miércoles, 1 de mayo de 2019

EXTRACTOS


   No pospongas reunirte para orar
     Hay muchos cristianos que nunca aparecen en las reuniones de oración. Si anuncias un banquete aparecerán todos. Si anuncias una reunión de oración, aparecerán unos pocos. Se puede determinar que asisten a la reunión de oración; de eso no cabe ninguna duda.
          “Ya sé que debería ir, y la semana que viene pienso hacerlo”. Llega la siguiente semana presentas a la reunión. Si fuera tan fiel para ir a trabajar como lo eres para asistir a la reunión de oración, seguramente dentro de poco tiempo ya no tendrías empleo. Nada nos aleja del trabajo, pero casi cualquiera cosa nos aparta de la reunión de oración por el simple motivo de que buscamos un desvío, un lugar donde escondernos.
         Decimos: “La semana que viene empiezo”. Si todas las personas que tienen intención de ir a la reunión de oración asistieran a ella, no habría sitio para todas. Decimos “la semana que viene”, pero no lo hacemos. De modo que ese monstruo se come tu mañana y eres víctima de la postergación.
A.W. Tozer, “Los peligros de la fe superficial, página 148-149.

LA OBRA DE CRISTO (3)



II.La Encarnación del Hijo de Dios
Ahora volvamos a la gran verdad y realización de la encarnación del Hijo de Dios. Cuando hubo terminado el tiempo, es decir, cuando llegó la época señalada, apareció en la tierra el Hijo de Dios en forma humana. El Verbo que fue en el principio, el Verbo que fue en el Padre, el Verbo que fue en Dios, el Verbo por quien fueron hechas todas las cosas, aquel Verbo se encarnó y moró con nosotros en la tierra. Aquel que subsistió en la forma de Dios se despojó y se transformó en siervo, y quedó hecho a semejanza del hombre.
La encarnación es un hondo misterio, cuya profundidad es inmensurable a la inteligencia humana y al que debemos acercarnos con sacrosanta veneración. ¡Descálzate, porque el suelo que pisas es tierra santa! En el primer capítulo del evangelio de San Lucas se menciona la anunciación de la encar­nación divina tal como se le hizo a la virgen, que había hallado gracia ante los ojos de Dios. Estando la virgen sentada en su hogar, tal vez abstraída en santa meditación, se le presentó el ángel Gabriel, trayendo el mensaje del trono de Dios. ¿Se le había nunca antes encomendado a Gabriel mensaje tal? Por importante que fuera la revelación, que por en­cargo divino le hiciera este ángel al piadoso Daniel, ésta, su comunicación a la virgen María, la supera con creces.

Anunciación de la Encarnación
Leemos en San Lucas 1.35: “E1 ángel le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altí­simo te hará sombra; por lo cual también lo Santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” Notemos las dos grandes manifestaciones respecto a su encar­nación. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti.” En el evangelio de San Mateo vemos toda la significación de esta declaración: “porque lo que en ella es engen­drado, del Espíritu Santo es.” Por lo tanto, la natu­raleza humana de Cristo fue producida en la virgen por el poder creativo del Espíritu Santo. Porque su naturaleza humana fue formada de tal manera, era naturaleza libre de pecado; Cristo no tan sólo no pecó jamás, sino que NO PODIA pecar: era impecable, absolutamente santo, puesto que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.
La segunda declaración es: “Y la virtud del Altísimo te hará sombra.” Esto no es la repetición de la misma verdad que expresa la primera declara­ción. Si significara también el Espíritu Santo, ten­dríamos que llegar a la conclusión de que el Espíritu Santo era el Padre del que se encarnaba. Leemos en seguida, después de esta segunda declaración: “Por lo cual también lo Santo que nacerá, será lla­mado Hijo de Dios.” La virtud del Altísimo no quie­re decir la virtud del Espíritu Santo; no es otra virtud sino el Hijo de Dios mismo. El eterno Hijo de Dios, Aquel que es Dios, le hizo sombra a María, y esto significó la unión de Cristo mismo con la na­turaleza humana creada por el Espíritu Santo.
A Cristo se le llamaba “La Cosa Santa.” Cristo es algo completamente nuevo, un Ser a quien es imposible clasificar. Y en seguida leemos: “Lo santo.... será llamado Hijo de Dios.” No dice “será el Hijo de Dios.” Eso lo fue siempre. La encarna­ción no le hizo Hijo de Dios. Se le llamará Hijo de Dios; Dios manifiesto en la carne.
Mucho espacio podríamos invertir en ampliar estas consideraciones o en analizar las diversas ten­tativas que se han hecho para explicar este gran misterio. También pudiéramos citar todas las perni­ciosas doctrinas y teorías que han emanado de las explicaciones que se han intentado hacer del asunto; más esto no sería sino perder el tiempo, porque la razón humana es incapaz de medir la profundidad del misterio de la encarnación, ni de concebir clara­mente la maravillosa personificación del Hombre Dios, de Cristo, nuestro Señor. Vale mucho más aceptar estas sencillas declaraciones del Verbo de Dios que entrar en disquisiciones (discusiones) que nunca lograrían resol­ver este gran misterio.
En cierta ocasión le preguntaron a un estadis­ta americano si él podía concebir cómo Jesucristo podía ser Dios y Hombre.
“No,” respondió aquél, “y si pudiera, me son­rojaría de reconocerlo por mi Salvador, porque esto lo rebajaría a mi nivel.”
     ¡Cuánta verdad en esta respuesta! Con gozo y gratitud en nuestros corazones creemos firmemente en la revelación que nos hace el Verbo sagrado de Dios, de ese Dios que amaba el mundo ¡tanto! que decidió darle a su Hijo Unigénito; y también cree­mos que el Hijo de Dios dejó la gloria de los cielos y descendió a la tierra, que se despojó y apareció aquí en forma de criatura humana. Esto, sin embargo, no significa lo que la errada teoría llamada “Kenosis” enseña, que Cristo se despojó de su Divinidad; no, de lo que Él se despojó fue de su gloria externa. El niño que reposaba en el seno de María es el mis­mo que siempre existió en el seno del Padre. Oiga­mos una vez más el Salmo 22: “Sobre ti fui echado desde la matriz: desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios....tú eres…el que me haces esperar desde que estaba sobre los pechos de mi madre.” ¿Y qué niño meramente humano pudiese nunca haber dicho esto con verdad? Y por cierto que tampoco es esto el lenguaje del poeta. Sólo el Niño nacido en Belén pudiera haberse expresado de tal manera.

GEDEÓN, EL LIBERTADOR (5)

J. B. Watson (1884-1955),
The Witness, febrero a julio, 1944.


III - El método de Dios, Jueces 7

1.       La eliminación de los incapaces

A lo largo del valle de Jezreel se extendía el campamento del enemigo, “como langostas en multitud”. En comparación, los seguidores de Gedeón, no probados aún, eran apenas una fuerza reducida. Con todo, 32.000 es un buen número y, hablando humanamente, éste fue el detalle más animador de la situación.
    Pero fue precisamente aquí donde Dios dirigió su crítica: “El pueblo que está contigo es mucho”. Es una crítica que uno nunca oye en estos tiempos de los millones militantes. “Fuerza humana” es la clave por todos lados; en la guerra terrenal más es mejor; más hombres, más armamentos, es el clamor. Pero en la lucha por Dios lo esencial es la capacitación espiritual.
    Dios aplica a esta hueste de voluntarios una prueba reveladora: el miedo. Es la de Deuteronomio 20.8: “¿Quién es hombre medroso y pusilánime? Vaya, y vuélvase a su casa”. Es un hecho curioso que todo movimiento espiritual atrae una gran multitud de personas que realmente no tienen una afinidad espiritual con él, sino que son simples allegados sin corazón ni capacidad para la tarea por delante.
    Bajo esta prueba del miedo, casi el setenta por ciento de los seguidores de Gedeón se manifestaron ser meros adscritos nominales. Su presencia no constituía fuerza sino debilidad; la causa de Gedeón sería atendida mejor por su ausencia que por su presencia. Un solo vistazo a la fuerza numérica del enemigo bastó para hacer desaparecer el entusiasmo momentáneo que ellos habían sentido. Dada la oportunidad, ellos se largaron y dejaron los riesgos atrás. Tenían tanto temor que no les daba temor confesarse asustados.
El número de nombres en la nómina de una iglesia nunca es evidencia fidedigna de la eficacia espiritual de la misma. En toda congregación la mayoría, como estos 22.000 de Gedeón, carecen de celo en la guerra de Dios, ni tienen la capacidad de participar en ella. ¿De qué clase somos? Preguntémonos: ¿Temerosos y medrosos, o dispuestos y valientes?
    Le fe de Gedeón fue puesta a dura prueba mientras veía a estos millares de pusilánimes alejándose para volver a su casa propia. Le quedaron ahora sólo diez mil hombres, pero por lo menos eran hombres de valor. Podría ser que aun con éstos se lograría una victoria, no obstante, el número tan inferior a la hueste del enemigo.
Pero Dios protesta de nuevo. “Aún es mucho pueblo; llévalos a las aguas, y allí te los probaré”. Dios sigue cerniendo. No todo aquel que está dispuesto ha sido “preparado a toda buena obra”. El efectúa su voluntad a través de unos pocos que están a su disposición; Él gana sus victorias por medio de aquellos cuyo estado espiritual corresponde a lo que Él propone hacer.
Su prueba de los diez mil fue secreta, sencilla y segura.
    (a) Una prueba secreta: Ninguno sabía que estaba siendo probado para su capacidad a participar en la lucha. Las revelaciones más significantes de nuestra condición espiritual se efectúan a veces en ocasiones y de maneras que pueden escapar nuestra propia atención. Cuando no estamos conscientes del ojo del examinador, nuestra conducta es un indicio más fiel de cómo somos que cuando sabemos que estamos “pesados en la balanza”.
    (b) Una prueba sencilla: El asunto no consistió en cómo ellos realizaron alguna asignación difícil y pocas veces requerida, sino sencillamente la manera en que bebieron un poco de agua. Esto fue lo que determinó su capacidad para el servicio de Dios; tan sólo cómo atendieron a una rutina de la vida diaria. El comportamiento y la actitud de un hombre en los pequeños deberes y el quehacer común revelan su condición espiritual aún más acertadamente que cómo él se desenvuelve en una ocasión pública.
    (c) Una prueba segura: El arroyo a sus pies fue aquella “fuente de abajo”, 1.15, de bendiciones terrenales y temporales a la cual todos bebemos a diario: las bendiciones de salud, posición, sostén, amistades y lo demás, las cuales son las buenas dádivas de Dios. La manera en que ellos participaron de las aguas probó si eran útiles para Dios en su causa contra el enemigo de su pueblo.
    Dada la orden a beber, noventa y siete entre cada cien se doblaron sobre las rodillas y manos al lado del arroyo, y lamieron con gusto su superficie sin estar conscientes de la presencia del enemigo. El otro tres por ciento apenas se agacharon para recoger un poco de agua en la mano doblada, lamiéndola por necesidad física, pero sin divertir su atención del adversario.
    “Con estos trescientos hombres que lamieron el agua os salvaré”. Aquí estaban aquellos que no sólo estaban dispuestos y eran valientes, sino que se caracterizaron por disciplina propia; ellos no usaron los dones de Dios para la gratificación propia sino para capacitarse en su obra. “Esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que ... los que disfrutan de este mundo [sean] como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa”, 1 Corintios 7.29.
    ¿Estamos tan entregados al negocio supremo de la vida que usamos la bondad y abundancia de Dios en las cosas terrenales sólo con su gloria en mente, y no para la comodidad propia? De entre 32.000 hombres, sólo trescientos se calificaron bajo la prueba doble. ¿Es ésta la proporción todavía? ¿Estoy yo entre los noventa y nueve por ciento o tengo un lugar entre la noble minoría?

 2.      La tercera señal
    Dos veces ya Gedeón había buscado una señal: una para confirmar en él la conciencia de su llamamiento divino, y una para asegurarle que contaba con el poder de Dios en el proyecto asignado. Ahora Dios le da una señal sin que la haya solicitado. Esta vez es para darle comprensión del método divino, y así conducirle a la armonía con ese método en su lucha por logros espirituales.
    La hora de la prueba crucial estaba por llegar; la disminución en sus seguidores, sólo un puñado ahora, había sometido su fe a una gran prueba. ¡Cuán fiel es nuestro Dios, y cuán oportuno su apoyo! Él no dejará que seamos probados más allá de lo que podemos llevar, sino da ánimo en el momento preciso.
    Vea, pues, a Gedeón con su fiel Fura en el medio del campamento de los madianitas en la oscura noche, espiando las preparaciones del enemigo. Proceden cautelosamente entre los pertrechos del enemigo, y oyen voces ajenas. Escuchan. Un madianita está contando a su compañero un sueño del cual acaba de despertarse.
    Fue la historia sorprendente de un pan de cebada. En el sueño este pan pequeño, débil e insignificante, rodaba hasta el campamento, de roca en roca, de peñasco en riachuelo, cuesta abajo por la montaña de Gilboa, hasta chocar contra la gran tienda de los paganos. En vez de partirse el pan en mil pedazos al chocar, sucedió algo completamente inesperado y sorprendente: ¡la gran tienda se cayó y quedó derribada en tierra!
    Se oye otra voz, y es la del compañero del soñador, quien interpreta el sueño con toda confianza. La tienda es la gran hueste de los madianitas; el pan de cebada es Gedeón y su pequeño grupo. La victoria es segura. El mismo enemigo lo afirma.
    Allí bajo las estrellas, agachado silenciosamente en el mismo campamento del enemigo, Gedeón levanta su alma a Dios en adoración pura. Toda duda disipada, la más completa confianza llena su mente hasta lo más adentro. Gedeón regresa a sus tropas con el mensaje de confianza. Ahora no hay ningún “si” en su boca, como había cuando solicitó las señales anteriores.
    Animado, confiado, él proclama: “Levantaos, porque Jehová ha entregado el campamento de Madián en vuestras manos”. Esta fue la mejor hora en la historia de Gedeón, y en fe él salió a la lucha. ¡Feliz el guerrero que cuenta con la plena confianza en Dios!

3.       Los verdaderos armamentos
    Trescientos hombres, cada uno dotado de tres armas extrañas y débiles: una trompeta, una tea y un cántaro. ¿Cuándo se suministraron semejantes pertrechos a un ejército? Medidas en función de los valores militares y estadísticas comunes, estas armas eran ridículas, tanto en cantidad como en fuerza. El enemigo contaba con 135.000 hombres realmente armados.
    Una trompeta a sonar; una tea a brillar; un cántaro a sacrificar. Así, los guerreros de Dios tienen todavía las armas para su conflicto:
·      un testimonio a ser oído
·      una luz a ser vista
·      un cuerpo a ser sacrificado.
    Una palabra dicha, una luz silenciosa, un vaso consagrado. Estas son las armas “poderosas de Dios”. Lector, ¿usted, en su experiencia propia, conoce algo de su enorme efectividad?
    ¿Cómo fueron utilizados? En seguir obedientemente a su líder. “Miradme a mí, y haced como hago yo”, dijo Gedeón. Los trescientos no fueron dejados a su propia iniciativa, sino actuaron bajo las órdenes claras de uno que también había sido provisto de un patrón de actividad. Así es con el creyente en su lucha. Él debe guardar el Ejemplo divino en vista siempre y actuar en concierto con Él.
    “Se estuvieron firmes cada uno en su puesto”. Como había solamente trescientos de ellos para rodear un campamento tan grande, uno sólo puede pensar que cada soldado estaba solo, ubicado a buena distancia del próximo. El hombre espiritual tiene esto también; él depende tanto de la presencia de Cristo que puede conducirse a solas al serle requerido.

4.       La estrategia de Dios
    La fe de Gedeón no eliminó la obligación de hacer un gran esfuerzo; todo lo que le era requerido fue usar la cabeza. Leemos en 8.15 al 23 de cómo dispuso su tropa con singular habilidad, preparó sus planes con el mayor cuidado, y dio sus órdenes de una manera firme.
    Cristiano, emplee todos los poderes que Dios le ha dado. Úselos a su mayor ventaja. Aproveche todo cuanto tenga con que servir. Trabaje tan arduamente como si todo dependiera de usted, pero siempre confiando en Dios como si todo dependiera de Él (como es el caso). La plenitud del Espíritu no desplaza la preparación cuidadosa, sino la acompaña y la enriquece. Pero aun cuando usted haya hecho todo cuanto pueda, la parte vital corresponde a Dios. Fue El quien perturbó a Madián. La espada fue de Gedeón, ¡pero antes y más de todo fue la espada de Jehová!
    El resto del capítulo relata la historia de la derrota total de Madián y el triunfo de Gedeón. Es de veras un gran capítulo, y uno que repite y enfatiza una lección que aprendemos con dificultad.
    El Libro de Jueces es como un gran salón en un museo, con una serie de objetos exhibidos. Cada reliquia está puesta para impartir valiosos comentarios al visitante. Aquí hay un puñal viejo, y la tarjeta explica: “Con esta arma un zurdo liberó a Israel de la opresión de Moab. 3.15”. Y por aquí encontramos una aguijada de bueyes, con su explicación: “Con esto Samgar el Juez mató a seiscientos hombres y liberó a Israel de los filisteos. Referencia 3.31”. Otra vitrina contiene un mazo y una estaca, y la explicación dada por el letrero es: “Con éstos Jael, esposa de Heber caneo, mató a Sísara el cananeo, enemigo del pueblo de Dios”.
        Continuando, nos llama la atención un surtido de trompetas antiguas, teas y vasos de barro. La inscripción en letras negras explica: “La espada de Jehová y de Gedeón”. Próxima a la puerta de salida uno ve un hueso curioso, y resulta que es una quijada de asno. La tarjeta lleva una leyenda: “Con esta arma Sansón, hijo de Manoa, dio la muerte a mil filisteos y liberó a Israel del yugo. 15:15”.
    Pero antes de salir a la calle, vemos un gran letrero sobre la puerta de este museo, y nos encontramos estudiándolo para estar seguros de qué nos están explicando. El título dice: 1 Corintios 1.27 al 29, y el texto:

Lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios;
lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte;
y lo vil del mundo y lo despreciado escogió Dios,
y lo que no es, para deshacer lo que es,
a fin de que nadie se jacte en su presencia.

         Sin embargo, ¿realmente hemos aprendido esta verdad? ¿La hemos tomado a pecho de tal manera que ella gobierne de un todo nuestro comportamiento en la lucha? “Maldito el hombre que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová”, Jeremías 17.5. 

LA PRIMERA EPÍSTOLA A TIMOTEO (5)

El Orden de la Casa de Dios
(1 Timoteo 2 y 1 Timoteo 3)
          


 (c) La conducta apropiada para los hombres y mujeres que forman la casa (versículos 8-15)


Hemos visto en la primera parte del capítulo que la casa de Dios es el lugar de oración "por todos los hombres" (versículo 1), es testigo de la disposición de Dios en gracia hacia "todos los hombres" (versículo 4), y es testigo de Aquel que se dio a Sí mismo en rescate "por todos" (versículo 6).
Si tal es el gran propósito de la casa de Dios, se concluye que no se debe permitir nada en la casa de Dios que pueda estropear este testimonio ya sea de parte tanto de los hombres como de las mujeres que forman la casa. Así el apóstol procede a dar instrucciones detalladas en cuanto a la conducta de cada clase. Este testimonio de la gracia de Dios no contempla a un grupo de creyentes, participantes de un testimonio particular, uniéndose para el servicio. No se trata de un grupo de evangelistas entregándose a la obra evangelística o al servicio misionero. Éste presenta a todos los santos compartiendo un interés común en el testimonio que fluye desde la casa de Dios.
 (V. 8). Primeramente, el apóstol habla de hombres en contraste a las mujeres. Los hombres en la casa de Dios deben caracterizarse por la oración. El apóstol está hablando de la oración pública, y en tales ocasiones el derecho a orar está restringido a los hombres. Además, la enseñanza no contiene ningún pensamiento de una clase oficial que guíe en oración. Orar en público no está limitado a los ancianos, o a hombres dotados, pues la oración nunca es tratada en la Escritura como un asunto de un don. Son los hombres los que deben orar y la única restricción es que una correcta condición moral debe ser mantenida. Aquellos que guían en la oración pública deben caracterizarse por la santidad, y sus oraciones deben ser sin ira ni contienda. El hombre que está consciente de un mal no juzgado en su vida no está en condición de orar. Además, la oración debe ser sin ira. Esta es una exhortación que condena completamente en uso de la oración para atacar veladamente a otros. Detrás de tales oraciones hay siempre ira o maldad. Además, la oración debe ser en la simplicidad de la fe y no con vano razonamiento humano.
 (V. 9). Las mujeres deben caracterizarse por vestirse con "una conducta y ropa decentes". (N. del T.: traducción literal de la Versión Inglesa del Nuevo Testamento J. N. Darby). Esta mejor traducción indica claramente que no solamente en ropa sino en su actitud general las mujeres deberían caracterizarse por la "modestia" que rehúye toda impropiedad, y por el "pudor" que las conduce a cuidar sus palabras y modos de actuar. Ellas deben tener el cuidado de no usar el cabello, que Dios les ha dado como la gloria de la mujer, como una expresión de la vanidad natural del corazón humano. No deben procurar llamar la atención hacia ellas mismas adornándose con "oro, ni perlas, ni vestidos costosos". Además, las mujeres hacen bien en recordar que ellas pueden obedecer la letra de esta Escritura y, con todo, pueden perder el espíritu de ésta fingiendo alguna apariencia exterior peculiar, atrayendo así la atención hacia ellas mismas.
La mujer que profesa el temor de Dios se caracterizará, no por fingir una espiritualidad superior, sino por "buenas obras". El lugar de ellas en el cristianismo es conveniente y hermoso: se halla en esas "buenas obras", muchas de las cuales sólo pueden ser llevadas a cabo por una mujer.
Nosotros vemos, en los Evangelios, cómo las mujeres servían al Señor de sus bienes (Lucas 8:3). María llevó a cabo una buena obra para el Señor cuando ungió Su cabeza con el perfume de gran precio (Mateo 26: 7-10). Dorcas hizo una buena obra al hacer vestidos para los pobres (Hechos 9:39). María, la madre de Juan Marcos, abrió su casa para que muchos se reunieran en oración (Hechos 12:12). Lidia, cuyo corazón el Señor abrió, hizo una buena obra cuando abrió su casa a los siervos del Señor (Hechos 16: 14, 15). Priscila hizo una buena obra cuando, con su esposo, ayudó a Apolos a conocer "más exactamente el camino de Dios" (Hechos 18:26). Febe, de Cencrea, ayudó "a muchos" (Romanos 16:2). Otras Escrituras nos dicen que mujeres piadosas pueden lavar los pies de los santos, aliviar al afligido, criar hijos y conducir el hogar. Leemos aquí que en público la mujer debe aprender en silencio. Ella no debe ejercer dominio sobre el hombre.
El apóstol da dos razones para la sujeción de la mujer al hombre. En primer lugar, Adán tiene el lugar preeminente, puesto que él fue formado primero, después Eva. Una segunda razón es que Adán no fue engañado; la mujer lo fue. En un cierto sentido, Adán fue peor que la mujer, ya que él pecó a sabiendas. No obstante, la verdad recalcada por el apóstol es que la mujer mostró su debilidad en que ella fue engañada. Adán, en efecto, debería haber mantenido su autoridad y haber conducido a su mujer a la obediencia. Ella, en debilidad, fue engañada, usurpó el lugar de autoridad, y condujo al hombre a la desobediencia. La mujer cristiana reconoce esto y cuida de mantenerse en el lugar de sujeción y silencio.
  (V. 15). Eva sufrió por su trasgresión, pero la mujer cristiana hallará la misericordia de Dios que abunda sobre el juicio gubernamental, si el hombre y la mujer casados prosiguen en fe, amor y santidad, con modestia. Cómo vimos antes que la perseverancia en la sana doctrina depende tan ampliamente de una correcta condición moral (1 Timoteo 1: 5, 6), así vemos ahora que la misericordia temporal está conectada con un correcto estado espiritual.


LAS CANCIONES DEL SIERVO (5)



Con esta canción alcanzamos la cima de la profecía mesiánica en el Antiguo Testamento. Es sin duda una de las porciones más conocidas y amadas de toda la Biblia por los cristianos, por la claridad del retrato que hay en ella del Mesías, nuestro Señor Jesucristo, tema de las demás canciones también. Pero es preciso constatar que ha llegado a ser algo muy distinto para la mayoría de los judíos quienes no creen que se trata de Jesús de Nazaret sino de su pueblo a lo largo de los siglos, maltratado y perseguido por sus enemigos, sobre los cuales ha de triunfar un día. Y como la controversia sigue tan polémica hoy en día es necesario que, antes de examinar su contenido, veamos algo sobre la historia de su interpretación para investigar el origen del de­bate.

Un breve resumen histórico de la interpretación en Isaías 53.
El interrogante que formuló el eunuco en Hechos 8:34 nos enfrenta con el enigma que salta a la vista cuando se lee la canción: «¿de quién dice el profeta esto: de sí mismo o de algún otro?». El Siervo sufriente tiene todos los trazos del retrato de un personaje, pero como vemos muchos le consideran un personaje colec­tivo -la nación de Israel- y hoy día es esta interpretación la que prevalece entre los rabinos y algunos eruditos protestantes.
Por muchos siglos los judíos la interpretaban del Mesías que esperaban (todavía unos pocos judíos ortodoxos creen esto); de hecho, antes de la Venida de Cristo, en el siglo II a.C., podemos encontrar interpre­taciones rabínicas muy claras a este respecto. Algunos insertaban el título «Mesías» después de «...mi Sier­vo...» en 52:13, igual que en 42:1, mientras que en el Talmud babilónico del siglo VI después de Cristo se refiere al Mesías como «el leproso», porque «llevó nuestras enfermedades» (53:4). Se puede afirmar que, con muy pocas excepciones, la interpretación mesiánica fue unánime en esta primera época.
Pero en el siglo XI d.C. hubo un cambio, resultado en buena parte de las terribles persecuciones des­atadas sobre los judíos por las huestes cristianas que volvían enardecidas de la primera Cruzada. En Francia, Italia y Alemania los odiados «asesinos de Cristo» fueron masacrados sin piedad, sus casas saqueadas y entre­gadas a las llamas, perpetrándose a menudo los más terribles excesos por instigación de la jerarquía cristiana. Las matanzas antisemitas proseguirían durante dos siglos siendo para el pueblo judío de aquella generación una experiencia tan traumática como el exterminio nazi de nuestra época.
Ya que los cristianos empleaban este pasaje como una de las bases principales para justificar su con­ducta persecutoria, los rabinos judíos se vieron obligados a buscarle otro sentido y desde este momento en adelante el debate se volvió agrio y «caliente». Pero hubo otra razón importante para este cambio de interpre­tación entre los judíos: el hecho de que miles de ellos se convirtieran al Evangelio. Algunos seguramente pa­saron a las filas cristianas huyendo de la persecución, pero otros muchos por convencimiento propio; así los maestros de Israel, temiendo una deserción mayor, se esforzaban cada vez más a combatir los argumentos cristianos. Hasta tal punto fue necesario esto que los pocos rabinos que seguían manteniendo la interpretación mesiánica clásica tuvieron que identificar al Siervo con algún profeta como Jeremías, Isaías o aún el rey Eze- quías, y hubo algunos que hasta lo aplicaban a cualquier persona que sufría inocentemente.
Tampoco hubo unanimidad entre aquellos que seguían defendiendo la tesis clásica acerca de un Mes­ías que todavía estaba por venir. Muchos se daban cuenta de las aparentes contradicciones o elementos diver­gentes en las profecías; unos discernieron un Mesías sufriente en las últimas dos canciones; otros enfatizaban más bien que el Mesías triunfaría sobre todos los enemigos de Israel, subyugando a las naciones rebeldes para establecer su reino. Para resolver la contradicción se inventó la teoría de dos Mesías: el que sufre, llamado Mesías ben Josef, que había de morir en batalla contra Edom (figura del Imperio romano según ellos), y el que triunfa Mesías ben David. Pero tal invento no satisfacía a muchos por lo que se intentó reconciliar las dos facetas contradictorias postulando que el Mesías triunfador había de sufrir de nuevo en cada generación por los pecados de sus contemporáneos. Hubo otros intentos de resolver el enigma evitando la «solución» cristia­na, a cuál más ingenioso, pero no convencieron a la inmensa mayoría del pueblo judío. Otros esquivaban el problema completamente diciendo que el enigma se resolvería ¡cuando viniera el profeta Elías! (Malaquías 4).

La interpretación no mesiánica.
Fue el rabino Rashi y sus seguidores, en los siglos XI y XII, que promovieron esta nueva interpreta­ción, siendo formulada muy claramente en España por el rabino sefardí Isaac Abarbanel en el siglo XV. Con el tiempo fue esta interpretación la que se impuso, aunque no sin la decidida oposición de unos pocos rabinos distinguidos quienes insistían que -al margen de la interpretación cristiana- la interpretación no-mesiánica aplicada a Israel como nación era forzada, haciendo violencia al sentido llano y literal del texto. En los tiem­pos modernos algunos eruditos protestantes liberales, a veces por deferencia a sus amigos judíos, se han soli­darizado con los que rechazan la interpretación mesiánica ganando para sí mismos el calificativo no muy halagüeño de «los rabinos incircuncisos».
Es preciso recordar que los argumentos judíos en contra de la identificación del personaje de la can­ción con Jesús de Nazaret se basan generalmente en una falta de comprensión de la doctrina de la Encarnación (es decir, que Jesús era a la vez hombre y Dios). No tenía cabida en el fuerte monoteísmo de ellos la idea de que el Dios del cielo, Creador de todo, Jehová de la historia y de la eternidad, pudiera hacerse hombre y hasta morir en una cruz. Objetan que Dios no puede ser un siervo como el de la canción, que no se puede hablar de su exaltación si Él siempre está enaltecido, que, si el Mesías es Dios, cómo es posible que Él pueda ser afligido por sí mismo o que pueda morir y ser sepultado, etc. Pero por otra parte la interpretación colectiva rezuma un tremendo engreimiento por parte de los judíos. Afirman que ellos siempre han sido víctimas inocentes, que han sufrido injustamente a manos de otros y que un día serán las naciones gentiles que confesarán que han menospreciado al «Siervo justo» (ellos).

La interpretación mesiánica.
¿Cuáles son pues las razones principales que apuntan a esta interpretación? Podemos decir que:
1.                  - Como en el caso de las otras tres canciones es evidente que se está hablando de un individuo, por los pro­nombres en singular que se emplean y las experiencias concretas que sufre. Las referencias a su «parecer», a sus padecimientos físicos («traspasado»), a su juicio y sepultura y a los detalles de su pasión, no pueden apli­carse a la nación de Israel sin un ejercicio abundante de fantasía, sustituyendo el sentido llano de las palabras por una especie de alegorización de la que fueron expertos muchos eruditos, tanto judíos como cristianos, pero que hace violencia al texto.
2.     - El retrato del Siervo aquí es irreconciliable con lo que el profeta manifiesta acerca de la rebelde Israel, en tantas de sus denuncias fuertes (Isaías 24:18-20 y 42:24 con 53:7). Nunca se han destacado, además, los judíos por una actitud mansa y sumisa ante sus perseguidores, pero desde principio a fin el Siervo sufre en silencio «encomendando su causa al que juzga justamente» (1 Pedro 2:24).
3.     - Es elocuente el hecho de que se excluye este pasaje de las Haftorahs o lecturas litúrgicas del sábado. Algu­nos han llamado a Isaías 53 el «capítulo secreto» por esta razón, o «la conciencia culpable de la sinagoga».
4.    - El rabino Moshe Cohen ibn Crispín fue quien enunció más claramente la interpretación mesiánica clásica del pasaje, y ponemos fin a esta parte del estudio con una cita suya: «por orden divino esta profecía fue dada por medio de Isaías, a fin de darnos a conocer algo acerca de la naturaleza del Mesías que ha de venir, el que vendrá y librará a Israel... para que si alguien se levantase afirmando que él era el Mesías, pudiésemos re­flexionar y comprobar si se puede observar en él alguna semejanza con los rasgos aquí descritos. Si la hay, podemos creer que se trata del Mesías nuestra Justicia, pero si no, no lo podemos aceptar».

La importancia de la canción.
Como ya anticipamos en los estudios anteriores, la cuarta canción pone los toques finales, el detalle fino, al maravilloso retrato del Siervo sufriente de Jehová. Al mismo tiempo nos permite comprender cómo lleva a cabo la Obra anunciada antes, constituyendo la cumbre de la revelación mesiánica en el Antiguo Tes­tamento y proveyendo un claro enlace - puente con el Nuevo. Ya hemos mencionado la abundancia de citas tomadas de esta canción en el Nuevo Testamento, todas las cuales giran en torno a la identificación del Siervo con Jesucristo. Es interesante notar que mucho del vocabulario teológico neotestamentario acerca del pecado y de la Obra de la expiación en sus varias facetas, se encuentra concentrado aquí, habiendo pasado al griego a través de la Versión Septuaginta. Conceptos como la «culpa», «iniquidad», «transgresión», «llevar el pecado», y la «sustitución», la «justificación», etc., se reiteran una y otra vez para luego ser desarrollados en las epísto­las. Otro factor que presta una indudable importancia a la canción es su amplia temática: hallamos referencias a la Resurrección y Exaltación del Siervo, el Plan de Dios, la nueva familia de Dios, la Obra de juicio, etc. También nos depara una ilustración excelente de la llamada perspectiva profética; contiene profecías que ya se han cumplido y otras que esperan todavía su cumplimiento en la Segunda Venida del Señor.

La forma y el análisis de la canción.
Al contrario que las otras tres, esta canción está claramente delimitada y muy bien estructurada poéti­camente. Se compone de cinco estrofas de tres versículos cada una, y está escrita en poesía, no en prosa (este hecho no puede deducirse de la traducción Reina Valera, pero sí en versiones más modernas como la Biblia de Jerusalén, la Nueva Biblia Española o la Moderna). Su construcción poética se ha confirmado por los rollos de Isaías encontrados en las cuevas de Qumran.
En la primera y quinta estrofas es Jehová quien habla; en las tres restantes, el profeta, en nombre del «remanente fiel» quien, por fin, ha comprendido quién es el Siervo y qué ha hecho por ellos. La primera sirve de prólogo, anticipando y resumiendo los temas más importantes tratados en las demás estrofas. La segunda y tercera se relacionan, siendo aquélla una descripción de los hechos, y la tercera la explicación espiritual de ellos. Pasa algo parecido en la cuarta y quinta estrofas: la primera describe la situación física exterior, y la segunda su significado interior. Damos a continuación un breve análisis de la estructura de la canción, dejando el examen detallado de su contenido para la próxima sección.
Estrofa 1: La exaltación del Siervo por medio del sufrimiento, 52:13-15.
Estrofa 2: La humillación y el rechazamiento del Siervo por los suyos, 53:1-3.
Estrofa 3: Los sufrimientos vicarios del Siervo, 53:4-6.
Estrofa 4: La historia profética de la Pasión, 53:7-9.
Estrofa 5: El triunfo del Siervo por medio de la muerte, 53:10-12.

¿Cuál es el significado y alcance del carácter del Señor, considerado como ''Hijo del Hombre"?

Respuesta dos. — El título de "Hijo del Hombre" tiene un alcance muy extenso. Expresa lo que es el hombre en su perfección, el hom­bre según Dios. Nos dice que, en Jesús, el hombre está ahora en una posición completamente nueva, adornado con todas las hermosuras posibles, humanas o morales.
          Pero este título de Hijo del Hombre dado a Jesús no ex­presa solamente toda Su perfección moral, pues todos Sus su­frimientos y todas Sus dignidades están en relación con él.
Como Hijo del Hombre, el Señor fue humillado (Salmo 22), pero, como tal, fue también ensalzado a la diestra de la Ma­jestad en los cielos (Salmo 80:17). Como Hijo del Hombre no tenía dónde reclinar la cabeza (Lucas 9:58), pero como tal viene hacia el Anciano de días para recibir el reino de sus manos (Daniel 7: 13-14). Será como Hijo del Hombre que el poder de juzgar le será dado (Juan 5:27); como tal es profeta, sacerdote y Rey, heredero de todas las cosas, Señor sobre todas las cosas, cabeza del Cuerpo, Esposo de la Iglesia.
Como Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para per­donar pecados (Mateo 9:6); como tal es Señor del sábado, o día de reposo (Marcos 2:28), y no obstante, con este mismo carácter, estuvo tres días y tres noches en el corazón de la tierra (Mateo 12:40).
Como Hijo del Hombre, era el sembrador infatigable que iba esparciendo Su semilla; como tal será el glorioso segador que recogerá Su mies en los alfolíes celestes.
Como Hijo del hombre tenía Su propio lugar en el cielo; como tal fue crucificado y resucitado (Juan 3: 13-14). Final­mente, como Hijo del hombre, Él es el centro de todas las cosas, sean terrenales, o celestiales.
Era en el hombre donde el Dios Creador había puesto Su imagen en el principio (Génesis 1:26), y cuando el primer Adán, que era de la tierra, la hubo quebrantado, el Hijo de Dios emprendió su restauración; emprendió, como hombre, el cumplimiento del consejo divino, colocando al hombre en Su Persona, restaurándole de esta forma, en el lugar de honor y de confianza que Dios le había asignado antes.
Este título, este nombre de Hijo del Hombre tiene pues, como lo vemos, un inmenso alcance y se relaciona con la per­sona del Señor, con toda Su aflicción, con todas Sus dignida­des, menos —evidentemente— con las que le pertenecen en Su carácter de Dios, bendito eternamente, sobre todas las cosas.
Él es el hombre ungido, el templo humano sin pecado, edi­ficado por el Espíritu Santo, y después llenado por Él (Lucas 1:35 y 4:1). Es el hombre humillado, el varón de dolores, que descendió, se anonadó y se humilló hasta la muerte de cruz (Filipenses, capítulo 2). Finalmente, es el hombre exaltado, coronado de gloria y de honra, esperando que todas las cosas le sean sujetas (Hebreos 2: 6-9).
J. G. Bellett
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1964, No. 70.-

MEDITACIÓN


“Y amigo hay más unido que un hermano” (Proverbios 18:24).
La amistad de Jesús es un tema que evoca una cálida respuesta en los corazones de Su pueblo en todo lugar. Cuando estaba en la tierra, fue ridiculizado como “amigo de publicanos y de pecadores” (Mateo11:19), pero los cristianos han tomado la burla y la han convertido en un título honorífico.
Antes de ir a la cruz nuestro Señor llamó “amigos” a Sus discípulos: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Juan15:14-15).
Este es el tema de algunos de nuestros himnos más amados; por ejemplo: “Oh qué amigo nos es Cristo”, “No hay un amigo como el humilde Jesús”, y “He encontrado un amigo, oh, qué amigo”.
¿Por qué la amistad de Jesús toca una fibra tan sensible? Creo que la razón principal está en que muchas personas se sienten solas. Aunque están rodeados de otras personas, no están rodeados de amigos. Pueden estar también aislados considerablemente de los demás. éste es reiteradamente el caso con los ancianos que han sobrevivido a sus contemporáneos.
La soledad es cruel. Es dañina para la salud física, mental y emocional. Corroe el estado de ánimo, pone los nervios de punta y hace sentirse cansado de la vida. Con mucha frecuencia empuja a la gente a la desesperación y les induce a pecar o les lleva a cometer locuras. Para estas personas la amistad de Jesús llega con las propiedades sanadoras del bálsamo de Galaad.
Otra razón por la que se aprecia tanto Su amistad es porqué ésta nunca falla. Los amigos humanos a menudo nos deprimen o desaparecen de nuestra vida, pero este Amigo ha demostrado ser inquebrantable y verdadero.

Los amigos terrenales fallan y nos dejan,
Un día nos apaciguan, al siguiente nos afligen.
Pero amigos como éste, nunca nos defraudan.
¡Oh, cómo ama Jesús!

Jesús es el Amigo más unido que un hermano. Es el Amigo que ama en todo tiempo (Proverbios 17:17).
El hecho de que el Señor Jesús no está corporalmente presente con nosotros, no restringe la realidad de Su amistad. él nos habla por medio de la Palabra y nosotros le hablamos en la oración. Es de esta manera que se hace real a nosotros como el Amigo que necesitamos. Es así que contesta la oración:

Señor Jesús, sé para mí la más viva y brillante realidad;
Aún más presente a la vista de la fe que cualquier cosa terrenal;
Aún más querida y más cercana que el más estrecho lazo de amistad.