¿Dónde adorar?
“La hora viene cuando ni en este monte ni en
Jerusalén adoraréis al Padre”, le dijo Jesús a la mujer samaritana (Juan 4:21).
Entonces, la pregunta que cabe ahora es: ¿Dónde debemos rendir culto a Dios?
Ante todo, es necesario distinguir la
alabanza individual de la adoración colectiva. Todo cristiano tiene el
privilegio de rendir homenaje a su Dios en el lugar donde se encuentre: en
casa, durante sus viajes o en el sitio donde realiza sus ocupaciones. La
adoración de Jonás subió desde el fondo del mar, desde las entrañas de un pez
(Jonás 2).
Los que se encuentran privados de las
reuniones, estén ellos en casa, en el hospital o en la cárcel por causa de la
fe, etc., pueden adorar del mismo modo que aquellos que se reúnen para ese fin.
De modo que Dios dispone de una gran multitud de pequeños templos desde los
cuales se puede alabarle: son los corazones de aquellos que le conocen y le
aman.
Como lo muestra la Biblia, tenemos también
el privilegio de adorar al Padre juntos, hermanos y hermanas de la familia de
Dios. El lugar donde podemos realizarlo no será la «iglesia» de tal religión o
denominación religiosa, sino que puede ser en un simple local o en la
habitación de una casa particular.
Cuando buscamos a un
grupo de creyentes a fin de juntarnos a ellos para adorar a Dios, debemos
comprobar si allí se reconoce la Palabra de Dios como la única autoridad,
poniendo a un lado todo aquello que sea del hombre. Estar reunidos en su nombre
implica la aprobación del Señor. Es la única condición que él pone para la
realización de su promesa: “Porque donde están dos o tres congregados en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).
Si venimos sólo por
él, sometiéndonos a su Palabra, poniendo a un lado la autoridad del hombre y
dejándonos conducir por su Espíritu, experimentaremos su presencia y podremos
adorar a Dios de una manera que le será agradable.
¿Cuándo
debemos adorar?
El hecho de que cada
uno de nuestros corazones sea como un templo para Dios, implica que podemos
alabarlo en cualquier momento del día. “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te
buscaré”, dijo David en el desierto (Salmo 63:1). Y más adelante: “Cuando me
acuerde de ti en mi lecho, cuando medite en ti en las vigilias de la noche” (v.
6). Nuestro corazón es semejante a un instrumento sobre el cual el Espíritu
Santo puede entonar en todo momento una melodía para Dios.
Tenemos el privilegio
de adorar en común. Los domingos nos reunimos especialmente para tal fin. ¿Por
qué lo hacemos ese día? Porque ese día fue el de la resurrección del Señor, el
día en que comienza la nueva vida. Así como celebramos el día de nuestro
cumpleaños, así también cada domingo celebramos a un Cristo que salió de la
tumba. Este extraordinario acontecimiento ha hecho del primer día de la semana
—el domingo— el día del Señor.
Al comenzar la
semana con la adoración colectiva, damos al Señor Jesús la prioridad sobre todas
las ocupaciones de la semana. En Hechos 20:7 vemos que ése era el día en que
los discípulos estaban “reunidos para partir el pan”.
En los evangelios
encontramos tres veces la casa de Betania. La primera vez, en Lucas 10:39,
vemos a una mujer llamada María a los pies del Señor Jesús, escuchando su
Palabra. Esta escena evoca las distintas reuniones donde se lee y medita la
Palabra de Dios. La segunda vez, en Juan 11:32, encontramos de nuevo a María a
los pies del Señor, después de la muerte de su hermano Lázaro. Le manifiesta su
tristeza y espera de Él consolación. Esto corresponde a las reuniones de
oración. Pero la tercera vez, en Juan 12:1-3, María trae un vaso lleno de un
precioso perfume, unge los pies de Jesús y la casa se llena del olor del perfume.
Ésta es la imagen de un corazón —el vaso— consciente de las perfecciones del
Señor —el perfume— y de la verdadera adoración.
¿De qué manera
adorar?
Escuchemos la respuesta que el Señor Jesús
da a nuestra pregunta: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en
verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24)
¿Qué significa
adorar “en espíritu”?
Todas las religiones del mundo tienen su
sistema de ceremonias, ritos y sacramentos, a los que hay que someterse
estrictamente. Todo aquello que se relacionaba con el culto judío instituido
por Dios —templo, sacerdotes, sacrificios y días solemnes— era la imagen de las
cosas celestiales. Ahora las poseemos como realidad en Cristo. Por eso, la
adoración del cristiano tiene un carácter espiritual. En particular, cuando la
asamblea se reúne para adorar, no lo hace con carácter formalista —con palabras
o gestos aprendidos y repetidos—, sino con la libertad y sencillez de hijos que
se dirigen al Padre.
Adorar en espíritu significa también que no
es nuestra inteligencia natural la que nos da la capacidad de alabar a Dios.
Sin el Espíritu Santo es imposible que nuestro propio espíritu eleve a Dios la
menor alabanza aceptable. Cuidémonos de que no contristemos al Espíritu Santo
que habita en nosotros (Efesios 4:30).
¿Qué significa
adorar “en verdad”?
Dios desea que lo que expresemos en la
adoración (mediante cánticos y acciones de gracias) se sienta realmente en el
corazón. Él no sólo oye lo que le decimos, pero, al mismo tiempo, lee en
nuestro interior. No le podemos engañar cuando lo que expresamos no se realiza
de corazón.
Adorar en verdad es también adorar
conscientes de la posición en que Dios nos ha colocado y de la relación que
tenemos ahora con el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Podemos adorar al
Redentor sólo si nosotros mismos gozamos de la redención; sólo somos capaces de
adorar al Dios de gracia si gozamos de la gracia de Dios.
¿Sabe usted por propia experiencia lo que es
adorar como verdadero adorador, en espíritu y en verdad?
Motivos de adoración
Sólo nos queda considerar los motivos que
ocupan nuestros corazones cuando adoramos. El tema principal es Cristo, su
Persona y su obra. Por él conocemos al Padre, a quien rendimos gloria por lo
que es y lo que hizo.
“Aclamad a Jehová con arpa; cantadle con salterio
y decacordio”, nos dice el Salmo 33:2. Pulsando todas las cuerdas de un arpa o
un laúd, uno puede obtener una gama completa de sonidos armoniosos. A menudo
nos contentamos con agradecer a Dios el haber perdonado nuestros pecados. Esto,
aunque muy importante, no es suficiente, lo mismo que la repetición de una
misma nota en la música no forma una melodía. Los cultos son a menudo pobres y
débiles. El Espíritu Santo desea hacer vibrar todas las «cuerdas» que refieren
las infinitas glorias de Jesucristo, el Hijo de Dios, de las cuales podemos
hablar al Padre:
·
Sus
glorias de Creador y de Redentor.
·
Su
gloria cuando “se despojó a sí mismo”: El Hijo de Dios “venido en carne”.
¡Maravilloso misterio!
·
Su
gloria en su humillación como siervo voluntario “hasta la muerte, y muerte de
cruz”.
·
Sus
perfecciones morales como hombre aquí en la tierra: obediencia, amor, humildad,
paciencia, justicia, consagración a Dios... en completo contraste con lo que es
el hombre natural.
·
Su
gloria como hombre resucitado y su presencia actual a la diestra de Dios.
Su próxima aparición y su asunción del poder
como Rey del universo.
Tendremos la eternidad para contemplar y
celebrar todos los aspectos de su gloria. Pero en el presente, cuanto más
aprendemos a conocer al Señor y al Padre, más seremos llevados por el Espíritu
Santo a maravillarnos de estas glorias, y la adoración colectiva alrededor del
Señor se verá más enriquecida.
El Padre busca adoradores: hombres y mujeres
que le conozcan como Padre y que acepten someterse a todos sus mandamientos. Es
a usted a quien le busca en este preciso momento.
¿Qué respuesta le dará?
Salut et Paix , Creced
1995