La
libertad cristiana es la libertad para vivir en el Espíritu, sin obstáculos
externos. La libertad cristiana es verse libre del temor al gobierno, libre del
miedo a tus pecados, del miedo al servicio a Dios, del temor al diablo, libre
del miedo a los gatos negros, los pájaros, los amuletos, hechizos,
encantamientos y brujerías, libre de la esclavitud religiosa del tipo que sea,
y libre del yugo férreo de las tradiciones. La libertad cristiana es la
libertad de vivir en el Espíritu y adorar a Dios en espíritu y en verdad.
Cuando se convierte en la libertad para pecar de modo que “la gracia
sobreabunde”, Pablo clamaba en contra de ello y decía: “En ninguna manera.
Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Ro. 6:1-2).
Tenemos
libertad para amar, de modo que nuestra conducta nazca del amor y de la
libertad para no odiar. Es maravilloso verse libre del odio. El odio es un
cáncer moral que carcome el alma hasta matar a su víctima. Liberarse del odio
es como curarse de un cáncer. La libertad del odio, de la envidia, de la
ambición impía, de querer salimos siempre con la nuestra, y la libertad para
hacer la voluntad de Dios es la libertad cristiana; esta es la genuina libertad
cristiana. La libertad cristiana nunca consiste en ser libres para cometer
cualquier tipo de pecado. El hijo de Dios que vive la auténtica vida cristiana
en su interior, cuyo corazón es una fuente de afecto y de amor por Dios, no
pecará; pero, si lo hace, lo confesará entristecido y será perdonado y limpiado,
y decidirá no volver nunca más a sumirse en el pecado.
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