jueves, 1 de febrero de 2018

SEGUNDO CENSO DE LOS HIJOS DE ISRAEL

Números 26:1-65


Aquí tenemos la segunda enumeración de los hijos de Israel, cuando están a punto de entrar en la tierra prometida. ¡Cuán triste es considerar que de los seiscientos mil hombres de guerra que fueron enumerados al principio, solamente dos habían sobrevivido, Josué y Caleb! Los cuerpos de todos los demás “cayeron en el desierto”. Dos hombres de fe sencilla quedaron para recibir la recompensa.
¡Cuán solemne y lleno de instrucción es todo ello! La incre­dulidad impidió a la primera generación de entrar en el país de Canaán, y la hizo morir en el desierto. Este es el hecho sobre el cual el Espíritu Santo funda una de las exhortaciones y advertencias más apremiantes que puedan encontrarse en todo el Libro inspirado. ¡Escuchémosle! “Por lo cual... mirad, hermanos, que en ninguno de vosotros haya corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice ‘Hoy’, porque ninguno de vosotros se endurezca con engaño de pecado. Porque participantes de Cristo somos hechos, con tal que conservemos firme hasta el fin el principio-de nuestra confianza; entretanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación. Porque algunos de los que habían salido de Egipto con Moisés, habiendo oído, provocaron; aunque no todos. Mas ¿con cuáles estuvo enojado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que no obedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de su incredulidad. Tenemos, pues, que, quedando aún la promesa de entrar en su reposo, parezca alguno de vosotros haberse apartado. Porque también a nosotros se nos ha evangelizado como a ellos; mas no les aprovechó el oír la palabra a los que oyeron sin mezclar fe (Heb. 3: 12-19; 4: 1 y 2).
Aquí está el gran secreto práctico: la Palabra de Dios mez­clada con la fe. ¡Preciosa mezcla! ¡Cosa única que puede ser de provecho a cada uno! Podemos oír mucho, hablar mucho, profesar mucho; pero es lo cierto que la medida del verdadero poder espiritual, poder para allanar las dificultades, poder para vencer al mundo, poder para adelantar, poder para apropiarnos lo que Dios nos concede, la medida de este poder es simplemente la de la mezcla de la palabra de Dios con la fe. Esa palabra está establecida para siempre en los cielos; y si ella está fijada en nuestros corazones por la fe, hay un lazo divino que nos une al cielo y a cuanto con él se relaciona; luego, en la propor­ción en que nuestros corazones estén así unidos al cielo y a Cristo que está allí, estaremos prácticamente separados del presente siglo, librados de su influencia. La fe toma posesión de todo lo que Dios ha dado. Ella penetra adentro del velo; ella se sostiene como viendo al invisible; se ocupa de lo que es invisible y eterno, no de lo visible y temporal. El hombre piensa que los bienes de la tierra son seguros; la fe no conoce nada seguro sino Dios y su Palabra. La fe toma la palabra de Dios y la oculta en lo íntimo del corazón, y la conserva como un tesoro escondido, la única cosa que merece ser llamado un tesoro. El feliz poseedor de ese tesoro se vuelve enteramente independiente del mundo. Puede ser pobre en cuanto a las riquezas de este mundo perecedero; pero si es rico en fe, posee indecibles rique­zas, “los bienes permanentes y la justicia”, “las riquezas inson­dables de Cristo”. Si quieres creer lo que Dios dice, y creerlo porque Él lo dice, —esto es la fe—, posees entonces realmente un tesoro que hace a su poseedor completamente independiente de la tierra, en la cual los hombres no andan más que por la vista. Hablan de “lo positivo” y lo “real”, en otras palabras, de lo que pueden ver y palpar. La fe no conoce de positivo y real, sino sólo la Palabra del Dios vivo.
Pues bien; fue la ausencia de esa fe bendita que detuvo a Israel fuera de Canaán, y fue la causa de que seiscientos mil hombres cayeran en el desierto. Es también la ausencia de esa fe que tiene a millares de hijos de Dios en la esclavitud y en las tinieblas, cuando debieran andar en la luz y la libertad; que les tiene en el abatimiento y en la tristeza, cuando debieran andar en el gozo y el vigor de la plena salud de Dios; que les tiene en el temor del juicio, cuando debieran andar en la espe­ranza de la gloria; que les tiene en la duda de si escaparán de la espada del exterminador de Egipto, cuando debieran alimen­tarse con el trigo de la tierra de Canaán.
Que el Señor derrame su luz y su verdad, a fin de conducir a sus hijos al goce de la plenitud de su parte en Cristo, para que tomen su verdadera posición, rindiendo al mismo tiempo fiel testimonio mientras aguardan su gloriosa venida.
Tomado del Libro “Estudios sobre el libro de LOS NUMEROS”

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