Cuando hayas entrado en la tierra que Jehová tu Dios te da por herencia, y tomes posesión de ella y la habites, entonces tomarás de las primicias de todos los frutos que sacares de la tierra que Jehová tu Dios te da, y las pondrás en una canasta, e irás al lugar que Jehová tu Dios escogiere para hacer habitar allí su nombre. Y te presentarás al sacerdote, Deuteronomio 26
En el libro de Deuteronomio el pueblo de Israel se
encuentra con el desierto por detrás y su herencia por delante. Entre los
últimos consejos de Moisés a aquel pueblo, en el capítulo 26 él les instruye en
el asunto de la adoración, la cual formaría una parte importante de su vida en
Canaán. Nosotros el pueblo redimido del Señor también podemos sacar ayuda
espiritual de la enseñanza de este capítulo.
En el sentido espiritual el creyente
ya ha cruzado el río Jordán porque “ha sido bautizado en Cristo Jesús en la
semejanza de su muerte” y resucitado con él para andar en novedad de vida.
Cuando Israel entró en la tierra de Dios, tenía un lugar escogido donde podía
acercarse a él como adoradores. En la dispensación presente nuestro Señor
Jesucristo ha indicado el lugar que nos corresponde: “Donde están dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Israel se presentaba delante de Dios
con los primeros frutos de cada cosecha, como en agradecimiento por lo que
había recibido de la mano bondadosa de su Dios. De la misma manera el creyente
quiere manifestar agradecimiento a su Señor por la abundante gracia para con
él.
Los frutos que los israelitas
presentaron a Dios eran nuevos y frescos. Así debe ser el fruto de nuestros
labios. Ellos no tenían las Sagradas Escrituras en su entereza y riqueza como
la tenemos nosotros, y su culto tomaba una forma más material. En lugar de
ofrecer un cordero u otro animal, el creyente expresa ahora delante de Dios su
concepto y aprecio de la persona y la obra de su amado Salvador.
Somos adoradores en espíritu y en
verdad, y por esto debemos estar meditando en él y lo que ha hecho. Llegando
así a la Cena, no presentaremos los frutos viejos y secos, o sea, la misma cosa
todos los domingos.
El clero romano y protestante tiene
todo impreso en su misal o libro de oraciones, aprendiéndose y rezando las
palabras como loros. No debe ser así el creyente. El que se levanta para
dirigir la adoración de los santos debe ser guiado por el Espíritu Santo, y de
la abundancia de su corazón — no de la boca — él hablará. Si no ha alimentado
su alma con la Palabra antes de asistir a la reunión, ¿cómo puede salir una
adoración verdadera de un corazón vacío?
Una vez cumplidos sus deberes para
con Dios, el israelita debía sentir su obligación para con el levita, el
extranjero, el huérfano y la viuda; 26.12. Así es el desenlace práctico de
nuestra adoración, y por esto hay la ofrenda al fin de la cena del Señor.
Hebreos 13.15,16 presenta el orden divino: primera-mente, la ofrenda espiritual
para Dios, y lue-go, “De hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis, porque
de tales sacrificios se agrada Dios”.
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