“Compra la verdad, y no la vendas” (Proverbios 23:23).
Para
obtener la verdad de Dios hay que pagar un precio y debemos estar dispuestos a
pagarlo, cueste lo que cueste. Una vez que hemos obtenido la verdad no debemos
renunciar a ella.
El versículo no debe tomarse tan literalmente al grado
que podamos comprar Biblias o literatura cristiana pero no venderlas. Comprar
la verdad en nuestro texto significa hacer grandes sacrificios para conseguir
el conocimiento de los principios divinos. Puede significar hostilidad por
parte de nuestra familia, la pérdida del empleo, romper con lazos religiosos,
pérdidas financieras y hasta maltrato físico.
Vender la verdad significa comprometerla o abandonarla
por completo. Nunca debemos hacer eso.
En su libro La Iglesia en el Hogar, Arnot escribió:
“Es una ley de la naturaleza humana que lo que viene fácil, fácil se va. Lo que
ganamos con duro trabajo podemos retenerlo firmemente, trátese de nuestra
fortuna o de la fe. Aquellos hombres que han obtenido grandes riquezas sin
problemas o sin duro trabajo, con frecuencia las derrochan y mueren en la
pobreza. Muy rara vez el hombre que hace una fortuna por medio de enormes
esfuerzos, la despilfarra. Asimismo, dadme el cristiano que ha luchado para
llegar a su cristianismo. Si ha alcanzado ese lugar de riqueza por medio de
fuego y agua, no abandonará fácilmente su herencia”.
Santos de todos los tiempos han vuelto la espalda a la
familia, la fama y la fortuna para entrar en la puerta angosta y caminar por el
camino estrecho. Como el apóstol Pablo, han estimado todas las cosas como
pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús el Señor. Como
Rahab, han renunciado a los ídolos del paganismo y reconocido a Jehová como el
único Dios verdadero, aun si esto se interpretara como una traición a su propio
pueblo. Como Daniel, se han negado a vender la verdad, aunque esto significaba
ser echado a un foso lleno de leones hambrientos.
Vivimos en una época donde el espíritu de los mártires
escasea considerablemente. Los hombres están más dispuestos a comprometer su fe
que a sufrir por ella. La voz del profeta está ausente. La fe es fláccida. Las
convicciones relacionadas con la verdad se condenan como dogmatismo. Para
lograr un espectáculo de unidad, los hombres han estado dispuestos a sacrificar
las doctrinas fundamentales. Venden la verdad y no la compran.
Pero Dios siempre tendrá aquellas almas escogidas que
aprecian tanto el tesoro escondido de la verdad que están dispuestas a vender
todo lo que tienen para comprarla y habiéndola comprado, no la venden a ningún
precio.
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