En el capítulo 5 de 2a. Corintios, comenzando
con el versículo 15, leemos: “Y por todos murió, para que los que viven, ya no
vivan para sí, más para aquel que murió y resucitó por ellos... y todo esto es
de Dios, el cual nos reconcilió a sí por Cristo, y nos dio el ministerio de la
reconciliación. . . así que somos embajadores en nombre de Cristo, como si
Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con
Dios”.
Notemos
en primer lugar en estos versículos, que nosotros los cristianos somos
embajadores de Cristo, y que el ministerio de la reconciliación de los hombres
con Dios, nos ha sido entregado. Nosotros somos quienes, en lugar de Cristo,
debemos salir y rogar a los hombres que se reconcilien con Dios. Solamente en
la medida en que reconciliemos a los hombres con Dios, predicándoles el
evangelio de la gracia del Señor Jesucristo, han de ser salvos. Esta es nuestra
responsabilidad, y nuestra misión aquí en la tierra.
El que
quiera ser un cristiano verdadero, debe ser un embajador de Cristo. Un
embajador de Cristo es un hombre que sale en lugar de Cristo, y que ruega a sus
semejantes que se reconcilien con Dios por medio de Cristo. La tarea de todo
cristiano es la de ganar otras almas para el Señor. Si deseas llevar una vida
verdaderamente cristiana y que sea del agrado de Dios, pon tu mano sobre el
arado y empieza el trabajo de ganar almas.
En el
primer capítulo de Juan, se rinde un hermoso tributo a Andrés, después que
éste hubo encontrado a Jesús como su Mesías y Salvador: “Este halló primero a
su hermano Simón, y dijóle: Hemos hallado al Mesías.” Desde el momento mismo
en que Andrés llegó a ser un seguidor del Señor Jesucristo, tuvo el deseo de ir
y de traer otros, así que inició el trabajo, ganando para Cristo a su propio
hermano. Es importante notar que su hermano Pedro llegó a ser un discípulo de
mayor influencia que Andrés mismo, y prestó servicios más importantes. Este
hecho puede serte de aliento. Quizás consideres que eres un creyente sin
influencia y muy humilde. Sin embargo, es posible que lleves a Cristo a alguna
persona que pueda ser el medio de alcanzar a miles de almas para el Señor.
La
persona que llevó a Cristo a D. L. Moody, por ejemplo, no sabía que estaba
guiando hasta el Salvador, a un hombre que a su vez llevaría a miles de almas
al cielo. Si quieres ser un cristiano verdadero, sigue el ejemplo de Andrés. Comienza
la tarea de procurar que otras almas vayan .1 (Insto, e inicia tus trabajos, en
el seno de tu propia familia. Notemos cuán sencillo era el testimonio de
Andrés. Simplemente dijo: “Hemos hallado el Mesías.” Tú puedes ir a tus amigos
y seres queridos, diciéndoles: “He hallado al Salvador.” ¿Será difícil hacerlo?
¿Está más allá de tu capacidad? ¿Quién sabe si el decirle a alguien que has
hallado al Salvador, no resulte en su conversión, al igual de que el testimonio
de Andrés resultó en la salvación de Simón Pedro!
El
Apóstol Pablo, en el capítulo 4 de su carta a los Efesios, dice: “Y él mismo constituyo
a unos, ciertamente, apóstoles; y otros, profetas, y otros, evangelistas; y
otros, pastores y doctores, para perfección de los santos, para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que todos lleguemos
a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto,
a la medida de la edad de la plenitud de Cristo” (Versión Hispano-Americana).
Notemos en este pasaje, que la gran Cabeza de la Iglesia, Jesucristo, le ha
dado a todo cristiano algún don o alguna habilidad. Y para cada uno de ellos
existe alguna tarea que cumplir. Este versículo dice que ha dado diversos
dones a los cristianos, a fin de equiparlos en forma completa para el trabajo
de servirle.
Tú estás
en condiciones de servir en alguna parte de la obra del Señor, en la tarea de
ganar almas. Y fíjate que la finalidad última de todo el trabajo es la
edificación del cuerpo de Cristo. A la medida que los cristianos en todo el
mundo estén empeñados en la tarea de ganar almas para Jesucristo, el cuerpo de
Cristo será edificado, es decir, completado. Y entonces, cuando la última alma
necesaria sea ganada, Jesús volverá a la tierra. ¡Qué estímulo para que
salgamos a buscar almas para él! ¡Quién sabe si no ha de ser tu especial
privilegio ganar la última alma, y luego vendrá el Señor, y nos tomará, para
que estemos con él en el aire!
En el
capítulo anterior, dijimos mucho acerca de la necesidad de que tú dieses un
testimonio audible de tu fe en Cristo. Deseamos ahora expresar que el objeto
primordial de tu testimonio debe ser ganar a otros para el Señor.
Desde luego, es
cierto que queremos confesar al Señor Jesucristo aquí en la tierra a fin de que
él nos confiese en el cielo a la diestra de su Padre; pero, por otra parte, lo
que agrada más al Señor, lo que debe ser el mayor deseo de nuestros corazones
es que podamos ser el medio de traer a otras almas a Cristo.
Como hemos de
notarlo en la cita de 2 Corintios 5, no debemos vivir para nosotros mismos,
para nuestros placeres y ocupaciones personales, sino para Cristo. Y la vida
que es de mayor agrado a Cristo es aquella dedicada a ganar a las almas
perdidas para él. Cuando él les dijo a sus discípulos, según lo leemos en
Hechos 1, que debían ser sus testigos hasta lo último de la tierra, el gran
objeto de ese testimonio era poder ganar para Jesucristo hombres y mujeres de
todas las razas y lenguas, y pueblos y naciones.
Cuando fuiste a
Cristo como pecador perdido, sin duda tu propósito principal era el de salvar
tu alma; pero ahora que has sido salvado, el objeto primordial de tu vida debe
ser buscar la salvación de los demás. Ninguna otra finalidad ha de cuadrarte
bien como cristiano, ni agradar a tu Señor. La razón por la cual Cristo tiene
tanto deseo que le confesemos delante de los hombres, es a fin de que por medio
de nuestra confesión otros puedan llegar a conocerle como su Salvador.
Si el Señor no
tuviese dicho propósito para nuestras vidas aquí en la tierra, sería mejor que
nos llevara al cielo inmediatamente después de nuestra conversión, pues así
nos ahorraríamos muchas tribulaciones y se ahorraría el Señor mucha pena. Pero
él tiene un propósito para nosotros aquí en la tierra. Quiere que nuestras
luces alumbren delante de los hombres, a fin de que quienes están en las
tinieblas lleguen a conocerle como su Dios. Si eres un cristiano joven, Dios
tiene grandes propósitos para tu vida, y si te permite vivir muchos años en la
tierra, sólo será a fin de que, por medio de ti, muchos lleguen a conocerle. Si
ya eres entrado en años y hace mucho que le conoces, el único propósito que
tiene al dejarte en vida hasta ahora es sencillamente que otros, por medio de
ti, puedan llegar a conocerle. ¿Se ha cumplido ese propósito en tu vida? ¿Has
decepcionado a tu Salvador?
En el capítulo
quince del evangelio de Juan tenemos la hermosa ilustración que nos da el
Señor, de nuestra relación con él: la de la vid y los sarmientos. Dice en el
versículo 5: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que está en mí, y yo
en él, éste lleva mucho fruto; porque sin mí, nada podéis hacer”.
La lección principal
que nos está enseñando por medio de esta figura es que él es indispensable para
nosotros. Del mismo modo que la vid resulta indispensable para el sarmiento,
Cristo es indispensable para su pueblo. El mismo dice: “sin mí nada podéis
hacer”. Como el sarmiento nada puede hacer sin la vid, así nosotros no podemos
hacer nada sin Cristo. Es indispensable para la salvación de nuestras almas. Es
indispensable para que llevemos frutos espirituales. Es indispensable para
nuestra vida y salud espirituales. Es indispensable para nuestra fuerza. Fácil
resulta comprender esta verdad.
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