domingo, 22 de agosto de 2021

PENSAMIENTO

 

En todas las pruebas y sufrimientos en las que podamos encontrarnos, es imposible dudar de la bondad de Aquel que ha querido tomar nuestro lugar en el juicio; si lo pensamos, eso pone una barrera infranqueable ante todo sentimiento indigno de nuestra parte hacia Él, quien nos demostró un amor tan grande. Los designios de Dios para con nosotros no pueden tener otra fuente más que su amor revelado en Jesucristo nuestro Señor.  Jean Foulquier

LA NECESIDAD DE AGUA

 


¡Es una cosa seria no tener agua! Las hormigas viven casi en todas partes, incluyendo lugares desérticos. Sin embargo, ¡no viven en medio de un gran desierto donde no haya agua en abso­luto!

Saben que el agua es importante. Debido a esto, intentan man­tener húmedo el aire en el hormiguero... A las hormigas les gusta el aire húmedo porque hace del hormiguero un lugar cómodo para criar a sus pequeños. No pueden siempre lan­zarse a conseguir agua con rapidez, por lo que tienen cuidado al elegir el emplazamiento del hormiguero…

            Algunas hormigas subterráneas llamadas «hormigas madereras» […] salen temprano por la mañana y llevan gotitas de agua de rocío que han caído durante la noche. Llevan estas gotitas de agua a zonas del hormiguero que se están secando…

Las hormigas no son las únicas en saber que el agua es impor­tante. Cada ser vivo necesita agua para vivir. Las plantas, los ani­males y las personas ingieren alimentos y agua. […] Un cuerpo emplea el alimento para fortalecerse, para cre­cer y para repararse, pero sólo puede hacerlo cuando el alimento se mezcla con agua.

            El agua (1) Da vida, (2) Produce energía, (3) Arrastra y sustituye, (4) Refleja la luz y (5) Es tres en uno.

Alguien que acude a Dios por medio del Señor Jesucristo recibe la vida eterna. En aquel momento, el Espíritu Santo acude a vivir dentro de él, Juan 14:17. El Espíritu puede dar satisfacción al más profundo anhelo de una persona, y puede suplir un poder y fuerza continuados que nunca se agotan. Este suministro es como el agua de un manantial que sigue manando y subiendo de la tierra.

El Espíritu Santo nos enseña también una nueva manera de adorar cuando viene a vivir en nuestro interior. La mayor parte de las religiones tienen un santuario o un edificio donde adorar a Dios. Los que creen en el Dios vivo y verdadero no tienen que estar en una ciudad o en un edificio especiales donde adorar. Es más importante cómo adoran que dónde adoran. El Dios verdadero es espíritu, y cualquiera que le adore debe hacerlo mediante la ayuda de su Santo Espíritu, Juan 4:23,24. El Padre desea una verdadera adoración. Él no quiere palabras carentes de significado, sino cora­zones y bocas que le adoren y den honra por ser El quien es.

El Señor Jesús le enseñó a la mujer en el pozo acerca de un manantial de agua dadora de vida que ella podría tener en su inte­rior. Un tiempo después, les dijo a otros que los que tuvieran sed de cosas espirituales acudieran a Él y bebieran. Él les daría aguas vivificadoras que saltarían de dentro de ellos, Juan 7:37-39. Esto nos habla del Espíritu Santo que puede llenar y refrescar nuestros corazones hasta que se derrame en las vidas de otros.

            El Espíritu Santo: (1) Da vida (Juan 6:63), (2) Produce poder (He­chos 1:8; 1 Corintios 2:4; Romanos 8:26,27; Efesios 3:16). (3) Arrastra y sustituye (Gálatas 5:19-25; Romanos 8:5.) (4) Refleja la luz (2 Corintios 3:18) y (5) Tres en uno (Isaías 43:10b; 44:6, 1 Corintios 12:4-6, Génesis 1:26; 3:22; Isaías 6:8; Efesios 4:6; Juan 1:1,14; Colosenses 2:9; Hechos 5:3,4).

Así como las hormigas saben que el agua es importante, tam­bién todas las personas debieran saberlo. Este mundo es como un desierto espiritual. Un desierto necesita un suministro de agua más que cualquier otra cosa. Podemos disponer de una corriente de agua inagotable brotando dentro de nosotros y derramándose a otros cuando acudimos a Cristo. Cada persona que no tiene el agua vivificadora de la que habló Jesús está bajo la condenación de Dios, Juan 3:36. El agua es una sustancia vivificadora, pero sólo nos puede ayudar cuando estamos sedientos y la bebemos. ¡Necesi­tamos recibir el ofrecimiento de Dios de suministramos el agua de vida! Apocalipsis 22:17.

Adela de Letkeman,

MEDITACIÓN

 


Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación.

(2 Timoteo 3:15)


Usted no puede hacer que a sus hijos les guste la Biblia; nadie sino el Espíritu Santo puede darnos un corazón que se deleita en la Pala­bra. Pero usted puede familiarizarlos con la Escritura, más tenga por seguro que ellos no podrán estar familiarizados con este bendito Libro demasiado pronto o demasiado bien. Un conocimiento de la Biblia es el fundamento de toda visión clara de la religión. El que está bien fundamentado en esto no se encontrará, por lo general, vacilando y siendo arrastrado a “todo viento de doctrina” (Ef. 4:14). Cualquier sistema de crianza que no tenga el conocimiento de la Escritura como asunto primordial es inseguro y poco sólido.

Necesitamos ser cuidadosos en esto, ya que el diablo está alrede­dor y los errores abundan. Algunos le dan a la Iglesia el honor que le corresponde a Jesucristo; otros hacen sacramentos para que sean un pasaporte a la vida eterna; otros honran un catequismo más que a la Biblia o llenan las mentes de sus hijos con libros de historias y cuentitos sin valor. Pero si usted ama a sus hijos, deje que la Biblia sea todo en la formación de sus almas; y deje que todos los otros libros bajen y tomen un lugar secundario.

Asegúrese que sus hijos la lean reverentemente; entrénelos para que la inquieran, no como palabra de hombres, sino como la Pala­bra de Dios, escrita por el mismo Espíritu Santo; toda verdad, toda provechosa y capaz de hacernos sabios para la salvación. Vele para que sea leída regularmente. Entrénelos para que la conside­ren como el alimento diario de sus corazones; como algo esencial para la salud de sus almas; cerciórese que la lean por completo. No necesita dejar de presentarles cualquier doctrina bíblica: los niños entienden mucho más de la Biblia de lo que suponemos.

Hábleles del Señor Jesucristo y de su obra consumada: la expia­ción, la cruz, la sangre, el sacrificio. Llene sus mentes con la Escri­tura. Deles la Biblia, toda la Biblia, incluso cuando ya son jóvenes.

J. C. Ryle

Devocional “El Señor está cerca”, 2020

SIETE FACTORES POR LOS CUALES LA FE PUEDE SER NEGADA

 La fe en 1 Timoteo

José Naranjo

1.    Naufragio en la fe                 à  por mala conciencia                                 à1 Timoteo 1:11

2.    Apostatar de la fe                  à  por oír espíritus de error                           à 1 Timoteo 4:1

3.    Negación de la fe                  à  por irresponsabilidad familiar                  à1 Timoteo 5:8

4.    Falsear la fe                           à  por infidelidad a Cristo                             à1 Timoteo 5:12

5.    Descaminado de la fe           à  por amor al dinero                                    à1 Timoteo 6:10

6.    Extraviados de la fe               à  por recibir falsa ciencia                            à1 Timoteo 6:21

7.    Reprobados acerca de la fe  à  por corrupto entendimiento                      à 2 Timoteo 3:8

 


            Se ha comparado la fe a un barco que surca las aguas de este mundo, cuya carta marítima, figura de la Palabra de Dios, y su brújula de orientación, tipo del Espíritu Santo, se encargan de guiar nuestro barco seguro a la patria celestial. Pablo estaba seguro de esto y pudo decir: “El tiempo de mi partida está cercano ... He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.” (2 Timoteo 4:6,7)

            Hay los que creen que han alcanzado todo; se han hecho sabios. El asunto empieza por tolerar una cosa pequeña, no juzgando el pecado. Dicen: ¿Qué hay de malo en eso? ¿No es uno libre para seguirse por su propia conciencia? La cosa va en aumento; de una piedra va una base, de una base una pared y de una pared una casa. La conciencia se ha cauterizado; todo lo que rebosa es sabiduría, y el naufragio de la fe es inevitable.

            ¡Cuántos cadáveres están boyando en las aguas de esta vida porque no fueron consecuentes al aviso cuando la conciencia era sensible! Se acumuló tanto daño que la conciencia fue contaminada. (Tito 1:15) Había algunos en la iglesia de Sardis a quien el Señor dice: “Yo conozco tus obras, que tienes nombre que vives y estás muerto. Sé vigilante y conforma las otras cosas que están para morir, porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios.” (Apocalipsis 3:1,2)

            No obstante, negar a Cristo es apostasía. Negar la doctrina fundamental de nuestra fe es apostasía. Hay muchos que, como Judas, anduvieron muy cerca de la verdad, pero nunca llegaron a “comprar la verdad,” y, después que han sido atrapados “por espíritus de error y doctrinas de demonios,” no tienen suficiente valor moral para regresar confesando su pecado, sino que mitigan el extravío, ensalzando el error y diciendo: Ahora sí estamos en la verdad; antes éramos unos ignorantes. Así ha sucedido con algunos que han abrazado la herejía de los llamados testigos de Jehová y otros que han abrazado las extravagancias del pentecostalismo.

            Pero, ¿a quién se manifiestan estas cosas? A los que no están conforme con la pureza y sencillez de la doctrina. “Antes teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus concupiscencias. Apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.” (2 Timoteo 4:3,4) En vista pues de tanta apostasía alrededor, “No seáis llevados de acá para allá por doctrinas diversas y extrañas, porque buena cosa es afirmar el corazón en la gracia, no en viandas que nunca aprovecharán a los que anduvieron en ellas.” (Hebreos 13:9)

            Son muchos los lectores de la Biblia que le pasan por alto a ese versículo en 1 Timoteo 5:8 (“Si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo.”), el cual encaja muy bien para estos tiempos, cuando algunos padres cristianos se han preocupado más en llenar de ciencia la cabeza de sus hijos que el corazón de gratitud a sus padres y de amor y obediencia a Dios.

            Muchos son los hijos que se levantan y se olvidan de la responsabilidad a los padres. Hace algún tiempo que pude presenciar cuando una madre reclamaba a su hijo, que tenía varios meses que no le daba nada. El hijo discutía con la madre, alegando que no le alcanzaba el sueldo porque tenía cuatro hijos, estaba pagando una casa y alguno había enfermado en la casa, pero yo, que conocía al sujeto, porque viví en el mismo vecindario, sabía que todo era evasivo, pues esa persona podía sostener lujo y comodidades vanidosas.

            Los frutos de un verdadero creyente se ven en un cambio grande al sentir responsabilidad para con los suyos. Cumple con sus obligaciones. Inculca en sus hijos la caridad cristiana, reconociendo a sus ascendientes vivos hasta la cuarta generación. La ingratitud es señal manifiesta de los últimos tiempos. “Desobedientes a los padres, ingratos, sin santidad.” En días de este mismo año, dos jóvenes agredieron a puñetazos y puntapiés a la madre, porque ésta les recriminó fabricar bombas en su hogar.

            No sólo las viudas jóvenes quebrantan la primera fe; también el que se casa con un infiel o divorciado, el que haya mayor satisfacción en la compañía de inconversos que en la comunión de sus hermanos, el que deja de asistir a los cultos y se arrellana en un sillón a ver televisión, el que deja de asistir a la cena del Señor para ir a la playa: el corazón de los tales ha falseado. Un nuevo afecto morboso se ha metido en su vida que la hace quebrantar su primera fe.

            Eso le pasó a Mical, la esposa de David. Parece que se entregó en los brazos de otro hombre, sin protesta alguna, mientras David estaba desterrado. Así le pasó a Demas, ofuscado con la populosa Roma. Abandonó a Pablo, “amando a este siglo.” Si esto se hace con los que estamos viendo, ¡cuánto más con el Señor que está ausente! “Guardaos pues en vuestros espíritus y no seas desleales.” (Malaquías 2:16

            El amor al dinero abre las agallas de la avaricia y cierra las entrañas de compasión y sentimiento. El socio del avaro es una persona llamada yo: “mis frutos, mis alfolíes, mis bienes, mi alma, mi pan, mi agua, mis víctimas, mis esquiladores.” (Lucas 12:16-24, 1 Samuel 25:11) Giezi vio las riquezas de Naaman y las codició. ¡Cuán grande privilegio tenía este hombre de servir al siervo de Dios! Pero no estaba contento con lo presente. La codicia le hizo matemática para distribuir la plata en “vestidos, olivares, viñas, ovejas, bueyes, siervos y siervas.” (2 Reyes 5:20-27)

            Miles han descaminado de la fe, no por tener dinero, sino por amor al dinero. Qué diferente al hermano acomodado de Colosas, Filemón. “Porque tenemos gran gozo y consolación de tu caridad, de que, por ti, oh hermano, han sido recreadas las entrañas de los santos.” (Filemón 7)

            Ciencia es el conjunto de conocimientos relativos y variados. Yo digo que debiera tener una sola aplicación: a Dios y al conocimiento que tengan los hombres de Dios, revelado en la palabra de Dios. “Mas de él sois vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención.” (1 Corintios 1:30)

            Desgraciadamente el enemigo ha presentado al mundo la falsamente llamada ciencia. En los días de Pablo y Timoteo proliferaban las falsas doctrinas y teorías extraídas de metes fértiles en ideas, y con estas ciencias muchos estaban atacando las virtudes de nuestro Señor Jesucristo. Había los que abundaban en fábulas. Himeneo y Fileto enseñaban que la resurrección era ya hecha. (2 Timoteo 2:17,18) Otros enseñaban filosofías y vanas sutilezas. (Colosenses 2:8) Hoy la falsa ciencia se ha multiplicado y algunas de sus escuelas han cambiado de nombre, como los llamados testigos de Jehová que enseñan la misma teoría del arrianismo. “Que esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrena, animal, diabólica.” (Santiago 3:15)

            “Que seamos librados de hombres inoportunos, porque no es de todos la fe.” (2 Tesalonicenses 3:2) Ciertamente que tales personas no tienen ni aun un pensamiento honesto. Estos son de aquellos a quien el Señor dijo: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas a los puercos; porque no las rehuellen con los pies, y vuelvan y os despedacen.” (Mateo 7:6) La visión de éstos llega solamente a la nariz. Estos hechiceros Jannes y Jambres eran tercos como sapos que quieren salir del encierro cabeceando la pared. ¿No vieron esos hombres cuándo “la vara de Aarón devoró las varas de ellos?” (Éxodo 7:10-12)

            Hay personas que un día gustaron del evangelio; luego cayeron. Hoy su entendimiento es tan corrompido que no quieren que se les hable nada del evangelio.

            El Señor rogó por Pedro que su fe no faltara. Pedro tuvo su momento de cobardía, pero no falseó su fe. Que también a nosotros nos guarde para que el enemigo no nos arrebate el tesoro de nuestra fe.

EL SEÑOR EN MEDIO

 

Yo Jehová habito en medio de los hijos de Israel, (Números 35.34) Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. (Mateo 18.20)

                       


            En el libro de Números está escrita la historia de Israel durante sus cuarenta años de peregrinación en el desierto, empezando con el tabernáculo al pie del Sinaí y terminando con su llegada a los campos de Moab, junto al Jordán y frente a Jericó.

            No obstante, la indignidad e incons-tancia, las faltas y flaquezas y los fracasos de aquel pueblo, Dios nunca quitó su presencia de en medio de ellos. Los acompañó cada momento el arca del pacto, la nube de día y la columna de fuego de noche. Eran señales de que El andaba con ellos, habitando sobre el propiciatorio, entre los querubines, en el lugar santísimo, rodeado de luz divina.

            El profeta dio testimonio años después, diciendo: “En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad”, Isaías 63.9.

            Esta presencia de Dios inspiraba confianza en su pueblo cuando marchaban por el desierto seco y peligroso. Además, infundía en ellos un temor reverencial porque Dios es santo y exigía de ellos la santidad. “No contaminéis, pues, la tierra donde habitáis, en medio de la cual yo habito”.

            Nos maravillamos al pensar en su paciencia y gracia con aquella gente en aguantar sus insolencias: “Por un tiempo como de cuarenta años los soportó en el desierto”, dijo Pablo en Hechos 13.18. Jehová reservó para ellos el privilegio sublime de su presencia, garantizando su protección, dirección, comunión y bendición.

            Pero todas estas cosas fueron condicionales; para los israelitas había responsabilidades correspondientes. Ellos podrían contar con la protección divina mientras andaban en los caminos del Señor. Al apartarse y andar por sus propios caminos, se hallaban expuestos a enemigos fuertes, y sufrían derrotas. Para disfrutar de esa comunión con Dios era preciso valerse de los medios provistos en las distintas ofrendas por el pecado y la culpa. Para ser objetos de las bendiciones, ellos tenían que obedecer la voz de su Dios y poner por obra sus mandamientos.

            Deuteronomio 28 — el mensaje sobre Monte Ebal — expone lo que hemos dicho en el párrafo anterior. “Acontecerá que, si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos ... Y si no te apartares de todas las palabras que yo te mando hoy ...”

            De la misma manera nosotros en esta época de la gracia somos los objetos de la soberana bondad de Dios. Nuestros privilegios son infinitamente mayores que los de Israel. Nuestra comunión es con el Padre y con el Hijo, y tenemos entrada velo adentro a la presencia inmediata del Padre celestial, cosa nunca concedida a los israelitas.

            Pero debemos reconocer a la vez cuánto más grande es nuestra responsabilidad, por lo cual el apóstol nos amonesta: “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor”, Hebreos 12.28,29.

            Para el arreglo de nuestros pecados, tenemos medios aún más eficaces que los de Israel. En 1 Juan 1 leemos que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado, y si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. En el capítulo siguiente aprendemos que, si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.

            En cuanto a las contaminaciones del mundo, hay también la purificación. Nuestro Señor oró a su Padre, diciendo, “Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad”, Juan 17.17. La lectura diaria de la Biblia y las oraciones mantienen al creyente purificado.

            Muchas de las preciosas promesas para el creyente son condicionales. “Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros”. Cuando uno no está andando en la luz de la Palabra, se interrumpe su comunión con aquellos hermanos que sí están andando en luz. Cuando hay pecado oculto en el cristiano, él no puede tener el gozo de la salvación. Cuando deja su primer amor, su servicio para Cristo pierde valor.

            Dios tenía que someter a su pueblo antiguo a distintas formas de disciplina. Las aguas amargas de Mara no eran asunto de castigo sino para probarlos y enseñarles que Él era suficiente para toda necesidad. Este aspecto de la disciplina para nosotros lo tenemos en Hebreos 12.4 al 11. Se refiere a las pruebas y aflicciones que Dios permite para purificarnos con el fin de que seamos más consagrados a él.

            En cambio, a veces Dios tuvo que infligir disciplina que era castigo. Esto lo hacía por la desobediencia y defección de su pueblo terrenal, costando muchas veces la vida de muchas personas. En 1 Corintios 11, el apóstol enseña lo sagrado de la cena del Señor, advirtiendo que cualquiera que comiere el pan o bebiere la copa del Señor indignamente será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.

            Hermanos, nuestros privilegios son inmensamente grandes, y nuestras responsabilidades también. Por eso dijo el escritor inspirado, “Conservaos en el amor de Dios”, Judas 21.

S. J. Saword

NUESTRO INCOMPARABLE SEÑOR (8)

 VI — La lengua obediente

J.B. Watson

            De los cuatro trozos que vamos a considerar en la profecía de Isaías, dos comienzan con las palabras, “he aquí mi Siervo”. La voz de Dios llama la atención del hombre a la persona de Cristo, queriendo quitar nuestros pensamientos de todo otro tema. Nos dice, en efecto: “Observen el siervo ideal. Consideren a uno que ha actuado a la perfección. Contémplenle, el ejemplo del servicio intachable. Y, limpiados por su sangre expiatoria, revivificados con vida nueva, hechos hijos míos, vayan a su vez a servirme a mí según el mismo patrón”.

            Los otros dos trozos que veremos —el segundo y el tercero— están escritos en la primera persona. Es nuestro Señor Jesucristo quien habla de sí mismo. Él dirige la atención a ciertas verdades acerca de su persona, comenzando con, “Oíd, costas, y escuchad, pueblos lejanos”, y, “El Señor me dio lengua de sabios”.

            Cada uno de estos textos nos dice algo de la manera de hablar de nuestro Señor. Nuestra habla como cristianos es una parte tan importante de nuestra vida, y de ella depende en tan gran medida la influencia que tenemos, que debe ser de ayuda un examen de la conversación de Aquel que hablaba como jamás hombre alguno.

 

He aquí mi siervo ...  No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en la calle. Isaías 42.2.

 

            El capítulo 12 de Mateo explica el cumplimiento de esta profecía. Mateo reconoció a su Señor al haberle observado un día en su labor para Dios. A su Maestro le había visto realizar muchos milagros maravillosos y le había escuchado encargar rigurosamente a la gente que no le descubriesen. Inmediatamente pensó en este versículo en Isaías y vio en las actividades de su Señor aquel día un cumplimiento de aquella profecía antigua; a saber, cuando el perfecto Siervo de Jehová andaría entre hombres y su lenguaje se caracterizaría por gracia, ternura, ausencia de promoción propia, y por el hecho que su manera de hablar llamaría la atención más bien a su gran misión en el mundo.

            Él no iba a gritar, contender o reñir. No alzaría su voz ni habría nada estridente en su proceder. Más bien, este Siervo manifestaría una ternura y decoro que proclamarían de una vez su afán de hacer la voluntad de Otro y no la suya propia.

            Ahora, ¿no es esto algo que nosotros mismos haríamos bien en imitar? Cuán grande la necesidad, hermanos, de delicadeza entre el pueblo de Dios. Una de las primerísimas calificaciones del pastor modelo es que sea tierno entre los jóvenes en la fe, como una nodriza cuida a los suyos. Me acuerdo de cuando estuve hospitalizado unos pocos años atrás, y como una de las enfermeras me llenaba de temor cada vez que se acercaba a la cama. Hubiera sido excelente peón en la construcción de carreteras, si no fuera por un accidente de sexo, pero nunca supo cuidar a ningún enfermo que yo vi.

            Qué necesidad hay, al tratar el uno con el otro, de acordarnos de la gracia de la docilidad. El fruto del Espíritu es mansedumbre. “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare”, dice el 42.3. Con incomparable ternura Él atendería a las cosas que son propensas a caer o perder su luz. Así fue que nuestro Señor, el perfecto Siervo de Jehová, andaba entre los hombres. Por lo tanto, cuando se presentó en su propia ciudad, en el último lugar donde los hombres estaban dispuestos a tomarle en serio, ellos se maravillaban ante las palabras fascinantes que cayeron de sus labios.

            Muerte y vida están en el poder de la lengua. Es tan fácil, valiéndose de una palabra severa y carente de consideración, dañar una vida de tal manera que varios años no repararán. Hubo un árbol con tronco torcido en cierto jardín, y el muchacho dijo: “Papá, seguramente alguien lo pisó cuando era sólo un tallo”.

            ¡Oh! que tuviésemos la lengua que es enseñado de Dios, como fue la de nuestro Señor: una lengua que no era chillona ni áspera. No la lengua que riñe ni disputa, sino de uno manso y humilde de corazón.

Jehová puso mi boca como espada aguda, me cubrió con la sombra de su mano; y me puso por saeta bruñida, me guardó en su aljaba. Isaías 49.2

            Encontramos en esta declaración una característica marcadamente diferente en el modo de hablar de nuestro Señor. Se emplea las figuras de la saeta bruñida y la aljaba que la esconde, expresiones de completa sumisión a la voluntad del Padre. No nos viene a la mente mejor ilustración de una cosa tan pasiva como es la saeta guardada en la aljaba hasta el momento preciso en que el que la porta pone su mano sobre aquella flecha y la saca para enviarla en vuelo veloz al destino que quiere.

            Esta fue precisamente la actitud de nuestro Señor. Por cuanto sus palabras le fueron dadas desde arriba, fueron revestidas de poder. “Puso mi boca como espada aguda:” o sea, mis palabras son impactantes, penetrantes y cortantes. La Palabra del Señor es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos. Las palabras de Cristo se caracterizaban por aquella calidad divina que llega a la conciencia del hombre y arrastra a la luz de la presencia de Dios los pecados secretos de uno. Y, resonando a lo largo de las edades, desde el momento en que cayeron de sus labios hasta la hora presente, no hay palabras que pueden igualar el poder de las que pronunció nuestro Señor Jesucristo.

            Hubo un jovenzuelo llamado Samuel que vivió en la antigüedad, de quien se hace afirmación por demás llamativa: “Jehová estaba con él, y él no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras”. Por estar el Señor con él, los dichos de ese joven tenían poder; “todo Israel ... conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová”. Sus palabras no eran como agua derramada en el suelo sino como saeta bruñida en vuelo seguro.

            ¡Hermanos! en tiempo como éste, cuando por poco nos inunde un diluvio de palabras, cuánto debemos anhelar la palabra que es eficaz por ser dicha de conformidad con la voluntad de Dios. Que nos encontremos, pues, tan enteramente sumisos en su mano como fue nuestro bendito Ejemplo, de manera que los dichos de nuestra boca efectúen realidades para la gloria de Dios.

            Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios. Isaías 50.11

            Esta tercera escritura nos introduce un poco más adentro en los secretos íntimos de la vida del Señor. No hay escrituras tan encantadoras en interés como aquellas en que nuestro Señor habla de sí; ningún tema capta el corazón y la mente del cristiano como aquellas que le permiten contemplar por unos momentos las fuentes que surtían su vida.

            Así es la que hemos leído ahora: “El Señor me dio lengua de sabios —lengua de uno que ha aprendido— para hablar palabras al cansado”, ayudando así al que esté harto de palabras. Es la definición de la lengua instruida. Es una que ha sido entrenado de Dios para socorrer al que ha oído palabras en exceso. Nuestro Señor tenía esa cualidad como ningún otro la ha conocido. La gracia se derramó en sus labios.

            ¿Cómo fue esto? La misma escritura me dice que la escuela que otorga la lengua de sabios es la del oído despierto. “El Señor ... despertará mi oído”, y el oído receptivo precede siempre a la lengua instruida. Ninguna lengua podrá socorrer al cansado si su dueño no ha abierto su oído a la voz de Dios.

            Mañana tras mañana Él se dispuso a escuchar, y cada día trajo su dirección y lección. Cada hora trajo consigo su enseñanza hasta que, transcurridos diez mil de éstas, contando con unos treinta años aquí, Él abrió su boca. Supo dónde abrir la Palabra de Dios por cuanto se encontraba en estos mismos pasajes de Isaías; leyendo de un capítulo que queda un poco más adelante, pudo decir: “Hoy se ha cumplido estas Escrituras delante de vosotros”. [“en vuestros oídos”, Versión de Pratt]

            ¿Cómo es, apreciados amigos, que nuestras lenguas son tan torpes para auxiliar al que está hastiado de palabras? ¿Será porque poco abrimos nuestro oído a la voz de Dios? ¿O que somos alumnos inquietos y distraídos en la escuela suya?

            Si no escuchamos, no vamos a aprender. Sin aprender, nunca tendremos lengua de sabios. Por ser nuestro Señor Jesucristo el de la obediencia perfecta; por ser que toda avenida a su corazón y mente, a su alma y voluntad, estaba entregada enteramente a Dios; por esto, su lengua era fuente de vida.

            Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero, y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Isaías 53.7

Este último pasaje sobre la lengua obediente es la tercera de cinco estrofas. Dios habla en la primera, la cual consiste en los versículos 13 al 15 del capítulo 52. Un pueblo salvado habla en la segunda estrofa, que compone los primeros seis versículos del capítulo 53. Dios habla de nuevo, ahora en el versículo 7, y dice esto de su Siervo perfecto: Él estuvo angustiado y afligido, pero no abrió su boca.

            Querido pueblo de Dios, esta es la última lección que una lengua aprende: la de quedarse callada ante el abuso.

            A mi modo de entender, la virtud expuesta aquí sube aún más que las otras que hemos considerado. El Señor mismo, en medio de la mayor y más descarada injusticia que las edades jamás han contemplado, siendo Él la víctima, guardó silencio.

            Cuatro veces en el Nuevo Testamento se emplea cierto vocablo, traducido generalmente como “respuesta”, para indicar que Jesús no se defendió ante Pilato. Él guardó silencio. Su lengua había sido enseñada de Dios de tal manera que, en aquella hora de sufrimiento supremo, la tenía bajo control absoluto. Santiago dice que le varón perfecto es aquel que es capaz de refrenar su lengua, y nuestro Señor cumple; la descripción le corresponde.

            A lo largo del Antiguo Testamento encontramos que cuando los hombres sufren, ellos vuelven locuaces; al sufrir abuso, a veces se ponen clamorosos. Se observa que los hombres, al sufrir, se expresan con una de dos voces: o como conscientes de culpa propia, o como dudosos y perplejos.

            En el Salmo 51 encontramos un hombre que está sufriendo, pero consciente todo el tiempo de su culpabilidad. David sabe por qué está sufriendo, y rompe el silencio para derramar profusas expresiones de arrepentimiento. Pero cuando Job habla, sufriendo bajo la mano de Dios, y Jeremías también, ¿qué es el trasfondo de su llanto? Es perplejidad en cuanto al propósito que tiene Dios y el sentido detrás de las circunstancias. Ellos no pueden interpretar el proceder divino; casi dudan de Dios.

            Pero nuestro Señor no tenía culpa que confesar, ni duda alguna de Dios. Angustiado Él, y afligido, no abrió su boca. Llevado al matadero como un cordero, enmudeció. Aquí hay uno que sabe que es la voluntad de Dios que sufra, y su alma está perfectamente en acorde con esa voluntad. Es el silencio de la obediencia al propósito de Dios.

            Al someter nuestra lengua a esta prueba, tenemos que agacharnos la cabeza. Considerando estas cuatro descripciones de la manera de hablar de nuestro Señor, mirando mientras su obediencia asciende de altura en altura, viéndola alcanzar su cúspide en un hermoso y manso silencio a la sombra del Calvario, nos quedamos reprendidos por el mucho hablar con qué llenamos el aire.

En las muchas palabras no falta pecado, y toda palabra ociosa que hablan los hombres, de ella darán cuenta en el día de juicio; Proverbios 10.19, Mateo 12.36. Si nuestro deseo es servir al Señor Cristo a la manera que hizo el Maestro, entonces nuestra lengua tendrá que ser enseñada de Dios. Tendrá que ser lengua de sabios, producto de haber prestado nuestro oído a la voz de Dios. Sólo así traerá gracia a quienes nos escuchan y sólo así podremos hablar palabras al cansado. Tan sólo con la lengua obediente podremos encomendar a Jehová nuestro camino en vez de resistir y defendernos.

            Es un gran privilegio el poder de la lengua en un cristiano. Es a la vez una tremenda responsabilidad, y nos incumbe seguir el patrón que nos está puesto en escrituras como las que hemos leído. Qué bendición es mirar atrás sin tener que lamentar haber herido a uno con palabras que quisiéramos retraer.

            Prosigamos, hermanos, siguiendo a Uno de quien está escrito: “Cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”.