LA TERCERA CANCIÓN: EL
SIERVO EN LA ESCUELA DE DIOS.
Isaías 50: 4 - 11.
En
esta canción encontramos al Siervo ejerciendo por fin su ministerio público,
pero se ha de notar que éste se ve mayormente desde dentro, en el marco de la
íntima comunión que mantenía con el Padre. Es digno de notar, además, la
reiteración (cuatro veces) del título «Jehová el Señor» subrayando el hecho de
que el Siervo se encuentra bajo sus órdenes, no pudiendo «hacer nada por sí
mismo», sino dependiente de todo lo que «veía hacer al Padre» (Juan 5:19).
El
aprendizaje y el discipulado del Siervo. Vers. 4.
El
aprendizaje del Siervo no terminó con su Bautismo y la derrota de Satanás en la
Tentación al principio de su ministerio, sino que siguió a través de los
restantes años de su vida. Notemos, además, que las lecciones de la «escuela de
Dios» se impartían a diario a fin de que supiese qué palabras dar al cansado
(moral y espiritualmente hablando) en cada ocasión. La vida del hombre, aún
antes del pecado, estaba sabiamente ordenada por el Creador en ciclos de 24
horas y no había de ser de otra manera para su Hijo (véase Salmo 90:12, 14).
Cada mañana recibía sus órdenes porque el hombre verdaderamente sabio es aquel
que, reconociendo su ignorancia, se dispone a recibir atento de quién puede
darle las cosas que necesita saber y que más tarde habrá de transmitir a otros.
Hemos de desterrar toda idea de una especie de automatismo en el caso de
nuestro Señor Jesucristo, como si no tuviese ninguna necesidad de aprender. Al
contrario, Él, más que nadie, estaba completamente
abierto al Padre y al Espíritu para recibir todo lo que el trino Dios le quería
dar para las exigencias de cada día de su ministerio. Tenía que ejercer fe (por
eso se le llama el Autor y Consumador de ella en Hebreos 12:2) continuamente,
aceptando la autolimitación que había asumido voluntaria y deliberadamente en
su Encarnación. La segunda Persona de la Trinidad no necesitaba que nadie le
enseñase nada, pero al llegar a ser el Verbo encarnado aceptó las limitaciones
de su condición humana con todas las consecuencias. De otra manera no había
podido ser nuestro representante y sumo sacerdote compasivo, apto para comprender
toda nuestra situación. La grandeza del Siervo, pues, no estriba solamente en
lo que hace sino en lo que aprendió a
hacer bajo
la amorosa tutela del Padre.
La
entrega absoluta del Siervo a Dios. Vers. 5 y 6a.
Aquí
encontramos la verdadera «pobreza de espíritu» que sobre las demás cosas Jesús
quiso ver reflejada en las vidas de los que le seguían (Mateo 5:3). Por medio
de la figura del esclavo que «no quiere salir libre» porque ama a su amo y a su
familia (véase Éxodo 21:1-6 y Hebreos 10:5-7), el Siervo se consagra sin
reservas al servicio de su Dueño celestial; se deja clavar al poste de la casa del Amo («abrir el oído»
= horadar la oreja), marcado para siempre por el amor. No se rebeló ni volvió
atrás; se entregó por completo a su magna tarea a pesar de toda la oposición,
la indiferencia y la incomprensión de los que le rodearon.
La
mansedumbre del Siervo. Vers. 6.
El
ver. 6 ilustra la manera en que el Siervo se
porte frente a los hombres al hacer esa entrega absoluta: involucró la
mansedumbre más pura delante del desprecio y la burla cruel de sus adversarios.
Dijeron de Él cosas terribles acusándole de ser «bebedor de vino», «loco»,
«amigo de publicanos y pecadores», «pecador», «no de Dios», «impostor»,
«engañador», «revolucionario», «endemoniado», etc., y en las últimas escenas de
su vida apareció la crueldad física también. Pero Él no replicó, sino que, en
las palabras del apóstol Pedro «encomendó su causa al que juzga justamente» (1
Pedro 2:24-25).
El
tesón del Siervo. Vers. 7.
En
Luc. 9:51 y Mat. 10:32 podemos observar estas cualidades. No hubo temor del
hombre en Él; todo lo que hacía obedecía a la necesidad de agradar ante todo a
su Padre, ocurriese lo que ocurriese. Sabía que podía contar con su gracia para
cada circunstancia y que Él no le avergonzaría nunca (vers. 7), y por eso «puso
su rostro como el pedernal».
La
confianza y el denuedo del Siervo. Vers. 7 - 9.
Como
la confianza absoluta en el amor y la fidelidad del Señor a sus promesas es uno
de los rasgos más característicos del Nuevo Pacto, es comprensible que se viera
de forma destacada en Aquel cuya Obra trae ese Pacto: el gran Siervo de Jehová
que confía plenamente en su Dios a pesar de toda la oposición levantada en su
contra (vers. 8 - 9). Sabe que habría siempre «oportuno socorro» (gracia); sabe
que cuenta con la presencia del Padre (véase
Juan 16.32-339; sabe también que éste le vindicará por la Resurrección (1 Tim.
3:16). Los veredictos humanos habían de ser trastocados por aquel magno
acontecimiento y la Ascensión, y anulados en cuanto a sus efectos entre los
hombres por el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés. Esperan todavía su
manifestación pública en la Segunda Venida y el Juicio Final, pero su
cumplimiento es seguro. Y todo aquel que se opone al Siervo no podrá tener
éxito; su aparente poder desvanecerá, vendrá a nada (vers. 9).
El
reto de Dios. Vers. 10 - 11.
Frente
a la contemplación de la figura del gran Siervo en estas dos canciones no
podemos quedar indiferentes porque Dios nos lanza un reto en el vers. 10 a
cuantos nos preciamos de ser siervos suyos y seguidores del Maestro. Ya hemos
visto que el Siervo temía a Dios (le reverenciaba, le colocaba en primer lugar
para agradarle, ante todo); este temor es el «principio de la sabiduría»
verdadera. Como fue en su caso la senda del servicio es a menudo oscura y
difícil, requiriendo de cada uno esa misma confianza que Él mostró aún cuando
no podamos ver claramente muchas cosas. Dice el salmista que «el Nombre de
Jehová es una torre fuerte» en la que hallan refugio los justos porque se
apoyan en su carácter fiel y así siguen adelante. Lo opuesto - apoyarse en los
recursos humanos- se ve en el vers. 11 llevando al más completo fracaso y a la
perdición en aquellos que sólo son siervos de nombre, y a la pérdida de su
recompensa en el caso de creyentes inconsecuentes.
Conclusión.
Podemos
terminar con una pregunta: ¿por qué se coloca este reto aquí precisamente y no
al final de la última canción? Creemos que la razón de ello estriba en que hay
una distinción clara entre la descripción del ministerio del Siervo en las
primeras tres canciones, que son ejemplares para todo siervo de
Dios, y la Obra maravillosa de expiación y justificación descrita en la cuarta
que es vicaria y en la que no
podemos tomar parte nadie.
Haremos bien en
recordar las líneas maestras del servicio que Dios espera de los suyos. Ha de
partir de un llamamiento y una elección divina que da convicción y un sentido
de propósito a cuanto hagamos. Ha de haber una sumisión a, y una dependencia
total de Dios al pasar por las distintas etapas de su escuela. Asimismo, una
comunión íntima que permite la revelación constante y creciente de su voluntad,
y una confianza total en lo que Él quiere y puede hacer en y por medio nuestro,
sea cual sea la oposición o la dificultad que pueda haber. Y si añadimos a todo
esto el amor acendrado que ha de caracterizar cuanto hagamos, tanto a Dios como
a los hombres, tenemos todos los elementos necesarios para completar el cuadro
del siervo que se asemeja a su Señor.
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