La mujer de Lot
Llegaron a la puerta de Sodoma en la tarde de cierto día dos ángeles de
Dios. Hallaron a Lot sentado a la puerta, quien les ofreció su casa, mas ellos
rehusaron, diciendo: “No, que en la plaza nos quedaremos esta noche”. Al fin él
pudo persuadirlos venir a su casa, donde comieron.
Al oscurecer empezaron los habitantes de Sodoma a practicar sus abominables
vicios. “Los hombres amaron más las tinieblas que la luz”, dijo el Señor Jesús,
y está probada en toda la historia del hombre desde su caída. Les parece que el
ojo divino no podrá penetrar la oscuridad, pero “Dios traerá toda obra a
juicio, el cual se hará sobre toda cosa oculta, buena o mala”. Sólo los que
alcanzan a tener su divino perdón (no el perdón de un cura), escaparán a su
juicio.
Había llegado la hora para los ángeles advertir a Lot y a su familia que
esa ciudad en que vivían había sido maldita por Dios, y dijeron: “Vamos a
destruir este lugar, por cuanto el clamor de ellos ha subido de punto delante
de Jehová; por tanto Jehová nos ha enviado para destruirlo”.
Al oír tan espantosas noticias, Lot salió para persuadir a sus yernos,
jóvenes de Sodoma y comprometidos a casarse con sus hijas, pero les pareció
como que se burlaba. No le hicieron caso. Lot no tuvo influencia alguna ni en
los que mejor le conocían en la ciudad. Le decían seguramente: “¿No has venido
por tu propio escogimiento a vivir entre nosotros, y ahora dices que somos muy
pecadores y que Dios va a destruir esta ciudad? Parece que te quieres burlar de
nosotros. Tú quieres que vayamos corriendo de la ciudad, y cuando estemos fuera
te vas a reír de nosotros. No, no, no somos tan tontos”.
Al rayar el día los ángeles daban prisa a Lot. Parece que en medio de todo
el peligro él se había acostado a dormir, y aun después de levantarse se
detenía tanto que al fin los ángeles asieron de su mano, de la de su mujer y de
sus dos hijas. Les sacaron fuera de la ciudad. Entonces les dijeron: “Escapa
por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte,
no sea que perezcas”.
Una vez que habían salido él y su familia de Sodoma, Dios dejó caer azufre
y fuego desde los cielos. Él destruyó Sodoma y las otras ciudades de aquella
llanura, con todos los moradores que había en ellas.
¿Pero qué de la mujer de Lot? Codiciando aún los placeres de Sodoma, miró
atrás y Dios la hizo volver una estatua de sal. Tan cerca estaba de la
salvación y siempre la perdió. Así hay muchos hoy día que han recibido aviso de
su peligro y de la salvación que hay sólo en Cristo, pero, demorando y mirando
atrás, siempre mueren en sus pecados y van al infierno.
¿Cómo va a suceder contigo, amado lector? El Señor Jesús dijo a los que le
oían: “Acordaos de la mujer de Lot”. Desde aquel día, ¿cuántos más que han
tenido oportunidades excelentes y las han despreciado, se han perdido? Han
quedado como estatuas de sal al lado del camino de la vida humana para advertir
a los demás.
Gracias a Dios, hay donde escapar de la perdición que merecen nuestros
pecados. Por amor de nosotros ha venido el eterno Hijo de Dios a morir en una
cruz por nuestros pecados. Él ha sufrido la ira de Dios en vez de nosotros,
para que nosotros fuésemos del todo libres de la condenación. Al acudir a él
para salvación, Él viene a ser el refugio de nuestras almas. Escapa por tu
vida; acude a Cristo, y estarás seguro de la ira venidera.
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