EN EL PASADO, EN EL PRESENTE Y EN EL
PORVENIR
Su Obra en el Pasado
Su obra del pasado la realizó por SU encarnación, y la consumó
cuando expiró en la cruz del Calvario. Hemos, pues de considerar en primer término
los siguientes principios fundamentales de nuestra fe.
I. LA OBRA DEL HIJO DE DIOS SE PRESAGIÓ Y SE
PREDIJO EN LAS ESCRITURAS
DEL
ANTIGUO TESTAMENTO.
II. LA ENCARNACION DEL HIJO DE DIOS.
III. SU
OBRA EN LA CRUZ Y LO QUE SE HA REALIZADO POR ELLA.
I. La
Obra del Hijo de Dios se Presagió y se Predijo en las Escrituras del Antiguo
Testamento
En
todas las Escrituras del Antiguo Testamento Dios Padre preanunció la obra del
Dios Hijo. Trascendental tema es éste al que debemos dar marcada atención.
Estos presagios y predicciones sucedieron de diversas maneras. Mencionaremos
primero la aparición en la tierra de un Ser sobrenatural, que venía de tiempo
en tiempo, y que no era otro sino el mismo Hijo de Dios. Apenas hubo entrado el
pecado en la tierra cuando apareció en ella el Hijo de Dios para redimir a los
extraviados. El mismo anunció la promesa de que la simiente de la mujer había
de herir la cabeza de la serpiente. Su encarnación, su obra redentora en la
cruz y su victoria final sobre el enemigo de Dios las indica El en Génesis
3.15. Luego cubrió las desnudeces de sus criaturas, vistiéndolas con túnicas de
pieles que les hizo. Por primera vez en el Verbo de Dios se declaró por este
acto lo que sería el fruto bendito de su generosa obra de expiación.
Jehová mismo
apareció en forma visible ante Abraham. Venía transformado en viajero y lo acompañaban
dos ángeles, y comió en presencia de Abraham, quien le reverenció y le llamó su
Señor. Este no era otro sino el Hijo de Dios, el mismo que, después de su
resurrección, apareció en como viajero ante dos discípulos suyos que se
encaminaban a Emmaus, y el mismo que en otra ocasión comió de un panal de miel
y de un pescado. En su presencia intercedió Abraham. Este Ser, que más tarde
visitó a Abraham, castigó al pueblo de Sodoma y Gomorra, haciendo que del cielo
lloviera sobre ellos fuego y azufre. Apareció ante Jacob y fue Él aquel hombre
misterioso con quien éste luchó en Peniel; después, más tarde, Jacob le llamó
“el Ángel, el Redentor.” Muy a menudo se le llama “el Ángel de Jehová,” mas no
un ángel creado, sino un Ser increado. Moisés le vio en medio de la zarza
ardiente y oyó su voz. Y aunque le llaman el Ángel de Jehová, reveló que era
Jehová, descubriéndole este nombre a Moisés. Estuvo con el pueblo de Israel en
el desierto y moró con ellos en la nube de gloria. Los guió, abasteció a sus
necesidades; los protegió, los juzgó y aniquiló a sus enemigos. A Josué se le
apareció y se le reveló como “el Príncipe del ejército de Jehová.” Manoa y su mujer
lo vieron, y presenciaron su ascensión a los cielos, envuelto en el humo y el
fuego del sacrificio. Isaías, Ezequiel y Daniel contemplaron su gloria. Todo
esto no fue sino presagios y vislumbres de las dos grandes manifestaciones del
Hijo de Dios en la tierra que son necesarias en su obra; su manifestación de
humildad y su manifestación de poder y gloria.
Otros Presagios de su Obra
Pero hay otros
presagios de su obra. Todas las instituciones dadas por la divinidad, y muchos
de los eventos históricos anotados en el Antiguo Testamento, presagian su
obra. La historia, según se relata en el Antiguo Testamento, es la historia
preliminar de la encarnación. Todo el sistema del sacrificio en el sacerdocio
levítico pregonaba de antemano en diversas maneras cual había de ser la gran
obra de redención del Cordero de Dios. Cada ofrenda y sacrificio revelaba las
diferentes fases de su obra en la cruz, así como también su sagrada e
inmaculada humanidad. Los sufrimientos de Cristo y lo que ellos significaban a
los pecadores extraviados se manifestaron de ese modo. Desde el cordero de
Abel hasta el último de los corderos que murió antes que el verdadero Cordero
de Dios pronunciara en la cruz las imperecederas palabras: “Consumado es,” los
millares de corderos, de toros y de cabras, los innumerables rebaños
sacrificados, no era otra cosa todo ello sino el ejemplo de ese gran sacrificio
que se consumó en la cruz del Calvario. El tabernáculo con toda su pompa, en
sus más mínimos detalles, tenía cierta significación relativa a la persona de
ese Ser maravilloso y a su maravillosa obra. Y ¿qué otra cosa pudiéramos decir
de los eventos históricos, tales como la Pascua, el paso por el Mar Rojo, la
serpiente de bronce suspendida en el desierto? Pudiéramos agregar además que
hombres tales como Isaac, José, David y otros, presagiaron durante su vida los
sufrimientos de Cristo y la gloria venidera,
Las Profecías Directas
Todavía son más numerosas las profecías directas
anunciando las diferentes fases de la obra de Cristo. Que El aparecería en
forma humana, cómo nacería y dónde; su vida, su misión, sus milagros; todo esto
fue repetidamente predicho por los profetas. Pero el gran contingente de
predicciones concierne a sus sufrimientos como sobre llevador del pecado y a
sus glorias como Rey. Tomemos, por ejemplo, las predicciones contenidas en el
Salmo 22. El pueblo judío desconocía en absoluto el castigo de la crucifixión;
ninguna nación en contacto con el pueblo de Israel infligía la pena de muerte
empleando tal sistema. Le estaba reservado a la crueldad de Roma el inventar
la muerte por la crucifixión. Y sin embargo en este Salmo se encuentra, por
inspiración divina, un cuadro exacto de esta manera, entonces desconocida, de
ajusticiar en la cruz. Leemos que horadaron sus manos y sus pies, que sus
huesos fueron descoyuntados, que la sed excesiva le pegaba la lengua al
paladar; y de igual manera hallamos predicho en los profetas su resurrección,
su presencia ante Dios, su vuelta a la tierra y su reino de justicia y gloria.
La
Inspiración del Antiguo Testamento
Queremos hacer
especial mención de estos presagios divinos, porque en estos últimos tiempos
han surgido de todas partes en el cristianismo millares de individuos que con
la mayor audacia niegan la inspiración del Antiguo Testamento, quienes querrían
hacernos creer que estas maravillosas predicciones son de origen humano, y
para quienes casi todas las cosas no son sino leyendas, y quienes, además,
aseveran que en la Biblia no existen las predicciones Mesiánicas, que Dios
nunca le habló a los profetas ni de su Hijo ni de la obra de su Hijo. Tal
negación de la revelación de Dios, que está contenida en las escrituras del
Antiguo Testamento, constituye la vanguardia de la negación tácita del Hijo de
Dios y de su obra. Negando “al Señor que los rescató” 2 P. 2.1, es la fase
dominante del cristianismo apóstata moderno; es anti cristianismo. A esta negación
precedió la negación de la Palabra de Dios escrita. Esto a que llaman la
“crítica elevada” no es sino la levadura de Satanás que fermenta en las
instituciones teológicas del cristianismo, abriendo la senda de una doctrina
cristiana destituida de creencias, por donde ha de entrar el hombre de pecado.
El creer que estos maravillosos y armoniosos presagios y predicciones
contenidos en el Antiguo Testamento no son sino producciones del ingenio
humano, no más que leyendas recopiladas por hombres perversos que pretendían
haberlas recibido de Dios, es mucho más arduo que el creerlas procedentes de la
Divina revelación.
Contendor por la fe, 1940, N.º 8 y10
A.
C. Gaebelein
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