domingo, 13 de junio de 2021

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A TIMOTEO

 


4. Los Recursos del Piadoso en los Postreros Días

Capítulo 4 (continuación)


            (V. 9). Pablo ya ha expresado su deseo de ver a Timoteo, su amado hijo (2 Timoteo 1:2); ahora, en vista de su pronta partida, él insta a Timoteo a venir rápidamente.

            (Vv. 10, 11). Él anhelaba ver a Timoteo tanto más porque había sufrido la pérdida de un compañero de labores. Demas había abandonado al apóstol, habiendo amado el mundo presente. No dice que Demas había abandonado a Cristo, sino que él halló que era imposible continuar con un representante tan fiel de Cristo y, al mismo tiempo, mantenerse en buenos términos con el mundo presente. Se debía renunciar al uno o al otro. ¡Es lamentable! Él abandonó a Pablo y escogió el mundo. Otros se habían marchado, sin duda alguna, del servicio del Señor. Solamente Lucas estaba con él. Este fiel compañero de sus activas labores perma-neció con él en los momentos próximos a su muerte, y el apóstol se deleita en dejar registrado su devoto amor.

            Pablo desea especialmente que Timoteo traiga consigo a Marcos. Hubo un tiempo cuando Marcos se había alejado de la obra y del apóstol, a causa de ello, consistentemente rehusó llevarle consigo en su segundo viaje al servicio del Señor. Juzgó que no sería provechoso. Evidentemente que este fracaso por parte de Marcos había sido juzgado y, por lo tanto, todo sentimiento había sido removido, y no se hace ninguna alusión adicional en cuanto al fracaso. Si esta fuese la única referencia a Marcos, nosotros no habríamos sabido nunca de algún fracaso en el servicio. Pablo ya lo había encomendado a la asamblea de los Colosenses (Colosenses 4:10); ahora desea su presencia, y hace notar especialmente que, en el asunto mismo en que él había fracasado, este siervo restaurado iba a ser muy útil, pues, dice el apóstol, "me es útil para el ministerio."

            (V. 12). Tíquico, quien aparentemente había sido enviado anteriormente por el apóstol a Creta (Tito 3:12), fue enviado ahora a Éfeso. Él era uno que estaba dispuesto a servir bajo la dirección del siervo de Cristo.

            (V. 13). El hombre natural podría pensar que, en este importante cargo pastoral, el apóstol debería dejar de hablar de un capote y de libros. Nosotros olvidamos que el Dios que ha provisto para nuestra bendición eterna no descuida nuestras más pequeñas necesidades temporales. El abrigo que usamos y los libros que leemos no son asuntos que son indiferentes a Él. En nuestra insensatez podemos pensar que esas cosas están más allá de Su atención; pensando de este modo, estas mismas cosas - el vestido que usamos, los libros que leemos - a menudo se convierten en nuestras mayores trampas.

            (Vv. 14, 15). Alejandro no es mencionado como un maestro del error, como en el caso de Himeneo, ni como amando este mundo presente como Demas. Él es más bien un activo enemigo personal del apóstol, y, siendo impulsado por una enemistad personal, sin importar lo que Pablo dijera, Alejandro se oponía a sus palabras. Tales personas existían en los días el apóstol, y aún se las encuentra, lamentablemente, en la profesión cristiana, y son quienes resisten lo que se dice, no porque sea incorrecto, sino debido a la enemistad hacia la persona que habla. Conscientes de la injusticia de tales personas, nosotros podemos fácilmente bajar la guardia y enfrentar a la carne actuando en la carne. El siervo del Señor no devuelve a una persona como esa mal por mal, ni maldición por maldición. No dice, 'Yo trataré de lidiar con él conforme a sus obras'; él encomienda todo el asunto al Señor, y, por lo tanto, puede decir, "el Señor le retribuirá conforme a sus hechos." (2 Timoteo 4:14 - LBLA). No obstante, él apóstol advierte a Timoteo que se cuide de él. ¡Cuán lamentable! que existan aquellos en la profesión cristiana contra los cuales sea necesario advertir a los santos.

            (V. 16). El apóstol encontró en su día, así como muchos han encontrado desde entonces, que la senda se vuelve más angosta mientras nos acercamos a la meta. De este modo, hecho comparecer ante los poderes de este mundo, él tiene que decir, "Nadie estuvo conmigo, antes todos me abandonaron." (VM). Este trato, que parece despiadado y cobarde, no hace surgir ningún resentimiento en el corazón de Pablo. Al contrario, le induce a orar por ellos para que esto "no les sea tomado en cuenta."

            (v. 17). Si todos los demás fracasan y nos abandonan, las palabras del Señor permanecen siempre verdaderas, "No te desampararé, ni te dejaré." (Hebreos 13:5). Así Pablo encontró, en el día en que los santos le abandonaron, que el Señor estuvo a su lado y le dio "fuerzas". Si, no obstante, el Señor da fuerzas, no son fuerzas para aplastar a nuestros enemigos, o fuerzas para librarnos de circunstancias difíciles, sino que es poder espiritual para testificar de Él en presencia de Sus enemigos. De modo que el apóstol puede decir, "El Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen." De los registros de las predicaciones de Pablo sabemos que la predicación era la proclamación del perdón de pecados "por medio de él" - de Cristo Jesús, el Hombre resucitado en la gloria (Hechos 13:38). Si a Pablo se le habían dado fuerzas para predicar a Cristo, el mismo Señor ejerció Su poder para librar a Su siervo del peligro inmediato. Así que él no dice, 'Me libré a mí mismo'; sino que puede decir, "fui librado de la boca del león."

            (V. 18). Además, el apóstol puede considerar todo con confianza y decir, "el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial." Como el Salmista puede decir, "Jehová te guardará de todo mal; Él guardará tu alma." (Salmo 121:7). El reino celestial puede, en efecto, ser alcanzado a través de la muerte de un mártir, pero el alma será preservada a través de todo mal.

            Teniendo en mente este reino celestial, el fiel siervo de Dios puede finalizar su Epístola prorrumpiendo en alabanza a Aquel que, a pesar del abandono de los santos, el poder del león o toda obra mala, preservará a Su pueblo para Su reino - y, "A él sea la gloria, por los siglos de los siglos. Amén." (VM).

            (V. 19). Pablo añade un saludo final a dos santos, Prisca y Aquila, quienes habían estado asociados con él en sus primeras labores y habían permanecido fieles a él en sus días finales (Hechos 18:2). Nuevamente él piensa, también, en la casa de uno que no se avergonzó de sus cadenas (2 Timoteo 1: 16-18).

            (V. 20). Con el interés que no podemos evitar tener en los movimientos, labores y bienestar de fieles siervos del Señor, Pablo, en su día, registra el hecho de que "Erastos se quedó en Corinto" y que había dejado a Trófimo en Mileto enfermo. Por lo visto, el poder milagroso de sanar que en el curso de su testimonio había sido tan sorprendentemente utilizado por el apóstol, nunca fue utilizado para el alivio de un hermano o un amigo. Como alguien ha dicho, 'Los milagros, como una regla, eran señales para los incrédulos, no un medio de sanación para la familia de la fe.'

            (V. 21). Ningún detalle que concierne a Sus hijos es demasiado pequeño para que no sea considerado por nuestro Dios y Padre. Pablo ya había mencionado el capote y los libros; ahora, él piensa en la estación del año. Timoteo debe esforzarse por venir antes de que el invierno añada a las privaciones de su jornada.

            Tres hermanos y una hermana son mencionados por su respectivo nombre como enviando saludos a Timoteo junto con "todos los hermanos", una prueba, no solamente del amor y la estima en que Timoteo era tenido, sino de la preocupación del apóstol para promover el amor entre los santos.

            (V. 22). Pablo finaliza muy maravillosamente la Epístola a Timoteo con el deseo de que el Señor Jesucristo esté con su espíritu. Cuán a menudo nosotros podemos ser correctos en doctrina y principio, e incluso en conducta externa, y, aun así, todo esto puede ser estropeado siendo incorrectos en espíritu. Si el Señor Jesús está con nosotros en Espíritu, nosotros exhibiremos en nuestras palabras y modos "el Espíritu de Jesucristo." (Filipenses 1:18). Para esto Timoteo y los santos con él necesitaban gracia; de modo que el apóstol cierra su Epístola con el deseo de que, “La gracia sea con vosotros."

            Que nosotros podamos, también, en estos tiempos más difíciles, saber cómo fortalecernos en la gracia que es en Cristo Jesús, que nuestros espíritus puedan ser guardados en presencia de todo esfuerzo del enemigo para estropear nuestro testimonio despertando la carne. Necesitamos fidelidad inflexible en el mantenimiento de la verdad, combinada con la gentileza de Cristo, no sea que se hable mal hasta del camino de la verdad.

Hamilton Smith (1862/3? - 1943)

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