Números 26:1-65
Aquí
tenemos la segunda enumeración de los hijos de Israel, cuando están a punto de
entrar en la tierra prometida. ¡Cuán triste es considerar que de los
seiscientos mil hombres de guerra que fueron enumerados al principio, solamente
dos habían sobrevivido, Josué y Caleb! Los cuerpos de todos los demás “cayeron
en el desierto”. Dos hombres de fe sencilla quedaron para recibir la
recompensa.
¡Cuán
solemne y lleno de instrucción es todo ello! La incredulidad impidió a la
primera generación de entrar en el país de Canaán, y la hizo morir en el
desierto. Este es el hecho sobre el cual el Espíritu Santo funda una de las
exhortaciones y advertencias más apremiantes que puedan encontrarse en todo el
Libro inspirado. ¡Escuchémosle! “Por lo cual... mirad, hermanos, que en ninguno
de vosotros haya corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo;
antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice ‘Hoy’,
porque ninguno de vosotros se endurezca con engaño de pecado. Porque
participantes de Cristo somos hechos, con tal que conservemos firme hasta el
fin el principio-de nuestra confianza; entretanto que se dice: Si oyereis hoy
su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación. Porque
algunos de los que habían salido de Egipto con Moisés, habiendo oído,
provocaron; aunque no todos. Mas ¿con cuáles estuvo enojado cuarenta años? ¿No
fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes
juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que no obedecieron? Y vemos
que no pudieron entrar a causa de su incredulidad. Tenemos, pues, que, quedando
aún la promesa de entrar en su reposo, parezca alguno de vosotros haberse
apartado. Porque también a nosotros se nos ha evangelizado como a ellos; mas no
les aprovechó el oír la palabra a los que oyeron sin mezclar fe (Heb. 3: 12-19;
4: 1 y 2).
Aquí
está el gran secreto práctico: la Palabra de Dios mezclada con la fe.
¡Preciosa mezcla! ¡Cosa única que puede ser de provecho a cada uno! Podemos oír
mucho, hablar mucho, profesar mucho; pero es lo cierto que la medida del
verdadero poder espiritual, poder para allanar las dificultades, poder para
vencer al mundo, poder para adelantar, poder para apropiarnos lo que Dios nos
concede, la medida de este poder es simplemente la de la mezcla de la palabra
de Dios con la fe. Esa palabra está establecida para siempre en los cielos; y
si ella está fijada en nuestros corazones por la fe, hay un lazo divino que nos
une al cielo y a cuanto con él se relaciona; luego, en la proporción en que
nuestros corazones estén así unidos al cielo y a Cristo que está allí,
estaremos prácticamente separados del presente siglo, librados de su
influencia. La fe toma posesión de todo lo que Dios ha dado. Ella penetra
adentro del velo; ella se sostiene como viendo al invisible; se ocupa de lo que
es invisible y eterno, no de lo visible y temporal. El hombre piensa que los
bienes de la tierra son seguros; la fe no conoce nada seguro sino Dios y su
Palabra. La fe toma la palabra de Dios y la oculta en lo íntimo del corazón, y
la conserva como un tesoro escondido, la única cosa que merece ser llamado un
tesoro. El feliz poseedor de ese tesoro se vuelve enteramente independiente del
mundo. Puede ser pobre en cuanto a las riquezas de este mundo perecedero; pero
si es rico en fe, posee indecibles riquezas, “los bienes permanentes y la
justicia”, “las riquezas insondables de Cristo”. Si quieres creer lo que Dios
dice, y creerlo porque Él lo dice, —esto es la fe—, posees entonces realmente
un tesoro que hace a su poseedor completamente independiente de la tierra, en
la cual los hombres no andan más que por la vista. Hablan de “lo positivo” y lo
“real”, en otras palabras, de lo que pueden ver y palpar. La fe no conoce de
positivo y real, sino sólo la Palabra del Dios vivo.
Pues
bien; fue la ausencia de esa fe bendita que detuvo a Israel fuera de Canaán, y
fue la causa de que seiscientos mil hombres cayeran en el desierto. Es también
la ausencia de esa fe que tiene a millares de hijos de Dios en la esclavitud y
en las tinieblas, cuando debieran andar en la luz y la libertad; que les tiene
en el abatimiento y en la tristeza, cuando debieran andar en el gozo y el vigor
de la plena salud de Dios; que les tiene en el temor del juicio, cuando
debieran andar en la esperanza de la gloria; que les tiene en la duda de si
escaparán de la espada del exterminador de Egipto, cuando debieran alimentarse
con el trigo de la tierra de Canaán.
Que
el Señor derrame su luz y su verdad, a fin de conducir a sus hijos al goce de
la plenitud de su parte en Cristo, para que tomen su verdadera posición,
rindiendo al mismo tiempo fiel testimonio mientras aguardan su gloriosa venida.
Tomado del Libro “Estudios
sobre el libro de LOS NUMEROS”
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