Las fiestas de Israel
En todos los países hay
las fiestas nacionales, y en toda creencia las religiosas. Mayormente son para
recordar fechas memorables y para perpetuar costumbres importantes a la vida
nacional o espiritual del pueblo. Algunas de estas fiestas se celebran con la
solemnidad y santa alegría correspondientes, mientras que otras son ocasiones
para borracheras y glotonerías vergonzosas. Por la manera de celebrar una
nación sus fiestas, se puede entender si la mayoría del pueblo es cristiano o
no.
La nación de
Israel tenía tres fiestas especiales cada año. La primera era el recuerdo de su
redención por la sangre del cordero, llamado la pascua. La segunda era la de la
siega, al comienzo de la cosecha. La tercera era de la cosecha anual ya
terminada.
Pero más adelante estas mismas fiestas llegaron a ser ocasiones de
especulación de parte de los sacerdotes y otros, hasta que en los días del
Señor Jesús Él tuvo que hacer un látigo de cuerdas y echar fuera un número de
los que vendían y compraban en el propio templo. Díjoles: “La casa de mi Padre
casa de oración será llamada, más vosotros cueva de ladrones la habéis hecho”.
En
el libro de Hechos de los Apóstoles leemos que los primitivos cristianos se
reunían cada primer día de la semana para conmemorar la muerte del Salvador por
sus pecados. Esta sí era una fiesta verdaderamente santa. Los participantes
eran individuos que habían experimentado el arrepentimiento, creyendo la Palabra del Señor. Sabían
que eran salvos y por esto también habían sido bautizados.
Perseverando en la enseñanza apostólica y en comunión los unos con los
otros, tenían en un sentido una fiesta continua, pero especialmente los días
domingo cuando se reunían para recibir el pan y la copa de vino como símbolos
del cuerpo y sangre de Cristo. Con esto hacían memoria de la redención hecha
una sola vez en el Calvario a perfecta satisfacción de Dios y para no ser
repetida. Ellos habían puesto su fe del todo en esa redención, y por esto
tenían gozo y paz.
Amigo lector, ¿en qué pones la confianza para tu salvación? Como el que
escribe, eres pecador. Cristo ha muerto por salvarte, y necesitas tan sólo
arrepentirte y reposar toda tu fe en él. Tus obras no te salvarán; tu religión
no te puede librar de la condenación; pero la sangre de Jesucristo, el Hijo de
Dios, limpia de todo pecado.
¡Cuánto ha cambiado la gente esta santa fiesta cristiana! Se reúne, sí,
pero no arrepentida, como se ve en sus borracheras, peleas de gallos y otras
costumbres corrompidas. Los que no pasan su domingo en estos abusos, la pasan
de rodillas delante de un pedazo de harina, o frente a santos de papel o yeso,
dioses de hechura humana. Otros han perdido la confianza en esta idolatría, de
manera que se ocupan igualmente en pasatiempos mundanos, pero sin el pretexto
de cumplir con una ordenanza divina.
Predicamos,
como hacían los apóstoles, la necesidad del arrepentimiento y la conversión a
Dios. Cuando las almas son salvas, celebran de nuevo las sencillas y santas
fiestas de los primitivos cristianos.
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