viernes, 2 de agosto de 2019

¿Cómo puede un hermano conocer cuándo habla u obra por el Espíritu Santo en la Asamblea?


Preguntas: ¿Cómo puede un hermano conocer cuándo habla u obra por el Espíritu Santo en la Asamblea? ¿Puede el Espíritu llamar a un hermano para evangelizar en el culto?
Si un hermano evangelista que está de paso convoca y lleva a cabo una reunión, un hermano de los que escuchan, ¿debe venir en su ayuda? Y ¿debemos reconocer a este hermano evangelista como a un enviado?
 Respuestas: En cuanto a esta pregunta: ¿Cómo puede un hermano saber cuándo habla u obra por el Espíritu?, hay que saber lo que se entiende por eso; por cuanto se puede pretender a una especie de inspiración espontánea, lo que —por lo general— no es más que imaginación o voluntad propia. Es inexacto considerar la acción del Espíritu Santo en la asamblea como si se tratase de alguien que preside en medio de ella sin estar en los individuos, y tomando repentinamente a éste o a aquél para hacerles actuar. Nada semejante se halla en la Palabra desde el descenso personal del Espíritu Santo. Podríamos examinar, desde el capítulo 7 del Evangelio según Juan hasta el capítulo 2 de la 1ª. Epístola de Juan, unos 50 pasajes referentes a la presencia y acción del Espíritu en los santos y en medio de ellos; y convencernos de que no existe el menor rasgo de esta pretendida presidencia del Espíritu Santo en la asamblea.
Creo que la reacción normal contra los principios del clero — el cual quiere establecer a un solo hombre para hacerlo todo en una congregación— puede inducir a caer en el extremo opuesto, y hacer de la asamblea una república democrática bajo la pretendida presidencia del Espíritu Santo. El más importante pasaje a este respecto se encuentra en 1ª. Corintios 12:11, el cual se aplica muy mal a menudo, como si apoyare esta idea de presidencia: "Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere." La cuestión es, pues, saber cuándo reparte el Espíritu un don a alguien: ¿Una vez para siempre, o cada vez que ha de manifestarse dicho don? Desde luego que una vez para siempre.
La idea de que el Espíritu Santo toma repentinamente a un hermano, le hace levantarse como por un resorte, en la asamblea, para dar gracias, para leer, para meditar, no se halla en la Escritura desde el descenso personal del Espíritu Santo. De este modo puedo edificar la asamblea, diciendo hoy lo que el Espíritu Santo me habrá comunicado hace diez años por medio de la Palabra. Niego formalmente que un hermano que se levanta, en uno de los casos aludidos, pueda decir positivamente, cuando se levanta, que lo hace por el Espíritu, incluso cuando un hermano vuelve a sentarse tras haber dado gracias, por ejemplo, no debe buscar, para sí mismo, si ha obrado realmente según el Espíritu (aunque pueda tener conciencia de ello), sino que la asamblea que escucha las acciones de gracias tiene inmediatamente conciencia, o no, si estas alabanzas eran fruto del Espíritu o de la carne: su amén confirma la cosa. Digo la asamblea como tal: no me refiero a las personas que, con mal espíritu o por antipatía, decidirían de antemano rechazar la acción de tal o cual hermano. Estas verían unos Nadab y Abiú, allí donde la asamblea añade su amén por obra del Espíritu.
Como principio, vemos en 1ª. Corintios 14, que no todo consistía en hablar por el Espíritu en la asamblea; era también preciso hablar en el momento oportuno a fin de edificar la asamblea. Aquellos que tenían dones de lenguas (idiomas) hablaban ciertamente por el Espíritu, pero cuando, en la asamblea, hacían uso de estos dones que eran señales para los de fuera (1ª. Corintios 14:22), no edificaban la asamblea, y el apóstol les dice que, si carecen de intérpretes, deben callarse en la asamblea.
Según estos principios, su pregunta debería ser más bien ésta: «La acción de un hermano que habla con cierta frecuencia en la asamblea, ¿edifica la asamblea?» Si la asamblea, como tal (no se trata aquí de individuos aislados) puede contestar SÍ, entonces este hermano tiene el testimonio de que habla por el Espíritu —sin pretender a una inspiración cuando habla. Pero si la asamblea (como tal, siempre que se supone que está en su estado normal) contestara que la acción de este hermano, no edifica, entonces, según los principios de 1ª Corintios 14:28, tendría que callarse dicho hermano. En esto reside todo el asunto. En dicho capítulo, la Palabra nos enseña que no quiere otra acción en la asamblea que la que edifica la asamblea, tanto si se trata de acciones de gracias como de enseñanza (véase los versículos 13-25). Sucedía, incluso, que unos oraban por el Espíritu sin ser el órgano de la asamblea; ésta no podía comprenderlo para decir: Amén.
Su pregunta: «¿Puede el Espíritu llamar a un hermano para evangelizar en el culto?» descansa también sobre esta falsa noción de inspiración espontánea. Afirmo que un hermano, enseñado por Dios, no evangelizará en el culto, porque está allí para adorar a Dios, y no para hablar a los hombres (1ª. Pedro 2:5).
La extraña pregunta: «¿Qué es lo que venimos a hacer en las reuniones de culto?» halla su respuesta en particular en este mismo pasaje de 1ª. Pedro 2:5; luego en otros lugares, en las palabras del Señor a Juan, en Juan 4: 23-24; luego en Lucas 22: 19-20 en cuanto a la Cena del Señor, base del culto, y también en Hechos 20:7, donde vemos que el propósito especial de la reunión, el primer día de la semana, era "partir el pan".
Tocante a su última pregunta: «Si un hermano evangelista que está de paso convoca y lleva a cabo una reunión, un hermano de los que escuchan, ¿debe venir en su ayuda? Y ¿debemos reconocer a este hermano evangelista como a un enviado
Contestaré primero que es muy sencillo reconocer este hermano evangelista como enviado; ya que la Palabra no reconoce a otros evangelistas más que a aquellos dados por el Señor tras haber entrado en la gloria (Efesios 4: 11-12). No impugno la libertad que posee cada cristiano de anunciar a Cristo, en su correspondiente lugar y sitio. Pero hace falta notar que uno de estos evangelistas de Efesios 4 —como también un maestro, un pastor, etc.— ejerce su don bajo su propia responsabilidad delante del Señor que le ha enviado. Un tal hermano trabaja para su Señor. Es responsable de su propio trabajo delante de su Señor que le ha mandado. Por lo tanto, cuando este hermano ejerce su don delante de un auditorio convocado por él, si un oyente se entromete para ayudarle, éste viene a usurpar los derechos del evangelista, y los del Señor que le ha enviado. Para mí, este principio es de suma importancia. Cuando oigo a un hermano que ha convocado una reunión para ejercer su don, ni siquiera indicaré un himno, a no ser que me lo haya pedido. Dos hermanos pueden ponerse de acuerdo para obrar juntos; es asunto de ellos. El Espíritu había apartado a Bernabé y a Pablo (Hechos 13). Sin embargo, incluso entonces, vemos que Pablo era quien llevaba la palabra (Hechos 14:12).
Acerca de la evangelización, bueno es recordar que el evangelista es un individuo, una persona. La Palabra no reconoce una asamblea evangelista.
Diré, además, en cuanto a los dones y a su ejercicio en la asamblea, que el hermano poseedor de un don no debe —en las reuniones de asamblea— tomar sobre sí la responsabilidad de llevar toda la reunión, mayormente en una asamblea local. El tal hermano se alegrará más bien oyendo a otros hermanos dando gracias, indicando un himno y expresando algunos pensamientos, pero no sobre el principio radical de que todos tienen el derecho de hablar. Notemos, a este respecto, que el pasaje de 1ª Corintios 14:26 es más bien un reproche que una exhortación; no es: «Si cada uno tiene...» Cada cual tenía algo, y esperaba el momento de presentarse con lo que tenía, sin preocuparse si era para edificación.
Mucho menos aún debe imaginarse un hermano que posee un don, que a él le incumbe hacer el culto el domingo, bien sea en su asamblea local, bien sea en otra parte. Como sacerdote y orador, está en el mismo nivel que todos cuantos componen la asamblea. Como hermano varón (u hombre: 1ª Timoteo 2:8) tomando pública o abiertamente acción, en contraste con la mujer, que no la toma, no es más que otro, de tal manera que sea el órgano de la asamblea en las acciones de gracias. Pero si en tanto que este hermano está más cerca del Señor, puede que por eso tenga más acciones de gracias que dar que otro, que —por ejemplo— estaría ocupado por los negocios de la vida. De este modo, dicho hermano podría presentar tres o cuatro alabanzas en la misma reunión de culto y ser, cada vez, el órgano de la asamblea.
Pero, al mismo tiempo, este hermano será más feliz por escuchar y decir "amén" a las acciones de gracias de otros hermanos que andan cerca del Señor. Sufrirá si se da cuenta que otros están esperando que él presente las acciones de gracias, e igualmente si nota que los amados hermanos que suelen tomar parte en la adoración en otros lugares se abstengan de hacerlo en su presencia.
Pero en lo que se refiere a la enseñanza de la Palabra, este hermano está consciente, tanto en el culto como en las demás reuniones, que es responsable por el don que el Señor le ha confiado para edificación de la asamblea. Y si su ministerio es fruto de su comunión con el Señor, se impondrá cada vez más a la asamblea: a pesar del elemento radical que pueda existir en el seno de ésta.
La idea según la cual un hermano dotado no debe ejercer su don en una reunión de culto, ni debe dar gracias allí más que otro, no tiene base alguna en la Biblia. ¿Cómo imaginar a un Timoteo, a un Tito, a un Epafras, a un Estéfanas (para no mencionar a Pablo, a Juan, a Pedro), que fuesen menos aptos que otros para ser los órganos de la asamblea en las acciones de gracias del culto, y que tales hermanos tuviesen que abstenerse para dejar lugar a los demás?
Unos se figuran, también, que los adoradores son los hermanos que se levantan para alabar al Señor; esto es falso... Todas las hermanas son adoradoras, y no deben levantarse nunca para dar gracias. Todos los hermanos son adoradores, pero —desgraciadamente— no todos son espirituales, piadosos, viviendo cerca del Señor para poder ser cada uno el órgano de la asamblea en las acciones de gracias. Asimismo, algunos no son suficientemente sencillos para hacerlo como cuando están sentados a su mesa en casa.
Por fin, en cuanto a obrar por el Espíritu, volvamos a tomar el ejemplo de Pablo y Bernabé en Hechos capítulo 13. Estos eran hombres dados por el Señor ascendido en la gloria, según Efesios 4: 11-12; y, en Hechos 13, el Espíritu Santo los aparta y los envía una vez para siempre para ir a hablar del Señor por doquier todos los días bajo su dependencia, sin duda. No tenían que preguntarse, por tanto, al hallarse ante las multitudes en las plazas, en las sinagogas, y más tarde en las asambleas de los hermanos, si el Espíritu Santo les llamaba a hablar en aquel momento; estaban allí con este propósito, enviados desde Antioquía por el Espíritu Santo...
Cuando más tarde Pablo se encontró por un solo Domingo, y por la última vez en determinada asamblea (Hechos 20: 7-12) donde habló muy extensamente, ¿qué hubiéramos pensado de un hermano de Troas que hubiera insinuado a los demás que Pablo participaba demasiado en el culto?... Tomo este ejemplo como principio; todos no son como el apóstol Pablo. Felices son los santos que —libres de este espíritu nivelador, saben reconocer al Señor, allí donde ha concedido alguna gracia para bien de todos. Además de Efesios 4:11-12 y 1ª. Corintios 12, léase también cuidadosamente 1ª. Corintios 16:15-18, 1ª. Tesalonicenses 5:12-13 y Hebreos 13:17.

William Trotter
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1968, No. 95.-

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