lunes, 8 de abril de 2019

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (31)

Un leproso sanado

¡Qué cuadro más triste! Allí va un pobre Lázaro. Hace un año apareció en la piel de su carne una mancha blanca, y ahora está regado el mal por todo su cuerpo. Pregúntale cómo le va, y te dirá que muy mal; cada día peor. Con todas sus fuerzas no ha logrado ninguna mejoría, ni le han podido ayudar ninguno de los mejores médicos de su pueblo. Es caso perdido.

Pero él recuerda un día que, siendo israelita, el Dios de su pueblo debiera haber pensado en tales casos. “Buscaré”, dice, “en la ley de mi Dios, para ver qué cosa será este mal, y si tiene remedio”. Leyendo un día en el libro del Levítico, el tercer libro de la Santa Biblia, haya escrito una ley con respecto a la limpieza del leproso. “¡Horror! ¿Será ésta la lepra? ¿Quién me dirá con seguridad? ¿A quién debo ir para saber?” El libro le manda a andar a la casa del sacerdote.
El sacerdote de Israel representaba al Señor. Él de por sí no podía nunca curar un leproso, pero con la Palabra de Dios en la mano podía dar los pasos necesarios para descubrir la verdadera naturaleza del mal, y también cumplir el rito mandado del Señor para su limpieza.
La lepra es tipo del pecado. No hay cosa más asquerosa que la lepra, y ¿no es más horroroso aun el pecado? A la superficie la lepra parece acaso una pequeña mancha, pero no hay sin embargo ni una gota de sangre en todo el cuerpo que no sea contaminada. La víctima puede intentar de esconder la mancha de la vista de sus semejantes; pero su conciencia le dice que es leproso. ¿No ha sido examinado a la luz de la Palabra de Dios que no puede equivocarse?
A las personas no iluminadas por la Palabra, los pecados más sucios pueden ser tema de diversión y risa, pero la conciencia instruida tiene que reconocerlos como cosa bien grave, cosa que merece la condenación divina.
Los pensamientos de Dios no son los del hombre. En la ley de la limpieza del leproso se hallaba este mandamiento: “Si brotare la lepra cundiendo por el cutis, y ella cubriere toda la piel del llagado desde su cabeza hasta sus pies, a la vista de ojos los del sacerdote ... dará por limpio al llagado”, Levítico 13.12,13.
¡Cuánto nos extraña esta cláusula de ley divina! Cuando los hombres dirían no haber ya ninguna esperanza, el Dios santo del cielo lo pronuncia limpio. Pero ¿no será porque en esto podemos aprender una lección importantísima? Fue cuando el pecado del hijo pródigo le había arrastrado al desespero, y cuando en su confesión a su padre dijo: “He pecado contra el cielo y contra ti, y no soy digno de ser llamado tu hijo”, que el padre de amor pudo darle el beso del perdón, el abrazo del amor, el mejor vestido, el anillo, los zapatos y la fiesta del becerro gordo.
Cuando tú, amigo, estás verdaderamente arrepentido, y arrojas fuera todo el mal en una franca confesión a Dios, entonces, y no antes, gustarás del perdón que por su grande amor te espera.
Pero la Biblia dice mucho más todavía en cuanto a la limpieza del leproso. Habla que ofrecer un sacrificio significante antes de poder él entrar ocupar un puesto entre el pueblo de Dios. Se tomaban dos pájaros vivos, limpios. Un pájaro fue muerto en un vaso de barro sobre aguas vivas, y el otro mojado en la sangre del primero. El que se limpiaba de la lepra fue rociado con la sangre siete voces, y el pájaro vivo suelto en el campo, después de haber sido mojado en la sangre del pájaro muerto.
Una muerte penosa esperaba al leproso si no fuere limpiado. También un fin espantoso de eterna condenación espera al pecador, si no sea limpiado de sus pecados. Los esfuerzos humanos nada valen, pero el amor de Dios ha provisto un remedio. Se muere una víctima limpia, y no es otro que el mismo Hijo de Dios, Jesucristo. Él ha muerto por el pecador; ha sufrido el castigo en lugar suyo. La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado; 1 Juan 1. 7.
El primer pájaro es figura de Jesús sufriendo la muerte por nosotros; el segundo, mojado en la sangre del primero, representa a Cristo en resurrección, yendo al trono de Dios con la sangre del nuevo pacto. Como representante de aquellos para quienes murió, Él ha entrado al cielo. El Padre Dios le ha recibido y ensalzado. Los que creen en él son limpiados, como el leproso, con la sangre, y en Él que ha resucitado y ascendido al Padre son aceptos como Él ha sido acepto, por virtud de la sangre.
Véase que el leproso fue limpiado y acepto sólo en virtud de la sangre. La gracia de Dios le había provisto esta media de limpieza. No era por esfuerzos que el hombre hubiese hecho, sino con base en la virtud de la sangre, que prefiguraba la preciosa sangre de Cristo muerto y resucitado, para que todo aquel que creyere no se pierda, más tenga vida eterna.

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