II. —La Encarnación del Hijo de Dios
Ahora
volvamos a la gran verdad y realización de la encarnación del Hijo de Dios.
Cuando hubo terminado el tiempo, es decir, cuando llegó la época señalada,
apareció en la tierra el Hijo de Dios en forma humana. El Verbo que fue en el
principio, el Verbo que fue en el Padre, el Verbo que fue en Dios, el Verbo por
quien fueron hechas todas las cosas, aquel Verbo se encarnó y moró con nosotros
en la tierra. Aquel que subsistió en la forma de Dios se despojó y se
transformó en siervo, y quedó hecho a semejanza del hombre.
La
encarnación es un hondo misterio, cuya profundidad es inmensurable a la
inteligencia humana y al que debemos acercarnos con sacrosanta veneración.
¡Descálzate, porque el suelo que pisas es tierra santa! En el primer capítulo
del evangelio de San Lucas se menciona la anunciación de la encarnación divina
tal como se le hizo a la virgen, que había hallado gracia ante los ojos de
Dios. Estando la virgen sentada en su hogar, tal vez abstraída en santa
meditación, se le presentó el ángel Gabriel, trayendo el mensaje del trono de
Dios. ¿Se le había nunca antes encomendado a Gabriel mensaje tal? Por
importante que fuera la revelación, que por encargo divino le hiciera este
ángel al piadoso Daniel, ésta, su comunicación a la virgen María, la supera con
creces.
Anunciación de la Encarnación
Leemos en
San Lucas 1.35: “E1 ángel le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la
virtud del Altísimo te hará sombra; por lo cual también lo Santo que nacerá,
será llamado Hijo de Dios.” Notemos las dos grandes manifestaciones respecto a
su encarnación. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti.” En el evangelio de San
Mateo vemos toda la significación de esta declaración: “porque lo que en ella
es engendrado, del Espíritu Santo es.” Por lo tanto, la naturaleza humana de
Cristo fue producida en la virgen por el poder creativo del Espíritu Santo.
Porque su naturaleza humana fue formada de tal manera, era naturaleza libre de
pecado; Cristo no tan sólo no pecó jamás, sino que NO PODIA pecar: era
impecable, absolutamente santo, puesto que fue concebido por obra y gracia del
Espíritu Santo.
La segunda
declaración es: “Y la virtud del Altísimo te hará sombra.” Esto no es la
repetición de la misma verdad que expresa la primera declaración. Si
significara también el Espíritu Santo, tendríamos que llegar a la conclusión
de que el Espíritu Santo era el Padre del que se encarnaba. Leemos en seguida,
después de esta segunda declaración: “Por lo cual también lo Santo que nacerá,
será llamado Hijo de Dios.” La virtud del Altísimo no quiere decir la virtud
del Espíritu Santo; no es otra virtud sino el Hijo de Dios mismo. El eterno
Hijo de Dios, Aquel que es Dios, le hizo sombra a María, y esto significó la
unión de Cristo mismo con la naturaleza humana creada por el Espíritu Santo.
A Cristo
se le llamaba “La Cosa Santa.” Cristo es algo completamente nuevo, un Ser a
quien es imposible clasificar. Y en seguida leemos: “Lo santo.... será llamado
Hijo de Dios.” No dice “será el Hijo de Dios.” Eso lo fue siempre. La encarnación
no le hizo Hijo de Dios. Se le llamará Hijo de Dios; Dios manifiesto en la
carne.
Mucho
espacio podríamos invertir en ampliar estas consideraciones o en analizar las
diversas tentativas que se han hecho para explicar este gran misterio. También
pudiéramos citar todas las perniciosas doctrinas y teorías que han emanado de
las explicaciones que se han intentado hacer del asunto; más esto no sería sino
perder el tiempo, porque la razón humana es incapaz de medir la profundidad del
misterio de la encarnación, ni de concebir claramente la maravillosa
personificación del Hombre Dios, de Cristo, nuestro Señor. Vale mucho más
aceptar estas sencillas declaraciones del Verbo de Dios que entrar en
disquisiciones (discusiones) que nunca lograrían resolver este gran misterio.
En cierta
ocasión le preguntaron a un estadista americano si él podía concebir cómo
Jesucristo podía ser Dios y Hombre.
“No,”
respondió aquél, “y si pudiera, me sonrojaría de reconocerlo por mi Salvador,
porque esto lo rebajaría a mi nivel.”
¡Cuánta
verdad en esta respuesta! Con gozo y gratitud en nuestros corazones creemos
firmemente en la revelación que nos hace el Verbo sagrado de Dios, de ese Dios
que amaba el mundo ¡tanto! que decidió darle a su Hijo Unigénito; y también
creemos que el Hijo de Dios dejó la gloria de los cielos y descendió a la
tierra, que se despojó y apareció aquí en forma de criatura humana. Esto, sin
embargo, no significa lo que la errada teoría llamada “Kenosis” enseña, que
Cristo se despojó de su Divinidad; no, de lo que Él se despojó fue de su gloria
externa. El niño que reposaba en el seno de María es el mismo que siempre
existió en el seno del Padre. Oigamos una vez más el Salmo 22: “Sobre ti fui
echado desde la matriz: desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios....tú eres…el
que me haces esperar desde que estaba sobre los pechos de mi madre.” ¿Y qué
niño meramente humano pudiese nunca haber dicho esto con verdad? Y por cierto
que tampoco es esto el lenguaje del poeta. Sólo el Niño nacido en Belén pudiera
haberse expresado de tal manera.
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