El viaje que emprendemos, lo que es un símil de la vida cristiana, nos
encontramos con distintos tipos de personas, como lo hacía el protagonista de
la inmortal obra de Bunyan “El Progreso del Peregrino”,
y cada uno de ellos tiene sus propias características. En nuestro viaje como
cristianos, nos encontraremos con hermanos con distintos temperamentos, que en
algún momento provocarán un tras pie, y cuyo resultado será que nacerá una
enemistad entre los hermanos, es decir, como Pablo lo denominaba, surge una
“Raíz de Amargura” (Hebreos 12:15), y de este modo contravenimos el mandamiento
de nuestro Señor Jesucristo, “que nos amemos unos a otros” (Juan 13:34; 15:12).
Tengamos presente que ese hermano, que ya no nos habla, que se cambia de
camino para no encontrarse con nosotros NO ESTÁ AMANDO a su hermano como
corresponde a un hijo de Dios, ha dejado que el “viejo hombre” opere en su vida,
y éste impide que reconozca que ha pecado contra el hermano.
Pablo en la epístola a los Filipenses (4:2) menciona a dos mujeres
creyentes que estaban enemistadas, de modo que el interviene para que la unidad
que debe existir ese Cristo se reestableciese en ellas. Esta epístola, a mi
parecer, esta escrita para que ellas pudiesen reconciliarse y volviese a
existir es lazo de unidad que debe haber entre los que dicen amar al Señor
Jesucristo.
El mismo Señor indicó a los suyos que: “En esto
conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los
otros” (Juan 13:35). Si en entre los hijos de
desobediencia se nota cuando existe una enemistad entre congéneres, ¿Cuánto más
se percibe entre los que son hijos de Dios? Deberíamos ser reconocidos porque
el amor entre hermanos abunda y se desborda, pero en muchas ocasiones hay mas
amor entre los que no son creyentes que en el pueblo de Dios.
Como hermanos
debemos tolerarnos y soportarnos unos a otros, pero esto no da libertad a uno u
otro para actuar como siempre lo ha hecho, y no le da libertad para ofender a
otro, porque su carácter es así, sino todo lo contrario, este hermano debe
aprender a tener dominio propio (templanza), y la única manera de lograrlo es
poniendo al “viejo hombre“ en sujeción al
Espíritu Santo (cf. Gálatas 5:16; 6:8).
El hermano que ha recibido la ofensa, puede simplemente perdonar todas las
veces que sea necesario (Mateo 18:21-22), ya que, si no lo hace, su propia
oración no es escuchada por el Padre (cf. Mateo 18:23-35; Lucas 11:4; Mateo
6:12).
Y si existe una interrupción de la comunión de un hermano con otro,
producto de pecado, el mismo Señor declara los pasos necesarios para poder
ponernos de acuerdo:
Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él
solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún
contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda
palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la
iglesia, tenle por gentil y publicano.
(Mateo 18:15-17)
El Señor nos muestra los pasos a seguir para que la comunión en la asamblea
no se vea perturbada por el conflicto de dos hermanos:
1. Conversación
personal con el hechor de la falta. Si hay reconocimiento del pecado, esto
termina aquí.
2. Si no lo escucha en lo privado, el siguiente
paso es una conversación con testigos. Si hay reconocimiento del pecado, esto
termina aquí
3. El paso
siguiente es llevar ante la asamblea el caso y confrontar al hechor y
conminarlo al arrepentimiento. Si reconoce su falta, esta causa termina aquí.
Si no lo hace, debería el infractor ser puesto fuera de comunión.
Por último, procuremos
ser lo suficientemente humildes como el Señor lo fue, ya que, si Él nos dio
ejemplo para que siguiésemos sus pisadas, entonces sigámosle tal como lo enseñó
(Juan 13:13-16; 1 Corintios 11:1).
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