jueves, 1 de febrero de 2018

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (XVII)

La escalera de Jacob

Siempre ha sucedido que los que aprecian las cosas de Dios son perseguidos de los que las desprecian. Así vemos que, no pudiendo Esaú conseguir la primogenitura que había vendido tan miserablemente, él declara su intención de matar a su hermano. En vez de culparse a sí mismo por su triste pérdida, procura echar la culpa en su hermano. ¡Cuántos hacen otro tanto! No podemos olvidar la persecución de los hugonotes en Francia, la llamada Santa (?) Inquisición y semejantes horrores de la historia.
Al saber Rebeca, la madre, que Esaú meditaba la muerte de Jacob, ella le envió a Padan-aram, a la casa del abuelo. Todavía no parece haber conocido Jacob al Señor. Le alcanzó la noche en una parte desierta, y tomando de las piedras de aquel lugar, las puso a su cabecera y se acostó. Con tan dura almohada soñó que veía una escalera que alcanzaba desde la tierra hasta el cielo, por la cual subían y descendían los ángeles de Dios.
En esa hora también le habló Dios, revelándose a Jacob como Jehová, el Dios de Abraham y el Dios de Isaac. Esta revelación corresponde a la experiencia del que hoy día se convierte a Dios. Le son reveladas dos cosas: la extrema miseria de su alma a causa del pecado, y la provisión que la gracia y amor de Dios han hecho en Cristo.
El significado de la escalera está interpretado por el mismo Señor Jesús en Juan 1.51: “De aquí en adelante veréis el cielo abierto, y los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre”. Cristo es el único medio de llegar a Dios. Dice Pablo: “Hay un Dios, asimismo un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”, 1 Timoteo 2.5.
Para cubrir el gran trecho entre el santo Dios y el hombre pecador, hacía falta uno que fuera Dios y hombre en una misma persona. No lo ha sido ningún santo, ni la buena y virtuosa virgen madre de Jesús. Mas el Hijo de Dios se humanó para poder morir por nuestros pecados, y ahora vive en el cielo en cuerpo humano, para interceder por los fieles que creen en él. Ni los más fieles apóstoles han podido morir por nosotros, ni tampoco están en cuerpo en el cielo hasta que no venga Cristo otra vez para resucitarlos.
Recuerdo haber leído de un fraile que soñó que no vio una escalera para el cielo, sino dos. La una era roja y la otra blanca. Veía las almas subiendo por la roja, mas no pudieron nunca llegar al cielo. Se ponían sobre la blanca y sin dificultad entraban a la presencia de Dios. Al despertar él meditaba mucho sobre el sueño, y llegó a creer que Dios le había dado una revelación, que la roja era Cristo y la blanca era la virgen María. Subiendo por Cristo, las almas no llegaban al cielo, por María sí.
Ahora, no creemos en sueños de frailes, pero sí creemos en la palabra de Pedro y los demás apóstoles. Dice Pedro acerca de Cristo: “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”, Hechos de los Apóstoles 4.12. Dice el mismo Señor Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”, Juan 14.6.
Jacob jamás olvidó el día ni el lugar donde Dios le encontró, y lo llamo Bet-el, “la casa de Dios”. ¿Cuándo fue la ocasión, el lugar y las circunstancias del encuentro tuyo con Cristo para recibirle como tu Salvador?

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