El Orden de la Casa de Dios
(1 Timoteo 2 y 1 Timoteo 3)
(c) La conducta apropiada para los
hombres y mujeres que forman la casa (versículos 8-15)
Hemos visto en la primera parte del capítulo que la
casa de Dios es el lugar de oración "por todos los hombres"
(versículo 1), es testigo de la disposición de Dios en gracia hacia "todos
los hombres" (versículo 4), y es testigo de Aquel que se dio a Sí mismo en
rescate "por todos" (versículo 6).
Si tal es el gran propósito de la casa de Dios, se
concluye que no se debe permitir nada en la casa de Dios que pueda estropear
este testimonio ya sea de parte tanto de los hombres como de las mujeres que
forman la casa. Así el apóstol procede a dar instrucciones detalladas en cuanto
a la conducta de cada clase. Este testimonio de la gracia de Dios no contempla
a un grupo de creyentes, participantes de un testimonio particular, uniéndose
para el servicio. No se trata de un grupo de evangelistas entregándose a la
obra evangelística o al servicio misionero. Éste presenta a todos los santos
compartiendo un interés común en el testimonio que fluye desde la casa de Dios.
(V. 8). Primeramente, el apóstol habla de hombres en
contraste a las mujeres. Los hombres en la casa de Dios deben caracterizarse
por la oración. El apóstol está hablando de la oración pública, y en tales
ocasiones el derecho a orar está restringido a los hombres. Además, la
enseñanza no contiene ningún pensamiento de una clase oficial que guíe en
oración. Orar en público no está limitado a los ancianos, o a hombres dotados,
pues la oración nunca es tratada en la Escritura como un asunto de un don. Son
los hombres los que deben orar y la única restricción es que una correcta
condición moral debe ser mantenida. Aquellos que guían en la oración pública
deben caracterizarse por la santidad, y sus oraciones deben ser sin ira ni
contienda. El hombre que está consciente de un mal no juzgado en su vida no
está en condición de orar. Además, la oración debe ser sin ira. Esta es una
exhortación que condena completamente en uso de la oración para atacar
veladamente a otros. Detrás de tales oraciones hay siempre ira o maldad. Además,
la oración debe ser en la simplicidad de la fe y no con vano razonamiento
humano.
(V. 9). Las mujeres deben caracterizarse por vestirse con "una conducta y
ropa decentes". (N. del T.: traducción literal de la Versión Inglesa
del Nuevo Testamento J. N. Darby). Esta mejor traducción indica claramente
que no solamente en ropa sino en su actitud general las mujeres deberían
caracterizarse por la "modestia" que rehúye toda impropiedad, y por
el "pudor" que las conduce a cuidar sus palabras y modos de actuar.
Ellas deben tener el cuidado de no usar el cabello, que Dios les ha dado como
la gloria de la mujer, como una expresión de la vanidad natural del corazón
humano. No deben procurar llamar la atención hacia ellas mismas adornándose con
"oro, ni perlas, ni vestidos costosos". Además, las mujeres hacen
bien en recordar que ellas pueden obedecer la letra de esta Escritura y, con
todo, pueden perder el espíritu de ésta fingiendo alguna apariencia exterior
peculiar, atrayendo así la atención hacia ellas mismas.
La mujer que profesa el temor de Dios se
caracterizará, no por fingir una espiritualidad superior, sino por "buenas
obras". El lugar de ellas en el cristianismo es conveniente y hermoso: se
halla en esas "buenas obras", muchas de las cuales sólo pueden ser
llevadas a cabo por una mujer.
Nosotros vemos, en los Evangelios, cómo las mujeres
servían al Señor de sus bienes (Lucas 8:3). María llevó a cabo una buena obra
para el Señor cuando ungió Su cabeza con el perfume de gran precio (Mateo 26:
7-10). Dorcas hizo una buena obra al hacer vestidos para los pobres (Hechos
9:39). María, la madre de Juan Marcos, abrió su casa para que muchos se
reunieran en oración (Hechos 12:12). Lidia, cuyo corazón el Señor abrió, hizo
una buena obra cuando abrió su casa a los siervos del Señor (Hechos 16: 14,
15). Priscila hizo una buena obra cuando, con su esposo, ayudó a Apolos a
conocer "más exactamente el camino de Dios" (Hechos 18:26). Febe, de
Cencrea, ayudó "a muchos" (Romanos 16:2). Otras Escrituras nos dicen
que mujeres piadosas pueden lavar los pies de los santos, aliviar al afligido,
criar hijos y conducir el hogar. Leemos aquí que en público la mujer debe
aprender en silencio. Ella no debe ejercer dominio sobre el hombre.
El apóstol da dos razones para la sujeción de la
mujer al hombre. En primer lugar, Adán tiene el lugar preeminente, puesto que
él fue formado primero, después Eva. Una segunda razón es que Adán no fue
engañado; la mujer lo fue. En un cierto sentido, Adán fue peor que la mujer, ya
que él pecó a sabiendas. No obstante, la verdad recalcada por el apóstol es que
la mujer mostró su debilidad en que ella fue engañada. Adán, en efecto, debería
haber mantenido su autoridad y haber conducido a su mujer a la obediencia.
Ella, en debilidad, fue engañada, usurpó el lugar de autoridad, y condujo al
hombre a la desobediencia. La mujer cristiana reconoce esto y cuida de
mantenerse en el lugar de sujeción y silencio.
(V. 15). Eva sufrió por su trasgresión, pero la mujer
cristiana hallará la misericordia de Dios que abunda sobre el juicio
gubernamental, si el hombre y la mujer casados prosiguen en fe, amor y
santidad, con modestia. Cómo vimos antes que la perseverancia en la sana
doctrina depende tan ampliamente de una correcta condición moral (1 Timoteo 1:
5, 6), así vemos ahora que la misericordia temporal está conectada con un
correcto estado espiritual.
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