Esdras, el sacerdote fiel
por G. G. Johnston
El nombre de este varón de Dios se destaca en la historia
del pueblo de Israel. A pesar de las condiciones de su cautiverio en Babilonia,
él conservó un sincero amor a Dios y por las cosas enseñadas en las Sagradas
Escrituras.
En los días del rey Ciro de Persia, éste dio la orden de reedificar el templo de Dios en Jerusalén y de restaurar el culto en Israel. Él ofreció libertad a los judíos cautivos que quisieran regresar a su patria y les entregó los vasos que Nabucodonosor había sacado del templo al llevar cautivo esa gente setenta años antes.
El regreso de esta cuota de los
cautivos tuvo lugar bajo la dirección de Zorobabel. Eran de unas cincuenta mil
personas y tuvieron el propósito de reedificar el templo y también su santa
ciudad, Jerusalén.
Recobrar lo perdido es un deseo
natural y justo, y los judíos no han sido los únicos en hacerlo. La herencia de
ellos es terrenal, y no pierden nunca el deseo de estar en ella, más la
herencia del cristiano es espiritual e igualmente preciosa para todo fiel
creyente en Cristo. Cuando, por confundirse con el mundo, los primitivos
cristianos habían perdido mucha de la verdad cristiana, se levantaron hombres y
mujeres que llamaron a sus semejantes a regresar a los sencillos preceptos del
Evangelio, enseñados por Jesús y sus apóstoles. El grito de batalla fue: “Atrás
a lo que dejamos”. Gracias a Dios, algo se ha recobrado de las verdades primitivas.
Volver atrás de esta manera es un verdadero adelanto. No hace falta una nueva
religión cristiana, pues tal cosa no puede haber, pero mucha falta hace un
regreso a la pureza primitiva.
Un terreno que los cristianos perdieron,
pero han recuperado es la doctrina de la justificación por fe tan claramente
enseñada por el apóstol Pablo y sus colegas. No hay pecador que pueda saldar
sus cuentas con Dios por ofrecerle ninguna cosa propia, sea buenas obras,
tradiciones eclesiásticas u oraciones. Mas Cristo ha muerto por los pecadores,
llevando el castigo que ellos merecen, y el alma que confía solamente en él es
justificada de un todo. Dios le cuenta por justo; a saber, por nunca haber
faltado a su santa ley. Así el que le cree y le recibe como Salvador, va libre
de toda condenación, porque Cristo la llevó en lugar suyo.
En
A pesar de la furia de los que
quisieron conservar las almas en ignorancia de
En los días de Esdras se levantaron
enemigos que todo lo hicieron por parar la buena obra. No pudiéndolo hacer
solos, presentaron quejas ante Artajerjes, rey de Babilonia, diciéndole que, si
dejaba seguir la restauración del templo, vendría a ser un peligro a su poder y
reino.
Al recibir orden del Rey, los
judíos, desanimados, cesaron de edificar. Por un tiempo la obra quedó
paralizada, pero el Señor despertó entre ellos dos hombres valientes, los
profetas Hageo y Zacarías, quienes estimularon a sus hermanos a continuar. Otra
vez se encendió la ira de los enemigos, pero esta vez les favoreció Darío, rey
de los caldeos que habían derribado a los babilónicos, y aun dio orden que lo
necesario para ello fuese suplido del tesoro del imperio. ¡Imagínese el
disgusto de los que pensaban usar de nuevo el poder político contra la obra de
Dios!
Bajo la nueva dirección de Esdras,
por fin se terminó la casa de Dios en Jerusalén en el sexto año del rey Darío.
Los judíos celebraron su pascua con gran regocijo.
En la época presente la predicación
del Evangelio tiene el mismo fin; a saber, regresar a las verdades y sencillas
prácticas de los cristianos primitivos según las encontramos en el Nuevo
Testamento de nuestro Señor Jesucristo. ¡Y cuán grande el regocijo de las almas
cuando convertidas a Dios se ven congregados para celebrar
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