Muerte, Resurrección y Ascensión.
Importancia de
estas doctrinas
Es esencial, en la
religión cristiana, reconocer que la doctrina de la Muerte y Resurrección es de
una importancia crucial, porque si Cristo no resucitó, nuestra fe sería vana y
llena de conmiseración, ya que mañana moriremos en nuestros pecados, tal como
Pablo le escribió a los corintios (1 Corintios 15; 12-19). Podemos con
seguridad decir que sin muerte la muerte
de Cristo no puede haber resurrección, ni resurrección puede haber sin muerte.
Este “supremo
acontecimiento” es tema constante en las epístolas y los evangelios. Solo los
evangelios dedican a este tema un número considerable de páginas para relatar
el momento antes, durante y después de su muerte. Mateo y Marcos dedican más de
la tercera parte de sus respectivos evangelios; Lucas una cuarta parte; y Juan
la mitad.
Por tanto, quien niegue que Jesús murió y resucitó,
este es un anti Cristo, con el cual no puede existir ningún tipo de comunión,
es decir, aceptar sus doctrinas y hacerlas nuestras. Pueden poner todo tipo de
pruebas y conjeturas, pero el hecho de negar estos puntos de la doctrina
ortodoxa cristiana, es socavar el cimiento donde se asienta nuestra fe. Y sin ese cimiento, de seguro que
moriremos en nuestros pecados, para quienes existe una sola expectativa, el
Juicio de Dios sobre el pecador. En cambio con la doctrina de la muerte y
resurrección, nos habla de que la obra de Jesús fue acepta, entonces tenemos la
seguridad que en Cristo todos los creyentes somos “vivificados” (1 Corintios
15:22) y que tenemos parte con Dios por la eternidad.
a) Su
Muerte
Pablo,
escribiendo a los corintios, les dice: “Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras;” (1 Corintios 15:3b). Tal como
podemos leer en los evangelios, sabemos que Jesús murió realmente en cruz, y
que fue puesto en un sepulcro. Además, las mujeres, convencidas de su muerte
iban el primer día de la semana, a primera hora, a concluir los preparativos
del cuerpo. Por su parte los apóstoles estaban apesadumbrados, sin poder
“digerir” lo que había ocurrido el viernes anterior, ya que su Maestro había
muerto de la manera más ignominiosa que puede existir, había muerto como un
forajido, un ladrón más, cuando él solo había hecho bienes a los necesitados.
Las palabras de Pablo
incluyen la cláusula “conforme a las Escrituras”. ¿Cuáles son esos pasajes a
que se refería Pablo cuando le escribía
a los corintios? Podemos clasificarlas en dos grupos, aquellos que nos muestran
a través de una figura y aquellas profecías que hablan de la muerte del Mesías.
1.
Figuras
En los albores de la
humanidad encontramos la primera figura que nos habla de la muerte
sustitutoria, ya que encontramos que Dios les hizo vestimentas de pieles a Adán y a Eva (Génesis 3:21). Luego la
encontramos en el sacrificio de ovejas que
hizo Abel para acercarse a Dios (Génesis 4:4). Y en el altar
y sacrificio de Noé que hizo después que salió de arca (Génesis 8:20-22).
Otra
figura vívida que encontramos en el Antiguo Testamento es cuando Abraham va a sacrificar a su hijo Isaac por mandato
de Dios (Génesis 22). El cuadro nos muestra a un hijo obediente a su padre, que
hace todo lo que pide, incluso poner su vida a su disposición.
En
Éxodo encontramos el sacrificio del
cordero, la noche previa a la salida de Egipto (Éxodo 12).
En
el libro de Levítico encontramos los distintos
tipos de sacrificios que las personas podían realizar (Levíticos 1:1 - 7:38)
y cada uno de ellos presenta un aspecto del sacrificio del Mesías: el
holocausto, la oblación, la ofrenda de paces, la ofrenda por el pecado y la
ofrenda por la culpa. Las dos aves (Levítico 14:1-7); y la vaca alazana
(Números 19:1-22).
También
encontramos una figura en la serpiente
de bronce (Números 21) y que es mencionada por el mismo Señor Jesucristo a
Nicodemo (Juan 3:14, 15). Y Tanto Isaías
como Juan el Bautista hacían referencia al cordero
Inmolado (Isaías 53:6,7; Juan 1:29).
2.
Profecías.
Con respecto a las
profecías encontramos varias, pero destacamos las siguientes:
A Eva se le da la promesa que de “la
simiente de la mujer” (Gen. 3:15) saldría quien heriría la cabeza de la
serpiente, siendo esta la primera promesa de un mesías redentor que encontramos
en la Escritura. Muchos han visto el evangelio de forma completa en las pocas
palabras del versículo.
También en los salmos encontramos una
descripción profética de los sufrimientos del Mesías. El Salmo 22 es por
excelencia el salmo que en forma más vívida muestra la pasión de nuestro Señor
Jesucristo. Algunos han llamado a este salmo: “La ofrenda por el pecado”.
En los libros de los profetas, tenemos
que Isaías profetizó el sacrificio
vicario del Mesías (Isaías 53). Y en el libro de Daniel declara que se le quitaría la vida al Mesías (Daniel 9:26). Y en el libro
de Zacarías encontramos que al Pastor
herido en casa de sus amigos (Zacarías 13:6, 7).
b) Otros
nombres para referirnos a la muerte del Maestro
Expiación. Encontramos este concepto en el Antiguo
Testamento y significa “cubrir, cobertura.” En el Nuevo Testamento
la encontramos en Romanos 5:11, donde algunas versiones usan esta palabra, pero
una mejor traducción de la palabra griega (καταλλαγή, katallagē) es “reconciliación.”
Sacrificio. “…porque
nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros.” (I Cor. 5:7. Lea
también en Efesios 5:2; Hebreos 9:26; 10:12).
Ofrenda. “En esa
voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha
una vez para siempre... porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre
a los santificados.” (Hebreos 10:10, 14; cf. Efesios 5:2).
Rescate. “como el
Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida
en rescate por muchos.” (Mat. 20:28 cf. 1 P. 1:18, 19; 1 Tim. 2:5, 6).
Propiciación. “Y él es la
propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino
también por los de todo el mundo” (I Juan 2:2 cf. 1 Juan 4:10; Romanos 3:25).
El propiciatorio era el lugar de misericordia, por eso en Hebreos 9:5, algunas
versiones la traducen como “sitio de misericordia”. La Ley demandaba
muerte por el pecado; por lo tanto, la sangre del sacrificio era colocada en el
propiciatorio (“sitio de misericordia”, Éxodo 25:22; Lev. 16:13, 14), mostrando
que la muerte había tomado su lugar. Dios miraba a ese sitio y veía
sangre, vida, y quedaba satisfecho. Pero esto cambio desde el
calvario en adelante. Dios mira a Cristo, nuestro sitio de misericordia, y la demanda
es satisfecha. Por lo tanto, la idea que hay detrás de la palabra “propiciación”
es “satisfacción.”
Reconciliación. “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por
Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo
reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus
pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Corintios
5: 18,19; cf. Colosenses 1:20). La palabra “reconciliación” significa
volver a conciliar o reunir; también implica causar o afectar un
cambio. La Escritura dice, en el pasaje citado, que es Dios quien
nos reconcilia consigo mismo por Cristo. Es decir, Dios nos busca y nos ofrece
el único medio para volver a estar unido a Él. Esto nunca significa que Dios se
reconcilia, sino que es el hombre quien tiene que ser reconciliado; es el
hombre quien necesita un cambio, el hombre se apartó de Dios y no Dios del
hombre, sino nunca hubiera indicado el método para acercarnos a Él.
Sustitución. Esta no es
una palabra que se encuentre en la Escritura, pero representa una idea que se
encuentra en esta, tal como podemos apreciarla en el siguiente texto: “Mas
él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo
de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros
curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se
apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías
53:5, 6; cf. 1 Pedro 3:18; 2 Corintios 5:1).
Pacto. El nuevo pacto o nuevo testamento, es la promesa que hace Dios para perdonar el pecado al hombre y
restablecer la comunión con aquellos cuyos corazones se vuelven a él.
Jesucristo es el mediador del nuevo pacto, y su muerte en la cruz es la base de
la promesa. “Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que
interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el
primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia
eterna. Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte
del testador. Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es
válido entre tanto que el testador vive” (Hebreos 9:15-17; cf. Colosenses
1:12-14; Efesios 1:1-7; Lucas 22:20).
c) ¿Por
qué tuvo que morir?
Es
la pregunta más relevante que se debe responder, y cuya respuesta la
encontramos únicamente en las Escrituras y en ningún otro libro u en otra
parte. En el libro de los comienzos, el Génesis, se encuentra el capítulo más
“negro” de toda la Escritura, en que la corona de la creación, el hombre, cae
víctima de un engaño y peca contra Dios. Este hecho ya había sido visto desde
antes de la fundación de mundo y Dios había provisto un medio para que el
hombre retornase a la comunión con Él (1 Pedro 1:19,20). Para mostrarnos como
sería este hecho, Dios proveyó la forma de acercarse a Él, y esta es por medio
de la sangre de un inocente, de modo que sus pecados queden cubiertos. Observamos
que el sacrificio de Abel cumplía este objetivo, de adorar a Dios por medio de
una víctima inocente y no por ningún otro medio como lo intentó hacer Caín
(Génesis 4:4-5). Noé hizo sacrificio después que bajo del arca (Génesis 8:20).
Abraham construyó más de un altar donde realizaba sus sacrificios (Génesis
12:7, 8; 13:18; 22:9) y se acercaba a Dios. El sistema levítico de los sacrificios
(Levíticos 1-7), con relación al pecado, había siempre una víctima que daba su
vida para que el oferente pudiese acercarse a Dios para que sea perdonado. Tanto
la expiación como el de holocausto nos muestra una imagen de lo que implicaba
el juicio al pecado.
Lamentablemente al utilizar a los animales limpios como
sustitutos de hombres para que sus pecados fuesen cubiertos por la sangre de
ellos, hizo que fuese un sistema ineficiente, ya que sus efectos son solo
temporales, “porque la sangre de los toros y de los machos
cabríos no puede quitar los pecados” (Hebreos 10:4), simplemente los cubrían.
Además ellos eran una imagen o figura o sombra del sacrificio que había de
venir.
Juan
el Bautista declaró de Jesús: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo” (Juan 1:29, cf. 1 Pedro 1:19). Con esta declaración estaba indicando
expresamente que era cordero destinado para el sacrificio, pero dejando claro
que era para quitar el pecado del mundo[1]. A
diferencia del sistema de sacrificios levíticos que sólo cubría los pecados, ya
que por los siglos en que estuvo presente este sistema, no pudo quitar los
pecados de quien se acercaba (Hebreos 10:11); en cambio, “Cristo, habiendo
ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado
a la diestra de Dios” (Hebreos 10:12). O sea, ya no tiene que trabajar como lo
hacían los sacerdotes en el antiguo sistema para cumplir con la demanda de
sacrificios de los oferentes. No. Sólo se necesitó un solo sacrificio, y nada
más; no era necesario los otros. “Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar
los pecados de muchos” (Hebreos 9:28). No había ningún medio que permitiese al
hombre de vuelta al “redil” sino por medio de la sangre preciosa de un hombre
que “… no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca… (1
Pedro 2:22).
El
viajero de Emaús reconvino a los dos discípulos por la desesperanza que tenían
por la muerte de su Maestro: “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas
cosas, y que entrara en su gloria?” Y no se queda ahí, sino que procede a
justificar su aseveración: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos
los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían. (Lucas
24:26-27). Le muestra la ruta completa
del camino que Mesías debía pasar, les indica porque debió morir en la cruz de
la forma tan ignominiosa para que pudiese entrar en su gloria. Es decir, para
que pudiese completar su obra y llevar a muchos a la salvación.
Resumiendo lo anterior en palabra de un
hermano: “Esto es por lo que Jesús vino y por lo que Él murió, para convertirse
en el último y final sacrificio, el perfecto sacrificio por nuestros pecados y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22). Dicho de otra manera, vemos que Él, sabiendo
que era único que podía salvar a la humanidad, se sacrificó por todos. El mismo
lo había afirmó: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por
sus amigos” (Juan 15:13). Tanto el Padre como el Hijo (Juan 3:16) ejecutaron la
única forma que podía salvar al hombre de la perdición eterna, y esto fue por
amor.
d) Importancia
de su muerte
Dado
que las consecuencias del pecado son tan desastrosas para el género humano,
provocando una profunda separación con su creador y un antagonismo que tiene
consecuencias eternas, ya que no se acaba con la muerte del individuo, sino que
después de esta viene la condenación
eterna de esa alma.
Tal
es el grado de este conflicto, que, aunque quisiera arreglar su relación con
Dios, ya que por sí mismo no tiene ningún mérito para acercarse a Dios, dicho
de otro modo, aunque quisiera pagar su deuda, no puede hacerlo porque vive en
la miseria misma y no tiene ningún recurso. Por la misma Escritura sabemos que
no hay nadie, que todo el mundo es prisionero de pecado (Gálatas 3:22 NVI). La
carta a los romanos nos revela más precisamente lo que Dios piensa de la
condición del hombre: “No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a
Dios. Todos se desviaron, a una
se hicieron inútiles; No hay quien haga lo
bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; Con su
lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus
labios; Su boca
está llena de maldición y de amargura. Sus pies
se apresuran para derramar sangre; Quebranto y desventura hay en sus caminos; Y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Romanos 3:10-18). Ante esta perspectiva, vemos que el hombre por
si solo tiene cero posibilidades de acercarse a Dios por su propios méritos.
Aun si pensáramos que nuestras obras sirven para acercarnos a Dios, Isaías nos
encarga de recordarnos como Dios ve nuestros méritos: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y
todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos
todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Isaías 64:6).
Como
ya hemos mencionado en apartado anterior, Dios no nos dejó sin un medio para
acercarnos a Él, esto es, por medio de la sangre de un inocente. En la
antigüedad se usaba la sangre de corderos, carneros, toros, palomas o tórtolas,
para expiar nuestras culpas.
Mencionamos
anteriormente que una vez muerto la persona, venía la condenación, esto es lo que
menciona el autor inspirado a los Hebreos: “Y de la manera que
está establecido para los hombres que mueran una
sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27; cf. Apocalipsis 20:11-15). Sin embargo, mientras tenga vida, la persona tiene
la posibilidad de redimirse, ya no por sí mismo, sino con la ayuda de alguien
que si pueda hacerlo. Dado que por sí solo no puede, necesita de un sustituto
perfecto en todos los sentidos, una persona sin pecado (cf. Hebreos 4:15) y esa
persona muera por el pecador, porque “…sin
derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22) de pecados.
¿Cuál es el mérito de la muerte del
Mesías en la cruz del calvario?
Que su sacrificio fue hecho una vez y
para siempre, que ya no hay necesidad de tantos y tantos sacrificios de
animales. Como lo expresa el autor de
Hebreos: “…porque esto lo hizo una vez para siempre,
ofreciéndose a sí mismo” (Hebreos 7:27); “…y no por sangre de
machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre,
entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (Hebreos 9:12). “De otra manera le hubiera sido necesario
padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para
siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9:26). “En esa voluntad somos santificados mediante la
ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10:10).
El pecador tiene solamente que echar
mano de este sacrificio que es “no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:9); “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos
hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la
renovación en el Espíritu Santo… (Tito 3:5). Dado que el pecador no puede hacer nada, ninguna justicia de él es válida,
simplemente tiene que echar mano a esta única obra de salvación.
Podemos tener la completa
seguridad de la validez de este sacrificio. “Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo,
habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más
de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; más en cuanto
vive, para Dios vive (Romanos 6:8-10).
Por tanto, al aceptar a
Cristo como nuestro sustituto, somos reconciliados con Dios por su muerte y
tenemos una nueva y mejor posición ante Él: “Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en
vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de
carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e
irreprensibles delante de él” (Colosenses 1:21-22). Y en esta nueva posición
que tenemos, ya no se hace recuerdo de nuestra vida anterior como pecadores,
porque somos Justificados por la fe, es decir, somos declarados justos (Romanos
3:24; 5:1, 9; 1 Corintios 6:11; Gálatas 2:16; 3:24; Titi 3:7). Además, esta reconciliación ha permitido que
exista una nueva condición de filiación para nuestras vidas, la adopción
(Gálatas 4:5b): “en amor habiéndonos
predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el
puro afecto de su voluntad” (Efesios 1:5).
Como consecuencia de lo
anterior, somos constituidos hijos de Dios (Gálatas 3:26), y porque tenemos “el
espíritu de adopción”, tenemos una relación íntima con el Padre, de modo que
podemos clamar en forma afectuosa “Abba, Padre” (Romanos 8:14; Gálatas 4:6). Y
las consecuencias de acción salvadora de la Deidad no quedan tan solo en una
relación filial, sino que dicha relación nos lleva a gozar de lo que el Hijo
herede del Padre: “Y si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos
juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos
8:17).
Resumiendo brevemente este apartado, indicamos que la
muerte de Cristo trajo consecuencias para quien la acepta como único medio de
salvación:
1.
Son redimidos
de sus pecados, es decir son reconciliados y justificados, y desde ya no
tenemos relación con el pecado.
2.
Como
consecuencia de lo anterior, somos Adoptados;
3.
Y, por lo
tanto, Herederos de Dios y coherederos con el Hijo.
e) Teorías
sobre la muerte
Las Escrituras dicen taxativamente: “Cristo murió por nuestros pecados,
conforme a las Escrituras;” (1 Corintios 15:3b). Además, el Viajero de Emaús
expuso a sus dos acompañante todo lo que iba a padecer el Mesías y para ello lo
hizo exponiendo los respectivos pasajes de la Escritura, desde Moisés y los
profetas (Lucas 24:27).
Afirmamos categóricamente, que todo
aquello que no se ajusta o no se encuentre en forma explícita en la Escritura,
es falso. Y sobre esta verdad debemos valorar las teorías que el hombre propone
para desvirtuar la verdad que el Espíritu Santo, por medio de los autores
inspirados, nos dejaron por escrito en la Biblia. No debemos dejarnos impregnar
con tal o cual doctrina que enseña “tal hermano” sin aplicar lo que hacían los
judíos de la sinagoga de Berea, cotejaban las Escrituras con lo que Pablo
estaba afirmando, y por lo mismo muchos creyeron (Hechos 17:11).
El hombre siempre ha tratado de negar todo lo que provenga de Dios, así
que propone diferentes teorías, por muy inverosímiles que sean[2]:
1. Una de estas teorías afirma que quien fue crucificado no
fue Jesús sino Simón de Cirene. A su llegada al
Gólgota, los soldados confundieron a Simón, que era quien cargaba la cruz, con
Jesús, y le crucificaron. Parece casi innecesario refutar esta teoría; baste señalar que era del todo imposible confundir a
un Jesús recién flagelado, cubierto de sangre e incapaz de acarrear la cruz,
con un hombre que no había sido flagelado. ¿Y es lógico pensar que los soldados
que habían conducido a Jesús hasta el Gólgota hubieran olvidado por completo su
aspecto y el modo en que iba vestido durante su recorrido hasta aquel lugar? Y
sus enemigos, que seguían increpándole mientras colgaba de la cruz, ¿acaso
ellos también se habían olvidado del aspecto de Jesús?
2. Otra explicación que procede de los ambientes gnósticos afirma que, si
bien es cierto que el cuerpo de Cristo fue crucificado, el verdadero Jesús (su
espíritu), no lo fue. Algunas de estas interpretaciones llegan incluso a describir al «verdadero» Jesús sentado mientras le están
clavando en la cruz, burlándose de la situación. Esta teoría se basa en un
dualismo entre cuerpo y espíritu tan insostenible que no requiere refutación.
De hecho, acaba admitiendo precisamente aquello que pretende negar mediante su
dualismo, a saber, que Jesús de Nazaret, hijo de María, fue crucificado.
3. Otra teoría propone que a quien
de hecho se crucificó, fue a un hermano de Jesús tras haberle confundido con
Él. Otra conjetura más, que aparece en el Corán, afirma que Jesús no fue crucificado, sino que un
doble le reemplazó: se caracterizó para que se pareciera a Jesús y fue
entregado a la crucifixión. Otra de las propuestas presentadas tiene que ver
con Judas. Se dice que, si bien es cierto que Judas convino en traicionar a
Jesús, en el último momento, ya en Getsemaní, besó intencionadamente a otro
que fue crucificado en su lugar.
Todas estas teorías tienen errores
y confusiones increíbles por parte de quienes se encargaron de ejecutar a
Jesús. Se hace muy difícil de creer que, aquellos que
deseaban con tanta vehemencia su mu-erte, tomaran a Jesús por otro y pudieron
ser engañados con tanta facilidad. Jesús era un personaje público. Había estado
enseñando abiertamente en el templo. Para dar crédito a cualquiera de estas
teorías habría que alterar radicalmente los relatos de los Evangelios de un
modo que los hace inverosímiles.
[1] No estamos promulgando el universalismo como podrán pensar algunos, sino
que estamos diciendo que su sacrificio hizo provisión para todos. Es decir,
que, si todo el mundo aceptase al Señor Jesucristo como Salvador personal, la
obra que Él hizo en la cruz “alcanzaría y sobraría” (cf. Mateo 14:20; Marcos
8:9).
[2] Tomados del libro: Jesús, El Mesías: Un estudio de la vida de Cristo, por
Robert H. Stein, editorial CLIE, página 303.
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