martes, 12 de marzo de 2019

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (30)

Las fiestas de Israel

En todos los países hay las fiestas nacionales, y en toda creencia las religiosas. Mayormente son para recordar fechas memorables y para perpetuar costumbres importantes a la vida nacional o espiritual del pueblo. Algunas de estas fiestas se celebran con la solemnidad y santa alegría correspondientes, mientras que otras son ocasiones para borracheras y glotonerías vergonzosas. Por la manera de celebrar una nación sus fiestas, se puede entender si la mayoría del pueblo es cristiano o no.
La nación de Israel tenía tres fiestas especiales cada año. La primera era el recuerdo de su redención por la sangre del cordero, llamado la pascua. La segunda era la de la siega, al comienzo de la cosecha. La tercera era de la cosecha anual ya terminada.
Al principio de la historia de esta tan distinguida nación, eran fiestas verdaderamente solemnes. Todos los hombres del pueblo se reunían para alabar el nombre del Señor por su gracia en haberles librado de la esclavitud y por la abundancia de las bendiciones que el cielo había derramado sobre ellos en el año. Pero, con el tiempo se iban alejando de Dios y perdiendo estas convicciones. Desde luego, las fiestas se hacían formales y vacías. En los primeros tiempos todos a una bendecían con cántico y voz al Señor por haberles redimido. Los salmos de David fueron escritos para ayudar en estos cultos, algunos para uso en el templo y otros para ser entonados en el camino hacia las fiestas.
Pero más adelante estas mismas fiestas llegaron a ser ocasiones de especulación de parte de los sacerdotes y otros, hasta que en los días del Señor Jesús Él tuvo que hacer un látigo de cuerdas y echar fuera un número de los que vendían y compraban en el propio templo. Díjoles: “La casa de mi Padre casa de oración será llamada, más vosotros cueva de ladrones la habéis hecho”.
         En el libro de Hechos de los Apóstoles leemos que los primitivos cristianos se reunían cada primer día de la semana para conmemorar la muerte del Salvador por sus pecados. Esta sí era una fiesta verdaderamente santa. Los participantes eran individuos que habían experimentado el arrepentimiento, creyendo la Palabra del Señor. Sabían que eran salvos y por esto también habían sido bautizados.
Perseverando en la enseñanza apostólica y en comunión los unos con los otros, tenían en un sentido una fiesta continua, pero especialmente los días domingo cuando se reunían para recibir el pan y la copa de vino como símbolos del cuerpo y sangre de Cristo. Con esto hacían memoria de la redención hecha una sola vez en el Calvario a perfecta satisfacción de Dios y para no ser repetida. Ellos habían puesto su fe del todo en esa redención, y por esto tenían gozo y paz.
Amigo lector, ¿en qué pones la confianza para tu salvación? Como el que escribe, eres pecador. Cristo ha muerto por salvarte, y necesitas tan sólo arrepentirte y reposar toda tu fe en él. Tus obras no te salvarán; tu religión no te puede librar de la condenación; pero la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, limpia de todo pecado.
¡Cuánto ha cambiado la gente esta santa fiesta cristiana! Se reúne, sí, pero no arrepentida, como se ve en sus borracheras, peleas de gallos y otras costumbres corrompidas. Los que no pasan su domingo en estos abusos, la pasan de rodillas delante de un pedazo de harina, o frente a santos de papel o yeso, dioses de hechura humana. Otros han perdido la confianza en esta idolatría, de manera que se ocupan igualmente en pasatiempos mundanos, pero sin el pretexto de cumplir con una ordenanza divina.
           Predicamos, como hacían los apóstoles, la necesidad del arrepentimiento y la conversión a Dios. Cuando las almas son salvas, celebran de nuevo las sencillas y santas fiestas de los primitivos cristianos.

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