lunes, 8 de abril de 2019

EL CRISTIANO VERDADERO(16)


TU RELACIÓN CON EL MUNDO (CONTINUACIÓN)



En cuanto al uso del tabaco, en el mejor de ¡os casos lleva a derrochar dinero y es un obstáculo al testimonio cristiano. En el peor de los casos va en detrimento del cuerpo humano, es un estorbo para el testimonio cristiano, y un vicio que puede deformar todo el ser. Un hábito que se prende de su víctima como una sanguijuela y que tiene efectos nocivos sobre su organismo físico y su sistema nervioso, por cierto, que no conviene a un hijo de Dios. Nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, y debemos mantenerlos lo más limpio posible para él. Si mientras proclamamos al mundo un Cristo que puede dar la victoria sobre los vicios y malas costumbres, nosotros mismos somos esclavos del cigarrillo, nuestro testimonio perderá mucha fuerza.
Pero no debes tener la impresión de que la vida cristiana es aburrida. En las Escrituras, cuando se habla de separación, generalmente no es sólo una separación de sino también una separación para. Somos separados del mundo para Dios. En reemplazo de todas las cosas que el Señor quita de nuestras vidas, nos da cosas mucho mejores. Cuanto más nos encontra­mos separados para Cristo, menos encanto han de tener para nosotros las cosas mundanas. Nos encontraremos separados automáticamente de éstas. La última noche que Jesús estuvo con sus discípulos antes de la crucifixión les enseñó que aun­que estaban en el mundo, no eran del mundo. Esa es exac­tamente nuestra posición como cristianos. Nos ha escogido el Señor de entre la gente del mundo y nos ha apartado para sí mismo como su pueblo singular. La palabra Iglesia quiere decir los llamados fuera, que es lo que ha acontecido, pues sus integrantes han sido llamados fuera y separados del mundo. Debemos vivir de tal modo que todos los hombres puedan entender que hemos sido llamados a salir del mundo y que somos un pueblo separado para Dios.
Si seguimos al mundo en todos sus caminos, nos alimentamos como él, modelamos nuestras vidas de acuerdo a sus cosas, ¿cómo van a saber los hombres que somos discípulos de Cristo? Pero cuando vean una diferencia entre nuestras vi­das y las suyas sabrán que hemos estado con Jesús. Y es eso lo que deseamos.
¿Resulta demasiado grande el precio que hay que pagar? Dios nos deja en este mundo a fin de que podamos alumbrar el camino de otros. Por ello, no debemos recluirnos en mo­nasterio o retiramos en absoluto de la gente del mundo, sino vivir como hijos de Dios en medio de un mundo lleno de maldad, y anunciar “las virtudes de aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).
Después de todo, el mundo es un lugar muy vacío y ca­rente de satisfacciones. Si estudias el libro de Eclesiastés, en el Antiguo Testamento, verás que Salomón probó todas las cosas que el mundo podía ofrecerle, sin encontrar en ellas paz ni satisfacción Llegó a la conclusión de que todo es va­nidad. En el primer capítulo del libro, desde el versículo 13, llama la atención al hecho de que buscó educación y sabi­duría, creyendo que los conocimientos humanos habrían de satisfacer la sed de su alma. Pero llegó a la conclusión de que todo era “aflicción de espíritu” y “vanidad”.
Al comenzar el capítulo dos, cuenta cómo entonces se vol­vió a la alegría y al placer, entregándose de lleno a todos los placeres del mundo. Pero encontró que éstos también eran vanidad. Más adelante en el mismo capítulo narra la forma en que trató de satisfacer los anhelos del alma con las riquezas del mundo. Compró todo lo que puede adquirirse con dinero, pensando que de este modo encontraría la tan bus­cada satisfacción, pero llegó a la conclusión de que todo era “vanidad y aflicción de espíritu”.
Nunca ha habido un hombre en mejores condiciones que Salomón, para poder probar de lleno todo lo que el mundo ofrece. Y si el mundo no pudo por medio de sus placeres y sabiduría y riquezas proporcionarle satisfacción a un hombre de la talla de Salomón, por cierto, que no nos la dará a nos­otros. Aquellos que han seguido los caminos del mundo han llegado a la misma conclusión que Salomón: que todo es hueco y vacío. ¿Qué aprovechará el hombre si granjeare todo el mundo y pierde su alma?
El mundo seduce, y promete proporcionarle al hombre una satisfacción completa, pero es engañoso y produce grandes desilusiones. No puede cumplir sus promesas. Deja insatisfecha, fría y hambrienta al alma. Con frecuencia aquellos que han conseguido la mayor cantidad de las riquezas y de los placeres del mundo, son los que terminan sus vidas en un suicidio. ¿Por qué entonces va a poner el cristiano su mira en este mundo tan vacío y falso?
Más bien debe hacer lo que recomienda Pablo en Col. 3: 1, 2, es decir, buscar “las cosas de arriba, donde está sentado Cristo a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.” Donde estuviere tu tesoro, allí estará tu corazón. Si nuestro tesoro está en el cielo, hemos de poner la mira en las cosas de arriba; pero, naturalmente, si nuestro tesoro está aquí en la tierra, nuestro interés estará también en las cosas terrenas. ¿Dónde está tu tesoro? ¿Dónde deben estar tus intereses? El Apóstol Juan dijo: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2: 15). En el versículo citado, tenemos expresado de nuevo el mismo pensamiento. Si el amor de Dios ha penetrado en nuestros corazones y nos está inundando el alma, no hemos de amar las cosas del mundo, que rechazan y odian a Cristo, sino las cosas de arriba, en donde Cristo está, Al final de cuentas, el problema de nuestra relación con el mundo es el problema de nuestra relación con Cristo. Si ésta anda bien, nuestra relación con el mundo se arregla automáticamente.
Quiero ofrecerte una lista de preguntas, amigo cristiano, que creo que te han de ser de ayuda. Cuando tengas que resolver si debes o no hacer cualquier cosa, hazte primeramente las preguntas siguientes:

1.  ¿Será agradable a Cristo?
2.  ¿Glorificará a Dios?
3.  ¿Lo haría Jesús?
4.  ¿Fortalecerá mi testimonio cristiano frente a los demás?
5.  ¿Me ayudará en mi vida cristiana?

Si la respuesta a estas preguntas es negativa, debes dar la espalda inmediatamente al asunto sobre el cual tenías dudas. Si la respuesta es afirmativa, entonces puedes seguir adelante.
Debemos también tener en cuenta que ciertos cristianos podrían ir a ciertos lugares, hacer ciertas cosas, y mediante ellas ganar almas para Cristo, mientras que otros que fuesen a los mismos lugares sólo serían tropezaderos. Lo que está bien para un cristiano, puede estar muy mal para otro. Por ello, siempre debes formularte las cinco preguntas que vimos más arriba, cuando tengas duda de cualquier clase. Creemos que serán la piedra de toque que ha de permitir que resuelvas casi todos los problemas relacionados con tu testimonio y el mundo.
Dios nos dice: “Todo lo que hagáis, hacedlo de ánimo, como al Señor y no a los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la compensación de la herencia: porque al Señor Cristo servís” (Col. 3: 23, 24). En el mismo capítulo, ver- sículo 17, leemos una declaración más fuerte aún: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra, o, de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios padre por él”. En 1 Cor. 10: 31, 32 leemos: “Si pues coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios. Sed sin ofensa a judíos y a gentiles, y a la iglesia de Dios”.
Si no puedes ir al teatro en el nombre de Cristo, para la gloria de Dios, y sin que sufra tu testimonio, no vayas. Si no puedes bailar en el nombre de Jesús y a la gloria de Dios, sin ofender a alguien no bailes. Si no puedes jugar a las cartas en el nombre de Jesús, para la gloria de Dios, sin ofender a alguien, no juegues. Si no puedes fumar en el nombre de Jesús, para la gloria de Dios, sin ofender a alguien, no fumes. En lugar de preguntar: “¿Es malo hacer tal cosa?” sería mejor preguntar: “¿Será para la gloria de Dios?” “¿Puedo hacerlo en el nombre de Jesús?”
Como cristianos no debemos tener interés en ver cuán cerca podemos estar del fuego sin quemarnos, sino cuán lejos podemos mantenernos del peligro. Las Escrituras nos dicen que debemos apartarnos “hasta de la apariencia de mal” (1 Tes. 5: 22 Nácar Colunga). ¿Por qué no separarte com­pletamente de todas las cosas mundanas que pudieran dañar tu vida espiritual y tu testimonio para Cristo?

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