domingo, 16 de mayo de 2021

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A TIMOTEO (16)

 


5. El Servicio de Dios en un Día de Ruina

Capítulo 4 (continuación)


(V. 5). Entonces, si la condición de la Cristiandad se ha vuelto tan pasmosa que los que profesan el cristianismo no sufren la sana doctrina, siguen sus concupiscencias y se vuelven a las fábulas, se requiere que el siervo sea "sobrio en todo", que tenga su juicio formado por la verdad y que no permita que su mente sea influenciada por los males y las fábulas de la masa profesante.

            Ya hemos sido exhortados a participar "de las aflicciones por el evangelio" (2 Timoteo 1:8), a sufrir "penalidades" como buenos soldados de Jesucristo (2 Timoteo 2:3); y hemos sido advertidos de que "todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución." (2 Timoteo 3:12). Ahora somos advertidos adicionalmente que debemos estar preparados para "soportar las aflicciones" debido a los males de la Cristiandad.

            Así, el fiel debe estar preparado para sufrir por causa del evangelio, por causa de Jesucristo en el terreno de la piedad de tipo cristiano, y en vista de los males de la época.

            Además, no obstante, lo malo del momento, y mientras el día de la gracia continúe, el hombre de Dios, cualquiera sea su don, debe desempeñar su obra como un evangelista. El abandono de la verdad por parte de la masa, con la mayor parte de sus así llamadas iglesias entregadas a la mundanalidad y a las fábulas, no hace más que obligar al hombre de Dios a continuar su obra evangelística, y cumplir su ministerio. La obra del Señor no debe ser llevada a cabo a medias. Debemos procurar terminar a la perfección aquello que Él nos ha dado para hacer.

            (V. 6). El siervo de Cristo se refiere ahora a su partida como otro incentivo para el servicio. El final de su vida de consagración, y la persecución consiguiente de parte del mundo, estaban tan cerca que él podía decir, "yo ya estoy para ser derramado como una ofrenda de libación." (2 Timoteo 4:6 - LBLA). Él habla de su partida como el tiempo de su "disolución" o de su "suelta”[1]. Para él, dejar esta escena era una "disolución" o "suelta" de un cuerpo que le mantenía lejos de Cristo, pero él presenta esto como una razón para que Timoteo cumpla su ministerio. Cuán a menudo, desde ese día, el hecho de que el Señor haya quitado un siervo consagrado ha sido utilizado por Él para despertar a aquellos que son dejados para el servicio activo.

            (V. 7). Sin embargo, si la iglesia iba a ser privada de la guía activa del apóstol, su ejemplo permanece para nuestro estímulo. Aquí, entonces, Pablo en vísperas de su partida mira hacia atrás a su trayectoria como siervo, y mira hacia adelante al día de gloria cuando su servicio tendrá su galardón resplandeciente. Mirando hacia atrás, él puede decir, "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe." En el tiempo de Pablo la fe ya era atacada por todos lados, y es atacada aún más en nuestro día. Fuera del círculo cristiano la fe recibía oposición de parte de los judíos ritualistas y de los filósofos Gentiles. Dentro de la profesión cristiana estaban aquellos que habían "errado acerca de la fe." (1 Timoteo 6:21 - VM), y algunos que eran "réprobos en cuanto a la fe." (2 Timoteo 3:8). En presencia de esos ataques desde dentro y desde fuera, Pablo podía decir, "He peleado la buena batalla." Él había batallado por la fe y había "guardado la fe."

            "La fe" es más que el evangelio de nuestra salvación; ella se centra en Cristo e incluye las glorias de Su Persona y la grandeza de Su obra. Implica toda la verdad completa del cristianismo. El apóstol batalló denodada-mente por la fe, rehusando permitir cualquier ataque hostil sobre ella desde cualquier sector. No se permitió que ninguna falsa caridad interfiriese con su defensa inflexible de la gloria de la Persona y la obra de Cristo.

            (V. 8). Habiendo peleado la buena batalla, acabado la carrera, y guardado la fe, él podía mirar con gran seguridad hacia el futuro y decir, "De ahora en adelante me está reservada la corona de justicia." (V. 8 - VM). Él había transitado por la senda de justicia (2 Timoteo 2:22), había seguido la instrucción de justicia (2 Timoteo 3:16), y ahora consideraba llevar la corona de justicia.

         Además, la corona de justicia será dada al apóstol por el Señor, el Juez justo. Él había mantenido los derechos del Señor en el día de Su rechazo, y recibirá la corona de justicia en el día de Su gloria. El hombre le había dado al apóstol una prisión; muchos de los santos le habían abandonado, y algunos se le habían opuesto; pero, en cuanto a él, tenía "en muy poco" el que fuera juzgado por los santos o por tribunal humano. Para él el Señor era el Juez (1 Corintios 4: 3-5). Él no dice que el juicio de los santos en cuanto a la fidelidad, o de otra manera, de su trayectoria, no era nada; sino que, comparado con el juicio del Señor, era muy poca cosa. Demasiado a menudo los juicios que nos formamos los unos de los otros están pervertidos por personalidades mezquinas y consideraciones egoístas. El Señor es el Juez justo.

         Por tercera vez en el curso de la Epístola, el apóstol se refiere a "aquel día" (2 Timoteo 1: 12, 18; 2 Timoteo 4:8). En todos los padecimientos, persecuciones, abandonos e insultos que tuvo que enfrentar, ese día brillaba resplandeciente ante él, - el día de la manifestación del Señor. Cuánto hay que no podemos comprender y no podemos desenmarañar, cuántos desaires e insultos en presencia de los cuales debemos callar en este día. Pero de todas estas cosas podemos hallar alivio encomendándolas al Señor - el Juez justo - para aquel día, cuando Él "sacará a luz las obras encubiertas de las tinieblas, y pondrá de manifiesto los propósitos de los corazones; y entonces cada cual tendrá su alabanza de Dios, y no del hombre." (1 Corintios 4:5 - VM).

         Además, para nuestro estímulo, no se nos dice que la corona de justicia está reservada simplemente para un apóstol, o para un siervo dotado, sino para "todos los que aman su venida." Nosotros podemos pensar que la corona de justicia está reservada para una gran actividad en la obra del Señor, o solamente para aquellos que están en la vanguardia como los que guían al pueblo de Dios; pero la Palabra no dice que la corona es para los que obran, o para aquellos que son prominentes, sino para los que aman Su venida. Verdaderamente, el gran tema de esta porción de la Epístola es estimular al siervo a que trabaje; pero que sea cuidadoso de que su obra sea gobernada por el amor. Amar Su venida implica que amamos a Aquel que va a venir y, amándole, amamos pensar en el día cuando Aquel que ahora es rechazado y despreciado por los hombres, venga "para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron." (2 Tesalonicenses 1:10). Además, amar Su venida supone que estamos caminando juzgándonos a nosotros mismos, pues leemos que, "todo aquel que tiene esta esperanza puesta en él" - la esperanza de ser como Cristo cuando Él venga - "se purifica, así como él es puro." (1 Juan 3:3 - VM).

         En los versículos finales de la Epístola tenemos un hermoso cuadro de las gracias de Cristo, los afectos cristianos y los intereses del Señor que unen a los santos individuales; esto es precioso en cualquier tiempo, pero cuánto más lo es en un día de debilidad y fracaso cuando los que temen al Señor habla cada uno a su compañero. (Malaquías 3:16).

Hamilton Smith



[1] (N. del T.: en griego: analúseos. (Ver Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español, de Francisco Lacueva, Editorial Clie. Es un viejo término analuö, desatar, desligar, disolver - Ver "Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento de A. T. Robertson, Editorial Clie)


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