(1 Timoteo 2 y 1 Timoteo 3)
En esta
división de la Epístola, el apóstol presenta el carácter de la casa de Dios (1
Timoteo 2: 1-4); el testimonio de la gracia de Dios que ha de fluir desde la
casa (1 Timoteo 2: 5-7); la conducta apropiada para los hombres y mujeres que
forman la casa (1 Timoteo 2: 8-15); los requisitos necesarios para aquellos que
ejercen un cargo en la casa (1 Timoteo 3: 1-13); y, finalmente, el misterio de
la piedad (1 Timoteo 3: 14-16).
(a)
La casa de Dios, una casa de oración para todas las
naciones (1 Timoteo 1: 1-4) (Isaías 56:7; Marcos 11:17).
(V. 1). "Exhorto pues, ante todo, que se hagan
rogativas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias, por todos los hombres."
(Versión Moderna). La casa de Dios es caracterizada como el lugar de oración.
Las peticiones que ascienden a Dios desde Su casa deben estar marcadas por
"rogativas", o ruegos sinceros, para necesidades especiales que
surgen en circunstancias particulares; por "oraciones", las cuales
expresan deseos generales apropiados para todo tiempo; por
"intercesiones", implicando que los creyentes están en esa cercanía a
Dios en la cual pueden rogar a favor de otros; y, por último, por "acciones
de gracias", las cuales hablan de un corazón consciente de la bondad de
Dios que se deleita en responder las oraciones de Su pueblo.
En la Epístola a los Efesios, la cual presenta la
verdad de la iglesia en su llamamiento celestial, somos exhortados a orar con
súplica "por todos los santos" (Efesios 6:18). Aquí, cuando la
iglesia es contemplada como el instrumento para el testimonio de la gracia de
Dios, debemos orar con súplica "por todos los hombres".
(V. 2). Somos llamados especialmente a orar por los reyes
y por todos los que están en autoridad (eminencia) - por aquellos que están en
posición de influenciar al mundo para bien o para mal. No es simplemente por
'el rey' o por 'nuestro rey' por quien debemos orar, sino "por los
reyes". Esto supone que nosotros somos conscientes de nuestro vínculo con
el pueblo del Señor que está en todo el mundo formando parte de la casa de
Dios, y la verdadera posición de la iglesia estando en santa separación del
mundo, no tomando parte alguna en su política y gobierno. En el mundo, pero no del
mundo, la iglesia tiene el alto privilegio de orar, interceder y dar gracias a
favor de aquellos que no oran.
El apóstol da dos razones para orar por todos los
hombres. Primeramente, se llama a orar por los reyes y por todos los que están
en autoridad (eminencia) teniendo en mente el pueblo del Señor a través de todo
el mundo. Hemos de procurar que la bondad soberana de Dios controle de tal
forma a los gobernantes de este mundo que Su pueblo pueda vivir "una vida
tranquila y apacible con toda piedad y dignidad" (RVR1977). Es
evidentemente el pensamiento de Dios que Su pueblo pueda, pasando a través de
este mundo hostil, llevar una vida tranquila, no haciéndose valer como si
fuesen ciudadanos de este mundo, en la tranquilidad que refrena de participar
en las disputas del mundo, en la piedad que reconoce a Dios en cada
circunstancia de la vida, y en una dignidad práctica ante los hombres.
Antiguamente el profeta Jeremías envió una carta al pueblo de Dios cautivo en
Babilonia, exhortándoles a procurar la paz de la ciudad en la cual ellos eran
mantenidos en esclavitud, orando al Señor por ella: "porque", dice el
profeta, "en su paz tendréis vosotros paz" (Jeremías 29:7). En el
mismo espíritu, nosotros hemos de procurar la paz del mundo, para que el pueblo
de Dios pueda tener paz.
(Vv. 3, 4). Luego se da una segunda razón para las oraciones
del pueblo de Dios a favor de todos los hombres. Orar por todos los hombres es
"bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que
todos los hombres sean salvos." Hemos de orar, no sólo teniendo en mente
el bien de todos los santos, sino teniendo en mente también la bendición de
todos los hombres.
El mundo puede perseguir a veces al pueblo de Dios
y procurar descargar sobre ellos todo el odio de sus corazones hacia Dios. A
menos que andemos en juicio propio, tal trato hará que la carne se levante en
resentimiento y represalia. Aprendemos aquí que es "bueno y agradable
delante de Dios" actuar y sentir hacia todos los hombres, tal como Dios
mismo lo hace, en amor y gracia. Así, hemos de orar por "todos los
hombres", no simplemente por los que gobiernan bien, sino también por
aquellos que maltratan al pueblo de Dios (Lucas 6:28 - RVR1977). Hemos de orar,
no para que el juicio retributivo alcance a los perseguidores del pueblo de
Dios, sino para que en gracia soberana ellos puedan ser salvos.
La casa de Dios no ha de ser solamente el lugar
desde el cual la oración asciende a Dios, sino también el lugar desde el cual
un testimonio fluye hacia el hombre. A su debido tiempo Dios tratará en juicio
con los impíos, e incluso ahora puede a veces tratar gubernamentalmente con
aquellos que se dan a la tarea de oponerse a la gracia de Dios y a los
ministros de Su gracia, como cuando Herodes fue herido, y Elimas fue cegado (Hechos
12:23; Hechos 16: 6-11). Además, Dios puede, en ocasiones solemnes, tratar en
juicio gubernamental con los que forman la casa de Dios para el mantenimiento
de la santidad de Su casa, como se presenta en el terrible juicio que alcanzó a
Ananías y Safira; y más tarde, el trato gubernamental mediante el cual algunos
en la asamblea de Corinto fueron quitados en juicio (Hechos 5: 1-10; 1
Corintios 11: 32-32), Tales casos, sin embargo, son el resultado del trato
directo de Dios. La casa de Dios, como tal, ha de ser un testimonio de Dios
como un Dios Salvador, el cual desea que todos los hombres sean salvos y vengan
al conocimiento de la verdad.
La 'voluntad' de Dios (en el caso del versículo 4:
"el cual quiere"), no tiene referencia alguna con los consejos de
Dios los cuales, muy ciertamente, se cumplirán. Estas palabras expresan la
disposición hacia todos. Dios se presenta a Sí mismo como un Dios Salvador que
"quiere" que todos puedan salvarse. Pero, si los hombres han de ser
salvos, esto puede ser sólo por medio de la fe que viene al conocimiento de
"la verdad". De esta verdad la casa de Dios es "columna y
baluarte" (1 Timoteo 3:15). Mientras la asamblea está en la tierra, ella
es el testigo y el sostén de la verdad. Cuando la iglesia sea arrebatada,
inmediatamente los hombres caerán en la apostasía y serán entregados a un poder
engañoso.
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