lunes, 6 de noviembre de 2017

Doctrina: Cristología (Parte XXII)

Muerte, Resurrección y Ascensión.


Importancia de estas doctrinas
Es esencial, en la religión cristiana, reconocer que la doctrina de la Muerte y Resurrección es de una importancia crucial, porque si Cristo no resucitó, nuestra fe sería vana y llena de conmiseración, ya que mañana moriremos en nuestros pecados, tal como Pablo le escribió a los corintios (1 Corintios 15; 12-19). Podemos con seguridad decir  que sin muerte la muerte de Cristo no puede haber resurrección, ni resurrección  puede haber sin muerte.
Este “supremo acontecimiento” es tema constante en las epístolas y los evangelios. Solo los evangelios dedican a este tema un número considerable de páginas para relatar el momento antes, durante y después de su muerte. Mateo y Marcos dedican más de la tercera parte de sus respectivos evangelios; Lucas una cuarta parte; y Juan la mitad.
Por tanto, quien niegue que Jesús murió y resucitó, este es un anti Cristo, con el cual no puede existir ningún tipo de comunión, es decir, aceptar sus doctrinas y hacerlas nuestras. Pueden poner todo tipo de pruebas y conjeturas, pero el hecho de negar estos puntos de la doctrina ortodoxa cristiana, es socavar el cimiento donde se asienta nuestra fe. Y sin ese cimiento, de seguro que moriremos en nuestros pecados, para quienes existe una sola expectativa, el Juicio de Dios sobre el pecador. En cambio con la doctrina de la muerte y resurrección, nos habla de que la obra de Jesús fue acepta, entonces tenemos la seguridad que en Cristo todos los creyentes somos “vivificados” (1 Corintios 15:22) y que tenemos parte con Dios por la eternidad.
a)   Su Muerte
       Pablo, escribiendo a los corintios, les dice: “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;” (1 Corintios 15:3b). Tal como podemos leer en los evangelios, sabemos que Jesús murió realmente en cruz, y que fue puesto en un sepulcro. Además, las mujeres, convencidas de su muerte iban el primer día de la semana, a primera hora, a concluir los preparativos del cuerpo. Por su parte los apóstoles estaban apesadumbrados, sin poder “digerir” lo que había ocurrido el viernes anterior, ya que su Maestro había muerto de la manera más ignominiosa que puede existir, había muerto como un forajido, un ladrón más, cuando él solo había hecho bienes a los necesitados.
       Las palabras de Pablo incluyen la cláusula “conforme a las Escrituras”. ¿Cuáles son esos pasajes a que se refería  Pablo cuando le escribía a los corintios? Podemos clasificarlas en dos grupos, aquellos que nos muestran a través de una figura y aquellas profecías que hablan de la muerte del Mesías.

1.   Figuras          
       En los albores de la humanidad encontramos la primera figura que nos habla de la muerte sustitutoria, ya que encontramos que Dios les hizo vestimentas de pieles a Adán y a Eva (Génesis 3:21). Luego la encontramos en el sacrificio de ovejas que hizo Abel para acercarse a Dios (Génesis 4:4). Y en el altar y sacrificio de Noé que hizo después que salió de arca (Génesis 8:20-22).
       Otra figura vívida que encontramos en el Antiguo Testamento es cuando Abraham va a sacrificar a su hijo Isaac por mandato de Dios (Génesis 22). El cuadro nos muestra a un hijo obediente a su padre, que hace todo lo que pide, incluso poner su vida a su disposición.
       En Éxodo encontramos el sacrificio del cordero, la noche previa a la salida de Egipto (Éxodo 12).
       En el libro de Levítico encontramos los distintos tipos de sacrificios que las personas podían realizar (Levíticos 1:1 - 7:38) y cada uno de ellos presenta un aspecto del sacrificio del Mesías: el holocausto, la oblación, la ofrenda de paces, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por la culpa. Las dos aves (Levítico 14:1-7); y la vaca alazana (Números 19:1-22).
       También encontramos una figura en la serpiente de bronce (Números 21) y que es mencionada por el mismo Señor Jesucristo a Nicodemo (Juan 3:14, 15).  Y Tanto Isaías como Juan el Bautista hacían referencia al cordero Inmolado (Isaías 53:6,7; Juan 1:29).
2.   Profecías.
       Con respecto a las profecías encontramos varias, pero destacamos las siguientes:
       A Eva se le da la promesa que  de “la simiente de la mujer” (Gen. 3:15) saldría quien heriría la cabeza de la serpiente, siendo esta la primera promesa de un mesías redentor que encontramos en la Escritura. Muchos han visto el evangelio de forma completa en las pocas palabras del versículo.
       También en los salmos encontramos una descripción profética de los sufrimientos del Mesías. El Salmo 22 es por excelencia el salmo que en forma más vívida muestra la pasión de nuestro Señor Jesucristo. Algunos han llamado a este salmo: “La ofrenda por el pecado”.
       En los libros de los profetas, tenemos que Isaías profetizó el sacrificio vicario del Mesías (Isaías 53). Y en el libro de Daniel declara que se le quitaría la vida al Mesías (Daniel 9:26). Y en el libro de Zacarías encontramos que al Pastor herido en casa de sus amigos (Zacarías 13:6, 7). 

b)   Otros nombres para referirnos a la muerte del Maestro
Expiación.  Encontramos este concepto en el Antiguo Testamento y significa “cubrir, cobertura.”  En el Nuevo Testamento la encontramos en Romanos 5:11, donde algunas versiones usan esta palabra, pero una mejor traducción de la palabra griega (καταλλαγή, katallagē) es “reconciliación.” 
        Sacrificio“…porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros.” (I Cor. 5:7. Lea también en Efesios 5:2; Hebreos 9:26; 10:12).
        Ofrenda.  “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre... porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.” (Hebreos 10:10, 14; cf.  Efesios 5:2).
        Rescate.  “como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mat. 20:28 cf. 1 P. 1:18, 19; 1 Tim. 2:5, 6).
        Propiciación.  “Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (I Juan 2:2 cf. 1 Juan 4:10; Romanos 3:25). El propiciatorio era el lugar de misericordia, por eso en Hebreos 9:5, algunas versiones la traducen como “sitio de misericordia”.  La Ley demandaba muerte por el pecado; por lo tanto, la sangre del sacrificio era colocada en el propiciatorio (“sitio de misericordia”, Éxodo 25:22; Lev. 16:13, 14), mostrando que la muerte había tomado su lugar.  Dios miraba a ese sitio y veía sangre, vida, y quedaba satisfecho.  Pero esto cambio desde el calvario en adelante. Dios mira a Cristo, nuestro sitio de misericordia, y la demanda es satisfecha.  Por lo tanto, la idea que hay detrás de la palabra “propiciación” es “satisfacción.” 
Reconciliación.  “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Corintios 5: 18,19; cf. Colosenses 1:20).  La palabra “reconciliación” significa volver a conciliar o reunir; también implica causar o afectar un cambio.   La Escritura dice, en el pasaje citado, que es Dios quien nos reconcilia consigo mismo por Cristo. Es decir, Dios nos busca y nos ofrece el único medio para volver a estar unido a Él. Esto nunca significa que Dios se reconcilia, sino que es el hombre quien tiene que ser reconciliado; es el hombre quien necesita un cambio, el hombre se apartó de Dios y no Dios del hombre, sino nunca hubiera indicado el método para acercarnos a Él.
        Sustitución.  Esta no es una palabra que se encuentre en la Escritura, pero representa una idea que se encuentra en esta, tal como podemos apreciarla en el siguiente texto: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.  Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:5, 6; cf. 1 Pedro 3:18; 2 Corintios 5:1).
        Pacto.  El nuevo pacto o nuevo testamento, es la promesa que hace Dios para perdonar el pecado al hombre y restablecer la comunión con aquellos cuyos corazones se vuelven a él. Jesucristo es el mediador del nuevo pacto, y su muerte en la cruz es la base de la promesa.  “Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive” (Hebreos 9:15-17; cf. Colosenses 1:12-14; Efesios 1:1-7; Lucas 22:20). 
c)    ¿Por qué tuvo que morir? 
        Es la pregunta más relevante que se debe responder, y cuya respuesta la encontramos únicamente en las Escrituras y en ningún otro libro u en otra parte. En el libro de los comienzos, el Génesis, se encuentra el capítulo más “negro” de toda la Escritura, en que la corona de la creación, el hombre, cae víctima de un engaño y peca contra Dios. Este hecho ya había sido visto desde antes de la fundación de mundo y Dios había provisto un medio para que el hombre retornase a la comunión con Él (1 Pedro 1:19,20). Para mostrarnos como sería este hecho, Dios proveyó la forma de acercarse a Él, y esta es por medio de la sangre de un inocente, de modo que sus pecados queden cubiertos. Observamos que el sacrificio de Abel cumplía este objetivo, de adorar a Dios por medio de una víctima inocente y no por ningún otro medio como lo intentó hacer Caín (Génesis 4:4-5). Noé hizo sacrificio después que bajo del arca (Génesis 8:20). Abraham construyó más de un altar donde realizaba sus sacrificios (Génesis 12:7, 8; 13:18; 22:9) y se acercaba a Dios. El sistema levítico de los sacrificios (Levíticos 1-7), con relación al pecado, había siempre una víctima que daba su vida para que el oferente pudiese acercarse a Dios para que sea perdonado. Tanto la expiación como el de holocausto nos muestra una imagen de lo que implicaba el juicio al pecado.
         Lamentablemente al utilizar a los animales limpios como sustitutos de hombres para que sus pecados fuesen cubiertos por la sangre de ellos, hizo que fuese un sistema ineficiente, ya que sus efectos son solo temporales, “porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (Hebreos 10:4), simplemente los cubrían. Además ellos eran una imagen o figura o sombra del sacrificio que había de venir.
         Juan el Bautista declaró de Jesús: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29, cf. 1 Pedro 1:19). Con esta declaración estaba indicando expresamente que era cordero destinado para el sacrificio, pero dejando claro que era para quitar el pecado del mundo[1]. A diferencia del sistema de sacrificios levíticos que sólo cubría los pecados, ya que por los siglos en que estuvo presente este sistema, no pudo quitar los pecados de quien se acercaba (Hebreos 10:11); en cambio, “Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Hebreos 10:12). O sea, ya no tiene que trabajar como lo hacían los sacerdotes en el antiguo sistema para cumplir con la demanda de sacrificios de los oferentes. No. Sólo se necesitó un solo sacrificio, y nada más; no era necesario los otros. “Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos” (Hebreos 9:28). No había ningún medio que permitiese al hombre de vuelta al “redil” sino por medio de la sangre preciosa de un hombre que “… no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca… (1 Pedro 2:22).
         El viajero de Emaús reconvino a los dos discípulos por la desesperanza que tenían por la muerte de su Maestro: “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?” Y no se queda ahí, sino que procede a justificar su aseveración: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían. (Lucas 24:26-27).  Le muestra la ruta completa del camino que Mesías debía pasar, les indica porque debió morir en la cruz de la forma tan ignominiosa para que pudiese entrar en su gloria. Es decir, para que pudiese completar su obra y llevar a muchos a la salvación.
Resumiendo lo anterior en palabra de un hermano: “Esto es por lo que Jesús vino y por lo que Él murió, para convertirse en el último y final sacrificio, el perfecto sacrificio por nuestros pecados y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22).  Dicho de otra manera, vemos que Él, sabiendo que era único que podía salvar a la humanidad, se sacrificó por todos. El mismo lo había afirmó: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Tanto el Padre como el Hijo (Juan 3:16) ejecutaron la única forma que podía salvar al hombre de la perdición eterna, y esto fue por amor.

d)   Importancia de su muerte
        Dado que las consecuencias del pecado son tan desastrosas para el género humano, provocando una profunda separación con su creador y un antagonismo que tiene consecuencias eternas, ya que no se acaba con la muerte del individuo, sino que después de esta  viene la condenación eterna de esa alma.
        Tal es el grado de este conflicto, que, aunque quisiera arreglar su relación con Dios, ya que por sí mismo no tiene ningún mérito para acercarse a Dios, dicho de otro modo, aunque quisiera pagar su deuda, no puede hacerlo porque vive en la miseria misma y no tiene ningún recurso. Por la misma Escritura sabemos que no hay nadie, que todo el mundo es prisionero de pecado (Gálatas 3:22 NVI). La carta a los romanos nos revela más precisamente lo que Dios piensa de la condición del hombre: “No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; Su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; Quebranto y desventura hay en sus caminos; Y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Romanos 3:10-18).  Ante esta perspectiva, vemos que el hombre por si solo tiene cero posibilidades de acercarse a Dios por su propios méritos. Aun si pensáramos que nuestras obras sirven para acercarnos a Dios, Isaías nos encarga de recordarnos como Dios ve nuestros méritos: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Isaías 64:6).
        Como ya hemos mencionado en apartado anterior, Dios no nos dejó sin un medio para acercarnos a Él, esto es, por medio de la sangre de un inocente. En la antigüedad se usaba la sangre de corderos, carneros, toros, palomas o tórtolas, para expiar nuestras culpas.
          Mencionamos anteriormente que una vez muerto la persona, venía la condenación, esto es lo que menciona el autor inspirado a los Hebreos: Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio (Hebreos 9:27; cf. Apocalipsis 20:11-15). Sin embargo, mientras tenga vida,  la persona tiene la posibilidad de redimirse, ya no por sí mismo, sino con la ayuda de alguien que si pueda hacerlo. Dado que por sí solo no puede, necesita de un sustituto perfecto en todos los sentidos, una persona sin pecado (cf. Hebreos 4:15) y esa persona muera por el pecador, porque “…sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22) de pecados.
          ¿Cuál es el mérito de la muerte del Mesías en la cruz del calvario?
          Que su sacrificio fue hecho una vez y para siempre, que ya no hay necesidad de tantos y tantos sacrificios de animales.  Como lo expresa el autor de Hebreos: “…porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (Hebreos 7:27); “…y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (Hebreos 9:12). “De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9:26). “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre”  (Hebreos 10:10).
          El pecador tiene solamente que echar mano de este sacrificio  que es  “no por obras, para que nadie se gloríe (Efesios 2:9); “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo… (Tito 3:5). Dado que el pecador no puede hacer nada, ninguna justicia de él es válida, simplemente tiene que echar mano a esta única obra de salvación.
          Podemos tener la completa seguridad de la validez de este sacrificio. “Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; más en cuanto vive, para Dios vive (Romanos 6:8-10).
          Por tanto, al aceptar a Cristo como nuestro sustituto, somos reconciliados con Dios por su muerte y tenemos una nueva y mejor posición ante Él: “Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él” (Colosenses 1:21-22). Y en esta nueva posición que tenemos, ya no se hace recuerdo de nuestra vida anterior como pecadores, porque somos Justificados por la fe, es decir, somos declarados justos (Romanos 3:24; 5:1, 9; 1 Corintios 6:11; Gálatas 2:16; 3:24; Titi 3:7).  Además, esta reconciliación ha permitido que exista una nueva condición de filiación para nuestras vidas, la adopción (Gálatas 4:5b): “en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad (Efesios 1:5).
Como consecuencia de lo anterior, somos constituidos hijos de Dios (Gálatas 3:26), y porque tenemos “el espíritu de adopción”, tenemos una relación íntima con el Padre, de modo que podemos clamar en forma afectuosa “Abba, Padre” (Romanos 8:14; Gálatas 4:6). Y las consecuencias de acción salvadora de la Deidad no quedan tan solo en una relación filial, sino que dicha relación nos lleva a gozar de lo que el Hijo herede del Padre: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:17).
Resumiendo brevemente este apartado, indicamos que la muerte de Cristo trajo consecuencias para quien la acepta como único medio de salvación:

1.    Son redimidos de sus pecados, es decir son reconciliados y justificados, y desde ya no tenemos relación con el pecado.
2.    Como consecuencia de lo anterior, somos Adoptados;
3.    Y, por lo tanto, Herederos de Dios y coherederos con el Hijo.

e)   Teorías sobre la muerte
Las Escrituras dicen taxativamente: “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;” (1 Corintios 15:3b). Además, el Viajero de Emaús expuso a sus dos acompañante todo lo que iba a padecer el Mesías y para ello lo hizo exponiendo los respectivos pasajes de la Escritura, desde Moisés y los profetas (Lucas 24:27).
 Afirmamos categóricamente, que todo aquello que no se ajusta o no se encuentre en forma explícita en la Escritura, es falso. Y sobre esta verdad debemos valorar las teorías que el hombre propone para desvirtuar la verdad que el Espíritu Santo, por medio de los autores inspirados, nos dejaron por escrito en la Biblia. No debemos dejarnos impregnar con tal o cual doctrina que enseña “tal hermano” sin aplicar lo que hacían los judíos de la sinagoga de Berea, cotejaban las Escrituras con lo que Pablo estaba afirmando, y por lo mismo muchos creyeron (Hechos 17:11).
     El hombre siempre ha tratado de negar todo lo que provenga de Dios, así que propone diferentes teorías, por muy inverosímiles que sean[2]:
1. Una de estas teorías afirma que quien fue crucificado no fue Je­sús sino Simón de Cirene. A su llegada al Gólgota, los soldados con­fundieron a Simón, que era quien cargaba la cruz, con Jesús, y le crucificaron. Parece casi innecesario refutar esta teoría; baste seña­lar que era del todo imposible confundir a un Jesús recién flagelado, cubierto de sangre e incapaz de acarrear la cruz, con un hombre que no había sido flagelado. ¿Y es lógico pensar que los soldados que habían conducido a Jesús hasta el Gólgota hubieran olvidado por completo su aspecto y el modo en que iba vestido durante su recorrido hasta aquel lugar? Y sus enemigos, que seguían increpán­dole mientras colgaba de la cruz, ¿acaso ellos también se habían olvidado del aspecto de Jesús?
2. Otra explicación que procede de los ambientes gnósticos afirma que, si bien es cierto que el cuerpo de Cristo fue crucificado, el ver­dadero Jesús (su espíritu), no lo fue. Algunas de estas interpretacio­nes llegan incluso a describir al «verdadero» Jesús sentado mientras le están clavando en la cruz, burlándose de la situación. Esta teoría se basa en un dualismo entre cuerpo y espíritu tan insostenible que no requiere refutación. De hecho, acaba admitiendo precisamente aquello que pretende negar mediante su dualismo, a saber, que Jesús de Nazaret, hijo de María, fue crucificado.
3. Otra teoría propone que a quien de hecho se crucificó, fue a un hermano de Jesús tras haberle confundido con Él. Otra conjetura más, que aparece en el Corán, afirma que Jesús no fue crucificado, sino que un doble le reemplazó: se caracterizó para que se pareciera a Jesús y fue entregado a la crucifixión. Otra de las pro­puestas presentadas tiene que ver con Judas. Se dice que, si bien es cierto que Judas convino en traicionar a Jesús, en el último momen­to, ya en Getsemaní, besó intencionadamente a otro que fue crucifi­cado en su lugar.
Todas estas teorías tienen errores y confusiones increíbles por parte de quienes se encargaron de ejecutar a Jesús. Se hace muy di­fícil de creer que, aquellos que deseaban con tanta vehemencia su mu-erte, tomaran a Jesús por otro y pudieron ser engañados con tanta facilidad. Jesús era un personaje público. Había estado enseñando abiertamente en el templo. Para dar crédito a cualquiera de estas teorías habría que alterar radicalmente los relatos de los Evangelios de un modo que los hace inverosímiles.




[1] No estamos promulgando el universalismo como podrán pensar algunos, sino que estamos diciendo que su sacrificio hizo provisión para todos. Es decir, que, si todo el mundo aceptase al Señor Jesucristo como Salvador personal, la obra que Él hizo en la cruz “alcanzaría y sobraría” (cf. Mateo 14:20; Marcos 8:9).
[2] Tomados del libro: Jesús, El Mesías: Un estudio de la vida de Cristo, por Robert H. Stein, editorial CLIE, página 303.

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