La escalera de Jacob
Siempre ha sucedido que los que aprecian las cosas de
Dios son perseguidos de los que las desprecian. Así vemos que, no pudiendo Esaú
conseguir la primogenitura que había vendido tan miserablemente, él declara su
intención de matar a su hermano. En vez de culparse a sí mismo por su triste
pérdida, procura echar la culpa en su hermano. ¡Cuántos hacen otro tanto! No
podemos olvidar la persecución de los hugonotes en Francia, la llamada Santa
(?) Inquisición y semejantes horrores de la historia.
Al saber Rebeca, la madre, que Esaú meditaba la muerte de
Jacob, ella le envió a Padan-aram, a la casa del abuelo. Todavía no parece
haber conocido Jacob al Señor. Le alcanzó la noche en una parte desierta, y
tomando de las piedras de aquel lugar, las puso a su cabecera y se acostó. Con
tan dura almohada soñó que veía una escalera que alcanzaba desde la tierra
hasta el cielo, por la cual subían y descendían los ángeles de Dios.
En esa hora también le habló Dios, revelándose a Jacob
como Jehová, el Dios de Abraham y el Dios de Isaac. Esta revelación corresponde
a la experiencia del que hoy día se convierte a Dios. Le son reveladas dos
cosas: la extrema miseria de su alma a causa del pecado, y la provisión que la
gracia y amor de Dios han hecho en Cristo.
El significado de la escalera está interpretado por el
mismo Señor Jesús en Juan 1.51: “De aquí en adelante veréis el cielo abierto, y
los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre”. Cristo es
el único medio de llegar a Dios. Dice Pablo: “Hay un Dios, asimismo un mediador
entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”, 1 Timoteo 2.5.
Para cubrir el gran trecho entre el santo Dios y el
hombre pecador, hacía falta uno que fuera Dios y hombre en una misma persona.
No lo ha sido ningún santo, ni la buena y virtuosa virgen madre de Jesús. Mas
el Hijo de Dios se humanó para poder morir por nuestros pecados, y ahora vive
en el cielo en cuerpo humano, para interceder por los fieles que creen en él.
Ni los más fieles apóstoles han podido morir por nosotros, ni tampoco están en
cuerpo en el cielo hasta que no venga Cristo otra vez para resucitarlos.
Recuerdo haber leído de un fraile que soñó que no vio una
escalera para el cielo, sino dos. La una era roja y la otra blanca. Veía las
almas subiendo por la roja, mas no pudieron nunca llegar al cielo. Se ponían
sobre la blanca y sin dificultad entraban a la presencia de Dios. Al despertar
él meditaba mucho sobre el sueño, y llegó a creer que Dios le había dado una
revelación, que la roja era Cristo y la blanca era la virgen María. Subiendo
por Cristo, las almas no llegaban al cielo, por María sí.
Ahora, no creemos en sueños de frailes, pero sí creemos
en la palabra de Pedro y los demás apóstoles. Dice Pedro acerca de Cristo: “En
ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a
los hombres, en que podamos ser salvos”, Hechos de los Apóstoles 4.12. Dice el
mismo Señor Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre
sino por mí”, Juan 14.6.
Jacob jamás olvidó el día ni el lugar donde Dios le
encontró, y lo llamo Bet-el, “la casa de Dios”. ¿Cuándo fue la ocasión, el
lugar y las circunstancias del encuentro tuyo con Cristo para recibirle como tu
Salvador?
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