La torre de Babel
Pasados unos cien años después del diluvio, ya que los hombres volvían a
multiplicarse sobre la tierra, se les ocurre formarse en asociación con ciertos
planes de operación y fines que alcanzar. Todavía recuerdan lo sucedido a los
habitantes anteriores y la prodigiosa salvación de sus padres en el arca, pero
de nuevo proceden sin contar con Dios, aun pretendiendo desafiarle. El mundo
había sido anegado hasta las cumbres más altas, pero ahora principian a
levantar una torre que debería alcanzar el mismo cielo.
Alrededor de tan grande obra de su imaginación orgullosa, debían edificarse
una ciudad, y el fin de todo era hacerse un nombre y evitar que fuesen
desparramados sobre la faz de la tierra. Dios contemplaba la necedad de estos
descendientes de Noé y sembró entre ellos la confusión por enviarles una
diversidad de idiomas de manera que no se entendían. Se comprende la dificultad
que esto causaba, resultando en el abandono completo de la empresa y el
esparcimiento de los hombres en todas direcciones.
La idea de confederación, sin embargo, ha permanecido en el corazón humano
y la historia revela algunos esfuerzos notables para volver a intentar lo que
no se pudo en el llano de Sinar.
Uno de los muy importantes esfuerzos tuvo lugar en el reino de Nabucodonosor.
Siguiendo el mismo principio de confederación, él reunió bajo su dirección un
imperio inmenso con una ciudad capital fortísima y, cosa particular, ésta llevó
el nombre de Babilonia, o sea, Babel. Cuando en el cenit de su gloria el rey se
vanagloriaba en su riqueza y poderío, perdió su razón y salió a vivir como una
bestia en el campo.
Con todo, su hijo Belsasar no aprendió a ser humilde. Unos veinticinco años
más tarde, descuidándose en una orgía con sus príncipes y concubinas, entró la
fuerza de los medo-persas por un túnel secreto debajo de los muros. Esos
enemigos tomaron la ciudad, sembraron por doquier la confusión y muerte, y
terminaron con la gloria de aquel imperio.
Su destrucción fue absoluta, como la de la primera Babel, y no se ha vuelto
a edificar allá hasta el día de hoy. Conforme a la palabra del profeta Isaías,
entre sus ruinas hacen sus cuevas los búhos y murciélagos, las culebras y las
fieras, y nadie pondría ni una tienda de lona en el sitio.
Satanás mismo cayó por su orgullo, y cuando hizo caer el hombre fue por
tentarle con la idea que sería como Dios, sabiendo el bien y el mal. Aun
después de tan amargas lecciones como nos enseña la historia, los hombres
quedan con la idea de hacerse un nombre. Piensan hacerlo con confederarse, como
atestiguan los negocios confederados, la confederación de estados y naciones, y
— lo que más nos interesa aquí — las confederaciones religiosas.
Pero la idea de confederación, manifiesta en los llanos de Sinar y en la
grande Babilonia, vuelve a nacer en las riberas del Tíber. La división de los
humildes discípulos de Jesús en clérigos y legos, pronto crio la idea de un
obispo universal. Olvidándose de que Dios puede vencer las dificultades que se
presentaran para su propia obra, les parecía conveniente confederar bajo una
sola cabeza visible todas las iglesias. Ya que este principio humano entró,
salieron fuera la santidad y el temor de Dios.
Es bien conocida la historia de los papas y las bajezas que han practicado
con el fin de “hacerse un nombre”. Los creyentes de la Reforma no dejaron de
exponer muchos de los abusos. Sin embargo faltaron ellos en no condenar del
todo el principio de confederación bajo una cabeza humana; ellos formaron
otras, que con el tiempo han ido lejos de la voluntad de la Divina Cabeza ,
revelada en las Santas Escrituras. Esta forma de confederación religiosa
también lleva el nombre de Babilonia — o sea Babel — en la Biblia , y su fin está bien
descrito en Apocalipsis 18.
Cada
cristiano verdadero es directamente responsable a su Señor y no a ningún
humano; así también cada grupo de cristianos tiene que cumplir las ordenanzas
de su Señor y rendirle cuentas a él, y no a la cabeza de alguna confederación
de iglesias. El principio de la confederación es un principio humano, y como la
primera Babel, tendrá su fin en confusión. “Salid de ella, pueblo mío, porque
no seáis participantes de sus pecados, y que no recibáis de sus plagas”, dice
el Señor.
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