LA
SEGUNDA CANCIÓN: LA PREPARACIÓN DEL SIERVO.
Isaías 49: 1 - 6 y SS.
Ahora, a
diferencia de la primera, es el Siervo mismo quién habla, presentándose ante el
auditorio universal de los que son beneficiarios de su Obra. No hay otro
pasaje igual en todo el libro, excepto la tercera canción y el oráculo del
capítulo 61. A partir del vers. 7 Jehová responde en términos parecidos a los
usados en la primera canción, y este diálogo nos ayuda a entender cuán íntima
era la comunión que existía entre el Siervo y su Dios.
Esta
canción versa sobre la preparación del Siervo para su ministerio, algo que
requirió un proceso largo de entrenamiento. No
es muy aventurado afirmar que se trata de los «años escondidos» en Nazaret antes del ministerio público. Incluso
notamos que el potencial que hay en el Siervo está sin usar: la «espada» se
está preparando, afilándose, la «flecha» sigue en la «aljaba». La Obra a
realizar se halla en el porvenir todavía. Notemos brevemente los rasgos
principales.
Su clara vocación. Vers. 1, 3 y 5.
Como
Jeremías antes y Juan Bautista después, el Siervo tiene una convicción
indubitable acerca del propósito divino que le trajo al mundo. Aún antes de
nacer, recibió el llamamiento -indicio leve pero claro de su preexistencia-, y
este hecho tuvo su confirmación en el Nombre que se le dio: Jesús, «Jehová es el Salvador» (Mateo 1:21). Y este
nombre delata tanto la Persona como la Obra que vino a realizar.
Su concepción y nacimiento. Vers. 1.
No
hemos de buscar aquí ningún indicio del nacimiento virginal (¿a quién puede
interesarle la genealogía de un esclavo?, véase Marcos 1:1), sino que se le
equipara con otros siervos de Dios como Jeremías y Pablo, ambos de los cuales
se sabían llamados en fecha tan temprana de su existencia (Jer. 1:4; Gál. 1:15,
y compárese con Lucas 1:15, 41).
Su preparación profética.
En su caso «la espada del Espíritu» fue perfectamente preparada, pero hubo un proceso lógico
para ello,
en la niñez y juventud del Siervo, por el que «se llenaba de sabiduría» (Lucas
2:40, 52). Por supuesto, este proceso no era de tipo académico,
sino que la sabiduría lo tuvo que asimilar y recibir a pulso, día tras día, en
comunión creciente con el Padre, al ser sometido a prueba en las condiciones
normales de una vida humana, tanto en la vida laboral como la familiar, la
religiosa, etc. Por el relato evangélico sabemos muy bien que Jesús gozaba de
una convicción plena desde temprana edad acerca de quién era y para qué había
venido (vers. 3).
Su protección providencial.
Las
frases «me cubrió con la sombra de su mano... me guardó en su aljaba»,
juntamente con el vers. 8, indican que en este período formativo recibió una protección especial, como Lucas
1:35, Salmo 91:11-12 y Apoc. 12:5 también manifiestan. Suponemos que ésta fue
retirada durante los tres años de su ministerio público a fin de que el diablo
pudiese tentarle cómo y cuándo quiso, lo que pondría de manifiesto la
perfección del Siervo en toda clase de circunstancias.
Su prueba de paciencia.
Los
vers. 2 y 4 nos dan algunos atisbos en este período de larga espera al que tuvo
que ser sometido, cosa absolutamente necesaria si había de estar en condiciones
óptimas para vencer al enemigo. Con un poco de imaginación podemos adivinar
cómo serían las circunstancias del cotidiano vivir de Jesús en aquellos años de
Nazaret. La vida giraría en torno al hogar de José y María, entre numerosos
hermanos y hermanas menores (hubo por lo menos seis, que sepamos) y otros
parientes, el taller de carpintería con su trabajo variado, el pueblo con su
bullicio, la sinagoga, etc. Al morir el padre asumiría él, como hijo mayor, la
jefatura del hogar y del negocio, y es de suponer que, con el transcurso de los
años, envuelto en esta vivencia rutinaria, tendría responsabilidades
crecientes. No sabemos si prosperó la carpintería, pero es fácil comprender la
complicada red de relaciones comerciales y sociales que se establecerían con la
numerosa clientela que, seguramente, se compondría de toda clase de personas:
labradores, pequeños comerciantes, oficiales romanos, fariseos, algún que otro
noble o adinerado, etc.
Cual
José, hijo de Jacob, «la palabra de Jehová le probó» (Sal. 106:19) en aquel
tiempo - ¿y no sería posible suponer que alguna vez el Siervo pensase en
términos análogos a lo expresado en el versículo 4? Las palabras rezuman
confianza en su Dios, en cuyas manos descansa su «causa», pero a la vez
reflejan cierta perplejidad al ir pasando los años y no ver ninguna señal
todavía del momento de la dedicación total al ministerio que había de
realizar. Cuántas veces no se preguntaría Jesús, quizás después de un día
difícil de tratar con clientes tacaños o aprovechados y de haber perdido horas
yendo de un sitio para otro infructuosamente: ¿es por esto que estoy aquí, para
cobrar facturas o establecer condiciones de pago con los que no pueden o no
quieren pagar, o fabricar muebles bonitos para aquellos que no les interesa en
absoluto a mi Dios, o construir alguna casa de veraneo para algún potentado
romano, herodiano o publicano, que no piensan en otra cosa que robar a mi pueblo?
En aquellos años, y no sólo después, Jesús hubo de ser tentado en todo según
nuestra semejanza, pero, gracias a Dios, sin caer nunca en la trampa diabólica
del pecado. Sabía que todo eso era necesario pasarlo para que, como Hijo que
era, «aprendiese la obediencia» (Hebr. 5:9). No hemos de pensar que todo le era
absolutamente fácil; necesitó ser «perfeccionado por las cosas que sufrió»,
tanto antes como después de su salida al ministerio público.
La
revelación creciente de la voluntad divina.
El
tema del crecimiento físico - mental del Siervo es apasionante, pero aquí sólo
podemos notar los rasgos más relevantes. Es de suponer que los acontecimientos
que rodearon su concepción y nacimiento le serían contados después por sus
padres cuando llegase a la edad de comprenderlos: el doble anuncio angelical,
tanto a José como a María, del Nombre que había de llevar y el propósito de su
Venida al mundo (en la medida que ellos lo habían entendido), su linaje
davídico y una creciente revelación mediante las Escrituras en la comunión
constante con su Padre. Leemos aquí del nombre de «Israel» que se le aplica,
del propósito divino de restaurar al pueblo por su medio (vers. 5), y de
alcanzar a los gentiles (vers. 6). Él es en sí mismo la salvación y el pacto
(vers. 6 y 8), aunque los vers. 8 y ss. delatan por primera vez, en la serie de
canciones, la oposición que se levantaría a su gestión. Los términos
mesiánicos del resto de los versículos, desde el 8 en adelante, son
inconfundibles. Aunque los Evangelios no revelan más acerca de aquellos «años
escondidos», es evidente por el único incidente que descorre el velo por unos
instantes -cuando tenía doce años- que Jesús sabía quién era y para qué había
venido (sin que esto implique un conocimiento de todos los detalles todavía).
Su poder. Vers. 5b.
Vemos una plena identificación entre
el Siervo y su Dios, el cual le fortaleció en la larga prueba. «Dios mío es mi fuerza» dice; sólo el Padre podría darle
la gracia y el poder suficientes para soportar y sacar provecho de aquellos
treinta años de aprendizaje. Y todo esto nos proporciona precisas lecciones
para el servicio cristiano en pos del Siervo que comentaremos al final de la
tercera canción.
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