II.
PREEMINENCIA Y VALOR DEL AMOR (1 CORINTIOS XIII 1-3)
Ahora,
volviéndonos a este himno de amor, notad que se divide en tres partes
principales.
Los
versículos 1 a 3 demuestran la preeminencia del amor; los versículos 4 a 7
detallan sus prerrogativas; y los versículos 8 a 13 declaran su permanencia. La
primera parte revela el valor del amor; la segunda parte revela su virtud; y
la tercera parte afirma su victoria.
En
la primera estrofa hay una visión de la vida sin amor; en la segunda hay una
visión de amor como el secreto y la fuerza del carácter; y en la tercera hay
una visión del amor como la meta de la vida.
Consideramos
ahora la primera de estas tres divisiones.
Primeramente,
en los versículos 1 a 3, hallamos la preeminencia del amor. En estos
versículos, como hemos dicho, tenemos una visión de la vida sin amor. Se nos
dice que contemplemos una vida colmada de poderes y servicios, de los cuales
uno apenas se atreve a soñar y, no obstante, por falta de amor, todo es vano y
vacío. Aquí el reflector del amor es dirigido sobre los grandes poderes de
emoción, de intelecto y de voluntad del hombre, y cada uno de éstos en su
óptimo grado se demuestra ser sin valor, careciendo de amor. Estas cualidades
se distinguen en la declaración por la frase “mas no tengo amor” repetida en
los versículos 1, 2 y 3.
Ante
todo, pues, se declara que el amor debe ser supremo en el corazón humano. “Si
hablo las lenguas de los hombres y de los ángeles, *mas no tengo amor, vengo a
ser metal que resuena, o címbalo que retiñe”. El amor debe estar en posesión de
toda nuestra naturaleza emotiva. “Hablando diversas lenguas” es la expresión,
según el contexto, de un éxtasis de gozo, de palabras pronunciadas bajo la más
fuerte emoción. Por un momento el apóstol se imagina poseer este don en su
forma más elevada y en el mayor grado. Habla “las lenguas de los hombres y de
los ángeles”; emplea el lenguaje de excelencia tanto terrestre como celestial;
usa la medida de expresión más amplia y más plena imaginable, y esto como
indicativo de la más elevada y más intensa emoción.
Sin
embargo, dice, un don semejante, no acompañado de amor, hace que su ejercicio
sea sin ningún valor, pues este hombre talentoso pero desamorado no es más que
“metal que resuena”, o un “címbalo que retiñe”. Aunque el ejercicio de este don
incluyera todo lo que ambos mundos pudiesen expresar de grande y glorioso, con
todo, sin amor para armonizarlo, resultaría solamente disonancia áspera y sin
sentido. El poder de expresión no es determinado por la extensión del vocabulario
de un hombre, sino por la grandeza de su corazón.
Poesía,
sentimentalismo y retórica no pueden compensar la ausencia de divino amor.
Podríamos tener, si fuera posible, la boca de un Demóstenes o de un Crisóstomo,
con todo, si fuera sin el Espíritu de Cristo, no tendríamos éxito. ¿De qué
sirve la elocuencia sin amor? El don de la palabra no es solamente inútil, sino
peligroso, si no es acompañado por amor. El amor es el único lenguaje que
tiene un significado universal y, como la naturaleza, no necesita de palabras.
El lenguaje sin amor es ruido sin melodía; es el rechinar de un batintín y no
la música de un órgano. La charla es inútil sin caridad, así como el sonido sin
alma. El lenguaje puede llamar la atención, pero tan sólo el amor puede satisfacer
el corazón. Jesús dijo: “El primer mandamiento de todos es, Amarás...”, y Pablo
dice que eso es la suma de todos los mandamientos y el cumplimiento de la ley.
En
segundo lugar, se Nos dice que el amor debe ser supremo en la mente. “Si tengo
el don de profecía, y entiendo todos los misterios y toda la ciencia; y si
tengo toda la fe, como para trasladar montes, pero no tengo amor, nada soy”.
Es
decir, que el amor debe tener el gobierno de nuestras facultades intelectuales.
Ahora, observad atentamente, las cuatro cosas aquí mencionadas, cosas que
atañen a nuestra actividad intelectual, más bien que emotiva o volitiva. Por
“profecía” se entiende el poder de interpretar y declarar. Un profeta es uno
que interpreta la vida a los hombres en los términos de su significado eterno,
así que la profecía significa en realidad facultad inspirativa. Por “misterios”
debemos entender la penetración de secretos divinos, el conocimiento de lo
espiritual. Por “ciencia” se entiende inteligencia en la verdad; y por “fe” la
cualidad que nos da el dominio sobre las dificultades de la vida, firmeza de
creencia.
Otra
vez el apóstol se imagina poseer cada uno de estos dones en su perfección ideal,
percibir todos los consejos de Dios, poder profundizar la verdad, y ejercer
toda la fe imaginable y, además, por el poder de inspiración, por la profecía
o predicación, compartir sus dones con los demás. Sin embargo, dice, con todo
esto, si me falta amor “nada soy”.
Balaam
demuestra que la facultad de inspiración es posible sin amor. Caifás demuestra
que la percepción espiritual es posible sin amor. Judas demuestra que mucho
conocimiento de las cosas divinas es posible sin amor; y Jacobo y Juan demuestran
que cierta clase de fe es posible sin amor. Es tan sólo el amor que hace que
estos dones sean de, algún valor real a sus poseedores. Estas cosas no son
despreciables, pero sin amor resultan últimamente sin valor. Tan sólo el amor
es la prueba de la vida espiritual y la piedra de toque del carácter cristiano.
Las
cosas aquí detalladas son dones, pero el amor es una gracia, y sabemos que
podemos poseer dones sin gracia, o gracia sin dones. Lo que deberíamos
aprender del pasaje que estamos estudiando, es que más vale tener esta gracia
sin dones que tener todos los dones sin esta gracia. La ausencia de amor
significa egoísmo; y las facultades de inspiración, penetración, conocimiento y
fe pueden ser muy egoístas.
La
fe sin amor ha hecho mucho para amargar la vida del mundo. Doquiera se halle en
la misma vida profundas convicciones y simpatías superficiales, existe la
posibilidad de mucha crueldad inconsciente. Fe sin amor podrá remover montañas
de su propio camino, solamente para colocarlas en el camino de un hermano. El
egoísmo puede ser inteligente, decoroso y aun espiritual. El mundo ha tenido
sus profetas desamorados, eruditos desamorados, “pioneers” desamorados, hombres
que han tenido poder sin gracia; pero no son éstos los que se recuerdan con cariño
y son finalmente coronados.
Se
ha hecho esta afirmación solemne: “También en nuestros días se puede ser un
teólogo célebre, el instrumento de poderosos avivamientos, el autor de
hermosas obras en el reino de Dios, un misionero de nombradía mundial; no
obstante, si en todas estas cosas el hombre (o mujer) es interesado y no es el
soplo de amor divino que lo anima a la vista de Dios, será solamente apariencia
y no realidad”.
Lo
que tal hombre haga puede ser de valor para la Iglesia, pero donde falta amor,
no le aprovecha nada a él. El apóstol dice que un tal hombre es “nada”, es decir,
que su carácter no tiene valor real.
Y,
finalmente, en este párrafo que trata de la preeminencia y el valor del amor,
se nos enseña que el amor debe ser supremo en la voluntad humana. Todo el
pasaje es psicológicamente sólido y exacto.
“Y
si reparto todos mis bienes para dar de comer a pobres, y si entrego mi cuerpo
para que me quemen, mas no tengo amor, de nada me aprovecha”.
El
amor debe dominar la facultad de la voluntad. En el versículo 1 la idea tiene
relación con nuestro poder emotivo; en el versículo 2, con nuestro poder
intelectual; y en el versículo 3 con nuestro poder volitivo; y estas son
nuestras principales facultades. En el reino del alma, estas deberían cooperar
las unas con las otras, pero lo pueden hacer eficazmente tan sólo en la medida
que el amor tenga el dominio de todas. Solamente el amor puede armonizar y
dirigir nuestras diversas facultades, y tan sólo en la medida que el amor lo
hace puede la vida cumplir su verdadero fin.
Ahora
bien, aquí se mencionan dos cosas, siendo imposible concebirse nada más extremo
en el ejercicio de la voluntad. Estas son, el reparto de todo lo que uno posee,
y la entrega de uno mismo a las llamas del fuego. El sacrificio absoluto de la
propiedad y de la vida. El apóstol se imagina haciendo este sacrificio,
diciendo al mismo tiempo que si estos actos no fueran motivados y dirigidos por
amor, no le aprovecharían nada. Puede parecer increíble que sacrificios tales
como éstos pudiesen ser hechos por una persona desamorada, sin embargo, eso es
lo que el pasaje supone, y no sin cierto fundamento.
Se
ha dicho: “No hay ninguno que haya visto alguna vez el acto de dar la limosna
en un monasterio o en el patio del palacio de un obispo o arzobispo español o
siciliano, donde sumas cuantiosas son desparramadas en céntimos entregados a
muchedumbres de mendigos, que no haya sentido la verdad del “Si reparto mis
bienes”, casi satírico, del apóstol.
Y
en cuanto a la segunda idea, se sabe que esto ha sido hecho. Hay la historia de
un tal Sapricius, un cristiano de Antioquía, que, camino al patíbulo, se rehusó
a perdonar a su enemigo Nicéforo. Está probado, que un hindú, un budista, en el
tiempo de Augusto, se quemó a sí mismo. Quizás el apóstol Pablo haya visto su
tumba en Atenas, que llevaba esta inscripción: Zarmochegas, el hindú de
Barchogas, de acuerdo con las antiguas costumbres de la India, se hizo
inmortal, y yace aquí”.
El
significado del pasaje es que es concebible que un cristiano haga el supremo
sacrificio impulsado por algún motivo que no fuese el amor. Las acciones en sí
mismas no tienen valor intrínseco. Su valor, tanto como manifestaciones de
carácter, como de provecho espiritual para el que las realiza, depende
enteramente del móvil, y si bien el sentimiento del deber puede ser un móvil
digno, el más elevado y más noble es el amor.
La
acusación de nuestro Señor contra la Iglesia de Éfeso es una advertencia para
todos nosotros: “Conozco tus obras, y tu trabajo y paciencia, y que no puedes
sufrir a los malos; … y tienes paciencia, y por amor de mi nombre has sufrido y
no te has cansado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor”.
¿Qué,
pues, es la vida sin amor? El quíntuplo “si” y el cuádruplo “todos” del
apóstol, crean una persona como nunca ha existido, uno que tiene inteligencia
sin par, profunda penetración, vastos conocimientos, una fe sin límites y la
voluntad de sacrificarse hasta el extremo, sin embargo, dice, si todas estas
cualidades se hallaren en una sola persona, si no tuviere amor, lo que hiciere
no le aprovechará nada, y él mismo no sería nada. A la vista de Dios todos los
dones, sin amor, no tienen valor ninguno, pero el amor, aun cuando no existan
dones, es el todo. Por cierto, debemos tener en cuenta siempre que no se hace
referencia a la amabilidad natural, o a un espíritu benévolo, sino al amor, que
es espiritual, divino e indestructible.
Contemplemos
bien la posibilidad de que el amor gobierne todo nuestro corazón, mente y
voluntad, dominando todos nuestros sentimientos, pensamientos y elecciones.
Luego, entreguémonos a esta sublime dirección y así experimentemos la voluntad
de Dios para nosotros, que amemos con todo nuestro corazón, y toda nuestra
mente, y todas nuestras fuerzas.
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