J. B. Watson (1884-1955),
The Witness, febrero a julio, 1944.
III -
El método de Dios, Jueces 7
1. La
eliminación de los incapaces
A lo
largo del valle de Jezreel se extendía el campamento del enemigo, “como
langostas en multitud”. En comparación, los seguidores de Gedeón, no probados
aún, eran apenas una fuerza reducida. Con todo, 32.000 es un buen número y,
hablando humanamente, éste fue el detalle más animador de la situación.
Pero fue precisamente aquí donde Dios
dirigió su crítica: “El pueblo que está contigo es mucho”. Es una crítica que
uno nunca oye en estos tiempos de los millones militantes. “Fuerza humana” es
la clave por todos lados; en la guerra terrenal más es mejor; más hombres, más
armamentos, es el clamor. Pero en la lucha por Dios lo esencial es la
capacitación espiritual.
Dios aplica a esta hueste de voluntarios una
prueba reveladora: el miedo. Es la de Deuteronomio 20.8: “¿Quién es hombre
medroso y pusilánime? Vaya, y vuélvase a su casa”. Es un hecho curioso que todo
movimiento espiritual atrae una gran multitud de personas que realmente no
tienen una afinidad espiritual con él, sino que son simples allegados sin
corazón ni capacidad para la tarea por delante.
Bajo esta prueba del miedo, casi el setenta
por ciento de los seguidores de Gedeón se manifestaron ser meros adscritos
nominales. Su presencia no constituía fuerza sino debilidad; la causa de Gedeón
sería atendida mejor por su ausencia que por su presencia. Un solo vistazo a la
fuerza numérica del enemigo bastó para hacer desaparecer el entusiasmo
momentáneo que ellos habían sentido. Dada la oportunidad, ellos se largaron y
dejaron los riesgos atrás. Tenían tanto temor que no les daba temor confesarse
asustados.
El número
de nombres en la nómina de una iglesia nunca es evidencia fidedigna de la
eficacia espiritual de la misma. En toda congregación la mayoría, como estos
22.000 de Gedeón, carecen de celo en la guerra de Dios, ni tienen la capacidad
de participar en ella. ¿De qué clase somos? Preguntémonos: ¿Temerosos y
medrosos, o dispuestos y valientes?
Le fe de Gedeón fue puesta a dura prueba
mientras veía a estos millares de pusilánimes alejándose para volver a su casa
propia. Le quedaron ahora sólo diez mil hombres, pero por lo menos eran hombres
de valor. Podría ser que aun con éstos se lograría una victoria, no obstante,
el número tan inferior a la hueste del enemigo.
Pero Dios
protesta de nuevo. “Aún es mucho pueblo; llévalos a las aguas, y allí te los
probaré”. Dios sigue cerniendo. No todo aquel que está dispuesto ha sido
“preparado a toda buena obra”. El efectúa su voluntad a través de unos pocos
que están a su disposición; Él gana sus victorias por medio de aquellos cuyo
estado espiritual corresponde a lo que Él propone hacer.
Su prueba
de los diez mil fue secreta, sencilla y segura.
(a)
Una prueba secreta: Ninguno sabía que estaba siendo probado para su capacidad a
participar en la lucha. Las revelaciones más significantes de nuestra condición
espiritual se efectúan a veces en ocasiones y de maneras que pueden escapar
nuestra propia atención. Cuando no estamos conscientes del ojo del examinador,
nuestra conducta es un indicio más fiel de cómo somos que cuando sabemos que
estamos “pesados en la balanza”.
(b)
Una prueba sencilla: El asunto no consistió en cómo ellos realizaron alguna
asignación difícil y pocas veces requerida, sino sencillamente la manera en que
bebieron un poco de agua. Esto fue lo que determinó su capacidad para el
servicio de Dios; tan sólo cómo atendieron a una rutina de la vida diaria. El
comportamiento y la actitud de un hombre en los pequeños deberes y el quehacer
común revelan su condición espiritual aún más acertadamente que cómo él se
desenvuelve en una ocasión pública.
(c)
Una prueba segura: El arroyo a sus pies fue aquella “fuente de abajo”, 1.15, de
bendiciones terrenales y temporales a la cual todos bebemos a diario: las
bendiciones de salud, posición, sostén, amistades y lo demás, las cuales son
las buenas dádivas de Dios. La manera en que ellos participaron de las aguas
probó si eran útiles para Dios en su causa contra el enemigo de su pueblo.
Dada la orden a beber, noventa y siete entre
cada cien se doblaron sobre las rodillas y manos al lado del arroyo, y lamieron
con gusto su superficie sin estar conscientes de la presencia del enemigo. El
otro tres por ciento apenas se agacharon para recoger un poco de agua en la
mano doblada, lamiéndola por necesidad física, pero sin divertir su atención
del adversario.
“Con estos trescientos hombres que lamieron
el agua os salvaré”. Aquí estaban aquellos que no sólo estaban dispuestos y
eran valientes, sino que se caracterizaron por disciplina propia; ellos no
usaron los dones de Dios para la gratificación propia sino para capacitarse en
su obra. “Esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que ... los
que disfrutan de este mundo [sean] como si no lo disfrutasen; porque la
apariencia de este mundo se pasa”, 1 Corintios 7.29.
¿Estamos tan entregados al negocio supremo
de la vida que usamos la bondad y abundancia de Dios en las cosas terrenales
sólo con su gloria en mente, y no para la comodidad propia? De entre 32.000
hombres, sólo trescientos se calificaron bajo la prueba doble. ¿Es ésta la
proporción todavía? ¿Estoy yo entre los noventa y nueve por ciento o tengo un
lugar entre la noble minoría?
2. La tercera señal
Dos
veces ya Gedeón había buscado una señal: una para confirmar en él la conciencia
de su llamamiento divino, y una para asegurarle que contaba con el poder de
Dios en el proyecto asignado. Ahora Dios le da una señal sin que la haya
solicitado. Esta vez es para darle comprensión del método divino, y así
conducirle a la armonía con ese método en su lucha por logros espirituales.
La hora de la prueba crucial estaba por
llegar; la disminución en sus seguidores, sólo un puñado ahora, había sometido
su fe a una gran prueba. ¡Cuán fiel es nuestro Dios, y cuán oportuno su apoyo!
Él no dejará que seamos probados más allá de lo que podemos llevar, sino da
ánimo en el momento preciso.
Vea, pues, a Gedeón con su fiel Fura en el
medio del campamento de los madianitas en la oscura noche, espiando las
preparaciones del enemigo. Proceden cautelosamente entre los pertrechos del
enemigo, y oyen voces ajenas. Escuchan. Un madianita está contando a su
compañero un sueño del cual acaba de despertarse.
Fue la historia sorprendente de un pan de
cebada. En el sueño este pan pequeño, débil e insignificante, rodaba hasta el
campamento, de roca en roca, de peñasco en riachuelo, cuesta abajo por la
montaña de Gilboa, hasta chocar contra la gran tienda de los paganos. En vez de
partirse el pan en mil pedazos al chocar, sucedió algo completamente inesperado
y sorprendente: ¡la gran tienda se cayó y quedó derribada en tierra!
Se oye otra voz, y es la del compañero del
soñador, quien interpreta el sueño con toda confianza. La tienda es la gran
hueste de los madianitas; el pan de cebada es Gedeón y su pequeño grupo. La
victoria es segura. El mismo enemigo lo afirma.
Allí bajo las estrellas, agachado
silenciosamente en el mismo campamento del enemigo, Gedeón levanta su alma a
Dios en adoración pura. Toda duda disipada, la más completa confianza llena su
mente hasta lo más adentro. Gedeón regresa a sus tropas con el mensaje de
confianza. Ahora no hay ningún “si” en su boca, como había cuando solicitó las
señales anteriores.
Animado, confiado, él proclama: “Levantaos,
porque Jehová ha entregado el campamento de Madián en vuestras manos”. Esta fue
la mejor hora en la historia de Gedeón, y en fe él salió a la lucha. ¡Feliz el
guerrero que cuenta con la plena confianza en Dios!
3. Los
verdaderos armamentos
Trescientos hombres, cada uno dotado de tres
armas extrañas y débiles: una trompeta, una tea y un cántaro. ¿Cuándo se
suministraron semejantes pertrechos a un ejército? Medidas en función de los
valores militares y estadísticas comunes, estas armas eran ridículas, tanto en
cantidad como en fuerza. El enemigo contaba con 135.000 hombres realmente
armados.
Una trompeta a sonar; una tea a brillar; un
cántaro a sacrificar. Así, los guerreros de Dios tienen todavía las armas para
su conflicto:
· un
testimonio a ser oído
· una luz a
ser vista
· un cuerpo
a ser sacrificado.
Una palabra dicha, una luz silenciosa, un
vaso consagrado. Estas son las armas “poderosas de Dios”. Lector, ¿usted, en su
experiencia propia, conoce algo de su enorme efectividad?
¿Cómo fueron utilizados? En seguir
obedientemente a su líder. “Miradme a mí, y haced como hago yo”, dijo Gedeón.
Los trescientos no fueron dejados a su propia iniciativa, sino actuaron bajo
las órdenes claras de uno que también había sido provisto de un patrón de actividad.
Así es con el creyente en su lucha. Él debe guardar el Ejemplo divino en vista
siempre y actuar en concierto con Él.
“Se estuvieron firmes cada uno en su
puesto”. Como había solamente trescientos de ellos para rodear un campamento
tan grande, uno sólo puede pensar que cada soldado estaba solo, ubicado a buena
distancia del próximo. El hombre espiritual tiene esto también; él depende
tanto de la presencia de Cristo que puede conducirse a solas al serle
requerido.
4. La
estrategia de Dios
La fe de Gedeón no eliminó la obligación de
hacer un gran esfuerzo; todo lo que le era requerido fue usar la cabeza. Leemos
en 8.15 al 23 de cómo dispuso su tropa con singular habilidad, preparó sus
planes con el mayor cuidado, y dio sus órdenes de una manera firme.
Cristiano, emplee todos los poderes que Dios
le ha dado. Úselos a su mayor ventaja. Aproveche todo cuanto tenga con que
servir. Trabaje tan arduamente como si todo dependiera de usted, pero siempre
confiando en Dios como si todo dependiera de Él (como es el caso). La plenitud
del Espíritu no desplaza la preparación cuidadosa, sino la acompaña y la
enriquece. Pero aun cuando usted haya hecho todo cuanto pueda, la parte vital
corresponde a Dios. Fue El quien perturbó a Madián. La espada fue de Gedeón,
¡pero antes y más de todo fue la espada de Jehová!
El resto del capítulo relata la historia de
la derrota total de Madián y el triunfo de Gedeón. Es de veras un gran
capítulo, y uno que repite y enfatiza una lección que aprendemos con
dificultad.
El Libro de Jueces es como un gran salón en
un museo, con una serie de objetos exhibidos. Cada reliquia está puesta para
impartir valiosos comentarios al visitante. Aquí hay un puñal viejo, y la
tarjeta explica: “Con esta arma un zurdo liberó a Israel de la opresión de
Moab. 3.15”. Y por aquí encontramos una aguijada de bueyes, con su explicación:
“Con esto Samgar el Juez mató a seiscientos hombres y liberó a Israel de los
filisteos. Referencia 3.31”. Otra vitrina contiene un mazo y una estaca, y la
explicación dada por el letrero es: “Con éstos Jael, esposa de Heber caneo,
mató a Sísara el cananeo, enemigo del pueblo de Dios”.
Continuando, nos llama la atención un
surtido de trompetas antiguas, teas y vasos de barro. La inscripción en letras
negras explica: “La espada de Jehová y de Gedeón”. Próxima a la puerta de
salida uno ve un hueso curioso, y resulta que es una quijada de asno. La
tarjeta lleva una leyenda: “Con esta arma Sansón, hijo de Manoa, dio la muerte
a mil filisteos y liberó a Israel del yugo. 15:15”.
Pero antes de salir a la calle, vemos un
gran letrero sobre la puerta de este museo, y nos encontramos estudiándolo para
estar seguros de qué nos están explicando. El título dice: 1 Corintios 1.27 al 29, y el texto:
Lo necio
del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios;
lo débil
del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte;
y lo vil
del mundo y lo despreciado escogió Dios,
y lo que
no es, para deshacer lo que es,
a fin de
que nadie se jacte en su presencia.
Sin embargo, ¿realmente hemos aprendido
esta verdad? ¿La hemos tomado a pecho de tal manera que ella gobierne de un
todo nuestro comportamiento en la lucha? “Maldito el hombre que confía en el
hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová”, Jeremías
17.5.