbolo del ven­cedor) y aquel que estaba sentado sobre él se llamaba Fiel y Verdade­ro... el Verbo de Dios", Apoc. 19: 11-13. "En el principio era el Verbo... y el Verbo fue hecho carne", Juan 1: 1-14. He aquí el fuerte y valiente ven­cedor, Cristo Jesús.
"El Creador". "Porque todos los dioses de los pueblos son ídolos (na­da): pero Jehová hizo los cielos", I Crónicas 16:26. "Todas las cosas por medio de él (Jesús) fueron hechas, y sin él ni una sola cosa de lo que ha sido hecho fue hecha", Juan 1:3.
"El Altísimo". "Tú, cuyo nombre es Jehová, tú solo eres Altísimo sobre toda la tierra", Salmo 83:18. "Jesús, les habló, diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y sobre la tierra", Mateo 28:18.
"El Autor de Gozo". "Mi alma se re­gocijará en el Señor" (Jehová), Salmo 35:9. "El bajó con prisa, y le recibió (a Jesús) gozoso", Lucas 19:6.
"Dios con nosotros". "Jehová de los Ejércitos es con nosotros; nuestro re­fugio es el Dios de Jacob", Salmo 46: 11. "Le llamarás Jesús... y será lla­mado Emmanuel, que traducido, quiere decir: Dios con nosotros", Mateo 1: 21-23.
"Nuestra esperanza". "Tú eres mi esperanza, oh Señor Jehová",, Salmo 71:5. "Cristo Jesús, esperanza nues­tra", I Timoteo 1:1.
"El Justo". "Vendré a los poderosos hechos de Jehová el Señor; haré men­ción de tu justicia, de la tuya sola", Salmo 71:16. "Jesucristo el justo", I Juan 2:1.
Nos revela en Los Hechos 7:2 que "el Dios de gloria apareció... a Abraham, estando él en Mesopotamia". Y en Éxodo 6:2,3 leemos "Yo soy Jehová; y yo me aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Todopoderoso; más en la manifestación de mi nombre Jehová, no me di a conocer a ellos." Así nos damos cuenta de que Dios, al redimir a Israel de la casa de servi­dumbre, se dio a conocer a Moisés bajo el nombre "Jehová", diciéndole: “Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me ha enviado a vosotros'", Éxodo 3:14 (Pues el nombre "Jehová" signi­fica "el que es", o el eterno, o "el que tiene existencia propia", y equiva­le a "Yo soy").
Dios, al llamarse "Jehová" se dis­tingue de todos los dioses falsos. Se refiere a Sí Mismo por este nombre, más que por cualquier otro. Este es el nombre "sobre todo nombre" y es el nombre que él dio al Hijo de la virgen, "Jesús", o sea "Jehová, Dios de los Hebreos", Fil. 2:9.
Sendas de  Luz, 1968

José, Tipo del Señor (Parte III)

13. JOSÉ Y SUS HERMANOS
Muchos años habían pasado desde que José fuera vendido por sus hermanos; éstos descienden a Egipto en medio de grandes difi­cultades alimenticias y, luego de cierto tiempo en el cual José esconde su identidad, se revela a sus hermanos, diciéndoles: “Yo soy José vuestro hermano, el que ven­disteis para Egipto” (Génesis 45:4). Así será con los hermanos de raza del Redentor. En medio de grandes dificultades, rodeados por la vorá­gine de los ejércitos enemigos, el Señor se revelará a los judíos. Y, de la misma manera en que José se presentó a sus hermanos, como “el que vendisteis para Egipto”, se presentará el Señor a ellos como “a quien traspasaron”, como está escri­to: “Mirarán a mí, a quien traspa­saron” (Zacarías 12:10).
Tal presenta­ción hizo reconocer a los herma­nos de José su maldad y, en el futuro, el remanente salvado de los judíos habrá de aceptar la plena responsabilidad en las heridas y en la muerte del que traspasaron. El mensaje de Pedro a sus conna­cionales de siglos pasados, resonará en sus conciencias: “...matasteis al Autor de la vida” (Hechos 3:15). Será tan grande la contrición que “... llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito” y, “En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén” (Zacarías 12:10-11). No solamente José se dio a conocer a sus hermanos, sino que los reconcilió con él y les dio porción en lo mejor de la tierra de Egipto. De igual manera, o mejor, de una manera plena, el Señor se dará a conocer a Israel, éstos sentirán su culpabilidad, serán librados con gran poder de la mano enemiga y, serán exaltados, hasta llegar a ser un pueblo vanguardia de naciones, y su capital, Jerusalén, la capital del mundo entero, la Ciudad eterna.

14.  JOSÉ Y EL DESPOJO DE SU TÚNICA
Cuando José fue cautivado y vendido le quitaron su túnica (Génesis 37:23); cuando el Señor fue crucificado “los soldados.... tomaron sus vestidos... tomaron también su túnica...“ (Juan 19: 23). A José le quitaron su túnica porque les era necesario llevarla ensangrentada a su padre; al Señor despojaron de sus vestidos como un acto de irrespeto extremo de la criatura contra su Creador. Contrasta esta escena con la que nos presenta Isaías, el Señor en un trono alto y sublime, con sus faldas llenando el tem­plo y por encima de Él, los sera­fines expresando una suprema reverencia (Isaías 6:1-3). Este contraste impresionante nos revela hasta dónde bajó el Señor de la gloria para levantarnos a nosotros. Él llegó a decir a los suyos: “Está escrito del Hijo del Hombre que padezca mucho y sea tenido en nada” (Marcos 9:12).

15.JOSÉ Y EL INICIO DE SU MINISTERIO
“Era José de edad de treinta años cuando fue presentado delante de Faraón rey de Egipto; y salió José... y recorrió toda la tierra de Egipto” (Génesis 41:46). Es evidente que esto corresponde al inicio público de José, y ¿cuál era su edad? Treinta años. Y el Señor, ¿a qué edad comenzó su ministerio? “Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años” (Lucas 3:23).
¿No es hermoso este paralelo? ¿No nos enseña José, y en grado supremo el Señor, que debemos dedicar nuestras vidas al servicio de Dios en la edad temprana? Jóvenes, vivir una vida despreocupada y estéril es perder la lozanía y el vigor de la juventud; es flor que se marchita sin dar su fragancia; es ave que vuela sin dejar oír su canto; es caminar fugaz sin dejar la huella.

16. JOSÉ Y SU AUTORIDAD
“Cuando se sintió el hambre en toda la tierra de Egipto, el pueblo clamó a Faraón por pan”, entonces, “dijo Faraón a todos los egipcios: Id a José, y haced lo que él os dijere” (Génesis 41:55). Es claro que, en aquellos momentos de necesidad, no había en todo el país un hombre que tuviese la capacidad y autoridad de José. Faraón así lo reconoció; él dijo, “José es el hombre; vayan a él, y hagan lo que él diga”.
Igualmente, en las bodas de Caná, cuando había la necesidad del vino (Juan capítulo 2), fueron dichas estas mismas palabras en cuanto al Señor. María dijo a los que servían: “Haced todo lo que os dijere”, y el Señor allí manifestó su autoridad divina al presentar vino de primera a partir del agua. No fue que dio agua con sabor a vino, sino lo que el maestresala probó fue “el agua hecha vino”. Hermanos, podemos acudir al Señor en nuestras necesidades, y todo su ilimitado poder puede desplegarse a nuestro favor. Pero, hay una condición: “Haced todo lo que os dijere”. En otras palabras, “plegaos a su voluntad”. Las súplicas reñidas con la voluntad de Dios no pasan más allá del techo.
17. JOSÉ Y SUS PADRES

Al principio, cuando José soñó que “el sol y la luna y once estre­llas” se inclinaban a él (Génesis 37:9), su padre lo reprendió. El Señor, en su juventud, también fue repren­dido por su madre (Lucas 2:48). En ambos casos, la reprensión no fue justa e, igualmente, las dos situaciones hacen que, de parte del padre de José como de parte de María, haya una reconsideración privada en cuanto al asunto. De José se dice que, aunque su padre le reprendió, a causa de su sueño, y, que sus hermanos le tenían envidia”, “su padre meditaba en esto” (Génesis 37:11). Del Señor, después que es reprendido por María, está escrito: “su ma­dre guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lucas 2:51). Se equivocan, pues, aquellos que infieren de este pasaje una supuesta “travesura” del Señor hacia sus padres. Él fue el que, a plenitud, cumplió lo que estaba escrito en cuanto a la relación filial: “Honra a tu padre y a tu madre... “

"LA BLASFEMIA CONTRA EL ESPÍRITU"

Pregunta: ¿Cómo debemos entender "la blasfemia contra el Espíri­tu" de Mateo 12:31 y Marcos 3:29?

Respuesta: Por el hecho de haber muchas almas angustiadas que están retenidas en el temor de haber cometido este pecado, creyén­dose así excluidas de la misericordia del Evangelio, deseamos precisar el carácter de este pecado y responder a la pregunta. He aquí los términos en que el Señor habla de él: "Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; más la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero." (Mateo 12: 31, 32), y véase también Marcos 3: 28-30.
Este pecado es pues "la blasfemia"; y consiste en hablar contra el Espíritu Santo.
Jesús acababa de hacer un milagro. Leemos: "Entonces fue traído a él un endemoniado, ciego y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba." (Mateo 12:22). Las multitudes que contemplaron este milagro quedaron profundamente emocionados ante esta prueba del poder y de la misericordia de Dios manifestados en Jesús, por lo que ex­clamaron: "¿Será éste aquel Hijo de David?" Pero los Fari­seos enemigos de Cristo, toman ocasión para mostrar su odio; no pudiendo negar el milagro realizado ante sus ojos, más aún, reconociéndolo incluso, atribuyen el poder para su realización al mismo demonio. Entonces dicen: "Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios." (Mateo 12:24).
Es de esta forma que ellos blasfemaban contra el Espíri­tu Santo.
El pecado del cual hablamos consiste pues en atribuir vo­luntariamente a Satanás el poder ejercido por el Espíritu Santo. Existe aquí la blasfemia contra el Espíritu Santo, porque asimilaban sus operaciones a los de un demonio, imputándoles el carácter de los de un demonio.
Esta es la explicación que el mismo Señor da, de la blas­femia contra el Espíritu Santo en el pasaje citado del Evan­gelio de Marcos: "Porque ellos habían dicho: Tiene espíritu inmundo." (Marcos 3:30).
Para evitar toda posibilidad de error, desarrollemos un poco el razonamiento.
1º. El poder que Jesús ejercía y por el cual hacía los mi­lagros, era el del Espíritu Santo. (Lucas 4: 1-8; Isaías 61: 1-2; Juan 3:34; Juan 14:10, etc.).
2º. Fue pues por el poder del Espíritu Santo que echó el demonio del ciego mudo.
3º. Los Fariseos reconocían el milagro; lo habían visto y no podían negarlo.
4º. Por lo cual tenían ante ellos una prueba de la misión del Salvador; este milagro probaba su título de Mesías.
5º. En lugar de rendirse a la evidencia y recibir al Señor Jesús, le rechazan y toman la ocasión del milagro para desa­creditar al Señor acusándolo de ser el agente del diablo.
6º. Es pues este ultraje hecho con propósito deliberado, lo que el Señor llama "la blasfemia contra el Espíritu Santo."
En la actualidad, el Espíritu Santo está presente en medio de la cristiandad. Cada creyente es su morada (1ª. Corintios 6:19). Habita en la Iglesia (o Asamblea) (Efesios 2:22). Esta pre­sencia agrava el carácter del pecado en general, y puede de­cirse, en cierto sentido, que todo pecado cometido por un cre­yente, es un pecado contra el Espíritu, pero este no es por cierto el sentido de lo que nos ocupa y de lo cual el Señor denomina "la blasfemia contra el Espíritu".
La vida del creyente es el campo cerrado de una lucha entre la carne (nuestra vieja naturaleza) y el Espíritu. Cuan­do la carne obra, dicho de otra manera, cuando el creyente peca en pensamiento, palabra u obra, el Espíritu Santo queda 'contristado'; en nuestras almas no se deja sentir entonces su acción gozosa, pues la conciencia es redargüida. Esto puede ir tan lejos como en el caso de Ananías y Safira (Hechos 5), pero esto no es hablar mal del Espíritu Santo, ni atribuirle las operaciones de un demonio. Eso es lo que hacían los judíos y este era el pecado en el que habían caído. Ellos habían visto obrar al Señor, por lo cual eran inexcusables, su pecado no les fue perdonado.
Amigos creyentes a quienes el enemigo trata de turbar por pasajes como este, este pecado jamás será el vuestro. Lo mis­mo en este que en otros casos, cuán eficaz es la Palabra de Dios recibida y creída con sencillez; cuántos terrores cal­ma, terrores que el diablo busca sean vuestra porción y que vuestras almas vivan en la turbación y la inquietud, ¡lejos de esta paz que glorifica a Dios y la obra del Señor Jesucristo!
Afirmaros pues en la fe, los que os sentís inquietos leyen­do lo que se dice acerca de la blasfemia contra el Espíritu Santo, este pecado irremisible.
Debemos decir, más bien al contrario, que el primer juicio de un hombre caído en un tal pecado sería de no tener conciencia ni estar trabajado. Si un alma está en angustia en relación con sus pecados, es, por el contrario, la prueba de que Dios lo busca para perdonarle y no para imputarle el irremisible pecado de haber proferido palabras injuriosas contra el Espíritu Santo.
La solemnidad de la declaración de Jesús de que quien había proferido tales injurias no tendrá jamás perdón per­manece. Aún hoy, ante los testimonios que Dios nos da en relación con su santo Hijo Jesús, si alguien se presenta con el propósito deliberado de rechazarlos todos, aun los más concluyentes, como los Fariseos que fueron testigos de los mila­gros de Jesús, el tal hombre se expone, si el diablo le ofrece la ocasión, a renovar el mismo crimen que sus antiguos maes­tros. El Señor será el juez.
Que Él se digne guardar a nues­tros lectores por la advertencia de Su Santa Palabra y por estas líneas, de tales abismos de perdición. Pero aún una vez, que esto no os turbe, vosotros que 'tembláis a su Palabra': por­que Dios os contempla, no para juzgaros, sino para salvaros y bendeciros (Isaías 66:2).
B. S.
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1962, No. 56.-

Escenas del Antiguo Testamento. (Parte VII)

La torre de Babel
Pasados unos cien años después del diluvio, ya que los hombres volvían a multiplicarse sobre la tierra, se les ocurre formarse en asociación con ciertos planes de operación y fines que alcanzar. Todavía recuerdan lo sucedido a los habitantes anteriores y la prodigiosa salvación de sus padres en el arca, pero de nuevo proceden sin contar con Dios, aun pretendiendo desafiarle. El mundo había sido anegado hasta las cumbres más altas, pero ahora principian a levantar una torre que debería alcanzar el mismo cielo.
Alrededor de tan grande obra de su imaginación orgullosa, debían edificarse una ciudad, y el fin de todo era hacerse un nombre y evitar que fuesen desparramados sobre la faz de la tierra. Dios contemplaba la necedad de estos descendientes de Noé y sembró entre ellos la confusión por enviarles una diversidad de idiomas de manera que no se entendían. Se comprende la dificultad que esto causaba, resultando en el abandono completo de la empresa y el esparcimiento de los hombres en todas direcciones.
La idea de confederación, sin embargo, ha permanecido en el corazón humano y la historia revela algunos esfuerzos notables para volver a intentar lo que no se pudo en el llano de Sinar.
Uno de los muy importantes esfuerzos tuvo lugar en el reino de Nabucodonosor. Siguiendo el mismo principio de confederación, él reunió bajo su dirección un imperio inmenso con una ciudad capital fortísima y, cosa particular, ésta llevó el nombre de Babilonia, o sea, Babel. Cuando en el cenit de su gloria el rey se vanagloriaba en su riqueza y poderío, perdió su razón y salió a vivir como una bestia en el campo.
Con todo, su hijo Belsasar no aprendió a ser humilde. Unos veinticinco años más tarde, descuidándose en una orgía con sus príncipes y concubinas, entró la fuerza de los medo-persas por un túnel secreto debajo de los muros. Esos enemigos tomaron la ciudad, sembraron por doquier la confusión y muerte, y terminaron con la gloria de aquel imperio.
Su destrucción fue absoluta, como la de la primera Babel, y no se ha vuelto a edificar allá hasta el día de hoy. Conforme a la palabra del profeta Isaías, entre sus ruinas hacen sus cuevas los búhos y murciélagos, las culebras y las fieras, y nadie pondría ni una tienda de lona en el sitio.
Satanás mismo cayó por su orgullo, y cuando hizo caer el hombre fue por tentarle con la idea que sería como Dios, sabiendo el bien y el mal. Aun después de tan amargas lecciones como nos enseña la historia, los hombres quedan con la idea de hacerse un nombre. Piensan hacerlo con confederarse, como atestiguan los negocios confederados, la confederación de estados y naciones, y — lo que más nos interesa aquí — las confederaciones religiosas.
Cuando Cristo había hecho la redención de nuestras almas por su sangre, e iba a partir para la gloria del cielo, Él encargó a los suyos predicar el evangelio a fin de que otros se convirtieran a él y se formaran en todas partes grupos de los que, amándole a él, siguieran sus mandamientos. Los apóstoles trabajaron con ahínco para llevar a cabo este propósito, pero ninguno de ellos pensaba en hacerse cabeza de aquellos grupos o en confederarlos con algún sínodo o centro de dirección. El Cristo glorificado debía dirigirlos por medio de las Escrituras y por su “Vicario”, el Espíritu Santo, y a su Señor debían ellos rendir cuenta.
Pero la idea de confederación, manifiesta en los llanos de Sinar y en la grande Babilonia, vuelve a nacer en las riberas del Tíber. La división de los humildes discípulos de Jesús en clérigos y legos, pronto crio la idea de un obispo universal. Olvidándose de que Dios puede vencer las dificultades que se presentaran para su propia obra, les parecía conveniente confederar bajo una sola cabeza visible todas las iglesias. Ya que este principio humano entró, salieron fuera la santidad y el temor de Dios.
Es bien conocida la historia de los papas y las bajezas que han practicado con el fin de “hacerse un nombre”. Los creyentes de la Reforma no dejaron de exponer muchos de los abusos. Sin embargo faltaron ellos en no condenar del todo el principio de confederación bajo una cabeza humana; ellos formaron otras, que con el tiempo han ido lejos de la voluntad de la Divina Cabeza, revelada en las Santas Escrituras. Esta forma de confederación religiosa también lleva el nombre de Babilonia — o sea Babel — en la Biblia, y su fin está bien descrito en Apocalipsis 18.
Cada cristiano verdadero es directamente responsable a su Señor y no a ningún humano; así también cada grupo de cristianos tiene que cumplir las ordenanzas de su Señor y rendirle cuentas a él, y no a la cabeza de alguna confederación de iglesias. El principio de la confederación es un principio humano, y como la primera Babel, tendrá su fin en confusión. “Salid de ella, pueblo mío, porque no seáis participantes de sus pecados, y que no recibáis de sus plagas”, dice el Señor.

ALGUNAS MUJERES DEL ANTIGUO TESTAMENTO (Parte XVI)

16 Betsabé, perdonada y favorecida
De un artículo en All the women of the Bible, por Herbert Lockyer

Las escrituras que nos interesan son 2 Samuel 11.2,3, 12.24, 1 Reyes 1.1 al 31, 2.13 al 19, 1 Crónicas 3.5. Betsabé era de buena familia, siendo hija de Eliam, un oficial de honra en el ejército de David. Se casó con Urías, el más fiel de los hombres de ese mismo rey. Muerto él, ella fue tomada como esposa de David y le dio cinco hijos. Uno de ellos murió en infancia; los otros fueron Salomón, Simea, Sobub y Natán. Es por demás digno de mención que ella figure en la genealogía de Mateo 1, y descrita como “la que había sido mujer de Urías”. 
El registro divino insinúa que la asociación de David con Betsabé fue la única mancha en la conducta de este hombre: “David había hecho lo recto delante de los ojos de Jehová, y de ninguna cosa que le mandase se había apartado en todos los días de su vida, salvo en lo tocante a Urías heteo”, 1 Reyes 15.5. Si fue la única mancha, fue una penetrante y una que no se podía borrar en lo que se refiere a su efecto sobre Urías. Si bien Dios perdona ampliamente al pecador, no pocas veces quedan las consecuencias del pecado cometido. Se traza con suma habilidad el trágico lapso en la vida del varón según el corazón de Dios, partiendo de cuando vio por vez primera a esta mujer, y llegando a cuando él se echó en el regazo divino en gran remordimiento.
“David se quedó en Jerusalén”, 2 Samuel 11.1. Los israelitas estaban en guerra contra los amonitas, y ha debido estar con su ejército el rey que antes se había mostrado ser valiente y exitoso en batalla. Pero, hombre maduro ya, veterano de muchas guerras y desde hace doce años rey sobre todo Israel, David se había vuelto complaciente consigo mismo. Consideraba que era hora de dejar los retos para sus oficiales. Pero, con dejar de pelear la batalla para Dios, él se dejó expuesto a los ataques de Satanás, en este caso lascivia, intriga y homicidio.
Relajándose sobre el terrado de su casa, David vio a una mujer bañándose sobre el terrado de casa vecina. Sus pasiones se excitaron. La mujer desnuda, Betsabé, “era muy hermosa”, y a este hombre le agradaban las mujeres.
Aun cuando David iba a confesar la falta como suya no más, uno tiene que preguntarse hasta qué punto ella era cómplice, y aun promotora, en este vergonzoso acontecimiento. Al haber sido mujer modesta y cuidadosa, hubiera averiguado primeramente quién podría observarla desde terrados cercanos, y en todo caso bañarse de una manera más cautelosa. Es más, al haber sido una esposa fiel y una mujer de convicciones, hubiera rechazado la citación del rey. Al darse cuenta de que él estaba deleitándose en su cuerpo, ¿ella no habrá presentido lo que iba a suceder? Aun si no, ha debido rechazar de plano el adulterio.
Tiempo después, una reina pagana de nombre Vasti tuvo el coraje de negar exponerse ante un grupo de hombres estimulados por el licor, y a ella le costó ser expulsada del palacio real. Si Betsabé hubiese estado igualmente resuelta a preservar su dignidad, David, el ungido de Israel, no hubiera cometido el pecado del cual fue culpable. Una vez consumado el acto del adulterio, ella no mostró sentido de culpa, sino volvió a la cámara del rey para ser una de sus muchas es-posas, una vez consumado el homicidio del le-gítimo esposo de ella.
Betsabé tan sólo añadió insulto a su lascivia, entregándose a relaciones con un varón ajeno cuando su propio esposo estaba arriesgando su vida en el servicio del se-ductor. Al saber que ella estaba embarazada, David se apresuró en traer a Urías de vuelta a su hogar, en la esperanza de evitar sospecha sobre quién sería el padre de la criatura. Sin embargo, este soldado devoto, hombre de principios, rehusó tener relaciones íntimas con su esposa. Fracasó el nefasto plan, y la conjuración se complicó. Era preciso eliminar a Urías, y él fue despachado de nuevo al campo de batalla; a Joab se le instruyó a colocar a Urías donde más probabilidad habría de que fuese muerto. El piadoso Urías no sabía que cargaba consigo la carta que sellaba su propia muerte. Así para David se incorporaron en su expediente en secuencia rápida la lascivia, adulterio, engaño, perfidia y homicidio.
Cumplido el acostumbrado período de luto, Betsabé fue reconocida como esposa de David. Nació su hijo sin ser tildado de ilegítimo, pero murió al cabo de una semana. “Jehová hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David”.
La profunda congoja de David a consecuencia de la enfermedad y defunción de la criatura, si bien no le quita su culpabilidad, nos proporciona una mirada fugaz del lado positivo de su carácter y también de su fe en un encuentro más allá del sepulcro. Tal vez ningún otro pasaje de la Biblia ha sido usado tanto para consolar a corazones tris-tes en la hora de la muerte como aquel en que David nos asegura de la inmortalidad. Enlutado sobre su criatura muerta, dijo: “¿Podré yo hacerle volver?” No, no podía. Luego el bálsamo: “Yo voy a él, mas él no volverá a mí”. Tanto David como Betsabé ha debido sufrir agonía al reconocer que la muerte de su hijo, concebido fuera del matrimonio, fue un juicio divino por lo que ellos dos habían hecho.
Divinamente instruido, el profeta Natán le lleva a David al reconocimiento de su maldad y una sincera confesión de su iniquidad. Y este mismo pronuncia: “Jehová ha remitido tu pecado”. Mucho se ha escrito sobre el arrepentimiento evidente en el Salmo 51—un salmo saturado de lágrimas—y del Salmo 32, donde David expresa gratitud a Dios por haberle perdonado en gracia y misericordia. Pero, aun habiendo sido perdonado, ni Dios pudo exonerarle de las consecuencias naturales de la trans-gresión. La perversidad penetró en su propio hogar, 2 Samuel 12.11. Uno de los hijos trajo vergüenza a su padre; 13.4. Otro fue despachado del hogar, 15.19. Otro se levantó en rebelión, 1 Reyes 2. David tendría experiencias de ser traicionado por sus amigos, abandonado por su pueblo y enlutado por los de su propia familia.
¿Y qué de Betsabé? Junto con David, ¿a ella se le hizo consciente de su parte en la inicua transacción? Responsable como él, ¿sus lágrimas de arrepentimiento se mezclaron con las de su marido? Pareciera que sí, porque Dios los bendijo con otro hijo a quien pusieron por nombre Salomón, lo cual quiere decir, “amado de Jehová”. ¿Por qué no fue dado a otra de las esposas de David? Dado así a David y Betsabé, parece que Salomón fue evidencia del amor perdonador de Dios para ellos dos. ¿La inclusión de Betsabé en la genealogía de Jesús—Mateo capítulo 1—no es otra evidencia de que Dios había echado tras sus espaldas aquel pecado?
Restaurada al favor divino, virtuosa ahora además de hermosa, Betsabé crió a su hijo con todo diligencia espiritual. Salomón iba a escribir en Proverbios 22.6, probablemente con referencia a su propia crianza: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. Una tradición afirma que fue Betsabé quien escribió Proverbios capítulo 31, como admonición a Salomón cuando se casó con la hija de Faraón. Si este es el caso, bien podemos entender las muchas advertencias en el libro de Proverbios contra la mujer extraña.
Una vez nacido éste, el resto de la vida de esta dama está envuelto en silencio. Podemos imaginar cómo se habrá comportado con dignidad de reina. De que guardó su influencia sobre David, se ve por la manera en que le recordó al rey de su promesa de nombrar a su hijo, Salomón, su sucesor. El velo del silencio se corre una vez más cuando Salomón fue hecho rey; Betsabé, a quien Salomón respetaba grandemente, pidió que Abisag—quien cuidó a David en su postrimería—fuese dada como esposa a Adonías, hijo de otra esposa de David.
           Una lección que podemos aprender de Betsabé es que ella, asegurada del perdón de Dios, no dejó que su gran pecado, cometido una vez, echara a perder el resto de su vida. Arrepentida, ella empleó su error como lección para una mejor conducta de allí en adelante. Al ocuparnos con melancolía o amargura de pecados que Dios ha dicho no guardará en contra nuestra, lo que hacemos en realidad es cuestionar la misericordia suya y robarnos a nosotros mismos de poder y progreso espiritual. Lea de nuevo Salmo 51 y luego Salmo 32.

Doctrina: Cristología. (Parte XVI)

Jesús el Mesías


El Mesías y su Triple Cargo.
 2. Sacerdote
Al hacer una comparación entre un profeta y un sacerdote, de una forma resumida podemos decir que un “profeta  hablaba lo que Dios quería decir al hombre”; en cambio el sacerdote intercedía ante Dios por el hombre; y ofrecía sacrificios (holocaustos) para aplacar la ira de  Dios, para que sea propicio a nosotros.  O como lo define Pearlman: “Un Sacerdote, en el sentido bíblico del vocablo, es una persona divinamente consagrada para representar al hombre ante Dios y ofrecer sacrificios que le aseguren el favor divino”[1] (Hebreos 8:3). O como lo define Alonso: “Un sacerdote es uno que es designado para actuar en beneficio de los hombres, en relación con Dios, y delante de Dios. El propósito último, el más elevado, es traer a los hombres hacia Dios. El objetivo fundamental. La razón de ser del Sumo Sacerdote, es que el hombre pueda tener acceso a Dios”[2].
Podemos expresar en forma Gráfica lo descrito anteriormente, que en el caso de los profetas, la comunicación era de Dios hacia el hombre, y éste, el profeta, podía registrar el mensaje en forma impresa para que fuese leída (cf. Jeremías 36:2, 28) y/o luego predicarlo para que el pueblo tuviese conocimiento de lo que Dios pensaba y que esperaba del hombre.
En el caso del sacerdocio, vemos en la gráfica que  realiza los sacrificios por el pueblo o lleva las rogativas a Dios para que este se muestre benevolente con un pueblo sinceramente arrepentido (Lucas 18:9-14; Levítico 4:31; cf. Isaías 1:11).
El término hebreo “kohen” y el griego “hieréus” son los que la Palabra de Dios emplea para designar a los sacerdotes del Dios verdadero. El vocablo griego nos da la idea de algo consagrado a Dios, pero el hebreo proviene de una raíz que denota intercesión en favor de otros…[3]
El sistema de sacerdocio de Israel es conocido como levítico, es decir que procede de la tribu de Leví, y específicamente de la familia de Aarón. Nadie más que ellos podía ejercer el oficio de sacerdote (cf. Números 16:1-40).
         Durante todo el tiempo[4] que existió el tabernáculo y, después, el templo en Israel se realizaron muchos miles de sacrificios  de animales. Pero estos sacrificios eran ineficaces para eliminar las consecuencias del pecado, sino simplemente los cubrían[5]. A pesar de la gran cantidad de sacrificios, su efecto era momentáneo, ya que, tal como lo describe el autor de la carta a los hebreos  (10:2-3), que de haber sido beneficioso para el hombre, no hubiera sido necesario que muriesen tantos animales (víctimas inocentes) en propiciación del hombre.

A modo  excursus diremos que aunque  pasaron casi cuarenta años desde la muerte de nuestro Salvador antes que cesaran los sacrificios en el templo en el año 70 d.C., el  sacrificio de Cristo en la cruz fue el último holocausto por el pecado y por excelencia fue el mejor de todos, ya que cumplió con el propósito de Dios. Fue a su Hijo  “a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Romanos  3:25).                                             


         Un sacerdote no podía ser cualquier persona debía tener ciertas características. Encontramos en las Escrituras cuales eran los requisitos que se debían cumplir para ser sumo sacerdote.
·        Primero: este debía salir de entre los hombres (Hebreos 5:1-2).
·        Segundo: debía ser escogido por Dios, como lo fue Aarón (Hebreos 5:4). En Números 16 encontramos la rebelión de Coré, y Moisés les indica el modo como Jehová escoge  al elegido  para el oficio (v. 5).
·        Y el tercer requisito es que debe de ser consagrado a Dios, no dedicado a otras actividades, tal como sucedería después en la historia de Israel.
El Libro de Levítico indica que el sacerdote es santo, apartado para Dios y que debe cumplir con ciertos requisitos importantes para su consagración (21:1-7). Recordemos que el Sumo Sacerdote en su mitra llevaba grabada estas palabras: Santidad a Jehová (Éxodo 28:36; 39:30).
         De acuerdo a lo que nos dice la Escritura, Cristo procedía de tribu de Judá y de la familia de David (Mateo 1:1, 2; y también lo indicaban las profecías) y los sacerdotes provienen de la  tribu de Leví y de la familia de Aarón, por lo cual no le correspondía ser un sacerdote de acuerdo a lo que establecía la ley decretada en los cinco primeros libros de la Biblia (Hebreos 7:12, 13).
         Dado que el Señor  no puede ser sacerdote por la línea Aarónica porque no desciende de él, entonces es una problemática que no se puede resolver bajo el régimen de la ley Mosaica.  Pero Dios en su sabiduría lo resolvió abrogando el antiguo pacto y estableciendo un nuevo pacto bajo mejores promesas (Hebreos 8:6, 13).
Es interesante hacer notar que si no fuera por la carta a los Hebreos, no nos hubiera sido fácil notar este oficio del Señor Jesucristo. Es en esta carta que el autor desarrolla el tema que Cristo es hecho sumo sacerdote según el orden de Melquisedec, o como lo expresa un autor: “el sacerdocio del Hijo de Dios, aunque era  según el orden de Melquisedec, es sumamente superior a él y a sus servicios”[6]. (Lea  con atención el pasaje de Hebreos capítulo 7 con atención a lo que se indica en el capítulo 5). Allí el autor desarrolla que el sacerdocio de según el orden de Melquisedec es superior al sacerdocio Levita porque Leví pagó los diezmos en Abraham.  Luego explica que debido a este cambio de orden sacerdotal, también se requiere un cambio de ley.  Luego se toma un pasaje mesiánico que se encuentra en Salmo 110 versículo 4: “Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre Según el orden de Melquisedec”. En base a este pasaje el autor de la epístola, inspirado por el Espíritu Santo, expone que la ley anterior, en la que se basaba el sacerdocio Aarónico, quedaba abrogada[7]. “Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto (Hebreos 7:22). Los sacerdotes de la línea Aarónica llegaron a ser muchos porque iban muriendo ya sea por el paso del tiempo o enfermedad, pero el sacerdocio de Jesús es “inmutable” porque no muere, “permanece para siempre”, por tanto es Su sacerdocio es “perfecto”.
“Notamos también que del orden Aarónico provenían sacerdotes para el pueblo de Israel. Nunca debemos perder de vista el hecho de que todas las bendiciones y promesas de Dios dadas por medio de Moisés fueron exclusivamente para los judíos. Dado que la ley fue dada a Israel no contiene nada para las naciones gentiles, ellos a su vez, nunca han estado bajo la ley que fue dada especialmente a los judíos. Por tanto, el sacerdote de orden Aarónico nunca ministró a los gentiles.”[8] Un gentil si deseaba ser parte de los beneficios de la ley de Israel, debía convertirse en un prosélito para que pudiese un sacerdote ministrar a favor de él.
Por lo ya dicho, podemos concluir que Jesús cumplió los requisitos que eran indispensables para constituirse sacerdote. 
·        Él fue escogido de entre los hombres (Hebreos 2:16; 4:15); 
·        Dios lo designó para ser Sumo Sacerdote (Hebreos 5:4-6; Mateo 3:16-17; 17:5);
·        y Él estaba consagrado a Dios (Lucas 1:35; Hebreos 7:26).
El sumo Sacerdote, en el gran día de la expiación (en hebreo, YOM KIPPUR; vea Números 29:7-11; Levíticos 16; 23:27-30) realiza el sacrificio por su pueblo. Este entraba con sangre inocente al lugar Santísimo, pero previamente debía haber hecho un sacrificio por su propios pecados. La entrada al lugar Santísimo esta velada para todos excepto una vez en el año y sólo el sumo Sacerdote podía hacerlo.
          Todo el ceremonial de este día era un tipo de Cristo y de su obra vicaria, según la interpretación de la Epístola a los Hebreos. Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, ofreció el sacrificio de sí mismo, no por pecados suyos, sino por los nuestros; no entró en el Lugar Santísimo del templo, sino en el cielo mismo; y su ofrenda propiciatoria no necesita repetirse cada año, sino que fue perfecta, única y completa[9].
Para finalizar esta sección podemos hacer el siguiente resumen con las responsabilidades del oficio con respecto a Jesús de Nazaret:
1.    Se ofreció a sí mismo en el calvario en sacrificio (Hebreos 2:9).
2.    Entró al Santuario Celestial con su propia Sangre (Hebreos 9:12).  
3.    En su ministerio presente: Oró (y ora) por los suyos (Juan 17; Romanos 8:34; Hebreos 7:25.
4.    Intercede por los suyos (Romanos 8:34; 1 Juan 2:1),
5.    y bendice a los suyos (Efesios 1:3; 2:11-22).



[1] Myer Pearlman, Teología Bíblica y Sistemática, Página 120, editorial  Vida
[2] Horacio A. Alonso, “Jesucristo, Sumo Sacerdote”, página 1 y 2, Editorial Hebron.
[3] La persona y la obra de Jesucristo, Francisco Lacueva, Clie, página 265.
[4] Con esto afirmamos que  siempre el Sacerdocio Aarónico era temporario y no eterno como el sacerdocio según el orden de Melquisedec.
[5] En el AT, el verbo hebreo kafar está relacionado con kofer, una cubierta (véase PROPICIATORIO), y se usa en relación con el holocausto (p.ej., Lev 1:4; Lev 14:20; Lev 16:24), la ofrenda por la culpa (p.ej., Lev_5:16, Lev_5:18), la ofrenda por el pecado (p.ej., Lev 4:20, Lev 4:26, Lev 4:31, Lev 4:35), la ofrenda por el pecado y el holocausto conjuntamente (p.ej., Lev 5:10; Lev 9:7), la oblación y el sacrificio de paces (p.ej., Eze 45:15, Eze 45:17), así como en otros respectos. Se usa del carnero que se ofrecía en la consagración del sumo sacerdote (Éxo 29:33), y de la sangre que Dios dio sobre el altar para hacer la propiciación por las almas del pueblo, y ello debido a que «la vida de la carne en la sangre está» (Lev 17:11), y «la misma sangre hará expiación de la persona». El hombre ha perdido el derecho a la vida debido al pecado, y Dios ha provisto el único camino posible por el que podía otorgarse la vida eterna, esto es, la entrega voluntaria de su vida hecha por su Hijo, bajo la retribución divina. Todos los antiguos sacrificios del AT establecidos por Dios eran símbolos que prefiguraban este acto de Cristo (Diccionario Vine)
[6] Harry Rimmer, La Magnificencia de Jesús,  páginas 222, Biblioteca Evangélica Argentina.
[7] En la actualidad, nadie puede saber con certeza si es descendiente de un sacerdote, ya que las genealogías se perdieron en el año 70 d.C. con la destrucción del templo en Jerusalén.
[8] Harry Rimmer, La Magnificencia de Jesús,  páginas 223, Biblioteca Evangélica Argentina
[9] Diccionario Nelson, entrada “Día de Expiación