domingo, 7 de julio de 2019

LA OBRA DE CRISTO(5)


EN EL PASADO, EN EL PRESENTE Y EN EL PORVENIR




III.Su Obra en la Cruz y lo que se ha Realizado por Ella
Pasemos ahora a considerar la obra de Cristo en la cruz y lo que se ha \cumplido por ella. Pero ¿quién es capaz de disertar dignamente sobre este tema, que es el tema de los temas? ¿Quién podría sondear el acto solemne y bendito de la muerte del Hijo de Dios en la cruz? ¿Qué lengua o qué pluma podría describir la verdad luctuosa, y sin embargo gloriosa, de la muerte del Justo por el injusto, de Cristo por el impío? ¡Aquél que no conoció pecado se convirtió en pecado por nosotros! ¡Y qué cerebro humano hay que pueda calcular la prodigiosa tras­cendencia de su obra en la cruz!

Cristianos hay que dicen que la muerte en la cruz y la obra realizada en el Calvario es cosa cono­cida, que ellos no necesitan saber más sobre el parti­cular; que lo que ellos quieren es llegar más lejos en sus investigaciones-profundizar más. No puede haber nada más profundo que la muerte del Hijo de Dios en la cruz, porque su profundidad es insondable. Siempre tenemos que volvernos a la cruz. En ella siempre aprendemos algo nuevo. Con indecible gloría sobre nosotros y con una gloria aún mayor en pers­pectiva en los siglos venideros, no podremos jamás olvidar la cruz de Cristo y el Cordero de Dios que ha redimido el pecado del mundo. Pero nosotros jamás sabremos lo que esa sublime muerte significó para Cristo ni lo que significó para Dios.

Se Adjudicó el Pecado para Redimirnos
En Hebreos, leemos de los sacrificios que los judíos ofrecían año tras año, ofrendas que no logra­ban erradicar el pecado. Entonces apareció el Hijo de Dios e hizo su gran declaración, diciendo al llegar al mundo: “Sacrificio y presente no quisiste; más me apropiaste cuerpo: Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron” He. 4 5,6, La prepara­ción del cuerpo nos manifiesta de nuevo la encarna­ción. Fue un cuerpo apropiado, un cuerpo sagrado, un cuerpo inmaculado, un cuerpo en el cual no po­día radicar el pecado y sobre el cual la muerte no tenía poderío. Pero al tomar Cristo ese cuerpo dijo asimismo: “Heme aquí…para que haga, oh Dios, tu voluntad’He.10.7. En el versículo décimo leemos: En la cual voluntad (la voluntad de Dios, que data des­de antes de la fundación del mundo) somos santifi­cados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez.” Por el Espíritu Eterno Cristo se ofrendó inocente e inmaculado. El Cordero sagrado de Dios, puro y sin mancha, vertió su preciosa san­gre en la cruz para la redención del hombre. Empero, para Cristo, que era tanto humano como divino, ¡cuánto significaba todo esto! He aquí un Ser de santidad perfecta, que había siempre agradado a Dios y hecho su voluntad, y sin embargo iba a in­molarse para cumplir la voluntad de Aquél por quien era enviado. Para Cristo el pecado era horri­blemente degradante. El, lo mismo que Dios, aborre­cía y aborrece el pecado; no obstante, se lo adjudicó para redimirnos a nosotros, y tuvo que tomar el lu­gar de los pecadores delincuentes y soportar el oleaje del juicio y del furor divino. Cristo apuró hasta las heces el cáliz de la ira. Sus sufrimientos se cuadru­plicaron.

1.    —EN SI MISMO. Aun antes de llegar al huerto de Getsemaní se entristeció su espíritu. Le oímos exclamar: “Está turbada mi alma; ¿y qué diré? Padre, sálvame de esta hora. Mas por esto he venido en esta hora” Jn. 12.27, y dirigió la mirada hacia la cruz. ¿Y cuál era la razón de esa agonía en el huerto? ¿Por qué era su sudor como si fueran grandes gotas de sangre? ¿Por qué repetía la oración, “Padre mío, si es posible, pase de mí este vaso”? ¡Cuántas explicaciones difamantes se han escrito de sus sufri­mientos en Getsemaní, como si se quisiera hacer ver que Él se acobardó ante la muerte, o que el de­monio, a fin de evitar que muriera en la cruz, trató de matarlo, y que El temió al demonio! Pero, ¿qué fue ello? Cristo sufrió en Sí mismo. Su alma santa retrocedía de temor ante lo que es más abominable para el Dios santo, ante lo que era más abominable para El mismo—EL PECADO, e iba a convertirse en pecado, siendo así que El no conocía el pecado. Nuestra mente finita no es capaz de comprender los sufrimientos que todo ello produjo en el Santísimo de Dios, al tener que hacerse cargo del pecado.

2.    —SUFRIO A MANOS DEL HOMBRE. Esto estaba predicho por Cristo Cuando el hombre, el hombre delincuente, depositó su pecado en la víctima voluntaria, cayó sobre ella con cuanta maldad, infa­mia y crueldad que el hombre es capaz de cometer, colmándolas sobre el bendito Hijo de Dios. El azote, las bofetadas, la mofa, las salivas, y la vergüenza de todo ello, la infamia de la cruz, todo le era des­preciable. ¡Cuánto debía haberse estremecido aquel cuerpo sensitivo bajo el peso de tanto oprobio!

3.    SUFRIO DE PARTE DEL DEMONIO. El demonio le había tentado, agotando todos los recur­sos que estaban a la disposición de este ser extraor­dinario. Recurrió a toda su astucia y poderío con el determinado propósito de evitar que Cristo fuera a la cruz y muriera en lugar del pecador. Y cuando por último no pudo evitarlo, cayó sobre la víctima y derramó sobre ella todo su odio y su malicia. Se valió del hombre para llevar a cabo su astuta obra, y sin duda también puso en juego legiones de demonios para llevar a cabo su nefasto propósito. Y en medio de todo, el Hijo de Dios permaneció como un cordero mudo ante el trasquilador, sin desplegar sus labios.
4.    —PERO PARA COLMO DE TODO, CRIS­TO SUFRIO DE PARTE DE DIOS. Al hablar de esto debemos hacerlo con santo recogimiento porque ello es lo más sagrado de la sacratísima obra en la cruz; el misterio impenetrable de la obra de expia­ción del Hijo de Dios. De las tinieblas, que como una mortaja envolvieron la cruz y al bendito sufri­dor en el execrable leño, se oyó el lastimero clamor: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Clamor que reveló el terrible sufrimiento que el Cor­dero de Dios, el Sustituto del pecador, padeció a manos del Dios santo. Fue herido por la desolación y la aflicción de Dios. ¿Habéis notado que en el Salmo 22 este lamento del Crucificado está en primer tér­mino? El hombre hubiera empleado diferente estilo al narrar los sufrimientos de Cristo. La descripción de los sufrimientos, de no haberse escrito por la inspiración, hubiera sido un cuadro en que en primer término se destacaran los sufrimientos físicos, tales como la flagelación y todos los repugnantes detalles de eso que hasta la cruel Roma llamaba muerte intermedia, representando cómo los clavos horadaban las manos santas del Señor que tan amorosamente. habían tocado tantos cuerpos débiles, abrumados por los pecados y llenos de dolencias físicas Ei hom­bre hubiera escrito en primer término toda la agonía en la cruz y el escarnio de tal muerte; después, ha­bría pasado a describir, como cosa secundaria, el ensañamiento con que se burlaban las hordas y cómo se produjo la oscuridad que rodeó todo el recinto, y habría dejado para lo último el clamor, “Dios mío, , Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Pero el Espíritu Santo en esta gran profecía coloca antes que nada el lamento de esta hondísima agonía. ¿Y por qué? Porque en esa hora se realizaba por la única vez y para siempre la gran obra dé expiación, la propiciación, la adjudicación del pecado, la paciente aceptación del juicio y de la ira del Altísimo.
En el mismo Salmo leemos lo que el hombre, J influido por el poder de Satanás, maquinó contra Jesús. Empero Él no podía morir por obra del hom­bre. Está escrito, “Tú (es decir, Dios) me has pues­to en el polvo de la muerte.” “Se agravó sobre mí tu mano” Sal. 32.4; “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” Is.53.6; “Jehová quiso quebránta­lo, sujetándole a padecimiento” Is.53.10. Y en otros pasajes hallamos referencia a la misma obra de expia­ción de nuestro Señor efectuada cuando tomó el lugar del pecador.
·        “Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí” Sal 42.7.
·        “Porque tus saetas descendieron a mí” Sal,38.2.
·        “Sobre mí ha caído tu mano” Sal. 38.2
·        “Hazme puesto en el hoyo profundo” Sal.88.6.
·        “Sobre mí se ha acostado tu ira” Sal. 88.7.
·        “Sobre mí han pasado tus iras” Sal. 88.16.
·        “Soy afligido... he llevado tus temores” Sal.88.15.
Pero ¡cuánto significó todo esto para el Hijo de Dios! ¿Quién puede relatar su tristeza y su profunda aflicción? Nosotros jamás llegaremos a des­cubrir la inmensidad del precio del rescate. La muerte en la cruz, [con razón se ha dicho], es un acto perfectamente insólito. Jamás podrá repetirse, y su repetición se hace innecesaria por su eternal eficacia.

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