13. JOSÉ Y SUS HERMANOS
Muchos años habían pasado desde que José fuera vendido por sus hermanos;
éstos descienden a Egipto en medio de grandes dificultades alimenticias y,
luego de cierto tiempo en el cual José esconde su identidad, se revela a sus
hermanos, diciéndoles: “Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para
Egipto” (Génesis 45:4). Así será con los hermanos de raza del Redentor. En
medio de grandes dificultades, rodeados por la vorágine de los ejércitos
enemigos, el Señor se revelará a los judíos. Y, de la misma manera en que José
se presentó a sus hermanos, como “el que vendisteis para Egipto”, se presentará
el Señor a ellos como “a quien traspasaron”, como está escrito: “Mirarán a mí,
a quien traspasaron” (Zacarías 12:10).
Tal presentación hizo reconocer a los hermanos de José su maldad y, en el
futuro, el remanente salvado de los judíos habrá de aceptar la plena
responsabilidad en las heridas y en la muerte del que traspasaron. El mensaje
de Pedro a sus connacionales de siglos pasados, resonará en sus conciencias:
“...matasteis al Autor de la vida” (Hechos 3:15). Será tan grande la contrición
que “... llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como
quien se aflige por el primogénito” y, “En aquel día habrá gran llanto en
Jerusalén” (Zacarías 12:10-11). No solamente José se dio a conocer a sus
hermanos, sino que los reconcilió con él y les dio porción en lo mejor de la
tierra de Egipto. De igual manera, o mejor, de una manera plena, el Señor se
dará a conocer a Israel, éstos sentirán su culpabilidad, serán librados con
gran poder de la mano enemiga y, serán exaltados, hasta llegar a ser un pueblo
vanguardia de naciones, y su capital, Jerusalén, la capital del mundo entero,
la Ciudad eterna.
14. JOSÉ Y EL DESPOJO DE SU TÚNICA
Cuando José fue cautivado y vendido le quitaron su túnica (Génesis 37:23);
cuando el Señor fue crucificado “los soldados.... tomaron sus vestidos...
tomaron también su túnica...“ (Juan 19: 23). A José le quitaron su túnica
porque les era necesario llevarla ensangrentada a su padre; al Señor despojaron
de sus vestidos como un acto de irrespeto extremo de la criatura contra su
Creador. Contrasta esta escena con la que nos presenta Isaías, el Señor en un
trono alto y sublime, con sus faldas llenando el templo y por encima de Él,
los serafines expresando una suprema reverencia (Isaías 6:1-3). Este contraste
impresionante nos revela hasta dónde bajó el Señor de la gloria para
levantarnos a nosotros. Él llegó a decir a los suyos: “Está escrito del Hijo
del Hombre que padezca mucho y sea tenido en nada” (Marcos 9:12).
15.JOSÉ Y EL
INICIO DE SU MINISTERIO
“Era José de edad de treinta años cuando fue presentado delante de Faraón
rey de Egipto; y salió José... y recorrió toda la tierra de Egipto” (Génesis
41:46). Es evidente que esto corresponde al inicio público de José, y ¿cuál era
su edad? Treinta años. Y el Señor, ¿a qué edad comenzó su ministerio? “Jesús
mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años” (Lucas 3:23).
¿No es hermoso este paralelo? ¿No nos enseña José, y en grado supremo el
Señor, que debemos dedicar nuestras vidas al servicio de Dios en la edad
temprana? Jóvenes, vivir una vida despreocupada y estéril es perder la lozanía
y el vigor de la juventud; es flor que se marchita sin dar su fragancia; es ave
que vuela sin dejar oír su canto; es caminar fugaz sin dejar la huella.
16. JOSÉ Y SU
AUTORIDAD
“Cuando se sintió el hambre en toda la tierra de Egipto, el pueblo clamó a
Faraón por pan”, entonces, “dijo Faraón a todos los egipcios: Id a José, y
haced lo que él os dijere” (Génesis 41:55). Es claro que, en aquellos momentos
de necesidad, no había en todo el país un hombre que tuviese la capacidad y
autoridad de José. Faraón así lo reconoció; él dijo, “José es el hombre; vayan
a él, y hagan lo que él diga”.
Igualmente, en las bodas de Caná, cuando había la necesidad del vino (Juan
capítulo 2), fueron dichas estas mismas palabras en cuanto al Señor. María dijo
a los que servían: “Haced todo lo que os dijere”, y el Señor allí manifestó su
autoridad divina al presentar vino de primera a partir del agua. No fue que dio
agua con sabor a vino, sino lo que el maestresala probó fue “el agua hecha
vino”. Hermanos, podemos acudir al Señor en nuestras necesidades, y todo su ilimitado
poder puede desplegarse a nuestro favor. Pero, hay una condición: “Haced todo
lo que os dijere”. En otras palabras, “plegaos a su voluntad”. Las súplicas
reñidas con la voluntad de Dios no pasan más allá del techo.
17. JOSÉ Y SUS PADRES
Al principio, cuando José soñó que “el sol y la luna y once estrellas” se
inclinaban a él (Génesis 37:9), su padre lo reprendió. El Señor, en su juventud,
también fue reprendido por su madre (Lucas 2:48). En ambos casos, la
reprensión no fue justa e, igualmente, las dos situaciones hacen que, de parte
del padre de José como de parte de María, haya una reconsideración privada en
cuanto al asunto. De José se dice que, aunque su padre le reprendió, a causa de
su sueño, y, que sus hermanos le tenían envidia”, “su padre meditaba en esto”
(Génesis 37:11). Del Señor, después que es reprendido por María, está escrito:
“su madre guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lucas 2:51). Se
equivocan, pues, aquellos que infieren de este pasaje una supuesta “travesura”
del Señor hacia sus padres. Él fue el que, a plenitud, cumplió lo que estaba
escrito en cuanto a la relación filial: “Honra a tu padre y a tu madre... “
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