miércoles, 1 de mayo de 2019

GEDEÓN, EL LIBERTADOR (5)

J. B. Watson (1884-1955),
The Witness, febrero a julio, 1944.


III - El método de Dios, Jueces 7

1.       La eliminación de los incapaces

A lo largo del valle de Jezreel se extendía el campamento del enemigo, “como langostas en multitud”. En comparación, los seguidores de Gedeón, no probados aún, eran apenas una fuerza reducida. Con todo, 32.000 es un buen número y, hablando humanamente, éste fue el detalle más animador de la situación.
    Pero fue precisamente aquí donde Dios dirigió su crítica: “El pueblo que está contigo es mucho”. Es una crítica que uno nunca oye en estos tiempos de los millones militantes. “Fuerza humana” es la clave por todos lados; en la guerra terrenal más es mejor; más hombres, más armamentos, es el clamor. Pero en la lucha por Dios lo esencial es la capacitación espiritual.
    Dios aplica a esta hueste de voluntarios una prueba reveladora: el miedo. Es la de Deuteronomio 20.8: “¿Quién es hombre medroso y pusilánime? Vaya, y vuélvase a su casa”. Es un hecho curioso que todo movimiento espiritual atrae una gran multitud de personas que realmente no tienen una afinidad espiritual con él, sino que son simples allegados sin corazón ni capacidad para la tarea por delante.
    Bajo esta prueba del miedo, casi el setenta por ciento de los seguidores de Gedeón se manifestaron ser meros adscritos nominales. Su presencia no constituía fuerza sino debilidad; la causa de Gedeón sería atendida mejor por su ausencia que por su presencia. Un solo vistazo a la fuerza numérica del enemigo bastó para hacer desaparecer el entusiasmo momentáneo que ellos habían sentido. Dada la oportunidad, ellos se largaron y dejaron los riesgos atrás. Tenían tanto temor que no les daba temor confesarse asustados.
El número de nombres en la nómina de una iglesia nunca es evidencia fidedigna de la eficacia espiritual de la misma. En toda congregación la mayoría, como estos 22.000 de Gedeón, carecen de celo en la guerra de Dios, ni tienen la capacidad de participar en ella. ¿De qué clase somos? Preguntémonos: ¿Temerosos y medrosos, o dispuestos y valientes?
    Le fe de Gedeón fue puesta a dura prueba mientras veía a estos millares de pusilánimes alejándose para volver a su casa propia. Le quedaron ahora sólo diez mil hombres, pero por lo menos eran hombres de valor. Podría ser que aun con éstos se lograría una victoria, no obstante, el número tan inferior a la hueste del enemigo.
Pero Dios protesta de nuevo. “Aún es mucho pueblo; llévalos a las aguas, y allí te los probaré”. Dios sigue cerniendo. No todo aquel que está dispuesto ha sido “preparado a toda buena obra”. El efectúa su voluntad a través de unos pocos que están a su disposición; Él gana sus victorias por medio de aquellos cuyo estado espiritual corresponde a lo que Él propone hacer.
Su prueba de los diez mil fue secreta, sencilla y segura.
    (a) Una prueba secreta: Ninguno sabía que estaba siendo probado para su capacidad a participar en la lucha. Las revelaciones más significantes de nuestra condición espiritual se efectúan a veces en ocasiones y de maneras que pueden escapar nuestra propia atención. Cuando no estamos conscientes del ojo del examinador, nuestra conducta es un indicio más fiel de cómo somos que cuando sabemos que estamos “pesados en la balanza”.
    (b) Una prueba sencilla: El asunto no consistió en cómo ellos realizaron alguna asignación difícil y pocas veces requerida, sino sencillamente la manera en que bebieron un poco de agua. Esto fue lo que determinó su capacidad para el servicio de Dios; tan sólo cómo atendieron a una rutina de la vida diaria. El comportamiento y la actitud de un hombre en los pequeños deberes y el quehacer común revelan su condición espiritual aún más acertadamente que cómo él se desenvuelve en una ocasión pública.
    (c) Una prueba segura: El arroyo a sus pies fue aquella “fuente de abajo”, 1.15, de bendiciones terrenales y temporales a la cual todos bebemos a diario: las bendiciones de salud, posición, sostén, amistades y lo demás, las cuales son las buenas dádivas de Dios. La manera en que ellos participaron de las aguas probó si eran útiles para Dios en su causa contra el enemigo de su pueblo.
    Dada la orden a beber, noventa y siete entre cada cien se doblaron sobre las rodillas y manos al lado del arroyo, y lamieron con gusto su superficie sin estar conscientes de la presencia del enemigo. El otro tres por ciento apenas se agacharon para recoger un poco de agua en la mano doblada, lamiéndola por necesidad física, pero sin divertir su atención del adversario.
    “Con estos trescientos hombres que lamieron el agua os salvaré”. Aquí estaban aquellos que no sólo estaban dispuestos y eran valientes, sino que se caracterizaron por disciplina propia; ellos no usaron los dones de Dios para la gratificación propia sino para capacitarse en su obra. “Esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que ... los que disfrutan de este mundo [sean] como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa”, 1 Corintios 7.29.
    ¿Estamos tan entregados al negocio supremo de la vida que usamos la bondad y abundancia de Dios en las cosas terrenales sólo con su gloria en mente, y no para la comodidad propia? De entre 32.000 hombres, sólo trescientos se calificaron bajo la prueba doble. ¿Es ésta la proporción todavía? ¿Estoy yo entre los noventa y nueve por ciento o tengo un lugar entre la noble minoría?

 2.      La tercera señal
    Dos veces ya Gedeón había buscado una señal: una para confirmar en él la conciencia de su llamamiento divino, y una para asegurarle que contaba con el poder de Dios en el proyecto asignado. Ahora Dios le da una señal sin que la haya solicitado. Esta vez es para darle comprensión del método divino, y así conducirle a la armonía con ese método en su lucha por logros espirituales.
    La hora de la prueba crucial estaba por llegar; la disminución en sus seguidores, sólo un puñado ahora, había sometido su fe a una gran prueba. ¡Cuán fiel es nuestro Dios, y cuán oportuno su apoyo! Él no dejará que seamos probados más allá de lo que podemos llevar, sino da ánimo en el momento preciso.
    Vea, pues, a Gedeón con su fiel Fura en el medio del campamento de los madianitas en la oscura noche, espiando las preparaciones del enemigo. Proceden cautelosamente entre los pertrechos del enemigo, y oyen voces ajenas. Escuchan. Un madianita está contando a su compañero un sueño del cual acaba de despertarse.
    Fue la historia sorprendente de un pan de cebada. En el sueño este pan pequeño, débil e insignificante, rodaba hasta el campamento, de roca en roca, de peñasco en riachuelo, cuesta abajo por la montaña de Gilboa, hasta chocar contra la gran tienda de los paganos. En vez de partirse el pan en mil pedazos al chocar, sucedió algo completamente inesperado y sorprendente: ¡la gran tienda se cayó y quedó derribada en tierra!
    Se oye otra voz, y es la del compañero del soñador, quien interpreta el sueño con toda confianza. La tienda es la gran hueste de los madianitas; el pan de cebada es Gedeón y su pequeño grupo. La victoria es segura. El mismo enemigo lo afirma.
    Allí bajo las estrellas, agachado silenciosamente en el mismo campamento del enemigo, Gedeón levanta su alma a Dios en adoración pura. Toda duda disipada, la más completa confianza llena su mente hasta lo más adentro. Gedeón regresa a sus tropas con el mensaje de confianza. Ahora no hay ningún “si” en su boca, como había cuando solicitó las señales anteriores.
    Animado, confiado, él proclama: “Levantaos, porque Jehová ha entregado el campamento de Madián en vuestras manos”. Esta fue la mejor hora en la historia de Gedeón, y en fe él salió a la lucha. ¡Feliz el guerrero que cuenta con la plena confianza en Dios!

3.       Los verdaderos armamentos
    Trescientos hombres, cada uno dotado de tres armas extrañas y débiles: una trompeta, una tea y un cántaro. ¿Cuándo se suministraron semejantes pertrechos a un ejército? Medidas en función de los valores militares y estadísticas comunes, estas armas eran ridículas, tanto en cantidad como en fuerza. El enemigo contaba con 135.000 hombres realmente armados.
    Una trompeta a sonar; una tea a brillar; un cántaro a sacrificar. Así, los guerreros de Dios tienen todavía las armas para su conflicto:
·      un testimonio a ser oído
·      una luz a ser vista
·      un cuerpo a ser sacrificado.
    Una palabra dicha, una luz silenciosa, un vaso consagrado. Estas son las armas “poderosas de Dios”. Lector, ¿usted, en su experiencia propia, conoce algo de su enorme efectividad?
    ¿Cómo fueron utilizados? En seguir obedientemente a su líder. “Miradme a mí, y haced como hago yo”, dijo Gedeón. Los trescientos no fueron dejados a su propia iniciativa, sino actuaron bajo las órdenes claras de uno que también había sido provisto de un patrón de actividad. Así es con el creyente en su lucha. Él debe guardar el Ejemplo divino en vista siempre y actuar en concierto con Él.
    “Se estuvieron firmes cada uno en su puesto”. Como había solamente trescientos de ellos para rodear un campamento tan grande, uno sólo puede pensar que cada soldado estaba solo, ubicado a buena distancia del próximo. El hombre espiritual tiene esto también; él depende tanto de la presencia de Cristo que puede conducirse a solas al serle requerido.

4.       La estrategia de Dios
    La fe de Gedeón no eliminó la obligación de hacer un gran esfuerzo; todo lo que le era requerido fue usar la cabeza. Leemos en 8.15 al 23 de cómo dispuso su tropa con singular habilidad, preparó sus planes con el mayor cuidado, y dio sus órdenes de una manera firme.
    Cristiano, emplee todos los poderes que Dios le ha dado. Úselos a su mayor ventaja. Aproveche todo cuanto tenga con que servir. Trabaje tan arduamente como si todo dependiera de usted, pero siempre confiando en Dios como si todo dependiera de Él (como es el caso). La plenitud del Espíritu no desplaza la preparación cuidadosa, sino la acompaña y la enriquece. Pero aun cuando usted haya hecho todo cuanto pueda, la parte vital corresponde a Dios. Fue El quien perturbó a Madián. La espada fue de Gedeón, ¡pero antes y más de todo fue la espada de Jehová!
    El resto del capítulo relata la historia de la derrota total de Madián y el triunfo de Gedeón. Es de veras un gran capítulo, y uno que repite y enfatiza una lección que aprendemos con dificultad.
    El Libro de Jueces es como un gran salón en un museo, con una serie de objetos exhibidos. Cada reliquia está puesta para impartir valiosos comentarios al visitante. Aquí hay un puñal viejo, y la tarjeta explica: “Con esta arma un zurdo liberó a Israel de la opresión de Moab. 3.15”. Y por aquí encontramos una aguijada de bueyes, con su explicación: “Con esto Samgar el Juez mató a seiscientos hombres y liberó a Israel de los filisteos. Referencia 3.31”. Otra vitrina contiene un mazo y una estaca, y la explicación dada por el letrero es: “Con éstos Jael, esposa de Heber caneo, mató a Sísara el cananeo, enemigo del pueblo de Dios”.
        Continuando, nos llama la atención un surtido de trompetas antiguas, teas y vasos de barro. La inscripción en letras negras explica: “La espada de Jehová y de Gedeón”. Próxima a la puerta de salida uno ve un hueso curioso, y resulta que es una quijada de asno. La tarjeta lleva una leyenda: “Con esta arma Sansón, hijo de Manoa, dio la muerte a mil filisteos y liberó a Israel del yugo. 15:15”.
    Pero antes de salir a la calle, vemos un gran letrero sobre la puerta de este museo, y nos encontramos estudiándolo para estar seguros de qué nos están explicando. El título dice: 1 Corintios 1.27 al 29, y el texto:

Lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios;
lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte;
y lo vil del mundo y lo despreciado escogió Dios,
y lo que no es, para deshacer lo que es,
a fin de que nadie se jacte en su presencia.

         Sin embargo, ¿realmente hemos aprendido esta verdad? ¿La hemos tomado a pecho de tal manera que ella gobierne de un todo nuestro comportamiento en la lucha? “Maldito el hombre que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová”, Jeremías 17.5. 

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