Nehemías y su muro
La manera en que Dios
castigó al pueblo de Israel, dejándolos ser llevados cautivos a Babilonia, nos
recuerda el hecho que Él no pasa por alto el pecado. La cosa que más había enseñado
el Señor fue la hechura y adoración de las imágenes.
En el año veinte de Artajerjes, rey de Persia, unos
cincuenta mil de ese pueblo ya habían regresado de Babilonia a
Este hombre estaba sirviendo de copero al rey Artajerjes,
quien le tenía cariño y confianza. Ciertamente reconocería que un hombre que de
corazón creía en el Dios vivo, el que todo lo ve y castiga lo malo, no sería
capaz de entrar en ningún complot para meterle veneno en el vino que de su mano
bebía. Notando el rey un día que había cierta tristeza en el rostro de su
copero, llegó a saber que era por el quebranto de corazón que sentía a causa de
la condición de su amada ciudad de Jerusalén.
He aquí la diferencia entre el rezo y la verdadera
oración. El rey le preguntó a Nehemías qué era que quería pedir, este judío
relata: “Entonces oré al Dios de los cielos, y dije al rey …” La oración no es
una colección de frases aprendidas de memoria para ser repetidas una o varias
veces. Es más bien el deseo sincero del alma, expresado lo mejor que se pueda y
en lengua cualquiera. El rezo nada vale con Dios.
El resultado de aquella oración —tan corta que duró sólo
entre la pregunta del rey y la contesta de Nehemías— fue que le dio permiso y
apoyo para ir a Jerusalén a socorrer a su pueblo. En verdad, parece haber sido
nombrado gobernador.
Una vez que vio con sus propios ojos, se afligió más al
darse cuenta cómo los enemigos habían desanimado al pueblo. Comprendió el
disgusto extremo que los opositores sentían por su llegada y propósito. Pronto
él reorganizó a su pueblo y dio principio a la reconstrucción del muro en
derredor de la ciudad.
Los enemigos se vieron frustrados. No habían logrado
impedir el trabajo, pero les quedaba otra arma, la de la burla. Dijeron: “Aun
lo que ellos edifican, si subiere una zorra derribaría su muro de piedra”. El
argumento es un arma potente, pero los enemigos de Dios no pueden tener
argumento con que defenderse, o con que oponerse a la obra de Dios. ¡Cuántas
veces en los años desde que se dio principio a la obra del evangelio en esta
República nos han tirado en contra toda suerte de sátira y burla! ¿Por qué?
Porque predicamos a Cristo crucificado, para unos ciertamente tropezadero y
para otros, locura, más Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios; 1
Corintios 1.23,24.
Los judíos tuvieron que armarse a causa de las asechanzas
de los enemigos, y Nehemías les exhortó: “Pelead por vuestros hijos”. Las armas
del cristiano nunca han sido ni serán de acero, sino de argumentos basados en
Ya les quedaba a los enemigos otra
avenida, la calumnia. Acusaron a los judíos de conspiración contra el rey de
Persia, a lo que contestó Nehemías: “No hay tal cosa; tú lo inventas”. La
calumnia sirve muy bien a los enemigos de Dios, aunque saben que es pura
invención suya. Han dicho que nosotros los evangélicos pagábamos a la gente a
asistir a nuestras reuniones. Cuando esa mentira se hizo patente y vieja, se
inventó que los evangelistas recibían una gran suma de dinero por cada persona
bautizada. En algunas partes corrían el cuento que los muertos entre los
evangélicos se entierran boca abajo. ¿Qué son estas expresiones, y de dónde
vienen? Son calumnias, y vienen de los enemigos que no hallan argumento al-guno
contra tan buena obra.
Por fin se pudo terminar el muro y las puertas de
Jerusalén, haciendo así una clara división entre Israel y los enemigos afuera.
Esos muros y puertas son figura de la clara separación que existe y debe
mantenerse entre los hijos de Dios y los del mundo.
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