Absalón
La hermosura de parecer es cosa muy deseada de los
hombres, por lo que es admirada de los demás. Lo que de natural embellece la
persona, sea hombre o mujer, es tantas veces el tema de comentarios, y a veces
lo que no es natural también. Pero, esa hermosura exterior algunas veces cubre
una notable fealdad de carácter y hasta un espíritu perverso y cruel.
Entre
los hijos de David había uno llamado Absalón que nos sirve de ejemplo y de
advertencia a los que sólo se cuidan de su parecer exterior. Su hermosa
apariencia no le impidió premeditar y consumar el crimen de matar a su hermano
en venganza de una cosa que le hirió profundamente su orgullo.
Como era de esperarse, él huyó, pensando escapar el
juicio que merecía su crimen. Pero Absalón se había olvidado de la regla divina
que “todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. No conocía el temor
de Dios, y pensaba que con el tiempo su padre se olvidaría de lo sucedido.
Pasados los días un oficial del ejército, muy interesado
por Absalón, consiguió permiso del rey de hacerle volver a su casa en
Jerusalén, pero sin ver durante dos largos años el rostro de su padre. Esta
falta de popularidad le picó mucho el orgullo de este malvado, quien continuó
maquinando intrigas. Llamó a su amigo de influencia, Joab, y demandó que fuese
reconciliado públicamente a su padre. Y, en cuanto a David, su corazón de padre
hizo que lo recibiera sin haber en el hijo arrepentimiento alguno.
¡Cuán
ingrato el corazón de aquel hermoso de parecer, pero perverso de corazón!
Empieza una conspiración en contra del rey, y con besos y palabras dulces Absalón
roba el corazón de sus súbditos. Llegado cierto día, salió de Jerusalén bajo el
pretexto de ir a la población de Hebrón a pagar un voto de gratitud a Dios por
su reconciliación a su padre. ¡Hipócrita! ¡Mentiroso! Él había convenido con un
gran número de personas para encontrarle allí, y que le hicieran rey.
La conspiración fue grande y le sobrevino a David
desprevenido. No podría esperar sostener la plaza de Jerusalén, y de carrera
tuvo que escapar al llano con un ejército pequeño, cruzando el río Jordán.
Parecía que el malvado designio de Absalón tendría éxito, pero él se olvidaba
de Dios y del hecho de que la maldad tiene su paga.
Absalón, seguido por una gentuza desordenada, fue en
persecución de su padre, hasta los llanos de Mahanaín. Allí David ordenó su
ejército en tres divisiones bajo generales expertos, y al salir a la batalla
dio orden a todos de tratar bien a su hijo Absalón.
El mal
tiene su colmo y su castigo. La paciencia de Dios se agota. La soberbia le
había llevado a Absalón a su ruina. Por no conocer el temor de Dios él se
atrevía dañar al ungido de Dios, el rey su padre.
Pronto
fueron vencidos sus secuaces, y huían por un bosque. El mismo Absalón montaba
una mula que corría desbocada, hasta que, pasando por debajo de un árbol
alcornoque, le dejó al miserable colgado a una rama de su largo y llamativo
cabello. Allí le hallaron sus enemigos; haciendo poco caso del mandato del rey,
le traspasaron con dardos. Echaron su cuerpo en un hoyo y lo taparon con
piedras. Así terminó la vida de uno que dejó que su hermosura natural le
engañara, y que no tuvo en cuenta el precepto seguro de la retribución.
“Los
necios se mofan del pecado”, Proverbios 14.9. Pero con todo Dios lo castiga; si
no ahora, en la eternidad.
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