16 Betsabé, perdonada y favorecida
Las escrituras que nos interesan son 2 Samuel 11.2,3,
12.24, 1 Reyes 1.1 al 31, 2.13 al 19, 1 Crónicas 3.5. Betsabé era de buena
familia, siendo hija de Eliam, un oficial de honra en el ejército de David. Se
casó con Urías, el más fiel de los hombres de ese mismo rey. Muerto él, ella
fue tomada como esposa de David y le dio cinco hijos. Uno de ellos murió en
infancia; los otros fueron Salomón, Simea, Sobub y Natán. Es por demás digno de
mención que ella figure en la genealogía de Mateo 1, y descrita como “la que
había sido mujer de Urías”.
El registro divino insinúa que la asociación de David con
Betsabé fue la única mancha en la conducta de este hombre: “David había hecho
lo recto delante de los ojos de Jehová, y de ninguna cosa que le mandase se
había apartado en todos los días de su vida, salvo en lo tocante a Urías
heteo”, 1 Reyes 15.5. Si fue la única mancha, fue una penetrante y una que no
se podía borrar en lo que se refiere a su efecto sobre Urías. Si bien Dios
perdona ampliamente al pecador, no pocas veces quedan las consecuencias del
pecado cometido. Se traza con suma habilidad el trágico lapso en la vida del
varón según el corazón de Dios, partiendo de cuando vio por vez primera a esta
mujer, y llegando a cuando él se echó en el regazo divino en gran
remordimiento.
“David se quedó en Jerusalén”, 2 Samuel 11.1. Los
israelitas estaban en guerra contra los amonitas, y ha debido estar con su
ejército el rey que antes se había mostrado ser valiente y exitoso en batalla.
Pero, hombre maduro ya, veterano de muchas guerras y desde hace doce años rey
sobre todo Israel, David se había vuelto complaciente consigo mismo.
Consideraba que era hora de dejar los retos para sus oficiales. Pero, con dejar
de pelear la batalla para Dios, él se dejó expuesto a los ataques de Satanás,
en este caso lascivia, intriga y homicidio.
Relajándose sobre el terrado de su casa, David vio a una
mujer bañándose sobre el terrado de casa vecina. Sus pasiones se excitaron. La
mujer desnuda, Betsabé, “era muy hermosa”, y a este hombre le agradaban las
mujeres.
Aun cuando David iba a confesar la falta como suya no más,
uno tiene que preguntarse hasta qué punto ella era cómplice, y aun promotora,
en este vergonzoso acontecimiento. Al haber sido mujer modesta y cuidadosa,
hubiera averiguado primeramente quién podría observarla desde terrados cercanos,
y en todo caso bañarse de una manera más cautelosa. Es más, al haber sido una
esposa fiel y una mujer de convicciones, hubiera rechazado la citación del rey.
Al darse cuenta de que él estaba deleitándose en su cuerpo, ¿ella no habrá
presentido lo que iba a suceder? Aun si no, ha debido rechazar de plano el
adulterio.
Tiempo después, una reina pagana de nombre Vasti tuvo el
coraje de negar exponerse ante un grupo de hombres estimulados por el licor, y
a ella le costó ser expulsada del palacio real. Si Betsabé hubiese estado
igualmente resuelta a preservar su dignidad, David, el ungido de Israel, no
hubiera cometido el pecado del cual fue culpable. Una vez consumado el acto del
adulterio, ella no mostró sentido de culpa, sino volvió a la cámara del rey para
ser una de sus muchas es-posas, una vez consumado el homicidio del le-gítimo
esposo de ella.
Betsabé tan sólo añadió insulto a su lascivia, entregándose
a relaciones con un varón ajeno cuando su propio esposo estaba arriesgando su
vida en el servicio del se-ductor. Al saber que ella estaba embarazada, David
se apresuró en traer a Urías de vuelta a su hogar, en la esperanza de evitar
sospecha sobre quién sería el padre de la criatura. Sin embargo, este soldado
devoto, hombre de principios, rehusó tener relaciones íntimas con su esposa.
Fracasó el nefasto plan, y la conjuración se complicó. Era preciso eliminar a
Urías, y él fue despachado de nuevo al campo de batalla; a Joab se le instruyó
a colocar a Urías donde más probabilidad habría de que fuese muerto. El piadoso
Urías no sabía que cargaba consigo la carta que sellaba su propia muerte. Así
para David se incorporaron en su expediente en secuencia rápida la lascivia,
adulterio, engaño, perfidia y homicidio.
La profunda congoja de David a consecuencia de la enfermedad
y defunción de la criatura, si bien no le quita su culpabilidad, nos
proporciona una mirada fugaz del lado positivo de su carácter y también de su
fe en un encuentro más allá del sepulcro. Tal vez ningún otro pasaje de la
Biblia ha sido usado tanto para consolar a corazones tris-tes en la hora de la
muerte como aquel en que David nos asegura de la inmortalidad. Enlutado sobre
su criatura muerta, dijo: “¿Podré yo hacerle volver?” No, no podía. Luego el
bálsamo: “Yo voy a él, mas él no volverá a mí”. Tanto David como Betsabé ha
debido sufrir agonía al reconocer que la muerte de su hijo, concebido fuera del
matrimonio, fue un juicio divino por lo que ellos dos habían hecho.
Divinamente instruido, el profeta Natán le lleva a David
al reconocimiento de su maldad y una sincera confesión de su iniquidad. Y este
mismo pronuncia: “Jehová ha remitido tu pecado”. Mucho se ha escrito sobre el
arrepentimiento evidente en el Salmo 51—un salmo saturado de lágrimas—y del
Salmo 32, donde David expresa gratitud a Dios por haberle perdonado en gracia y
misericordia. Pero, aun habiendo sido perdonado, ni Dios pudo exonerarle de las
consecuencias naturales de la trans-gresión. La perversidad penetró en su
propio hogar, 2 Samuel 12.11. Uno de los hijos trajo vergüenza a su padre;
13.4. Otro fue despachado del hogar, 15.19. Otro se levantó en rebelión, 1
Reyes 2. David tendría experiencias de ser traicionado por sus amigos,
abandonado por su pueblo y enlutado por los de su propia familia.
¿Y qué de Betsabé? Junto con David, ¿a ella se le hizo
consciente de su parte en la inicua transacción? Responsable como él, ¿sus
lágrimas de arrepentimiento se mezclaron con las de su marido? Pareciera que
sí, porque Dios los bendijo con otro hijo a quien pusieron por nombre Salomón,
lo cual quiere decir, “amado de Jehová”. ¿Por qué no fue dado a otra de las
esposas de David? Dado así a David y Betsabé, parece que Salomón fue evidencia
del amor perdonador de Dios para ellos dos. ¿La inclusión de Betsabé en la genealogía
de Jesús—Mateo capítulo 1—no es otra evidencia de que Dios había echado tras
sus espaldas aquel pecado?
Restaurada al favor divino, virtuosa ahora además de
hermosa, Betsabé crió a su hijo con todo diligencia espiritual. Salomón iba a
escribir en Proverbios 22.6, probablemente con referencia a su propia crianza:
“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”.
Una tradición afirma que fue Betsabé quien escribió Proverbios capítulo 31,
como admonición a Salomón cuando se casó con la hija de Faraón. Si este es el
caso, bien podemos entender las muchas advertencias en el libro de Proverbios
contra la mujer extraña.
Una vez nacido éste, el resto de la vida de esta dama está
envuelto en silencio. Podemos imaginar cómo se habrá comportado con dignidad de
reina. De que guardó su influencia sobre David, se ve por la manera en que le
recordó al rey de su promesa de nombrar a su hijo, Salomón, su sucesor. El velo
del silencio se corre una vez más cuando Salomón fue hecho rey; Betsabé, a
quien Salomón respetaba grandemente, pidió que Abisag—quien cuidó a David en su
postrimería—fuese dada como esposa a Adonías, hijo de otra esposa de David.
Una lección que podemos aprender de Betsabé es que ella,
asegurada del perdón de Dios, no dejó que su gran pecado, cometido una vez,
echara a perder el resto de su vida. Arrepentida, ella empleó su error como
lección para una mejor conducta de allí en adelante. Al ocuparnos con
melancolía o amargura de pecados que Dios ha dicho no guardará en contra
nuestra, lo que hacemos en realidad es cuestionar la misericordia suya y
robarnos a nosotros mismos de poder y progreso espiritual. Lea de nuevo Salmo
51 y luego Salmo 32.
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