martes, 12 de marzo de 2019

EL CRISTIANO VERDADERO(15)


TU RELACION CON EL MUNDO


Tal vez la mayor prueba en la vida del cristiano se pre­senta en el asunto de su relación con el mundo. A ciertos creyentes les resulta difícil dejar algunas cosas mundanas que los aplastan impidiéndoles que progresen en su vida es­piritual. Les resulta demasiado fácil seguir aferrándose de ciertas cosas que son obstáculos al crecimiento espiritual.


Recuerdo haber visto en un restaurant una máquina para probar qué cantidad de corriente eléctrica puede resistir una persona. Por cierto, que era una de estas trampas para los necios. Había un par de manubrios en la máquina, y cuanto más se los acercaba, mayor era la corriente. En una esfera central una aguja iba señalando la cantidad de corriente que iba recibiendo el individuo, y desde luego la idea era que cada uno pudiese aventajar a los demás. Después que varios de mis acompañantes habían tomado los manubrios, los habían aproximado lentamente y luego los habían soltado, me acerqué a la máquina. Yo había resuelto que, en lugar de acercar lentamente los manubrios trataría de juntarlos con un solo golpe rápido. Lo hice, pero con asombro descubrí que la corriente era tan fuerte que no pude soltar los manubrios. ¡Qué experiencia tan desagradable! Allí estaba, con la elec­tricidad pasando por mi cuerpo, y haciéndome daño, sin que yo pudiera zafarme.
Es exactamente lo que acontece con muchas de las cosas del mundo. Aunque la persona que las tiene sabe que le están haciendo mal, al parecer no puede soltarlas. El mundo quema las manos espirituales, pero también las toma con mucha fuerza. Esto no puede negarlo ninguna persona sin­cera.
Hay varios pasajes en las Escrituras que hablan de la re­lación del cristiano con el mundo. Jesús dijo: “No sois del mundo” (Juan 15: 19). Pablo dice en Tito 2: 12 “Ense­ñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo templada y justa y píamen­te.” En Efesios 2: 2 dice el mismo Apóstol: “En que en otro tiempo anduvisteis conforme a la condición de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia”. Luego en los versículos 12 y 13, sigue diciendo: “En aquel tiempo estabais sin Cristo, sin Dios en el mundo. Mas ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo”. En estos pasajes se hace notar un tremendo contraste entre lo que era esta gente antes y después de su conversión. Antes de que fueron savados, seguían el camino de este mundo, y los deseos del Maligno, pero desde que conocen a Cristo, las cosas han cambiado.
En 2 Timoteo 4: 10, escribe el apóstol: “Porque Demas me ha desamparado, amando este siglo, y se ha ido.” En Santiago 4: 4 tenemos esta declaración tremenda: “Adúlte­ros y adúlteras, ¿no sabéis que la amistad del mundo es ene­mistad con Dios? Cualquiera pues que quisiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.” Y en 1 Juan 2: 15, notemos estas palabras: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.”
Permíteme una cita más de la Palabras de Dios: “Por lo cual salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2 Cor. 6: 17).
El que quiera ser un cristiano verdadero debe escuchar y obedecer lo que dice la Palabra de Dios acerca de sus relaciones con este mundo de pecado. Cuando una persona acepta a Cristo y ha experimentado una transformación en su vida, necesariamente tiene que dejar muchas cosas y costumbres y placeres del mundo. La razón es, como lo expresa Juan en su primera epístola, capítulo 5 y versículo 19, que “todo el mundo está puesto en maldad”. Cualquiera que contemple el mundo sin prejuicios, verá que, en general, se ha apartado de Dios y está lleno de toda suerte de inmun­dicia y maldad. Los mundanos aman las cosas malas e im­puras. La mayoría de los placeres del mundo se relacionan con lo sucio e impuro, y muchas veces con lo que es posi­tivamente vil y degradante.
Todo el espíritu del mundo es de indiferencia frente a las cosas de Dios, cuando no de odio abierto a Cristo. El espíritu del mundo gira en gran parte alrededor del amor hacia las cosas bajas y contrarias a la santidad. Las conversaciones viles de los mundanos, su bajo nivel de conducta y las des­viaciones sexuales e inmorales del mundo no son por cierto cosas que el cristiano puede codiciar. Casi no existe un solo placer popular en el mundo de hoy, que no esté relacionado con lo degradante. Casi todas las cosas intencionalmente tie­nen como su centro el crimen o el sexo.
Sin duda todos los cristianos se dan cuenta que siendo el mundo lo que es, ellos tienen que trabar en alguna parte una línea que los separe de él. ¿Dónde deben trazarla? Y es así como tú que crees en el Señor Jesucristo y que buscas seguirle, te encuentras de inmediato frente a ciertas preguntas per­tinentes. ¿Puedo ir al cine? ¿Debo jugar a las cartas? ¿Seguiré bailando? ¿Puedo fumar?
Estas y muchas otras preguntas surgen de tu mente y exi­gen contestaciones categóricas. ¿Cuál será la respuesta del cristiano? Bastante se ha escrito y hablado de todas estas cosas, y disertar largamente sobre ellas aquí resultaría superfluo. Muchos escritores cristianos se han ocupado con gran capacidad de estos problemas.
Creemos que cualquier persona honrada tiene que recono­cer que la sala cinematográfica es un lugar en el cual son glorificados el crimen, la infidelidad y la lujuria, como tam­bién que ninguna persona sana puede mirar las escenas de alcoba que constantemente se exhiben en la pantalla, sin sentirse afectada en forma nada beneficiosa. Muchos de los crímenes y delitos sexuales cometidos por la juventud moderna se deben a la influencia del cine. Este es un hecho que no puede negarse, y lo afirma continuamente en los Estados Unidos el Federal Board of Investigation (Departamento Federal de Investigaciones).
A los hombres que manejan la industria cinematográfica sólo les interesa una cosa: ganar dinero. Con ese fin procu­ran llevar a la pantalla las películas que han de atraer al mayor número posible de personas, sin tener en cuenta la decencia, la rectitud o la pureza. Y así avanzan más y más por la senda de la lujuria, la inmoralidad y el crimen. Es una lástima que tantos millones de seres humanos se alimen­ten semanalmente de las vergonzosas películas que se exhiben en la actualidad.
De vez en cuando se exhiben algunas películas que de por sí son buenas, pero el fin perseguido en exponerlas es alcanzar a aquella minoría de personas escrupulosas que se niegan a concurrir a las funciones inmorales, pero que tam­bién tienen dinero. ¡Hollywood, el lugar donde se hacen las películas, es la cloaca más inmunda de la tierra!
En lo que al baile se refiere, creo que debe reconocerse lo mismo: que se funda principalmente en la atracción sexual, y que incita las bajas pasiones de los hombres. Aunque algu­nos traten de presentar argumentos en favor del baile, cree­mos que éstos carecen de valor y que son fútiles y necios. Si alguien niega que el baile se funda en el sexo y en la lujuria, que trate de organizar un baile en donde los hom­bres bailen con hombres y las mujeres con mujeres. ¡A ver qué éxito tiene!
Los naipes están asociados a los juegos de azar, hasta en el pensamiento de los niños. Creemos que los cristianos no deben participar de ellos. El niño que ha sido criado en un hogar en el que no se juega a las cartas, no ha de correr el mismo riesgo de caer en manos de jugadores cuando llegue a ser hombre, que aquel joven que aprendió a jugar en su casa y que por ello puede ser fácil presa del vicio del juego.

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