El
paso del Jordán
Las cosas imposibles para los hombres no lo son para con
Dios. Josué, el nuevo generalísimo de Israel, había recibido mandamiento de
Dios de pasar el Jordán, y en tal caso la fe no tiene en cuenta los obstáculos.
Aunque el río se desbordaba y corría con fuerza, todos los israelitas se
prepararon para pasar al otro lado. Llegaron a la orilla y reposaron. Entonces
Josué proclamó al pueblo: “Santificaos, porque Jehová hará mañana entre
vosotros maravillas”.
Los israelitas ya
habían probado el poder de Dios en su favor cuando abrió paso para sus padres
por el Mar Rojo, cuando les dio agua de la roca para su sed y cuando les dio
pan del cielo para comer. Sin embargo, esta era una experiencia nueva, tal que
se les dijo: “No habéis pasado antes de ahora por este camino”. Así son las
experiencias de la vida cristiana. Aunque hayamos probado el poder y la gracia
del Señor de tantas maneras, nos vienen oportunidades nuevas para probar su
suficiencia.
El arca del pacto era
el objeto central del tabernáculo en que adoraban los israelitas, pero no era
el objeto de su adoración, como algunos creen. Los querubines de oro, que eran
de una sola pieza con la cubierta del arca, no eran para el culto del pueblo.
Tal cosa sería la idolatría, cosa prohibida en el segundo de los diez
mandamientos: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba
en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te
inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte,
celoso”, Éxodo 20.4,5.
El arca no era más que el símbolo de la presencia de Dios con su pueblo
redimido. Ostentando las tablas de la santa ley adentro y el oro puro y
brillante por encima, es figura de nuestro Señor Jesús. El culto de cualquier
objeto visible ha sido y es terminantemente prohibido como idolatría.
Aunque no adoraban el
arca, los israelitas la respetaban como el símbolo de la presencia divina, y
fueron ordenados a guardar una distancia de dos mil codos (aproximadamente un
kilómetro) de ella, mientras hacía el rio Jordán.
Al mojarse en el agua
los pies de los sacerdotes que llevaban el arca, se pararon esperando mientras
el Señor efectuara un gran milagro. “Las aguas que venían de arriba se pararon
como un montón bien lejos de la ciudad de Adam … y las que descendían a la mar
de los llanos … se acabaron y fueron partidas; y el pueblo pasó en derecho a
Jericó”, 3.16.
Los sacerdotes no
salieron del fondo del río hasta haber pasado a salvo todos los ejércitos de
Israel. Entonces los doce hombres diputados a ello levantaron un monumento de
doce piedras en el fondo del río, donde quedan hundidas hasta el día de hoy, y
alzando otras doce las sacaron del fondo del río y las asentaron en memoria en
la orilla donde iban.
El Jordán es figura de la muerte y el justo juicio de Dios. Para salvarnos
de tan merecido castigo nuestro Señor Jesucristo bajó a la muerte,
experimentando los más hondos sufrimientos. Y ninguno de los que creen en él de
corazón será condenado. Las olas de la ira divina no pueden llegar hasta los
tales, porque han agotado su furia en Aquel que se puso a sí mismo por medio
para salvarlos.
Las doce piedras dejadas en el fondo del Jordán, cada una representando una
tribu de Israel, son figuras y nos enseñan que todos los que son salvos por la
fe en Cristo son considerados como muertos, y perdidos de vista, por haber sido
muertos en Cristo, su representante. Dios no cuenta más con ellos como hombres
en la carne; son muertos.
Se cuenta que una vez Napoleón, el Emperador, llamaba a los franceses a las
armas por medio de la conscripción. Le tocó a un joven padre de familia ir,
pero otro que no fue alistado le tuvo compasión y se ofreció para ir en su
lugar. En cierta acción éste cayó muerto. Pasando el tiempo fue llamado otra
vez el primero, pero rehusó ir, diciendo que era muerto ya. ¿No había sufrido
la muerte su representante?
Los oficiales reportaron la cosa a Napoleón, quien convino en lo que decía
el hombre. Según las leyes de Francia ese padre de familia se consideraba
muerto.
Cristo murió, no por sus propios pecados, sino en nuestro lugar.
Pero no solamente dejaron doce piedras en el fondo del río Jordán; también
sacaron otras doce al otro lado. Los creyentes en Cristo son considerados no
solamente como muertos con Cristo, sino también como resucitados con él a vivir
una nueva vida. Si tú has escapado la muerte eterna por la muerte de Cristo, te
conviene mostrar tu gratitud por una nueva vida. “Si alguno está en Cristo,
nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”,
2 Corintios 5.17.
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