martes, 12 de marzo de 2019

MEDITACIÓN

“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11).
Pedro recuerda a sus lectores que son extranjeros y peregrinos, una advertencia que nunca fue tan necesaria como hoy. Los peregrinos son personas que viajan de un país a otro. El país por el que pasan no es el suyo propio; son extranjeros en medio de él. Su tierra natal es el país a donde van.
El sello del peregrino es una tienda. Por eso, cuando leemos que Abraham habitó en tiendas con Isaac y Jacob, debemos entender que consideraba a Canaán como una tierra extraña (aun cuando le había sido prometida). Vivió en una morada temporal porque: “esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10). El peregrino no es un colonizador, sino un hombre que va de camino.
Porque su viaje es largo, no debe llevar mucho. No se sobrecarga con muchas posesiones materiales. No puede darse el lujo de llevar equipaje innecesario. Debe deshacerse de cualquier cosa que impida su movilidad.
Otra característica del peregrino es que es diferente de la gente que le rodea en donde vive. No se conforma a su estilo de vida, sus hábitos ni a su cultura. En el caso del peregrino cristiano, éste tiene en cuenta la amonestación de Pedro de abstenerse de los “deseos carnales que batallan contra el alma”. No permite que su carácter sea moldeado por el medio ambiente. Está en el mundo, pero no pertenece a él. Cruza por un país extraño sin adoptar sus costumbres y valores.
Si el peregrino pasa por un territorio hostil, es cuidadoso de no fraternizar con el enemigo. Eso constituiría una deslealtad a su Señor. Sería un traidor a la causa.
El peregrino cristiano está atravesando territorio enemigo. Todo lo que este mundo le dio a nuestro Señor fue una cruz y una tumba. Ofrecer amistad a un mundo así es traicionar al Señor Jesús. La cruz de Cristo ha roto los lazos que nos unían al mundo. No codiciamos la alabanza del mundo ni tememos su censura o condenación.
El peregrino se sostiene en su viaje al saber que la marcha de cada día le acerca más a su hogar. Sabe que una vez llegue a su destino, rápidamente olvidará todas las penas y peligros que padeció por el camino.

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