Pregunta:
¿Cómo podemos explicar lo
que dice el Señor a María Magdalena en Juan 20:17: "No me toques, porque
aún no he subido a mi Padre"?
Respuesta:
Contestaremos a esta
pregunta transcribiendo dos extractos sacados de los tomos "Estudios sobre
el Evangelio de Juan" escritos por dos respetados siervos del Señor en el
siglo pasado[1]:
I.- María Magdalena se caracterizaba
por el conocimiento, pero sí su amor, su afecto por el Señor, la capacitaba
para comunicar lo que Él tenía en Su corazón, para ser Su mensajera. En cuanto
a su posición, ella representa el remanente judío apegado a la Persona del
Señor, pero ignorante de los gloriosos consejos de Dios. Ella pensaba
haber encontrado de nuevo a Jesús resucitado, por cierto, pero vuelto otra vez
a este mundo para ocupar el lugar de honor que le correspondía, y satisfacer
las aspiraciones y los afectos de aquellos que habían dejado todo por Él en Sus
días de humillación, desconocido del mundo y rechazado por Su pueblo. Pero ya
no era posible que se presentase bajo esta forma; en los consejos de Dios había
para Él una gloria mucho más excelente, y bendiciones mucho más preciosas para
nosotros... "No me toques" le dice el Señor, "porque aún no he
subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro
Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." Ella no podía tener al Señor, aun
resucitado, de regreso como Mesías sobre la tierra. Él debía primeramente subir
a Su Padre y recibir el reino, para volver otra vez. Pero había más aún: Él
había cumplido una obra que le colocaba, como hombre, y como Hijo que era desde
siempre, cerca del Padre en la gloria, siendo hombre en esta relación bendita;
además, esta obra de redención colocaba a los Suyos en la misma gloria y
en las mismas relaciones que Él. Esta obra era el fundamento de todo: en ella
Dios mismo, y el Padre, habían sido plenamente glorificados, y se habían dado a
conocer según todas Sus perfecciones. (Compárese con Juan 13: 31-32 y 17: 4-5)
Conforme a esas perfecciones los discípulos están introducidos en la posición y
en la relación de Jesús mismo con Dios: era el fruto necesario de la Obra de
Cristo: sin él, no hubiera visto el trabajo de Su alma (Isaías 53).
...Vemos pues, que el Señor
no permite que María le toque y le adore como si hubiese estado presente corporalmente
en Su reino terrenal, porque aún no había subido a Su Padre, lo cual era
necesario para que pudiera manifestar la plenitud de Su gloria, y dar a conocer
que este reino era verdaderamente el del Padre, y tenía su raíz y su fuente en
la más elevada gloria.
J. N. Darby
II.-El amor que María
Magdalena le tenía al Señor era tal vez un amor ignorante, pero ella Le amaba.
Aparecen, por cierto, en ella, pensamientos humanos, pero Él era el único
objeto de su corazón, y, en Su gracia, le hará encontrar el fruto de su amor.
Ella había aprendido a conocer a Jesús "en la carne", y en este
aspecto había sido la más fiel. Ahora el Señor quiere encaminarla a un
conocimiento más amplio y sublime; quiere llevarla hacia regiones más elevadas
que aquellas en las cuales se limitaban sus pensamientos, quiere conducirla
"al monte de la mirra y al collado del incienso" (Cantares 4:6).
—Para hacerlo gradualmente
y con tacto, suavemente, Jesús empieza por corresponder al objeto humano de
María: Su voz amada y bien conocida de ella la llama una vez más por su nombre:
¡María! ¡Sí! ésta era la nota que contestaba a todo lo que había en su corazón,
la única que podía encontrar eco en el alma de María. Si Jesús le hubiese
aparecido en Su gloria celestial, hubiera sido un extraño para ella, porque hasta
entonces Le conocía solamente como a Jesús.
Con todo, esta es la última
vez que María puede conocerle "en la carne", porque ha resucitado de
los muertos, y va a subir a Su Padre en el cielo. La tierra ya no puede ser el
lugar de Su comunión con los Suyos. "No me toques" dice el Señor,
"porque aún no he subido a mi Padre". (Observemos que es la misma
experiencia que hacen los discípulos en el capítulo 16 de este evangelio:
aprender que deberán perder a Cristo en la carne, y tener comunión con Él en la
bendita esfera en que ha entrado).
Es hermoso notar que todo
esto concuerda perfectamente con el carácter del Evangelio de Juan. En Mateo,
vemos que, saliendo del sepulcro las mujeres, encontraron al Señor, y Él les
dejó abrazar Sus pies y adorarle, mientras que aquí, dice a María: "No me
toques". Es que el evangelio de Juan nos muestra al Señor en medio de la familia
celestial, y no en Su reino de Israel y en Su gloria terrenal. Es verdad
que la resurrección le garantiza esta gloria y este reino, pero ella es también
la condición de vida para los lugares celestiales, y éste es el tema del
evangelio de Juan.
María es, pues, la primera
en ser enseñada acerca de los gloriosos y más amplios modos de obrar o consejos
de la gracia del Señor, y viene a ser para Sus hermanos la feliz mensajera de
las buenas nuevas del país lejano. Entretanto, el mismo Señor se dispone a ir
hacia ellos, con una bendición que excede todo lo que habían conocido hasta ahora.
Las nuevas traídas por María parecen haberlos preparado. No manifiestan espanto
ni incredulidad; están reunidos, como la familia de Dios, y el Hermano primogénito
entra, cargado del fruto de Su santa labor por ellos. ¡Qué reunión más bendita,
en la presencia del Señor! Fue una visita del Primogénito a la familia del
Padre celestial, en una esfera que se hallaba más allá de la muerte y fuera del
mundo. Y tal es, hermanos, el lugar de la reunión prometida con el Señor.
J. G. Bellett
Revista "VIDA
CRISTIANA", Año 1963, No. 66.-
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