lunes, 1 de octubre de 2018

EL CORDERO DE DIOS (Parte II)


Contempla en Jesús al CORDERO DE LA PROPI­CIACION, al CORDERO DE LA EXPIACION.
Fue Juan el Bautista también que dijo, “He aquí el Cor­dero de Dios que quita el pecado del mundo’’ (Juan 1:29). Esta afirmación nos transporta al día eclesiástico más im­portante del calendario              del pueblo hebreo: el día de la expiación. Ese día los israelitas presenciaban una de las escenas más inolvidables. Nadie que la viera podía olvidar­la El pueblo tenía que llevar dos machos cabríos al sumo sacerdote. Uno de ellos era muerto y su sangre llevada al lugar santísimo del Tabernáculo. Esta parte de la ceremo­nia representaba a Cristo, quien “por su propia sangre, entró una sola vez en el santuario, habiendo obtenido eterna salvación” (Hebreos 9:12).
Pero con el otro macho cabrío se hacía algo maravilloso y pintoresco. Este otro animal era llamado “el macho emi­sario”. La palabra hebrea es “Azazel” que significa “remo­ción”. Ante los ojos del pueblo congregado, el sumo sacer­dote colocaba “las dos manos sobre la cabeza                             del macho cabrío vivo” y confesaba sobre él “todas las iniquidades de los hijos de Israel y todas las transgresiones de sus pecados, colocándolas sobre la cabeza del macho cabrío” (Levítico 16:21). Después una persona elegida al efecto lo llevaba con la mano al desierto (Levítico 16:21), y ese macho cabrío iba al desierto llevando sobre él los peca­dos del pueblo, “a tierra inhabitada” (Levítico 16:22), de modo que el pueblo no veía más sus pecados.
Este es el cuadro exacto que Juan el Bautista tenía en mente cuando dijo de Jesús, “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Nuestro Señor hizo por nosotros lo que figuradamente hacía el macho cabrío para los israelitas el día de la expiación. Cuando cada israelita veía a Aarón colocar las manos sobre la cabeza del macho cabrío y oía confesar los pecados del pueblo, poniéndolos sobre la cabeza del animal, podía decir, “Ahí están mis pecados. Todas mis transgresiones están so­bre la cabeza del macho cabrío”. Y Dios aceptaba esa fe en el símbolo del mismo modo que acepta nuestra fe en la realidad, su Hijo, Cristo, el Cordero de Dios.
Es a esta remoción típica de los pecados del pueblo hebreo a que se refieren las palabras, “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Salmo 103:12).
Mi estimado lector que aún no te encuentras salvo: Dios ha hecho todo lo necesario para que tú recibas el perdón de todos tus pecados y de todas tus transgresiones. El Señor Jesucristo, el amado Hijo de Dios, es el Cordero de Dios que llevó tus pecados sobre la cruz del Calvario. “Cristo fue ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos”, y estos incluyen los tuyos, estimado lector.

7. Contempla en Jesús AL CORDERO DE LA PROFECIA
Cuando Juan el Bautista dijo de Jesús, “He aquí el Cordero de Dios”, tenía su vista puesta en la profecía de Isaías. Bajo la inspiración del Espíritu Santo este profeta dijo, “Como cordero fue llevado al matadero” (Isaías 53:7). El capítulo 53 de Isaías contiene la profecía principal de la Biblia relacionada con la obra substitutoria que Cristo efectuó en la cruz del Calvario. Todo el capítulo habla del Señor Jesús. El gran predicador José Parker, de Londres, refiriéndose a este capítulo, dijo, “Con excepción de un sólo Nombre conocido en la historia, no hay nadie a quien se le pueda aplicar cada versículo y cada línea y cada par­tícula” (Peoples’ Bible, Isaías 53). La Biblia misma es el mejor comentario y ella dice claramente que este capítulo de Isaías se refiere a Jesús.
En el capítulo 8 del libro de Los Hechos de los Após­toles aparece el relato del alto empleado del gobierno de Etiopía que leía precisamente este trozo de la profecía de Isaías. Leyó y leyó hasta que se encontró con cierta persona que se menciona en el pasaje, y quedó intrigado por saber de quién habla el profeta. El Señor envió al evangelista Felipe para que le explicara el trozo en cuestión, y, de inmediato le expuso el contenido del capítulo y le dijo al alto funcionario gubernamental que bastaba agregar un nombre al pasaje para saber de quién escribió el profeta. ‘‘Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús” (Hechos 8:35). Felipe tomó ese capítulo y predicó un sermón com­pleto y evangélico al tesorero de la reina de Candace. Le explicó cómo Jesús es el Cordero de Dios y cómo murió en la cruz en la ciudad de Jerusalén, y no cabe la menor duda que se refirió una y otra vez a Él mientras leyó en el capítulo 53 de Isaías, “El herido fue por nuestras rebelio­nes, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre El, y por sus llagas fuimos nosotros curados”. También es indudable que le dijo que, a pesar de que todos nos hemos extraviado e ido cada cual, por su propio camino, el Señor colocó sobre Jesús “las iniquidades de todos nosotros”.
Enrique Moorhouse, que fuera amigo de Dwight L. Moody, consiguió que una muchacha norteamericana leyera el pasaje de Isaías 53:5 de esta manera: “Él fue herido por mis rebeliones, molido por mis pecados; el castigo de mi paz sobre Él, y por su llaga fui yo curada”. Y allí mismo y en ese momento fue salva. Moorhouse tuvo oportunidad de verla varias veces después y pudo constatar que su con­versión era genuina; después se unió en matrimonio con un joven cristiano y desarrolló una vida de servicio cristiano.
      Lector: ¿No quieres también tú leer el pasaje de Isaías del mismo modo y hacerlo tuyo, personalmente tuyo? Jesús es “el Cordero” de Isaías 53, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

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