Un leproso sanado
¡Qué cuadro más triste!
Allí va un pobre Lázaro. Hace un año apareció en la piel de su carne una mancha
blanca, y ahora está regado el mal por todo su cuerpo. Pregúntale cómo le va, y
te dirá que muy mal; cada día peor. Con todas sus fuerzas no ha logrado ninguna
mejoría, ni le han podido ayudar ninguno de los mejores médicos de su pueblo.
Es caso perdido.
Pero él recuerda
un día que, siendo israelita, el Dios de su pueblo debiera haber pensado en
tales casos. “Buscaré”, dice, “en la ley de mi Dios, para ver qué cosa será
este mal, y si tiene remedio”. Leyendo un día en el libro del Levítico, el
tercer libro de la Santa
Biblia , haya escrito una ley con respecto a la limpieza del
leproso. “¡Horror! ¿Será ésta la lepra? ¿Quién me dirá con seguridad? ¿A quién
debo ir para saber?” El libro le manda a andar a la casa del sacerdote.
El sacerdote de
Israel representaba al Señor. Él de por sí no podía nunca curar un leproso,
pero con la Palabra
de Dios en la mano podía dar los pasos necesarios para descubrir la verdadera
naturaleza del mal, y también cumplir el rito mandado del Señor para su
limpieza.
La lepra es tipo
del pecado. No hay cosa más asquerosa que la lepra, y ¿no es más horroroso aun
el pecado? A la superficie la lepra parece acaso una pequeña mancha, pero no
hay sin embargo ni una gota de sangre en todo el cuerpo que no sea contaminada.
La víctima puede intentar de esconder la mancha de la vista de sus semejantes;
pero su conciencia le dice que es leproso. ¿No ha sido examinado a la luz de la Palabra de Dios que no
puede equivocarse?
A las personas
no iluminadas por la Palabra ,
los pecados más sucios pueden ser tema de diversión y risa, pero la conciencia
instruida tiene que reconocerlos como cosa bien grave, cosa que merece la
condenación divina.
Los pensamientos de Dios no son los del hombre. En la ley de la limpieza
del leproso se hallaba este mandamiento: “Si brotare la lepra cundiendo por el
cutis, y ella cubriere toda la piel del llagado desde su cabeza hasta sus pies,
a la vista de ojos los del sacerdote ... dará por limpio al llagado”, Levítico
13.12,13.
¡Cuánto nos extraña esta cláusula de ley divina! Cuando los hombres dirían
no haber ya ninguna esperanza, el Dios santo del cielo lo pronuncia limpio.
Pero ¿no será porque en esto podemos aprender una lección importantísima? Fue
cuando el pecado del hijo pródigo le había arrastrado al desespero, y cuando en
su confesión a su padre dijo: “He pecado contra el cielo y contra ti, y no soy
digno de ser llamado tu hijo”, que el padre de amor pudo darle el beso del
perdón, el abrazo del amor, el mejor vestido, el anillo, los zapatos y la
fiesta del becerro gordo.
Cuando tú,
amigo, estás verdaderamente arrepentido, y arrojas fuera todo el mal en una
franca confesión a Dios, entonces, y no antes, gustarás del perdón que por su
grande amor te espera.
Pero la Biblia
dice mucho más todavía en cuanto a la limpieza del leproso. Habla que ofrecer
un sacrificio significante antes de poder él entrar ocupar un puesto entre el
pueblo de Dios. Se tomaban dos pájaros vivos, limpios. Un pájaro fue muerto en
un vaso de barro sobre aguas vivas, y el otro mojado en la sangre del primero.
El que se limpiaba de la lepra fue rociado con la sangre siete voces, y el
pájaro vivo suelto en el campo, después de haber sido mojado en la sangre del
pájaro muerto.
Una muerte penosa esperaba al leproso si no fuere limpiado. También un fin
espantoso de eterna condenación espera al pecador, si no sea limpiado de sus
pecados. Los esfuerzos humanos nada valen, pero el amor de Dios ha provisto un
remedio. Se muere una víctima limpia, y no es otro que el mismo Hijo de Dios,
Jesucristo. Él ha muerto por el pecador; ha sufrido el castigo en lugar suyo.
La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado; 1 Juan 1. 7.
El primer pájaro es figura de Jesús sufriendo la muerte por nosotros; el
segundo, mojado en la sangre del primero, representa a Cristo en resurrección,
yendo al trono de Dios con la sangre del nuevo pacto. Como representante de
aquellos para quienes murió, Él ha entrado al cielo. El Padre Dios le ha
recibido y ensalzado. Los que creen en él son limpiados, como el leproso, con
la sangre, y en Él que ha resucitado y ascendido al Padre son aceptos como Él
ha sido acepto, por virtud de la sangre.
Véase que el leproso fue limpiado y acepto sólo en virtud de la sangre. La
gracia de Dios le había provisto esta media de limpieza. No era por esfuerzos
que el hombre hubiese hecho, sino con base en la virtud de la sangre, que
prefiguraba la preciosa sangre de Cristo muerto y resucitado, para que todo
aquel que creyere no se pierda, más tenga vida eterna.
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