lunes, 1 de octubre de 2018

SALVACIÓN Y RECOMPENSA (Parte VII)



Habiendo notado los varios nom­bres dados a las coronas de recompensa, ahora me gustaría enfatizar algunas ex­hortaciones y advertencias que hallamos en el Nuevo Testamento acerca de ellas.
Hablamos previamente de la posi­bilidad de ser desaprobado al final si no te­nemos cuidado de caminar delante de Dios en auto-juicio, sujetando constantemente a los apetitos físicos (1 Co. 9:27). Y también hemos considerado brevemente 2 Juan 8,

‘'Mirad por vosotros mismo, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo

Es evidente que la recompensa es algo que se puede perder, aunque la vida eterna no se pierde. ¿Como podemos acaso trabajar en vano y perder la corona que se nos ofrece? Notemos lo que dice 2 Timoteo 2:5,

“Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente”.

He aquí un principio que es a la vez importante y de largo alcance. La i lustración está clara. En las competencias atléticas de los griegos y romanos, había ciertas reglas que todo atleta debiera respe­tar. Aunque un joven tuviera fuerza, vigor y agilidad, si no siguiera las normas de los juegos sería descalificado y no podría recibir la corona del vencedor.
En los juegos olímpicos celebra­dos en Stockholm, Suecia, hace algunos años, un joven indio norteamericano: James Thorpe, sobrepasó a todos los de­más en un número de competencias que requieren fuerza y destreza. Ganó para sí muchas medallas y los demás atletas le tenían envidia, porque habían intentado en vano ganarle. Cuando el rey de Sue­cia le presentó los galardones, exclamó: “¡Usted, señor, es el más grande atleta no profesional en el mundo!” Era un momento de elación y aquel indio norteamericano seguramente sentía gran satisfacción. Pero cuando volvió a los Estados Unidos, ciertos hombres comenzaron una investigación de su pasado. Finalmente descubrieron que un verano, cuando todavía era estudiante en una escuela del gobierno, Thorpe ha­bía jugado en el equipo de béisbol de un pueblo una vez a cambio de unos pocos dólares semanales. Esto técnicamente le descalificó de entrar en una competencia no profesional. Cuando fue declarado al rey, tuvo que escribirle y demandar que devolviera los trofeos. A Thorpe casi le rompió el corazón, pero los devolvió todos y escribió una carta franca en la que rogó al rey no pensar demasiado duramente de él, recordándole que era sólo “un joven indio ignorante”, y no sabía que violaba una norma entrando en los juegos después de haber recibido dinero por jugar al béisbol. Pero su ignorancia de los requisitos no pudo evitarle la pérdida de sus trofeos. Aunque ninguna persona benigna sentía otra cosa que simpatía respecto a Thorpe, sin embargo, todos tenía que reconocer que el rey había actuado con justicia.
Y así será con aquellos que buscan una corona incorruptible. Las recompen­sas sólo serán para aquellos que luchan legítimamente, los que han observado las normas declaradas en la Palabra de Dios.
Puede que haya mucha auto-nega­ción. devoción intensa y gran sinceridad, y sin embargo todo el servicio de la vida puede ser “no conforme” a las Escrituras. De ahí la necesidad de conocer la Biblia y de proceder “según el Libro”. Mucho llamado servicio cristiano hoy en día es meramente actividad carnal. Mucho de lo que es llamado “trabajo de iglesia” se hace de modo totalmente opuesto a la divina revelación de los principios de la iglesia y sus responsabilidades. Hay un patrón que seguir, no modificar ni mucho menos ignorar. Mucho de lo que es considerado como evidencia de espiritualidad es sim­plemente refinamiento natural, y no es en ningún sentido el resultado de la obra del Espíritu Santo. Mucho de “lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lc. 16:15).
El servicio que tendrá Su aproba­ción y será recompensado con galardón en el Tribunal de Cristo es el que es del Espíritu Santo y de acuerdo con la Palabra de Dios. Nada más pasará la prueba.
Puede que los hombres trabajen cansadamente para edificar y “avanzar la causa”, como se suele decir, y que mues­tren fidelidad recomendable a “principios” que ellos creen ser sanos y correctos, pero que encuentre al final, “en aquel día”, que su tiempo y sus labores han sido por demás, porque no tenía un “así ha dicho el Señor” para autorizar sus esfuerzos. Nuestros pensamientos y opiniones no cambiarán la Palabra de Dios.
Es de importancia primaria que el labrador dedique mucho tiempo al estudio “a conciencia” de la Palabra, con mucha oración, para que su mente sea dirigida por la Verdad, y para que pueda detectar en seguida lo que es contrario a la sana enseñanza.
De otro modo puede que tenga que mirar atrás con remordimientos, viendo sus energías y años malgastados cuando podían haber sido dedicados a la gloria de Cristo, pero que fueron dedicados a la edificación de algún sistema que no se conformaba a las Escrituras, y, por lo tanto, aunque fue sincero, tenía buenas intenciones y quería hacer bien, todo será consumido porque “por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará” (1 Co. 3:13).
El apóstol se preocupaba por no “correr en vano” ni “trabajar en vano”, y a nosotros también esto nos debe preocupar, aunque parece que en muchos casos no es así. Debemos aprovechar cada día para Dios, orando así: “ordena mis pasos con tu Palabra” (Sal. 119:133).
H.A. Ironside

No hay comentarios:

Publicar un comentario