jueves, 1 de febrero de 2018

VIDA DE AMOR (Parte II)

II. PREEMINENCIA Y VALOR DEL AMOR (1 CORINTIOS XIII 1-3)



Ahora, volviéndonos a este himno de amor, notad que se divide en tres partes principales.
Los versículos 1 a 3 demuestran la preeminencia del amor; los versículos 4 a 7 detallan sus prerrogativas; y los versículos 8 a 13 declaran su permanencia. La pri­mera parte revela el valor del amor; la segunda parte revela su virtud; y la tercera parte afirma su victoria.
En la primera estrofa hay una visión de la vida sin amor; en la segunda hay una visión de amor como el se­creto y la fuerza del carácter; y en la tercera hay una vi­sión del amor como la meta de la vida.
Consideramos ahora la primera de estas tres divi­siones.
Primeramente, en los versículos 1 a 3, hallamos la preeminencia del amor. En estos versículos, como hemos dicho, tenemos una visión de la vida sin amor. Se nos dice que contemplemos una vida colmada de poderes y servicios, de los cuales uno apenas se atreve a soñar y, no obstante, por falta de amor, todo es vano y vacío. Aquí el reflector del amor es dirigido sobre los grandes poderes de emoción, de intelecto y de voluntad del hom­bre, y cada uno de éstos en su óptimo grado se demues­tra ser sin valor, careciendo de amor. Estas cualidades se distinguen en la declaración por la frase “mas no tengo amor” repetida en los versículos 1, 2 y 3.
Ante todo, pues, se declara que el amor debe ser supremo en el corazón humano. “Si hablo las lenguas de los hombres y de los ángeles, *mas no tengo amor, vengo a ser metal que resuena, o címbalo que retiñe”. El amor debe estar en posesión de toda nuestra naturaleza emoti­va. “Hablando diversas lenguas” es la expresión, según el contexto, de un éxtasis de gozo, de palabras pronun­ciadas bajo la más fuerte emoción. Por un momento el apóstol se imagina poseer este don en su forma más ele­vada y en el mayor grado. Habla “las lenguas de los hombres y de los ángeles”; emplea el lenguaje de exce­lencia tanto terrestre como celestial; usa la medida de ex­presión más amplia y más plena imaginable, y esto como indicativo de la más elevada y más intensa emoción.
Sin embargo, dice, un don semejante, no acompaña­do de amor, hace que su ejercicio sea sin ningún valor, pues este hombre talentoso pero desamorado no es más que “metal que resuena”, o un “címbalo que retiñe”. Aunque el ejercicio de este don incluyera todo lo que ambos mundos pudiesen expresar de grande y glorioso, con todo, sin amor para armonizarlo, resultaría sola­mente disonancia áspera y sin sentido. El poder de ex­presión no es determinado por la extensión del vocabu­lario de un hombre, sino por la grandeza de su corazón.
Poesía, sentimentalismo y retórica no pueden com­pensar la ausencia de divino amor. Podríamos tener, si fuera posible, la boca de un Demóstenes o de un Crisóstomo, con todo, si fuera sin el Espíritu de Cristo, no tendríamos éxito. ¿De qué sirve la elocuencia sin amor? El don de la palabra no es solamente inútil, sino peli­groso, si no es acompañado por amor. El amor es el único lenguaje que tiene un significado universal y, co­mo la naturaleza, no necesita de palabras. El lenguaje sin amor es ruido sin melodía; es el rechinar de un batintín y no la música de un órgano. La charla es inútil sin caridad, así como el sonido sin alma. El lenguaje pue­de llamar la atención, pero tan sólo el amor puede satis­facer el corazón. Jesús dijo: “El primer mandamiento de todos es, Amarás...”, y Pablo dice que eso es la suma de todos los mandamientos y el cumplimiento de la ley.
En segundo lugar, se Nos dice que el amor debe ser supremo en la mente. “Si tengo el don de profecía, y entiendo todos los misterios y toda la ciencia; y si tengo toda la fe, como para trasladar montes, pero no tengo amor, nada soy”.
Es decir, que el amor debe tener el gobierno de nuestras facultades intelectuales. Ahora, observad aten­tamente, las cuatro cosas aquí mencionadas, cosas que atañen a nuestra actividad intelectual, más bien que emo­tiva o volitiva. Por “profecía” se entiende el poder de interpretar y declarar. Un profeta es uno que interpreta la vida a los hombres en los términos de su significado eterno, así que la profecía significa en realidad facultad inspirativa. Por “misterios” debemos entender la pene­tración de secretos divinos, el conocimiento de lo espiri­tual. Por “ciencia” se entiende inteligencia en la verdad; y por “fe” la cualidad que nos da el dominio sobre las dificultades de la vida, firmeza de creencia.
Otra vez el apóstol se imagina poseer cada uno de estos dones en su perfección ideal, percibir todos los con­sejos de Dios, poder profundizar la verdad, y ejercer toda la fe imaginable y, además, por el poder de inspi­ración, por la profecía o predicación, compartir sus dones con los demás. Sin embargo, dice, con todo esto, si me falta amor “nada soy”.
Balaam demuestra que la facultad de inspiración es posible sin amor. Caifás demuestra que la percepción espiritual es posible sin amor. Judas demuestra que mu­cho conocimiento de las cosas divinas es posible sin amor; y Jacobo y Juan demuestran que cierta clase de fe es posible sin amor. Es tan sólo el amor que hace que estos dones sean de, algún valor real a sus posee­dores. Estas cosas no son despreciables, pero sin amor resultan últimamente sin valor. Tan sólo el amor es la prueba de la vida espiritual y la piedra de toque del carácter cristiano.
Las cosas aquí detalladas son dones, pero el amor es una gracia, y sabemos que podemos poseer dones sin gra­cia, o gracia sin dones. Lo que deberíamos aprender del pasaje que estamos estudiando, es que más vale tener esta gracia sin dones que tener todos los dones sin esta gracia. La ausencia de amor significa egoísmo; y las facultades de inspiración, penetración, conocimiento y fe pueden ser muy egoístas.
La fe sin amor ha hecho mucho para amargar la vida del mundo. Doquiera se halle en la misma vida profundas convicciones y simpatías superficiales, existe la posibilidad de mucha crueldad inconsciente. Fe sin amor podrá remover montañas de su propio camino, solamen­te para colocarlas en el camino de un hermano. El egoís­mo puede ser inteligente, decoroso y aun espiritual. El mundo ha tenido sus profetas desamorados, eruditos desamorados, “pioneers” desamorados, hombres que han tenido poder sin gracia; pero no son éstos los que se recuerdan con cariño y son finalmente coronados.
Se ha hecho esta afirmación solemne: “También en nuestros días se puede ser un teólogo célebre, el instru­mento de poderosos avivamientos, el autor de hermosas obras en el reino de Dios, un misionero de nombradía mundial; no obstante, si en todas estas cosas el hombre (o mujer) es interesado y no es el soplo de amor divino que lo anima a la vista de Dios, será solamente apariencia y no realidad”.
Lo que tal hombre haga puede ser de valor para la Iglesia, pero donde falta amor, no le aprovecha nada a él. El apóstol dice que un tal hombre es “nada”, es de­cir, que su carácter no tiene valor real.
Y, finalmente, en este párrafo que trata de la pre­eminencia y el valor del amor, se nos enseña que el amor debe ser supremo en la voluntad humana. Todo el pasaje es psicológicamente sólido y exacto.
“Y si reparto todos mis bienes para dar de comer a pobres, y si entrego mi cuerpo para que me quemen, mas no tengo amor, de nada me aprovecha”.
El amor debe dominar la facultad de la voluntad. En el versículo 1 la idea tiene relación con nuestro poder emotivo; en el versículo 2, con nuestro poder intelec­tual; y en el versículo 3 con nuestro poder volitivo; y estas son nuestras principales facultades. En el reino del alma, estas deberían cooperar las unas con las otras, pero lo pueden hacer eficazmente tan sólo en la medida que el amor tenga el dominio de todas. Solamente el amor puede armonizar y dirigir nuestras diversas facultades, y tan sólo en la medida que el amor lo hace puede la vida cumplir su verdadero fin.
Ahora bien, aquí se mencionan dos cosas, siendo imposible concebirse nada más extremo en el ejercicio de la voluntad. Estas son, el reparto de todo lo que uno posee, y la entrega de uno mismo a las llamas del fuego. El sacrificio absoluto de la propiedad y de la vida. El apóstol se imagina haciendo este sacrificio, diciendo al mismo tiempo que si estos actos no fueran motivados y dirigidos por amor, no le aprovecharían nada. Puede parecer increíble que sacrificios tales como éstos pudiesen ser hechos por una persona desamorada, sin embargo, eso es lo que el pasaje supone, y no sin cierto fundamento.
Se ha dicho: “No hay ninguno que haya visto alguna vez el acto de dar la limosna en un monasterio o en el patio del palacio de un obispo o arzobispo español o siciliano, donde sumas cuantiosas son desparramadas en céntimos entregados a muchedumbres de mendigos, que no haya sentido la verdad del “Si reparto mis bienes”, casi satírico, del apóstol.
Y en cuanto a la segunda idea, se sabe que esto ha sido hecho. Hay la historia de un tal Sapricius, un cristiano de Antioquía, que, camino al patíbulo, se rehusó a perdonar a su enemigo Nicéforo. Está probado, que un hindú, un budista, en el tiempo de Augusto, se quemó a sí mismo. Quizás el apóstol Pablo haya visto su tumba en Atenas, que llevaba esta inscripción: Zarmochegas, el hindú de Barchogas, de acuerdo con las antiguas costumbres de la India, se hizo inmortal, y yace aquí”.
El significado del pasaje es que es concebible que un cristiano haga el supremo sacrificio impulsado por algún motivo que no fuese el amor. Las acciones en sí mismas no tienen valor intrínseco. Su valor, tanto como manifestaciones de carácter, como de provecho espiritual para el que las realiza, depende enteramente del móvil, y si bien el sentimiento del deber puede ser un móvil digno, el más elevado y más noble es el amor.
La acusación de nuestro Señor contra la Iglesia de Éfeso es una advertencia para todos nosotros: “Conozco tus obras, y tu trabajo y paciencia, y que no puedes sufrir a los malos; … y tienes paciencia, y por amor de mi nombre has sufrido y no te has cansado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor”.
¿Qué, pues, es la vida sin amor? El quíntuplo “si” y el cuádruplo “todos” del apóstol, crean una persona como nunca ha existido, uno que tiene inteligencia sin par, profunda penetración, vastos conocimientos, una fe sin límites y la voluntad de sacrificarse hasta el extremo, sin embargo, dice, si todas estas cualidades se hallaren en una sola persona, si no tuviere amor, lo que hiciere no le aprovechará nada, y él mismo no sería nada. A la vista de Dios todos los dones, sin amor, no tienen valor ninguno, pero el amor, aun cuando no exis­tan dones, es el todo. Por cierto, debemos tener en cuenta siempre que no se hace referencia a la amabilidad natural, o a un espíritu benévolo, sino al amor, que es espiritual, divino e indestructible.
Contemplemos bien la posibilidad de que el amor gobierne todo nuestro corazón, mente y voluntad, dominando todos nuestros sentimientos, pensamientos y elecciones. Luego, entreguémonos a esta sublime dirección y así experimentemos la voluntad de Dios para nosotros, que amemos con todo nuestro corazón, y toda nuestra mente, y todas nuestras fuerzas.

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