domingo, 22 de agosto de 2021

LA EPÍSTOLA A LOS EFESIOS (2)

 

E. W. Rodgers

II ¾ 1.15 al 23:  La oración de Pablo

 


            Todo lo tocante a la posición actual del creyente difiere de lo que regía con Israel en su apogeo. La economía anterior es muy inferior al propósito de Dios en estos tiempos. En aquel entonces Israel gozaba en Abraham de diversas bendiciones en Canaán; nosotros somos bendecidos en Cristo con toda bendición espiritual en lugares celestiales.

            Esto no fue divulgado hasta haber puesto la base para su realización en la muerte, resurrección y glorificación de Cristo, y hasta que el Espíritu Santo había sido enviado como la garantía presente de lo que vamos a heredar en Cristo. El propósito constituía un “misterio” ¾un secreto guardado¾ 1.9, hasta el momento oportuno para su comunicación. Fue el primero en su concepción y será el primero en su consumación, pero fue el último en su revelación.

            Pablo había abierto surcos para el evangelio en Éfeso, Hechos 19, y posterior-mente había aconsejado a los ancianos de la iglesia local que fue formada allí, Hechos 20. Ahora, unos años más tarde, su corazón se regocija al oír de su “fe en el Señor Jesús y [su] amor para con todos los santos”, 1.15. Su fe era genuina; su amor la evidenciaba. Su amor no era selectivo sino comprensivo, extendiéndose a todos los santos. Esto hacía ver que habían sido alumbrados sus corazones en un tiempo entenebrecidos.

            Nada sorprende, entonces, que Pablo estaba lleno de gratitud y presto a orar por ellos. Su deseo era que contaran con tan amplio conocimiento del “Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria” que se realizara tres logros:

            (a) que fuesen sabios en cuanto a lo que estaba por delante para ellos

(b) que fuesen sabios en cuanto a lo que estaba por delante para Dios

(c) que supieran cuál es el poder que asegurará el (a) y el (b)

            Pablo deseaba que supieran cuál es la esperanza de su llamamiento, 1.18. En el 4.4 la llama la “esperanza de vuestra vocación”. No se ha manifestado todavía, porque “lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?” Romanos 8.24. Pero está expuesta en 1.10,11. En Cristo hemos recibido una herencia cuyo aval ya nos ha sido dado en la persona del Espíritu Santo.

            De la manera como las joyas de Rebeca y el aro de compromiso en tiempos modernos son fianzas de lo que está por ser poseído y disfrutado, así es con el creyente ahora. El Espíritu Santo, quien fue prometido por el Señor Jesús, ha venido cual “arras de nuestra herencia”, 1.14, en la cual entraremos al experimentar “la redención de nuestro cuerpo”, Romanos 8.23.

            Pablo deseaba que supieran cuáles son las riquezas de la gloria de la herencia de Dios en su pueblo, 1.18. Parece que hay poca duda de que se puede traducir la cláusula como “hemos recibido una herencia” o también “hemos sido hechos una herencia”. La segunda posibilidad se explica en Deuteronomio 4.20, 32.9, donde se afirma que Israel era la herencia de Dios. (“la porción de Jehová es su pueblo”) Por otro lado, indudablemente hemos sido hechos beneficiaros de una herencia a causa de nuestra identificación con Cristo. Sin duda ambas ideas están presentes en el versículo 14; “las arras de nuestra herencia” nos habla de lo que tendremos en el porvenir, y “la redención de la posesión adquirida” declara lo que Dios tendrá en su pueblo.

            Esto es el segundo punto en la oración paulina, a saber, que los creyentes tengan un conocimiento cabal de cuáles son las riquezas de la gloria (la excelencia desplegada) de la herencia de Dios en su pueblo. Pareciera ser una debilidad inherente en todo el pueblo del Señor pensar primeramente en lo que ellos van a recibir más adelante, prestando poca atención a lo que Dios recibirá en su pueblo redimido. Pero Pablo deseaba que los santos fuesen inteligentes en cuanto a ambos aspectos de un mismo asunto: el lado de Dios y el nuestro; lo que Él tendrá y lo que nosotros tendremos. “Las riquezas de la gloria de su herencia en los santos” se desplegarán “cuando [Cristo] venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron”, 2 Tesalonicenses 1.10.

            Pablo deseaba que supieran la supereminente grandeza del poder divino hacia nosotros, 1.19. Es el poder que puede llevar a cabo sus designios. No se ha podido ejercer ningún poder mayor hacia nosotros que aquél que Él ejerció en Cristo al resucitarle de los muertos. Fue el despliegue de “la supereminente grandeza de su poder”, ya que no hubo acontecimiento parecido antes de eso, ni ha habido después. No fue tan sólo resurrección, sino también exaltación al punto más alto de honor celestial, muy por encima de toda autoridad o poder visible e invisible, bien sea presente o futuro. Por cierto, lo que había sido perdido por el primer Adán ha sido más que restaurado abundantemente por el postrer Adán, y todo el universo ha sido puesto en sujeción bajo sus pies.

            Pero esto fue el despliegue de “la supereminente grandeza de su poder para con nosotros” además de para con Cristo. Es para nosotros que hemos creído, ya que ahora estamos unidos inseparablemente con él como cuerpo con Cabeza, y espiritualmente hemos experimentado ya lo que Él experimentó al ser “vivificado por el Espíritu”, 1 Pedro 3.18.

            Requiere poca imaginación entrar en la emoción que capturaba el corazón del apóstol mientras estaba recluido en un penitenciario. Su cuerpo estaba encarcelado, pero nada podía encerrar su espíritu mientras contemplaba lo que Dios había realizado en Cristo, tomándole de las más profundas honduras de reproche y llevándole al pináculo de la gloria, y en este mismo hecho estableciendo un principio que aplicaría a todo aquel que creyera en Él. Pablo abunda sobre el tema en el capítulo 2.

            Quizás alguno replicará que todavía no parece que todo en el universo está sujeto a Cristo, pero 1 Corintios 15.20 al 28 declara que seguramente así será: “luego que todas las cosas le estén sujetas …” Potencialmente, es así ahora; en su realización y manifestación, sucederá en el futuro; “por fe andamos, no por vista” ¾ o sea, no por lo que está a la vista, 2 Corintios 5.7.

El cuerpo de Cristo

            El concepto del “cuerpo de Cristo” es peculiar al apóstol Pablo; ningún otro escritor emplea esta metáfora. Sin duda la aprendió en el camino a Damasco. La pregunta, “¿Por qué me persigues?” le reveló que tocar al cristiano era tocar al Señor mismo; tocar a un creyente es como tocar un miembro del cuerpo, y de una vez la Cabeza siente el dolor. Él puede compadecerse de lo que los suyos sienten; Hebreos 4.15.

            Aquel “cuerpo” es la Iglesia, la compañía de aquellos llamados a salir afuera, cuyo nacimiento data del Día de Pentecostés de Hechos capítulo 2. Sus componentes son los íntegros de la tierra, Salmo 16.3, la elite de Dios. Son unidad en diversidad, cada cual interdependiente del otro, cada uno diferente del otro, pero con todo hay “un cuerpo”, Efesios 4.4.

            Es la “plenitud” de Aquel que lo llena todo en todo, 1.23. Es decir, la Iglesia es el complemento de Cristo, así como el cuerpo es el complemento de la Cabeza. Una cabeza sin cuerpo es un nombre inapropiado; un cuerpo sin cabeza es meramente un torso. La Iglesia no es una organización sin vida, sino un organismo, vinculado insolublemente con la Cabeza en el cielo.

            Ninguna posición más elevada que ésta se podría asignar a pecadores redimidos. La Cabeza de la Iglesia es el que lo llena todo en todo ¾que llena el universo en todas sus partes¾ y la Iglesia es su complemento.

            ¡Cuán asombroso es que el propósito definitivo de Dios no haya podido realizarse sin que Él se asociara con la Iglesia, y que esta Iglesia ¾esta compañía de pecadores redimidos de entre todas las tribus, naciones, pueblos y lenguas¾ participará en la gloria desplegada de Aquel que ha sido puesto muy por encima de principados y potestades, sean o no hostiles a Dios!

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