Contempla
en Jesús al CORDERO DE LA PROPICIACION, al CORDERO DE LA EXPIACION.
Fue Juan
el Bautista también que dijo, “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo’’ (Juan 1:29). Esta afirmación nos transporta al día eclesiástico más
importante del calendario del
pueblo hebreo: el día de la expiación. Ese día los israelitas presenciaban una de
las escenas más inolvidables. Nadie que la viera podía olvidarla El pueblo
tenía que llevar dos machos cabríos al sumo sacerdote. Uno de ellos era muerto
y su sangre llevada al lugar santísimo del Tabernáculo. Esta parte de la ceremonia
representaba a Cristo, quien “por su propia sangre, entró una sola vez en el
santuario, habiendo obtenido eterna salvación” (Hebreos 9:12).
Pero con
el otro macho cabrío se hacía algo maravilloso y pintoresco. Este otro animal
era llamado “el macho emisario”. La palabra hebrea es “Azazel” que significa
“remoción”. Ante los ojos del pueblo congregado, el sumo sacerdote colocaba
“las dos manos sobre la cabeza del
macho cabrío vivo” y confesaba sobre él “todas las iniquidades de los hijos de
Israel y todas las transgresiones de sus pecados, colocándolas sobre la cabeza
del macho cabrío” (Levítico 16:21). Después una persona elegida al efecto lo
llevaba con la mano al desierto (Levítico 16:21), y ese macho cabrío iba al
desierto llevando sobre él los pecados del pueblo, “a tierra inhabitada”
(Levítico 16:22), de modo que el pueblo no veía más sus pecados.
Este es el cuadro
exacto que Juan el Bautista tenía en mente cuando dijo de Jesús, “He aquí el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Nuestro Señor hizo
por nosotros lo que figuradamente hacía el macho cabrío para los israelitas el
día de la expiación. Cuando cada israelita veía a Aarón colocar las manos sobre
la cabeza del macho cabrío y oía confesar los pecados del pueblo, poniéndolos
sobre la cabeza del animal, podía decir, “Ahí están mis pecados. Todas mis
transgresiones están sobre la cabeza del macho cabrío”. Y Dios aceptaba esa fe
en el símbolo del mismo modo que acepta nuestra fe en la realidad, su Hijo,
Cristo, el Cordero de Dios.
Es a esta remoción
típica de los pecados del pueblo hebreo a que se refieren las palabras, “Cuanto
está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras
rebeliones” (Salmo 103:12).
Mi
estimado lector que aún no te encuentras salvo: Dios ha hecho todo lo necesario
para que tú recibas el perdón de todos tus pecados y de todas tus transgresiones.
El Señor Jesucristo, el amado Hijo de Dios, es el Cordero de Dios que llevó tus
pecados sobre la cruz del Calvario. “Cristo fue ofrecido una vez para llevar
los pecados de muchos”, y estos incluyen los tuyos, estimado lector.
7. Contempla
en Jesús AL CORDERO DE LA PROFECIA
Cuando
Juan el Bautista dijo de Jesús, “He aquí el Cordero de Dios”, tenía su vista
puesta en la profecía de Isaías. Bajo la inspiración del Espíritu Santo este
profeta dijo, “Como cordero fue llevado al matadero” (Isaías 53:7). El capítulo
53 de Isaías contiene la profecía principal de la Biblia relacionada con la
obra substitutoria que Cristo efectuó en la cruz del Calvario. Todo el capítulo
habla del Señor Jesús. El gran predicador José Parker, de Londres, refiriéndose
a este capítulo, dijo, “Con excepción de un sólo Nombre conocido en la
historia, no hay nadie a quien se le pueda aplicar cada versículo y cada línea
y cada partícula” (Peoples’ Bible, Isaías 53). La Biblia misma es el mejor
comentario y ella dice claramente que este capítulo de Isaías se refiere a
Jesús.
En el capítulo 8 del libro de Los Hechos de
los Apóstoles aparece el relato del alto empleado del gobierno de Etiopía que
leía precisamente este trozo de la profecía de Isaías. Leyó y leyó hasta que se
encontró con cierta persona que se menciona en el pasaje, y quedó intrigado por
saber de quién habla el profeta. El Señor envió al evangelista Felipe para que
le explicara el trozo en cuestión, y, de inmediato le expuso el contenido del
capítulo y le dijo al alto funcionario gubernamental que bastaba agregar un
nombre al pasaje para saber de quién escribió el profeta. ‘‘Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta
escritura, le anunció el evangelio de Jesús” (Hechos 8:35). Felipe tomó ese
capítulo y predicó un sermón completo y evangélico al tesorero de la reina de
Candace. Le explicó cómo Jesús es el Cordero de Dios y cómo murió en la cruz en
la ciudad de Jerusalén, y no cabe la menor duda que se refirió una y otra vez a
Él mientras leyó en el capítulo 53 de Isaías, “El herido fue por nuestras
rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre
El, y por sus llagas fuimos nosotros curados”. También es indudable que le dijo
que, a pesar de que todos nos hemos extraviado e ido cada cual, por su propio camino,
el Señor colocó sobre Jesús “las iniquidades de todos nosotros”.
Enrique
Moorhouse, que fuera amigo de Dwight L. Moody, consiguió que una muchacha
norteamericana leyera el pasaje de Isaías 53:5 de esta manera: “Él fue herido
por mis rebeliones, molido por mis pecados; el castigo de mi paz sobre Él, y
por su llaga fui yo curada”. Y allí mismo y en ese momento fue salva. Moorhouse
tuvo oportunidad de verla varias veces después y pudo constatar que su conversión
era genuina; después se unió en matrimonio con un joven cristiano y desarrolló
una vida de servicio cristiano.
Lector: ¿No quieres también tú leer el
pasaje de Isaías del mismo modo y hacerlo tuyo, personalmente tuyo? Jesús es
“el Cordero” de Isaías 53, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
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