domingo, 7 de julio de 2019

GEDEÓN, EL LIBERTADOR (7)



3.     La retribución
    Peniel y Sucot eran ciudades de Gad, situadas al lado del Jordán que era desierto. Su política era una del interés propio, que expresaron sus ancianos al negar alimentos a la tropa de Gedeón que perseguía al enemigo. Este mismo espíritu había motivado a sus padres a reclamar su herencia al este del Jordán; se trata de una falta de interés, arraigada y resuelta, a participar en la lucha al lado de sus hermanos.
    Su actitud fue precisamente la de pequeñas naciones de Europa en el presente conflicto; a saber, preservar la neutralidad hasta tener la certeza en cuanto a quiénes van a ganar[1]. Es una política comprensible desde el punto de vista de la mera prudencia en cuestiones mundanas, pero es fatal en la guerra espiritual del alma.
    A toda costa debemos identificarnos abiertamente con la causa de Dios y el pueblo de Dios en su buena contienda por la fe. Una neutralidad o una negativa a llevar nuestra parte de la carga, motivada en el interés propio, puede protegernos de inconvenientes y sufrimientos ahora, pero aseguradamente nos originará gran pérdida y vergüenza más adelante. He aquí Peniel y Sucot.
    Una generación anterior había escuchado la pesada sentencia de Jueces 5.23: “Maldecid a Meroz ...”  (Es la única mención de Meroz en las Escrituras). “Maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro de Jehová contra los fuertes”.
    Qué de pérdida habrá en aquel Día a causa de haber dejado de hacer lo que hemos sabido era bueno, sólo para proteger nuestra propia comodidad y evitar problemas. Los hombres de Peniel y Sucot hicieron caso omiso de un llamado claro a contribuir a la guerra que Dios había ordenado.
    La historia desagradable de la ejecución de Zeba y Zalmuna, príncipes de los madianitas, es uno de aquellos relatos de sangre que se encuentran en los libros históricos de la Biblia. Es ilustrativo del principio gubernamental de la retribución temporal.
    El Antiguo Testamento es nuestro texto escolar en el gobierno divino de las comunidades y las naciones. La ley de hierro de sembrar y cosechar se encuentra operativa en estas historias. Las naciones constituyen un orden orientado a este mundo presente, y la retribución gubernamental les es administrada con entera imparcialidad en el transcurso de su historia desenvolvente.
    Estos dos líderes de entre los madianitas habían puesto a muerte sin misericordia a algunos hermanos de Gedeón en una ocasión al comienzo del conflicto. Ahora la mano de Dios les alcanza en la persona de uno a quien Él había concedido su espada. Vivimos en una época cuando los juicios de Dios están en evidencia sobre este globo; miremos asombrados mientras tome sus pasos majestuosos y solemnes en vindicación de su gobierno mundial.

4.       El tropiezo
    Ahora, el enemigo del todo derrotado, los hombres de Israel reconocen la grandeza de su líder; ellos desean identificarse como súbditos suyos y ofrecerle el trono. A la vez, se pone de manifiesto que Gedeón carecía de ambición personal. Responde hermosamente: “No seré señor sobre vosotros, ni mi hijo os señoreará; Jehová señoreará sobre vosotros”.
    Este fue uno de los mejores momentos. Él no sólo rechaza para sí sino por cuenta de su prole también. El hombre no quería nombre sobre la tierra; reconoce la teocracia como el gobierno ideal para el pueblo de Dios.
    Feliz el siervo de Jehová que puede sostener una copa llena sin que le tiemble la mano, haciendo caso omiso de las tentaciones de un premio ahora, ofrecido por hombres, y esperar el avalúo y la recompensa del Juez justo que dará en aquel día. El tiempo para reinar no ha llegado aún, y nos incumbe reconocerlo.
        Nunca había manifestado Gedeón un carácter más noble que cuando rehusó en lenguaje tan claro el honor más alto que sus paisanos le podían ofrecer. La grandeza espiritual de un hombre se puede tasar por su disposición a sacrificarse a sí mismo; un alma estrecha y mezquina se revela por su disposición a buscar ventaja y el reconocimiento humano. “No será así entre vosotros”, dijo nuestro bendito Señor a sus discípulos cuando ellos estaban manifestando un espíritu ambicioso.
    Pero, Gedeón tropezó, apenas habiendo ganado esta destacada victoria sobre sí mismo. Él no estaba dispuesto a desatender de un todo este gesto generoso de agradecimiento de parte de sus compatriotas, ni parecer tosco en sus ojos por rechazar de plano cualquier reconocimiento suyo de los servicios que había prestado. El cedería en algo, mostrándose apacible. Cediendo uno que otro centímetro, pensaba, se podría mantener la confianza.
    Así, Gedeón propone la alternativa de que le diesen las joyas quitadas de los madianitas como botín. Éstas él aceptaría, no para ganancia propia sino como memorial de la gran liberación.
    De esta manera aconteció que el efod en Ofra, elaborado de los presentes dados en respuesta a esta proposición, llegó a ser un instrumento en manos del diablo. Honra a Dios no fue, sino el medio que atendió al viejo anhelo por la idolatría que yacía en lo profundo del corazón de la nación. ¡El pueblo fue conducido atrás a precisamente el mismo mal del cual Gedeón había sido levantado para liberarles!
    Macizo y claro es el lenguaje del historiador al registrar las consecuencias funestas de la presencia de ese hermoso uniforme: “Todo Israel se prostituyó tras de ese efod; y fue tropezadero a Gedeón y a su casa”.
    El camino resbaladizo de una pequeña concesión, un poco de innovación, un consentimiento cortés, un poco de maquinación “bien intencionada” —esto fue lo que abrió la puerta a un alud de idolatría. Su peligro no fue percibido a tiempo ni sus consecuencias previstas. Sin darse cuenta de qué hacía, Gedeón volvió a edificar lo que había destruido y así se hizo transgresor. Véase este lenguaje en Gálatas 2.18.
    Que nuestros ojos de adentro sean debidamente ungidos con aquel colirio que Él vende sin precio sólo a los de corazón sincero; Apocalipsis 3.18, Colosenses 3.22. Sólo así podremos distinguir la tendencia latente en nuestros propios corazones a introducir cosas bien intencionadas pero desautorizadas que pueden convertirse en el medio por el cual nosotros mismos y otros seamos alejados de la fidelidad al Señor.
         ¡Cuán trágico es deshacer la obra de una vida cuando ella está llegando a su punto culminante! Gedeón lo hizo, y por una sola acción de descuido. Que el pensamiento nos haga buscar el escondite de David: “En cuanto a las obras humanas, por la palabra de tus labios yo me he guardado de las sendas de los violentos”, Salmo 17.4.


[1] El señor Watson escribió esta obra en los más oscuros días de la segunda guerra mundial

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