lunes, 6 de noviembre de 2017

El Cordero de Dios

"Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios”. Juan 1:36.
Estas palabras fueron pronunciadas por Juan el Bautista. Ninguna otra persona viviente en aquel momento conocía mejor que él la honda significación que tienen. El padre y la madre de él se contaron entre los estudiosos más destaca­dos de las Escrituras de su tiempo. “Y eran ambos justos delante de Dios, andando sin reprensión en todos los man­damientos y estatutos del Señor” (Lucas 1:6).
Juan el Bautista era sacerdote, y había que serlo para comprender cabalmente el significado de la frase “el Cordero de Dios”. Además, es probable que Juan el Bautista fuera la persona más preparada del mundo de aquel entonces. Desde la niñez conoció las Escrituras, tal como se las enseñaron el padre y la madre. Es indudable que dominó bien el libro de Levítico y las leyes de las ofrendas. Además, se nos dice que estaba “lleno del Espíritu Santo, aun desde el seno de su madre” (Lucas 1:15), y que fue enseñado por Dios en el desierto “hasta el día que se mostró a Israel” (Lucas 1:80). Decir que Jesús es “el Cordero de Dios”, es afirmar que Jesús cumplió todas las enseñanzas relacionadas con el Cordero, como figura y profecía que se encuentran en la Biblia. El tema de nuestro sermón es, pues, “Jesús, el Cordero de Dios”.

El Cordero PREDESTINADO
Mucho tiempo antes que el Señor Jesucristo se encarnara y viviera en este mundo, estuvo designado como el Cor­dero de Dios. Fue predestinado a ser el Cordero de Dios antes de la creación de los cielos y de la tierra. Desde la eternidad la redención del ser humano estuvo en el corazón de Dios. Dios decidió lo concerniente a la redención del hombre antes de crearlo. Mi amigo lector: Dios colocó los fundamentos de tu nacimiento espiritual antes que nacie­ras. Esta es la enseñanza de la Biblia, porque el apóstol Pe­dro escribe, “Habéis sido rescatados... con la sangre pre­ciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin con­taminación, ya ordenado de antes de la fundación del mun­do” (la Pedro 1:18-20).
Que el Señor Jesús fuera el Cordero de Dios no es un pensamiento que se le ocurrió después a Dios: Él es el Cor­dero Predestinado. Tal es lo que escribe el apóstol Pablo a los creyentes en Cristo Jesús: “...según nos escogió en él antes de la fundación del mundo... habiéndonos predesti­nado para ser adoptados hijos por Jesucristo, a sí mismo” (Efesios 1:4, 5).
Reconocemos que esta es una afirmación de tremendo sig­nificado, pero es la verdad bíblica de que el Señor Jesu­cristo es el Cordero de Dios desde toda eternidad; que Dios previo la necesidad de la expiación; que Dios planeó todo el plan de la redención humana antes de que creara el hombre sobre la tierra. Y, mi estimado lector, ¡todo esto lo planeó para ti!

Jesús es el Cordero DEL PARAISO
A Jesús se lo llama “el Cordero, el cual fue muerto desde el principio del mundo” (Apoc. 13:8). Esta afirmación con­templa una escena que tuvo lugar en el paraíso. Después que Adam y Eva hubieron pecado en el jardín del Edén, el Señor Dios se acercó para conversar con ellos. Yo creo que la persona que descubrió era nada menos que Jehová-Jesús.
El pecado de Adam y Eva laceró e hirió el corazón de Dios, y fue entonces que el Señor se constituyó en “el Cordero muerto desde el principio del mundo”.
Lo que aconteció después no es nada más que la expre­sión externa de lo que ya había tenido lugar en el corazón de Dios. El Señor dijo a Adam y Eva que la Simiente de la mujer sería herida por la serpiente, palabras que constituyen la primera promesa del Evangelio, y que indica la futura crucifixión de Cristo en el Calvario. Es muy posible que en ese momento el Señor tomara dos corderos, uno para cada uno de los transgresores, los matara e hiciera “tú­nicas de pieles, y vistióles” (Génesis 3:21).
“De modo que lo primero que murió fue un sacrificio que tipificaba a Cristo, de quien se dice que es el Cordero muerto desde la fundación del mundo” (Mateo Henry).
Es indudable que Adam y Eva fueron informados del mo­do cómo debían acercarse a Dios. Abel trajo a Dios “las primicias de su ganado” porque su padre le había enseña­do así, y porque desde entonces expresó su fe en "el Cor­dero muerto desde el principio del mundo”. En el jardín del Edén quedaron establecidas las bases del modo cómo Dios trataría a la raza de pecadores. Desde entonces todos los sacrificios miraron hacia atrás, indicando al que Jehová- Jesús ofreciera en el jardín del Edén al constituirse en “el Cordero muerto desde el principio del mundo”, y miraron hacia adelante indicando el sacrificio que Cristo haría en la cruz del Calvario. Esto fue lo que Abel creyó y por lo cual Dios lo aceptó.
Lector: Tú también puedes y debes creerlo si es que quie­res que Dios te acepte, y sin dudas de ninguna clase decla­ramos que Jesús es el Cordero del Paraíso, “el Cordero que fue muerto desde la fundación del mundo”.

Jesús es EL CORDERO DE LA PROMESA
“Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: “He aquí el Cordero de Dios”. Esta declaración está vinculada con una de las escenas más notables de la historia de la reden­ción. Abraham e Isaac su hijo, subían por la ladera del Monte Moria. Isaac llevaba la carga de la leña sobre los hombros, y Abraham llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos iban a adorar (Génesis 22:5). De pronto Isaac se da cuenta de que algo falta y pregunta al padre: “¿Dónde está el cor­dero para el holocausto?’’, a lo que Abraham le contesta, Dios mismo proveerá el (en hebreo) cordero para el holo­causto (Génesis 22:8).
La respuesta de Abraham comprende una de las verdades más profundas del plan de la redención. Literalmente debe ser leída así: “Dios se proveerá El mismo el cordero para el holocausto”. El cordero a proveerse tenía que satisfacer a Dios mismo; tenía que ser aceptable a Dios; tenía que ser aprobado por Dios. Dios tenía que resolver un problema relacionado con el plan de salvación de la raza de pecado­res, porque no solo planeó ser “el justificador” de los cre­yentes en Jesús sino que también planeó ser “justo” al des­arrollar el plan de salvación. Solamente podía El mismo ser justificador y justo a la vez en Jesús como el Cordero de Dios. Por eso en Génesis 22:8 se dice que “Dios mismo se proveerá el cordero para el holocausto”. Había algo en Dios que tenía que ser satisfecho, y solamente el Señor Jesús po­día hacerlo y lo satisfizo. ¡Demos gloria a Dios por ello!
Pero hay algo más en la lectura del pasaje de Génesis 22 que tiene un gran significado en el plan de la redención. Expresado con claridad es como sigue: "Dios se proveerá Él mismo el cordero para el holocausto”. Si alguien lee mal el versículo constatará lo que quiero decir: “Dios mismo proveerá el cordero para el holocausto”. Naturalmente esto no es lo que dice el texto, pero si alguien lo lee mal le quita toda la fuerza y significado que tiene en las Escrituras, porque en realidad Dios mismo proveyó el Cordero que fue ofrecido en la expiación. Las Sagradas Escrituras dicen que “Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a si” (2 Corintios 5:19), y de ese modo Dios se proveyó a sí mismo el cordero para el holocausto.

Fue en esta escena sobre el Monte Moria que Abraham vio a Jesús como el Cordero de la Promesa después de pro­nunciar las palabras “Dios se proveerá El mismo el Cordero para el holocausto” y después que el cordero hubo sido provisto. Abraham dio a ese lugar el nombre de “Jehová-jíreh” (Génesis 22:14), y cuando Moisés escribió la histo­ria todavía decían, “El será visto en el monte del Señor”. Tipificó a Jesús crucificado como el Cordero de Dios sobre el monte Calvario, y a esta escena es a la que se refiere nuestro Señor cuando dijo, “Abraham se gozó por ver mi día; y lo vio, y se gozó” (Juan 8:56). Tal promesa fue lo que sustentó la esperanza de todos los creyentes anteriores a la encarnación de Cristo.

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