3. La retribución
Peniel
y Sucot eran ciudades de Gad, situadas al lado del Jordán que era desierto. Su
política era una del interés propio, que expresaron sus ancianos al negar
alimentos a la tropa de Gedeón que perseguía al enemigo. Este mismo espíritu
había motivado a sus padres a reclamar su herencia al este del Jordán; se trata
de una falta de interés, arraigada y resuelta, a participar en la lucha al lado
de sus hermanos.
Su
actitud fue precisamente la de pequeñas naciones de Europa en el presente
conflicto; a saber, preservar la neutralidad hasta tener la certeza en cuanto a
quiénes van a ganar[1]. Es una política comprensible desde el
punto de vista de la mera prudencia en cuestiones mundanas, pero es fatal en la
guerra espiritual del alma.
A
toda costa debemos identificarnos abiertamente con la causa de Dios y el pueblo
de Dios en su buena contienda por la fe. Una neutralidad o una negativa a
llevar nuestra parte de la carga, motivada en el interés propio, puede
protegernos de inconvenientes y sufrimientos ahora, pero aseguradamente nos
originará gran pérdida y vergüenza más adelante. He aquí Peniel y Sucot.
Una
generación anterior había escuchado la pesada sentencia de Jueces 5.23:
“Maldecid a Meroz ...” (Es la única
mención de Meroz en las Escrituras). “Maldecid severamente a sus moradores,
porque no vinieron al socorro de Jehová contra los fuertes”.
Qué
de pérdida habrá en aquel Día a causa de haber dejado de hacer lo que hemos
sabido era bueno, sólo para proteger nuestra propia comodidad y evitar
problemas. Los hombres de Peniel y Sucot hicieron caso omiso de un llamado
claro a contribuir a la guerra que Dios había ordenado.
La
historia desagradable de la ejecución de Zeba y Zalmuna, príncipes de los
madianitas, es uno de aquellos relatos de sangre que se encuentran en los
libros históricos de la Biblia. Es ilustrativo del principio gubernamental de
la retribución temporal.
El
Antiguo Testamento es nuestro texto escolar en el gobierno divino de las
comunidades y las naciones. La ley de hierro de sembrar y cosechar se encuentra
operativa en estas historias. Las naciones constituyen un orden orientado a
este mundo presente, y la retribución gubernamental les es administrada con
entera imparcialidad en el transcurso de su historia desenvolvente.
Estos dos líderes de entre los madianitas
habían puesto a muerte sin misericordia a algunos hermanos de Gedeón en una
ocasión al comienzo del conflicto. Ahora la mano de Dios les alcanza en la
persona de uno a quien Él había concedido su espada. Vivimos en una época
cuando los juicios de Dios están en evidencia sobre este globo; miremos
asombrados mientras tome sus pasos majestuosos y solemnes en vindicación de su
gobierno mundial.
4. El tropiezo
Ahora,
el enemigo del todo derrotado, los hombres de Israel reconocen la grandeza de
su líder; ellos desean identificarse como súbditos suyos y ofrecerle el trono.
A la vez, se pone de manifiesto que Gedeón carecía de ambición personal.
Responde hermosamente: “No seré señor sobre vosotros, ni mi hijo os señoreará;
Jehová señoreará sobre vosotros”.
Este
fue uno de los mejores momentos. Él no sólo rechaza para sí sino por cuenta de
su prole también. El hombre no quería nombre sobre la tierra; reconoce la
teocracia como el gobierno ideal para el pueblo de Dios.
Feliz
el siervo de Jehová que puede sostener una copa llena sin que le tiemble la
mano, haciendo caso omiso de las tentaciones de un premio ahora, ofrecido por
hombres, y esperar el avalúo y la recompensa del Juez justo que dará en aquel
día. El tiempo para reinar no ha llegado aún, y nos incumbe reconocerlo.
Nunca
había manifestado Gedeón un carácter más noble que cuando rehusó en lenguaje
tan claro el honor más alto que sus paisanos le podían ofrecer. La grandeza
espiritual de un hombre se puede tasar por su disposición a sacrificarse a sí
mismo; un alma estrecha y mezquina se revela por su disposición a buscar
ventaja y el reconocimiento humano. “No será así entre vosotros”, dijo nuestro
bendito Señor a sus discípulos cuando ellos estaban manifestando un espíritu
ambicioso.
Pero,
Gedeón tropezó, apenas habiendo ganado esta destacada victoria sobre sí mismo.
Él no estaba dispuesto a desatender de un todo este gesto generoso de
agradecimiento de parte de sus compatriotas, ni parecer tosco en sus ojos por
rechazar de plano cualquier reconocimiento suyo de los servicios que había
prestado. El cedería en algo, mostrándose apacible. Cediendo uno que otro
centímetro, pensaba, se podría mantener la confianza.
Así,
Gedeón propone la alternativa de que le diesen las joyas quitadas de los
madianitas como botín. Éstas él aceptaría, no para ganancia propia sino como
memorial de la gran liberación.
De
esta manera aconteció que el efod en Ofra, elaborado de los presentes dados en
respuesta a esta proposición, llegó a ser un instrumento en manos del diablo.
Honra a Dios no fue, sino el medio que atendió al viejo anhelo por la idolatría
que yacía en lo profundo del corazón de la nación. ¡El pueblo fue conducido
atrás a precisamente el mismo mal del cual Gedeón había sido levantado para
liberarles!
Macizo
y claro es el lenguaje del historiador al registrar las consecuencias funestas
de la presencia de ese hermoso uniforme: “Todo Israel se prostituyó tras de ese
efod; y fue tropezadero a Gedeón y a su casa”.
El
camino resbaladizo de una pequeña concesión, un poco de innovación, un
consentimiento cortés, un poco de maquinación “bien intencionada” —esto fue lo
que abrió la puerta a un alud de idolatría. Su peligro no fue percibido a
tiempo ni sus consecuencias previstas. Sin darse cuenta de qué hacía, Gedeón
volvió a edificar lo que había destruido y así se hizo transgresor. Véase este
lenguaje en Gálatas 2.18.
Que
nuestros ojos de adentro sean debidamente ungidos con aquel colirio que Él
vende sin precio sólo a los de corazón sincero; Apocalipsis 3.18, Colosenses
3.22. Sólo así podremos distinguir la tendencia latente en nuestros propios
corazones a introducir cosas bien intencionadas pero desautorizadas que pueden
convertirse en el medio por el cual nosotros mismos y otros seamos alejados de
la fidelidad al Señor.
¡Cuán trágico es deshacer la obra de una vida cuando ella
está llegando a su punto culminante! Gedeón lo hizo, y por una sola acción de
descuido. Que el pensamiento nos haga buscar el escondite de David: “En cuanto
a las obras humanas, por la palabra de tus labios yo me he guardado de las
sendas de los violentos”, Salmo 17.4.
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