domingo, 16 de mayo de 2021

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO(56)

 Esdras, el sacerdote fiel

por G. G. Johnston

El nombre de este varón de Dios se destaca en la historia del pueblo de Israel. A pesar de las condiciones de su cautiverio en Babilonia, él conservó un sincero amor a Dios y por las cosas enseñadas en las Sagradas Escrituras.

            En los días del rey Ciro de Persia, éste dio la orden de reedificar el templo de Dios en Jerusalén y de restaurar el culto en Israel. Él ofreció libertad a los judíos cautivos que quisieran regresar a su patria y les entregó los vasos que Nabucodonosor había sacado del templo al llevar cautivo esa gente setenta años antes.

            El regreso de esta cuota de los cautivos tuvo lugar bajo la dirección de Zorobabel. Eran de unas cincuenta mil personas y tuvieron el propósito de reedificar el templo y también su santa ciudad, Jerusalén.

            Recobrar lo perdido es un deseo natural y justo, y los judíos no han sido los únicos en hacerlo. La herencia de ellos es terrenal, y no pierden nunca el deseo de estar en ella, más la herencia del cristiano es espiritual e igualmente preciosa para todo fiel creyente en Cristo. Cuando, por confundirse con el mundo, los primitivos cristianos habían perdido mucha de la verdad cristiana, se levantaron hombres y mujeres que llamaron a sus semejantes a regresar a los sencillos preceptos del Evangelio, enseñados por Jesús y sus apóstoles. El grito de batalla fue: “Atrás a lo que dejamos”. Gracias a Dios, algo se ha recobrado de las verdades primitivas. Volver atrás de esta manera es un verdadero adelanto. No hace falta una nueva religión cristiana, pues tal cosa no puede haber, pero mucha falta hace un regreso a la pureza primitiva.

            Un terreno que los cristianos perdieron, pero han recuperado es la doctrina de la justificación por fe tan claramente enseñada por el apóstol Pablo y sus colegas. No hay pecador que pueda saldar sus cuentas con Dios por ofrecerle ninguna cosa propia, sea buenas obras, tradiciones eclesiásticas u oraciones. Mas Cristo ha muerto por los pecadores, llevando el castigo que ellos merecen, y el alma que confía solamente en él es justificada de un todo. Dios le cuenta por justo; a saber, por nunca haber faltado a su santa ley. Así el que le cree y le recibe como Salvador, va libre de toda condenación, porque Cristo la llevó en lugar suyo.

            En la Edad Media parece haberse perdido casi por completo esta preciosa verdad cristiana; solamente quedó escrita en las páginas del Nuevo Testamento. Plugo a Dios despertar en el corazón de algunos hombres el deseo de escudriñar las Sagradas Escrituras, y hallaron esta y otras verdades de suma importancia. Se hicieron valientes por Dios en librar a sus contemporáneos de la oscuridad, denunciando abiertamente a los que se oponían. Desde luego, estos paladines se exponían a la muerte por predicar con ahínco las verdades que habían traído tanto gozo y paz a sus propios corazones.

            A pesar de la furia de los que quisieron conservar las almas en ignorancia de la Palabra de Dios, esa gente luchó por hacerla imprimir en las lenguas del pueblo común y ponerla en las manos de todo humano, a fin de que cada uno de por sí comprobara lo enseñado.

            En los días de Esdras se levantaron enemigos que todo lo hicieron por parar la buena obra. No pudiéndolo hacer solos, presentaron quejas ante Artajerjes, rey de Babilonia, diciéndole que, si dejaba seguir la restauración del templo, vendría a ser un peligro a su poder y reino.

            No faltan todavía los enemigos de la obra de Dios, ni los que estorban a quienes ayudan al pueblo descubrir la verdad. Si no pueden lograr sus fines de otra manera, son capaces de llamar en su ayuda al brazo temporal.



            Al recibir orden del Rey, los judíos, desanimados, cesaron de edificar. Por un tiempo la obra quedó paralizada, pero el Señor despertó entre ellos dos hombres valientes, los profetas Hageo y Zacarías, quienes estimularon a sus hermanos a continuar. Otra vez se encendió la ira de los enemigos, pero esta vez les favoreció Darío, rey de los caldeos que habían derribado a los babilónicos, y aun dio orden que lo necesario para ello fuese suplido del tesoro del imperio. ¡Imagínese el disgusto de los que pensaban usar de nuevo el poder político contra la obra de Dios!

            Bajo la nueva dirección de Esdras, por fin se terminó la casa de Dios en Jerusalén en el sexto año del rey Darío. Los judíos celebraron su pascua con gran regocijo.

            En la época presente la predicación del Evangelio tiene el mismo fin; a saber, regresar a las verdades y sencillas prácticas de los cristianos primitivos según las encontramos en el Nuevo Testamento de nuestro Señor Jesucristo. ¡Y cuán grande el regocijo de las almas cuando convertidas a Dios se ven congregados para celebrar la Santa Cena, según hacían los evangélicos en Hechos de los Apóstoles, en memoria de su Salvador! ¿Usted ha tenido la experiencia?

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